Las bienaventuranzas: ¿Lucas versus Mateo?
Mateo tiene ocho bienaventuranzas; Lucas, cuatro. Pero Lucas desdobla sus cuatro bienaventuranzas en cuatro “ayes” o lamentaciones: “bienaventurados los pobres” – “ay de los ricos”.
El estilo de Mateo es sapiencial, sentencioso, como los proverbios, en tercera persona: “bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Lucas es directo, en segunda persona: “bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino del cielo”. Pero la diferencia que más llama la atención es que Mateo especifica que son bienaventurados los pobres “en el espíritu” y “los que tienen hambre y sed de ser justos”, mientras que para Lucas se trata de los pobres-pobres y de los que padecen hambre y sed físicamente, y remacha el clavo con los “ayes” contra los ricos y contra los hartos.
Al calor del creciente interés por el mensaje social del evangelio, algunos desprecian Mateo creyendo que rebajó la exigencia de pobreza. De hecho, durante muchos siglos las bienaventuranzas (y con ellas el cristianismo en general) se han predicado casi exclusivamente según Mateo y con una interpretación socialmente conformista y tranquilizadora, como si dijéramos a los pobres: “Felices vosotros. No sabéis la suerte que tenéis de ser pobres. No os imagináis las preocupaciones que padecemos los ricos, velando por la riqueza del país, de la que algo os llegará. Sobre todo, no se os ocurra hacer reivindicaciones, y menos revoluciones, porque perderíais la felicidad de que ahora gozáis. Eso, sin contar el premio que con seguridad os aguarda en el cielo, al salir de este valle de lágrimas, mientras que los ricos lo tenemos mucho más difícil”.
La asamblea del CELAM de Medellín del 1968, centrada en el tema de “La misión de la Iglesia en un continente en desarrollo”, rompió rotundamente con esta perversión del evangelio, al afirmar que la pobreza que tantas personas sufren sin quererla es un mal, y que solo es una virtud la que algunos escogen voluntariamente y se comprometen a luchar para que no la sufran los que la padecen muy a su pesar.
La interpretación conformista no es fiel al sentido de las bienaventuranzas según Mateo. No hay más que ver como a continuación, en el mismo sermón de la montaña, exhorta a no acumular tesoros en la tierra, y sentencia: “Nadie puede servir a dos señores… No podéis ser servidores de Dios y del dinero” (6,19-20). Cuando Mateo dice “Bienaventurados los pobres en el espíritu”, en realidad quiere decir: “Bienaventurados los pobres hasta en el espíritu”. O sea que para recibir esta bienaventuranza no basta con ser materialmente pobre pero codiciando la riqueza.
Las bienaventuranzas son seguramente la enseñanza más genuina de Jesús. Pero ante las diferencias entre ambos evangelios cabe preguntarse cómo las proclamó Jesús, cuáles fueron sus palabras literales (ipsissima verba). Tuvo que proclamarlas de un modo del que fácilmente pudieran los evangelistas desprender las acomodaciones a las respectivas comunidades a las que dirigían su evangelio. En boca de Jesús, las bienaventuranzas eran la proclamación del reino de Dios que él no solo anunciaba sino que lo instauraba.
A diferencia de los reinos de la tierra, en los que prevalecen los ricos, los poderosos, los listos y los que han hecho méritos, el reino que con las bienaventuranzas proclama Jesús tendrá tres géneros de privilegiados: los pobres, los niños y los pecadores. Las bienaventuranzas, pues, no eran originariamente un programa moral, algo que hay que hacer, sino algo que se recibe, don, pura gracia. Proclaman la bondad del Padre, que hace salir el sol sobre buenos y malos, que ama a todos los hombres, pero que tiene preferencia por los que más lo necesitan.
Un reflejo de este proceder de Dios lo podemos entrever en el proverbio árabe que dice: “¿Cuál es el hijo preferido de una madre? El pequeño, hasta que se hace mayor; el enfermo, hasta que se cura; el ausente, hasta que regresa”. Y podríamos añadir: “…y el sinvergüenza, hasta que sienta cabeza”. Los pobres y los niños no han hecho ningún mérito: les basta con ser lo que son para ser los predilectos de Jesús, y los pecadores no tienen mérito sino demérito, y son también bienaventurados, o sea preferidos.
Pero Mateo y Lucas, al anunciar la buena nueva a sus respectivas comunidades, añaden algo que Jesús ha enseñado en otros momentos. El Vaticano II declara que los cuatro evangelios transmiten fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, hizo y enseñó”, pero escribieron sus evangelios “teniendo presente la situación de las respectivas Iglesias” (Dei Verbum, 19). La diferente problemática de les comunidades a les que Mateo y Lucas se dirigían es lo que explica su diferente presentación de las bienaventuranzas. Pero el don de Dios pide ser acogido, invita a la conversión.
Lo que en el sermón de la montaña sigue a las bienaventuranzas explica cuál ha de ser la respuesta del que haya aceptado la buena noticia, para ser sal de la tierra y luz del mundo. Ambos evangelistas moralizan: Mateo, en sentido espiritual; Lucas, en sentido social. Mateo se dirige a los cristianos palestinenses de origen judío, que tenían el peligro de parecerse a los escribas y fariseos, que hacían consistir la santidad en la materialidad de ser pobres, y por eso añade “en el espíritu”. En cambio Lucas predica a unos cristianos convertidos del paganismo o del judaísmo helenista, que tenían el peligro contrario: familiarizados con las religiones orientales de los misterios, que entonces estaban de moda en todo el imperio romano (como también en nuestros días están de moda algunas sectas esotéricas) tendían a pensar que con el bautismo y demás sacramentos ya tenían asegurada la salvación, sin necesidad de un cambio de vida. Por eso les habla de pobreza material y de hambre física. La conversión cristiana ha de ser sobre todo interior, pero si es auténtica se traducirá en un cambio de vida.
Por lo tanto, se equivocan los que contraponen Lucas a Mateo. Según los tiempos, según las situaciones de las Iglesias y según las circunstancias personales de cada cristiano, puede ser más oportuna la exhortación moral de Mateo para pasar de las exterioridades a una religión del corazón y del espíritu, o habrá que proponer preferentemente a Lucas, que invita a no quedarse en fervores sentimentales y llevar a la vida práctica lo que se ha vivido en el culto.