Los santos que nunca serán canonizados
Unamuno: un creyente por encima de cualquier
"ortodoxia"
Nuestro santo de hoy es demasiado conocido y demasiado religioso para que en breves palabras podamos situarlo en el lugar que le corresponde en nuestro santoral apócrifo.
Se trata de Miguel de Unamuno, el inolvidable rector de la Universidad de Salamanca, muerto de pena a los primeros barruntos de aquella guerra que él llamó con más precisión "incivil".
Unamuno era un espíritu profundamente religioso; era sobre todo, un místico, eso sí, con los pies en el suelo y con una enorme carga revolucionaria. Pero él no podía plegarse a las dos "ortodoxias" que de una forma maniquea exigían de él una entrega total y alienante.
Por una parte, desde los primeros días en Salamanca las cuestiones ideológicas situaron a don Miguel frente al obispo de la diócesis, padre Cámara, y frente a una buena parte también del clero secular y regular. Sus singulares teorías religiosas, de las que no se recataba, y la necesidad siempre proclamada por él de una renovación que debería comenzar por una reforma indígena, popular, laica...,
reforma religiosa al cabo, acompañada de sus clamores en pro de una cultura a la española, sus planteamientos sobre la enseñanza religiosa y sus ataques a los artículos de la Ley de Instrucción Pública de 1857 que establecía la inspección de los prelados diocesanos sobre la enseñanza y el artículo 2º del concordato de 1851, escandalizaron a la mayor parte de la sociedad salmantina.
Pero, por otra parte, Unamuno se vió también en la dolorosa necesidad de chocar con el Partido Socialista Obrero, al que pertenecía, por considerar que en su interior había tambien un germen inquisitorial paralelo al que había denunciado la institución eclesial católica. Y así, el 22 de mayo de 1895, todavía militante del P.S.O., escribía a su amigo Pedro Múgica:
Soy socialista convencido, pero, amigo, los que aquí figuran como tales son intratables, fanáticos, necios de Marx, ignorantes, ordenancistas, intolerantes, llenos de prejuicios de origen burgués, ciegos a las virtudes y a los servicios de la clase media, desconocedores del proceso evolutivo, en fin, que de todo tienen menos de sentido social.
A mí empiezan a llamarme místico, idealista y qué sé yo cuántas cosas más. Me encomodé cuando les oí la enorme barbaridad de que para ser socialisita hay que abrazar el materialismo. Tienen el alma seca, muy seca, es el suyo socialismo de exclusión, de envidia y de guerra y no de inclusión, de amor y de paz.¡Pobre ideal! ¡En qué manos anda el pandero!.
Como vemos, para Unamuno el socialismo debería englobar toda la problemática humana, acoger al hombre entero, tal como es en la realidad, no tal como lo han programado unos sedicentes "científicos" que han osado prescindir de aquellas dimensiones del ser humano de las que no podían -al menos por entonces- dar una razón exactamente científica. Por eso escribe valientemente:
El socialismo es ante todo una gran reforma moral y religiosa, más que económica, es todo un nuevo ideal sustituido al de los pacíficos y dañinos burgueses, ocupados en sutilezas y en entretenimientos ociosos.
Y no es que con esto don Miguel caiga en el idealismo, inoperante, justamente criticado por cualquier escuela socilista seria. Ni mucho menos: su preocupación por lo religioso formaba parte de esa visión global de trasformación de la humanidad como verdadera alternativa al modo de ser burgués. Y así en una carta a Múgica, después de haber dado una conferencia "Nicodemo el fariseo" en el Ateneo de Madrid en 1889, confiesa sin rubor alguno: Son lo económico y lo religioso los dos goznes de la vida humana.
Un par de años más tarde, la economía ha perdido paridad con la religión: La cuestión capital, de la que depeden todas las demás, es la cuestión religiosa, que con la economía son los dos goznes de la historia.
En todo esto, Miguel de Unamuno se forjó su "eterodoxia" por adelantarse a posturas que medio siglo más tarde podrían formar parte de un cristianismo y de un socialismo, ambos pluralistas. Hoy, en efecto, desde la fe cristiana se siente sed de lucha por el socialismo, por un socialismo de rostro humano; como igualmente, desde las viejas posturas marxistas se busca ansiosamente el impulso de una esperanza, de un "Principio-Esperanza", que haga posible galvanizar la lucha hacia ese mundo soñado con colores socialistas, pero que en muchas zonas del planeta se ha remansado en formas aburridos de un triste color grisáceo.
Por eso, don Miguel de Unamuno quedará siempre al margen de una y otra ortodoxia, aunque siempre será un profeta válido para las nuevas generaciones que se liberan de cualquiera de ellas.
-- Ver: José Mª González Ruiz,
Los santos que nunca serán canonizados
Planeta 1979.