Los santos que nunca serán canonizados



Miguel Servet: Una conciencia libre,
condenada por todos


Hay santos que si bien nunca serían canonizados por una iglesia, lo podrían ser por otras. Pero el de hoy tiene todas las puertas cerradas: fue víctima de dos Inquisiciones: de la católica, que, no pudiéndolo atrapar vivo, lo quemó en efigie, y de la calvinista, que lo hizo arder y convertirse en cenizas en una hoguera con todas las de la ley

Se trata del aragonés Miguel Servet, nacido en 1509(0511)en la aldea de villanueva de Sigena, caserío de la provincia de Huesca y de la diócesis de Lérida.
La crisis de Servet empezó cuando, muy joven todavía, comenzó sus estudios en Toulouse y no pudo digerir la enmarañada teología trinitaria que se enseñaba en las escuelas de la época. Quizá su mal estuvo en no seguir los consejos de aquel gran creyente y gran intelectual que se llamó Erasmo de Rotteradam, cuando escribía: Definimos demasiadas cosas que sin peligro de salvación, podrían ser dejadas en ignorancia o en duda.

¿Es que no es posible tener amistad con el Padre, con el Hijo y el Espíritu Santo?, sin ser capaz de explicar filosóficamente la distinción entre ellos y entre la generación del Hijo y la procesión del Espíritu Santo?

Efectivamente, el fondo de la cuestión no era duda más o duda menos sobre problemas de enrevesadas cuestiones teológicas, sino de algo tan fundamental en el humanismo
cristiano como es la "libertad para la cual Cristo nos ha liberado". Miguel Servet buscaba ansiosamente un espacio donde fuera posible que cada hombre expusiera sus dudas, sus errores, sus herejías sin que ello se considerara crímen de "lesa majestad".

Él comprendió que los dueños de los destinos del pueblo eran, en el fondo, indiferentes a estos problemas teológicos, pero que, sin embargo, se servían de ellos para establecer las fronteras de su dominio temporal. Y así escribía: Todos me parecen tener parte de verdad y parte error, y cada cual espía el yerro ajeno, incapaz de ver el propio. Quiera Dios en su misericordia hacernos percibir nuestros errores sin obstinación.

Sería fácil juzgar, si a todos se les permitiera hablar en paz en la Iglesia, de modo que todos rivalizaran en el don de la profecía y los que antes se sienten inspirados pudieran escuchar en silencio, como dice Pablo, a los que hablan luego cuando algo se les es revelado. Pero hoy todos rivalizan en el ansia de los honores. Quiera el Señor destruir a los tiranos de la Iglesia. Amén

Esta última frase es la madre del cordero en el intrincado proceso del discutido médico aragonés. Porque, tras sus estudios teológicos en Touluos, Miguel Servet logró luego en París, terminar sus estudios de medicina, que ejerció en aquella ciudad y también en Lión, y Vienne. Sin embargo, ante el temor de ser apresado por la Inquisición española, que lo buscaba, se ocultó bajo un seudónimo de "Michel Villeneuve". Como perito en medicina, fue el descubridor de la circulación pulmonar.

Fue un amigo íntimo de un joven llamado Juan Calvino, con el cual tuvo trato en diversas ocasiones. La Inquisición española llegó a enviar a su hermano Juan Servet, sacerdote de Huesca, para ver si lo localizaba en alguna parte de Europa y lo reconducía a los límites jurisdiccionales del poderoso tribunal.

Pero lo más doloroso fue que el mismo Calvino sirvió de intermediario ante la Inquisición católica francesa para que ésta pudiera descubrir que el llamado "Doctor Villeneuve" era Miguel Servet, tan buscado por la policía inquisitorial española; y es que en el fondo todas las policías se entienden entre sí.

Servet sucumbió finalmente ante el poderoso tribunal inquisitorial del reformismo impuesto por Farel y Calvino en Ginebra. Lo llevaron ante un poste de madera colocado en medio de haces de leña aún verdes. Le pusieron una corona de paja y follaje de azufre. Le sujetaron el cuerpo a la estaca con una cadena de hierro.

Le ataron su último libro "herético" a los brazos y le ciñeron el cuello con cuatro o cinco vueltas de una gruesa cuerda. Servet les pidió entonces que no se la retorcieran más. Cuando el verdugo le atizo el fuego en el propio rostro, dio Servet tal alarido, que todos quedaron horrorizados. Como tardaba en morir, algunos le echaron más madera. Dando un gemido espantoso, gritó por fin: ¡Oh Jesús, Hijo del eterno Dios, ten compasión de mí!


Y al cabo de una media hora expiró.
Roland H. Bainton, el biógrafo de Servet reconoció(a pesar de ser él calvinista) que la historia de Calvino y Servet debería enseñarnos que los ideales de libertad deben ser repensados continuamente. Aún más, hoy día ninguno de nosotros titubearía en arrojar la primera piedra contra la intolerancia de Calvino; pero apenas nos percatamos de que, mientras nos horrorizamos ante ese gran hombre convertido en cenizas por ser fiel a sus ideas religiosas, no dudamos en reducir a polvo ciudades enteras bajo el pretesxto de defender nuestra cultura.

Ver: José Mª González Ruiz, Los santos que nunca serán canonizados

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