Los santos que nunca serán canonizados



También de los pícaros es el reino de Dios

Cuando Jesús decía a los piadosos fariseos de su época que "los publicanos y las prostitutas les podrían tomar la delantera en el Reino de Dios", incluía en esta tipificación a un sinnúmero de marginados que a lo largo de los siglos iría produciendo la sociedad humana.

Entre ellos podríamos contar a nuestros "pícaros" tan maravillosamente descritos por la mejor literatura del siglo de oro. Así, pues, opino que en nuestro santoral apócrifo pueden entrar también estos seres-tipos, que no existieron en el sentido vulgar de la palabra, pero que realmente se han encarnado en nuestra sociedad antigua y moderna.

Hoy vamos a redescubrir un pícaro cuya profesión parece que no era más que la de ser eso mismo: el Lazarillo de Tormes. Lázaro había topado con amos ruines y mezquinos que le hicieron pasar hambre, frío y sed, hasta que por fin dió con uno bueno, noble y leal. Pero era pobre: un simple escudero.

Contemplaba yo muchas veces mi desastre: que, escapando de los amos ruines que había tenido y buscando mejoría, viniese a topar con quien no sólo me mantuviese, mas a quien tenía que mantener yo. Con todo, lo quería bien, con ver que no tenía ni podía más. Y antes había lástima que enemistad. Y muchas veces, por llevar a la posada con que él lo pasase, yo lo pasaba mal.

El pobre escudero que era de Valladolid tenía allá unos bienes, prácticamente inútiles, y había dirigido sus pasos a la ciudad imperial de Toledo para probar mejor fortuna: Y vine a esta ciudad _confiesa él mismo_ pensando que hallaría un buen asiento; mas no me había sucedido como pensé. Canónigos y señores de la Iglesia muchos hallo; mas es gente tan limitada que no los sacarán de su paso todo el mundo.

De los amos anteriores _ruines y mezquinos_ tuvo que huir el "lazarillo"; pero en el caso del escudero fue éste el que puso pies en polvorosa, cuando reducido a extrema necesidad, fue la "justicia" a dar buena cuenta de su mísera mansión.

Lázaro fue defendido por unas buenas vecinas(¿quién sabe cúal era su oficio?) y se dió a la búsqueda de un nuevo amo a quien servir o de quien servirse. Y así topó nada menos que con un "búldero": un fraile mercedario dedicado a predicar la "santa" bula por los pueblos recaudando de ello buenos maravedís.

El ingenio del fraile buldero excede toda imaginación: en un pueblo iba mál el negocio de la bula. El fraile en una noche se puso a jugar con el alguacil y tanto se calentaron, que casi llegaron a las manos: se insultaron mutuamente: el fraile llamó al algualcil ladrón, y éste al fraile falsario. El pueblo andaba diciendo que las bulas eran falsas, ya que así lo había descubierto el alguacil.

Venida la mañana, el fraile mandó tañer a misa y el pueblo se juntó en masa, lleno de curiosidad. El buldero empezó a hacer la propaganda de su piadosa mercancia, cuando de pronto el alguacil se fue al altar mayor y con voz recia dijo a la gente que se trataba de una falsedad. El predicador no se inmutó; le dejó desahogarse al alguacil, y cuando éste hubo acabado su "denuncia profética", el señor comisario se hincó de rodillas en el púlpito y, puestas las manos y mirando al cielo, empezó a pedirle a Dios que hiciera un auténtico juicio público, diciendo:

Si es verdad lo que aquél dice y que yo traigo maldad y falsedad, este púlpito se hunda conmigo; y si es verdad lo que yo digo y aquél persuadido del demonio, dice maldad, también sea castigado y de todos conocida su malicia.

Apenas acabada la oración, el algualcil se desplomó por tierra y empezó a echar espumarajos por la boca, profiriendo palabras horrendas. Todos quedaron convencidos de que la razón estaba de parte del padre buldero, que, por otra parte, seguía hincado en postura seráfica y abstraída, hasta que los mismos fieles vinieron a suplicarle que intercediera a Dios para que librara del diablo al alguacil. Cosa que el fraile hizo muy a gusto y con un éxito inmediato y rotundo.

Ni que decir tiene que las bulas se colocaran muy bien entre la muchedumbre asombrada por tamaño milagro. Lázaro, sin embargo, tuvo ocasión de ver la escena desde la tramoya: Cuando él hizo el ensayo, confieso mi pecado que también fui de ello espantado y creí que así fuera, como otros muchos; mas con ver después la risa y la burla que mi amo y el alguacil llevaban y hacían del negocio, conocí cómo todo había sido industriado por el industrioso e inventivo de mi amo.

No olvidemos que, mientras estas cosas ocurrían en la vida cotidiana de la ciudad imperial y otras no menos ilustres de otros reinos, había unos gloriosos "facedores de hazañas", de los que tan elogiosamente habla la historia, y que muchas personas de bien (?) no dudarían en proponer para un proceso de canocización.

Esto fue, dice el mismo Lázaro, el mismo año que nuestro victorioso emperador en esta insigne ciudad de Toledo entró y tuvo en ella Cortes, y se hicieron grandes regocijos.

Y yo me pregunto: ¿quienes eran los auténticos "pícaros"de aquel Imperio?, donde, mientras no se ponía el sol, había tanta oscuridad y lobreguez entre la pobre gente que buscaba ansiosamente un mendrugo de pan a la sombra de los grandes palacios ducales de la imperial Toledo o de los suntuosos monasterios construidos para albergar in vitro la "santa pobreza" de los votos religiosos?

Ver: José Mª González Ruiz, Los santos que nunca
serán canonizados
.
Ed Planeta 1979
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