Los santos que nunca serán canonizados



El progresista que no abandona a su Iglesia
Porque ésta sea pecadora

Un caballero mancebo de la corte del Emperador, llamado Lactancio, topó en la plaza de Valladolid con un arcidiano que venía de Roma en ábito de soldado, y encontrando a San Francisco hablan de las cosas en Roma acaecidas.

De este anónimo santo apócrifo de hoy nos habla Alfonso de Valdés, secretario de cartas latinas en la Corte de Carlos V, en su jugoso libro Diálogo de las cosas ocurridas en Roma. Esas cosas eran nada más y nada menos que el saqueo de la ciudad por las tropas del Emperador. La noticia del hecho increíble produjo en toda Europa tremenda impresión. Valdés, que había seguido atentamente los acontecimientos, se vio en el caso de aplicar a la realidad sus filosofías.

La corrupción de la Corte Romana era un espectáculo demasiado visible y nadie pensó en velarlo. Pero, además, Roma era en política un factor lamentable, y serlo contribuía no poco al desasosiego que venía sintiendo desde hacía años el mundo cristiano. El papa guerrero era también el papa simoníaco y el papa relajado. Por eso, nuestro mancebo cortesano se pregunta ansiosamente:

¿Y eso hacíalo el Papa como Vicario de Cristo o como Julio de Médicis?.

El arcediano le contesta cínicamente que "como Vicario de Cristo".

A esto le responde Lactancio: ¿Qué tiene que hacer el emperador Nero, ni Dionysio Siracusano, ni cuantos crueles tiranos han hasta hoy reinado en el mundo, para inventar tales crueldades como el exército del Papa, después de haber rompido la tregua hecha con don Hugo de Moncada, hecha en tierra de coloneses, que dos cristianos tomasen por las piernas una noble donzella virgen, e teniéndola desnuda, la cabeza baxa, viniesse otro, y assí viva la partiesse por medio con una alabarda?...

Y ¿qué habrian hecho las mujeres preñadas, que en presencia de sus maridos les abrían los vientres con las crueles espadas, y, sacada la criatura, assí caliente, la ponían a azar ante los ojos de la desventurada madre?...¡oh summo Pontifice, que tal cosas sufres hacer en tu nombre!...¿Cuál judío, turco, moro o infiel querrá ya venir a la fe de Jesu Cristo, pues tales obras recibimos de sus Vicarios?.

Al llegar aquí, nos preguntamos por qué Lactancio no abandona la Iglesia ante tamañas atrocidades cometidas por su máximo vertice. La razón es muy sencilla: el mancebo cortesano le pregunta al arcediano a bocajarro:
_¿A quién llamáis Iglesia? El arcediano, como buen clérigo situado, contesta sin titubear:

_Al Papa y a los Cardenales.Lactancio vuelve a replicar con lógica implacable : _Y todo el resto de los cristianos ¿no será también Iglesia con éssos?

El arcediano se ve obligado a asentir al joven interlocutor, que saca rápidamente la consecuencia:
_Luego el que es causa de la muerte del hombre, más despoja a la Iglesia de Jesus Cristo que no el que quita al Romano Pontífice su señorío temporal.

Y es que los Papas más libremente podrían entender en las cosas espirituales si no se ocupasen en las temporales.
Lactancio es el prototipo del cristiano progresista de todos los tiempos que se lanza audazmente a la denuncia profética contra su propia Iglesia, sin por eso abandonarla o sustituirla por otra organización. Así se explica esta crítica feroz:

_Veo, por una parte, que Cristo loa la pobreza y nos combida con perfectísimo exemplo a que la sigamos, y, por otra, veo que de la mayor parte de sus ministros niguna cosa santa ni profana podemos alcanzar sino por dineros..., de manera que parece estar el paraíso cerrado a los que no tienen dineros.
Aún más, Lactancio hubiera preferido que los clérigos se casaran como Dios manda, dando buen ejemplo a su rebaño. Sin embargo, el arcediano le replica cínicamente:

_Si yo me casase, sería menester que viviese con mi mujer, mala o buena, fea o hermosa, todos los días de mi vida o de la suya; agora, si la que tengo no me contenta esta noche, désola mañana y tengo otra. Allende desto, si no quiero tener mujer propia, cuantas mujeres hay en el mundo hermosas son mías o, por mejor dezir, en el lugar donde estoy. Mantenéislas vosotros y gozamos nosotros dellas.

Lactancio, el joven limpio de intenciones y entusiasmado por el ideal evangélico, le pregunta aterrado al arcediano:
_¿Y el ánima?
Pero el viejo clérigo le responde con mayor cinismo aún:
_Dexaos desso, que Dios es misericordioso. Yo rezo mis Oras y me confiesso a Dios quando me acuesto y quando me levanto; no tomo a nadie lo suyo, no doy a logro, no salteo camino, no mato a ninguno, ayuno todos los días que manda la Iglesia, no se me passa día que no oigo missa. ¿No os parece que basta esto para ser cristiano? Essotro de las mujeres...,al fin nosotros somos hombres y Dios es misericordioso.

_¿No sabéis vos que dice un decreto que muchos que están descomulgados del Papa, que no lo están de Dios?
Por eso, Lactancio entra de rondón en nuestro santoral apócrifo?...

--Ver: Joseé Mª González Ruiz, Los santos que nunca serán
canonizados

Planeta 1979
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