Los santos que nunca serán canonizados
¡Bienaventurados ciertos bohemios licenciosos
como W. Whitman!
Aunque nos parezca raro, también en USA hay verdaderos santos apócrifos, por muy paradógica que nos resulte esta conjunción "verdadero-apócrifo". Se trata de Walt Whitman, el más grande de los poetas, que llenó casi todo del siglo XIX.
En diversas épocas de su vida ejerció los oficios más dispares: fue maestro de escuela, carpintero, topócrafo, director de periódicos, empleado público, enfermero de hospitales y, sobre todo, tipógrafo.
Sus poemas están todos recogidos bajo el título Hojas de hierba: se trata de una confesión total de un hombre tolerante, bueno, comprensivo y misericordioso, que poseyó el don poético genial y quiso explicar su posición de Dios, del Universo y de los problemas eternos del hombre. Durante los años de la guerra civil (1861-1865), como enfermero voluntario,Whitman recorrió incansablemente los campos de batalla y los hospitales militares, asistiendo a los enfermos, heridos y moribundos de los Estados del Norte y del Sur, sin mostrar preferencias y con la igual abnegada ternura para todos.
En Hojas de hierba se respira un optimismo casi
paridísíaco, inasequible a cualquier tipo de desaliento.
Es, si se quiere, una Utopía: la democracia de Whitman no existe aún en la tierra. En cuanto a la religión, Whitman cree en su utilidad como uno de los elementos que han de constituir su sociedad ideal, como uno de los elementos de que el hombre y la mujer alcacen su perfecta armonía y equilibrio espirituales, y como un instrumento de concordia y benevolencia; pero es enemigo del formalismo religioso y de la coacción eclesiástica, y así proclama francamente que la democracia no puede ser compatible con la supervivencia de ninguna casta sacerdotal.
Este espíritu de ancha comprensión cristiana lo explicita en su estupendo poema titulado "A aquel que fue crucificado":
Mi espíritu con el tuyo, hermano querido,
No te importe que muchos pronuncien tu nombre
sin comprenderte Yo no pronuncio tu nombre, pero te comprendo.
Yo te señalo con alegría, ¡oh mi camarada! para
saludarte. Y para saludar a quien están contigo.
Antes y desde entonces, y también a los que vendrán,
Para que todos trabajemos juntos, transmitiendo la
misma carga y la misma herencia.
Nosotros que abarcamos todos los continentes
todas las castas, que aceptamos todas las
teologías.
Compasivos, comprensivos, medios de comunicación
entre los hombres,
Caminamos silenciosos en medio de las disputas y
afirmaciones, pero no rechazamos a los
disputantes ni a sus afirmaciones,
Oímos la vocinglería y el estruendo, nos llegan
de todas partes, las discordias, rivalidades,
recriminaciones.
Nos acorralan apremiantemente y nos rodean,
mi camarada.
No obstante, caminamos expeditos, libres por toda
la tierra, viajamos al norte y al sur hasta dejado
nuestra huella imborrable en el tiempo y épocas
diversas.
Hasta haber saturado al tiempo y a las épocas para
que los hombres y mujeres de todas las razas, en
los siglos venideros, puedan ser hermanos y
amantes como lo somos nosotros.
Whitman es, además, un místico. En su poema "La invocación suprema" hay un indudable eco de los versos de Teresa de Cepeda: Que muero porque no muero:
En el último instante, tiernamente,
de las murallas de la poderosa casa fortificada,
del abrazo de los cerrojos, de la guarda de las
puertas herméticas,
quiero exhalarme sutilmente.
Quiero salir deslizándome sin ruido;
con la llave de la dulzura descorrer los
cerrojos, con un murmullo;
abrir de par en par las puertas, oh alma,
tiernamente _sin impaciencia_.
(Fuertes son tus cadenas, oh carne mortal,
fuertes son tus cadenas, oh amor.)
Después de todo esto no es de extrañar que la sociedad puritana en que vivió el gran poeta norteamericano pensara de él que era algo así como un bohemio licencioso.
Hoy sabemos que fue uno de los mejores candidatos al santoral apócrifo, que sanciona la infalible sabiduría del pueblo.
---Ver: José Mª González Ruiz
Los santos que nunca serán canonizados
Ed Planeta 1979