Los santos que nunca serán canonizados
Alcide de Gásperi: víctima de la política
"católica"
En más de un documento pontificio de las postrimerías del siglo XIX se anatemizaba la palabra "democracia" con la misma violencia que más tarde lo fueron las palabras "socialismo" y "marxismo".
Pero la historia demostró que la democracia dejaba de ser una aventura catacumbal para convertirse en una forma normal de gobierno. Fue entonces cuando el vértice eclesial no solamente amnistió a los atrevidos "cristianos por la democracia, sino que se apoyó en ellos para influir en la nueva política.
En Italia concretamente el hombre que surgió del escondite fascista para ponerse al frente de la flagrante democracia critiana fué Alcide de Gásperi.
Su hija y secretaria, MarRomana, nos ha dejado, en un libro interesantísimo, los entresijos de aquel gran hombre, que, intentando servir a la Iglesia, fue manipulado por ella y prácticamente desautorizado en su inteligente política democrática.
El punto culminante se alcanzó con motivo de las elecciones administrativas de 1952. Gedda(el hombre de los "Comités Cívicos")y otros exponentes del "mundo católico" intentaban la "unión sagrada entre la Democracia Cristiana y los partidos de derecha, incluyendo al propio partido neofacista (MSI).
La mañana del 19 de abril el jesuita padre Lombardi fue a Castelgandolfo, donde vivía el líder democristiano y presidente del Gobierno, para hablar con su señora. En una hora y media de coloquio supo pasar de las adulaciones a las amenazas, insistiendo en que la Democracia Cristiana ampliase el frente mediante una lista única que llegase hasta la extrema derecha.
Tuvo frases como ésta: El Papa preferiría antes que la conquista electoral del Capitolio por parte de los comunistas, a Stalin y a sus cosacos en la plaza de San Pedro. Y continuó: Fíjese bien, si las elecciones resultan mal, haremos dimitir a su marido. Los esfuerzos de De Gásperi fueron inútiles: venció Gedda con sus "católicos" incondicionales.
Cuando la tarde del día 21 el líder democristiano telefoneaba a su amigo Bonomelli, administrador de la villa pontificia, sólo pudo decirle con voz cansada y ronca: Consummatum est: hemos firmado una declaración, que es una rendición sin condición alguna. De Gásperi había caído en desgracia ante aquella Iglesia, que tanto amaba y a la que había servido con todo su ser.
Tanto es así, que en junio del mismo año, con ocasión del aniversario de su matrimonio y de los votos perpetuos de su hija Lucía, los De Gásperi pidieron, a través de la Embajada italiana en el Vaticano, una audiencia pontificia. El embajador Mameli tuvo que llevarle a De Gásperi una respuesta negativa.
Como cristiano aceptó la humillación _respondió por escrito_, aunque no sé cómo se justificaría; como presidente del Consejo italiano y ministro de Asuntos Exteriores, la dignidad y autoridad que represento y de la cual no puedo despojarme ni siquiera en las relaciones privadas, estoy obligado a expresar mi estupor por un rechazo tan excepcional y a reservarme el exigir a la Secretaría del Estado una aclaración sobre el asunto.
De Gásperi soportó la cruz de su servicio al país hasta agosto de 1953. Después se retiró a la vida privada, lleno de amargura, pero al mismo tiempo pletórico de fe y esperanza cristiana. Sin embargo, comprendió que ya estaba solo: De Gásperi, hombre solo es precisamente el título del libro escrito por su hija y secretaria María Romana.
Ya en 1954 se retiró con la familia a sus montañas nativas y desde allí seguía la equivocada política de su país, al que con tanta inteligencia y dedicación había servido. Casi nadie se acordaba de él. Su muerte acaeció precisamente el 19 de agosto de 1954, rodeado de sus familiares, con plena lucidez y con absoluta conciencia del momento final.
Es curioso observar que en medio de aquella soledad, precisamente en ese mismo agosto de 1954 pocos días antes de su muerte, De Gásperí recibió una cariñosísima carta de solidaridad sincera que decía entre otras cosas: Con esto quiero demostrarle la continuidad espiritual de la gran estima y confianza que conservo de su persona y actividad, para no hablar de otras cosas.
La reaparición inesperada de vez en cuando, en caminos inciertos, de un rostro amigo produce alegría en el corazón y hace siempre mucho bien. Ni que decir tiene que, si pasa por Venecia, será siempre una gran fiesta para mí el acogerlo aquí en el Patriarcado, y repetirle los signos de buena amistad. ¿No trabajamos todos en la luminosa idealidad del bien social y de la paz?
El que esto escribía se llamaba entonces Angelo Giusseppe Roncalli, y años después Juan XXIII.
Es lo que dice el refrán: "Dios los cría y ellos se juntan".
Ver: José Mª González Ruiz:
Los santos que nunca serán canonizados
Ed. Planeta 1979