Los santos que nunca serán canonizados
Arnaldo de Vilanova: un médico catalán que supo hacer un exacto diagnóstico de la Iglesia medieval
Nuestro santo apócrifo de hoy es un ilustre catalán que llenó casi todo el siglo XIII y los albores del XIV. Fue un médico de reyes y de papas, y su fama científica se extendió por toda Europa, perdurando casi hasta la Edad Moderna.
Su nombre, Arnaldo de Vilanova.
Es curioso observar que la Inquisición, que le venía siguiendo la pista desde mucho tiempo atrás, nunca pudo condenarlo en vida: quizá ello se debiera a su necesaria y urgente presencia en la cabecera de los lechos reales y papales. Pero una vez que hubo muerto, la Inquisición condenó una serie de escritos de Arnaldo, donde sin duda había algunas inexactitudes teológicas, ya que el medico catalan no pretendía un rigor en esta materia.
Pero la verdad era muy otra: Arnaldo fue molesto al vértice eclesial sencilla y llanamente porque era un creyente anticlerical. Si hubiera sido un anticlerical "desde fuera", la institución eclesiástica se había quedado tan tranquila; pero Arnaldo era un creyente profundo y precisamente por eso se creyó en el deber de denunciar las irregularidades evangélicas que él, con la intimidad de que goza un médico, pudo observar y descubrir en el mundo eclesiástico.
Quizá su ingenuidad fue la de creer que el Anticristo estaba al llegar: al fin y al cabo, esta intranquilidad era compartida por muchos grupos "espiritualistas" de la época. Pero en todo caso sus denuncias proféticas se sostienen por sí mismas; independientemente de sus veleidades espiritualistas.
El blanco de sus iras proféticas fueron principalmente los teólogos, hablando de los cuales dice: Quedará vacío el nido marchito de Aristóteles, porque el horrible grazdnar de sus crías atenta contra la verdad, burlándose de sus ministros.
Su polémica con fray Bernal de Puigcercós demuentra que Arnaldo no va precisamente contra la teología en sí, sino contra el racionalismo teológico, tan extendido en su época. De la teología se había hecho una ciencia, cuyos puntos de partida eran los textos bíblicos y los escritos de los "Santos Padres". Este material era utilizado con extrema ligereza, ya que siempre había previamente establecida una tesis que necesariamente tenía que ser "probada" por los textos bíblicos y patrísticos.
Lógicamente este material era objeto de extorsiones y de tergiversaciones que malparaban el frescor del mensaje religioso encerrado en ellos.
Arnaldo era, por una parte, un hombre de ciencia y sabía que esta tiene unos límites, más allá de los mismos no se podía ir; pero precisamente por eso mismo su fe era más pura y fresca, menos racionalista, e iba buscando en las Sagradas Escruturas esa voz de Dios que nunca puede ser probada reducida a un mezquino teorema de ninguna filosofía humana.
Ya en los últimos años de su vida Arnaldo deja de confiar en los eclesiásticos y se dirige a los espirituales, a las comunidades diseminadas en la Provenza y en el Languedoc. Es el momento en que escribe las más ilustres cartas de su espiritualidad, los textos más colmados y más directamente enderezados a la práctica evangélica. Usa con frecuencia en ellas la lengua catalana, mostrando una notable pericia en su empleo.
La "heterodoxia" de estos escritos es fundamentalmente su anticlericalismo: Armaldo arremete contra las instituciones en defensa de un espíritu que se plantea la espiritualidad como una vida de exigencias en respuesta a las llamadas evangélicas a la austeridad.
Sin embargo, es curioso observar que Arnaldo nunca se salió de la institución eclesial y que incluso hizo esfuerzos gigantescos por obtener la reforma de esta misma institución. Así se explica que en vida nunca fuera condenado: su prestigio era demasiado grande y difícilmente el vértice eclesial podría soportar el desprestigio de la condena de un hombre tan famoso como el doctor Arnaldo de Vilanova.
Éste sabía muy bien que podía jugar esta baza, y la jugaba con un espíritu profundamente pracmático, como en su día lo hizo San Pablo cuando utilizaba su condición de "ciudadano romano" para atenuar las persecuciones de las que era objeto él y las comunidades cristianas por él fundadas.
En una palabra: Arnaldo de Vilanova fue un profeta, pero al mismo tiempo, como buen médico, supo hacer un diagnóstico de la realidad concreta de la Iglesia de su tiempo y no soñó con crear una altenativa institucional que a la larga daría los mismos resultados.
Finalmente, el 6 de diciembre de 1311, durante un viaje por mar a Aviñón con el encargo de atender ciertas dolencias del papa, cruza el umbral del Espíritu Arnaldo de Vilanova, médico y profeta.
Ver: José Mª González Ruiz,
Los santos que nunca serán canonizados
Planeta 1979.