Los santos que nunca serán canonizados



¿Canonizar a una reina?
En todo caso a sus víctimas


En algunos ambientes (muy cercanos al ámbito del "nacional-catolicismo" español)se ha hablado con insistencia de la posibilidad de canonizar a Isabel llamada "Católica". Como quiera que en un proceso de canonización hay uno que de oficio hace el papel de "diablo", me permito anticiparme aquí a cumplir esta tarea con el máximo respeto a los historiadores que piensen lo contrario

En nuestro santoral apócrifo van teniendo preferencia aquellas personas que han sido margianadas en las evaluaciones oficiales, aunque estas fueran procedentes del mismísimo vértice eclesial: en el juego de nuestro género literario.

Ahora bien, la que de alguna manera merecería la posibilidad (si a ello hubiere lugar)de ser sometida a un proceso de canonización no habría de ser Isabel I de Castilla, sino la que en puridad debería haber sido la reina de Castila: Juana, la calunniada y difamada bajo el apodo improbable de "la Beltraneja".

Isabel era hermana de Enrique IV, un rey lleno de complejos de timidez con indudable incidencia en su vida sexual. El doctor Gregorio Marañón le ha dedicado un estudio serio y profundo en su Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo.

Partiendo de una afirmación del padre Mariana en su historia de España (...puédese sospechar que gran parte de esta fábula se forjó en gracia a los Reyes Don Fernado y Doña Isabel para permitirles con mayor facilidad su acceso al trono), no sería improcedente aplicar las leyes esenciales del "materialismo histórico" al bulo de que la princesa Doña Juana no era hija de Enrique IV, sino de su favorito don Beltrán de la Cueva. En efecto, durante varios años la actividad de Enrique IV fue encaminada a un doble fin: salvaguardar el trono para su hija Juana y evitar la insurrección nobiliaria, utilizando más la vía de la negociación que la de la fuerza.

Ahora bien, la única salida para la oligarquía consistió en ofrecer la corona a la infanta Isabel, que se prestó al juego sin escrúpulos. Eso sí, la astuta Infanta exigió que se guardaran las formas legales: de aquí que habría de reconocer a Enrique como soberano legítimo, al mismo tiempo que habría que airear la ilegitimidad de Juana. La concordia habría de imponerse entre los dos bandos. Fue el acuerdo de Toros de Guisando de septiembre de 1468. Isabel era elegida como heredera.

Y aunque la bastardía de Juana no era reconocida oficialmente, Enrique IV, acosado por los nobles, aceptaba la ilegitimidad de su segundo matrimonio con Juana de Portugal, madre de la supuesta "Beltraneja".

Marañón, con toda su prudencia, se inclina casi con certeza por la paternidad de Enrique IV respecto a la princesa Juana. A esto se añade la patética declaración in artículo mortis, tanto de Enrique como de su esposa Juana de Portugal. Esta última juraba, después de recibir la Eucaristía en la Catedral de Sevilla, que Doña Juana era su hija legítima: Hago juramento a Dios y a Santa María y a la señal de la Cruz que con mi mano derecha corporalmete toqué...que yo sé cierto que la dicha Princesa Doña Juana es hija legítima y natural del Rey mi Señor y mía, que por tal la reputé y traté y tuve siempre, y la tengo y la reputo ahora.

Por su parte, Hernando del Pulgar dice que Don Enrique, poco antes de morir, dictó a su notario Juan de Oviedo, una nota en que habla de la "Princesa su hija". Palencia refiere también la postrera conversación del rey moribundo con fray Juan de Mazuelos, en la que solennemente dijo: "Declaro a mi hija heredera de los reinos".

Y ahora nos embarcamos en esa aventurera nave de lo futurible: ¿qué hubiera pasado si la ambición de la llamada "Isabel la católica no la hubiese arrebatado el reino a su sobrina doña Juana? es imposible dar una respuesta convicente. Pero en todo caso podemos soñar dando rienda suelta a nuestra imaginación.

Nosotros andaluces, dice González Ruiz, aquí abajo, sobre todo dentro de las fronteras de aquel maravilloso reino de Granada que los llamados Reyes Católicos arrebataron a sus legítimos detentadores, tenemos que reconocer que en su "conquista" (y no "reconquista")fueron hábiles y astutos, ya que procuraron limar las asperezas de la guerra y sus secuelas con el sistema de capitulizaciones, utilizado en la mayoría de las plazas conquistadas. Pero aquí en Málaga la conciencia de una gran opresión todavía pervive en el recuerdo de los que queremos mirar para atrás en la historia de nuestro pueblo.

En efecto, la resistencia enconada de los malagueños a ser absorbidos en la monarquía castellana por la prepotencia de Fernando e Isabel condujo a éstos a vender a sus habitantes como esclavos, expediente a través del cual la Corona pudo enjugar los gastos económicos de las operaciones contra la plaza.

Quizá por esto, desde Málaga no sea raro que nos atrevamos a incluir en nuestro apócrifo a la calunniada "Beltraneja", como contrapartida posible de la que utilizó a nuestro pueblo como objeto y mercancia para una transacción bélica.

Ver: José Mª González Ruiz, Los santos que nunca
serán canonizados

Ed Planeta 1979
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