Los santos que nunca serán canonizados
Mounier: un revolucionario peligroso
para ambos frentes: prafano y sagrado
Un cristiano no puede hoy dejar de sentirse perseguido por la convicción de que un proletario de Tourcoing o de Terni no tiene el instrumento de análisis necesario para seguir las delicadas distinciones del teólogo y que masas de hombres, los que están más cerca de las condiciones de la solicitud cristiana, van a preguntarse: "La Iglesia no ha excomulgado a los nazis, ¿por qué a nosotros?"
Un cristiano que se atreve a decir estas cosas en público difícilmente pasará por los arcos sagrados del Santo Oficio para obtener el certificado oficial de "santo". Y, sin embargo, el que esto escribía era indudablemente un hombre de Dios, un místico de altos vuelos, a mas de un intelectual lúcido y profundo. Se trata de Emmanuel Mounier, muerto prematuramente en 1950 a la edad de 43 años. Sus reflexiones sobre el personalismo tienen todavía una actualidad palpitante...
Fundador de la revista Esprit, Mounier no cesó desde su importante plataforma de lanzar sus mensajes absolutamente libres e independientes. La Revolución será moral o no será nada. La Revolución será económica o no será. La Revolución económica será moral o no será nada.
Mounier conocía perfectamente el marxismo; y siendo un crítico implacable de la "mística" del capitalismo, no por eso se dejó llevar fácilmente por la retórica marxista, que en sus tiempos estaba ya perfectamente convertida en "vulgata" intocable e incambiable. Y así escribe: Restauraciones recientes del msrxismo auténtico, tras las fórmulas demasiado usadas del marxismo vulgar, lo han sabido distinguir, con justicia, ya de un fatalismo perezoso, ya de un materialismo elemental que no hace actuar más que determinismos mecánicos y lineales, o de un simple racionalismo.
Pero estas correcciones no hacen más que devolver a un pensamiento original la flexibilidad que había esquivado al catequizarse. Y no modifican su orientación final. Queda, en efecto, en la base del marxismo una negación fundamental de lo espiritual como realidad autónoma, primera y creadora.
El creyente Mounier, a pesar de su simpatía, por muchos puntos fundamentales del marxismo, le echa en cara paradójicamente su estrecha visión del hombre: el hecho exclusivo de que el marxismo, en su reacción polémica, no haya sabido distinguir materialismo y realismo y oponer a un espiritualismo desencarnado un realismo espiritual integral del que la filosofía clásica anterior a su desviación idealista, le ofrecía las líneas maestras, muestra hasta qué punto era estrecha la imagen que se hacía de la realidad del hombre.
Con esto Mounier no oponía la revolución espiritual a la revolución material, sino que afirmaba únicamente que no existe revolución material fecunda sin que esté enraizada y orientada espiritualmente. En efecto, los aconteciminetos de su vida privada fueron labrando sus decisiones. Fueron como la trama que se teje sobre la urdimbre de los acontecimientos que rodearon su vida pública. Las reflexiones del padre de familia que contempla el misterio insondable de la noche del espíritu en que vive su hija enferma de encefalitis dan el tono y la dimensión de algo que va mucho más allá de una actitud resignada.
Para Mounier, Cristo es el otro: en el otro se halla la comunión. Frente a quienes dicen que "el infierno son los otros", Mounier afirma con su gesto y con su vida que "los otros son Cristo". Contemplando a su pequeña FranÇoise escribe a su mujer: ¿Qué sentido tendría todo esto si nuestra pequeña no fuera más que un pedazo de carne abismado no se sabe dónde, un pedazo de vida accidentado, y no esta blanca y pequeña hostia que nos sobrepasa a todos, una infinitud de misterio y de amor que nos deslumbraría si la viéramos cara a cara?
Bajo la mirada perdida y lejana de la pequeña FranÇoa, el mismo Dios se halla presente. La niña enferma llega a ser "la imagen de la fe": No nos hemos hecho sermones. Con sólo guardar silencio ante este jóven tesoro, poco a poco nos invadía la alegría. Yo me acercaba a esta cama sin voz como a un altar, a un lugar sagrado donde Dios hablaba a través de un signo. Una tristeza mordiente, profunda, pero ligera y transfigurada. Y a su alrededor sólo encontré una palabra "adoración".
He aquí un verdadero revolucionario peligroso para ambos frentes: sagrado y profano.
Así también fueron todos los profetas que en el mundo han sido.
Ver: José Mª González Ruiz,
Los santos que nunca serán canonizados
Planeta 1979.