A vueltas con la “carta colectiva”

El señor Luis Suárez Fernández comentaba en el diario “La Razón” del 13 de agosto “Una carta de monseñor Pacelli”. Se refería a la que según él había dirigido Pacelli al Papa Pío XI recomendando que no se hiciera pública la carta colectiva de los obispos españoles justificando el alzamiento.

Supongo que quería refutar mi artículo “La carta de los obispos españoles que incomodó al Vaticano”, publicado en el diario “El País” el 3 de julio, con ocasión del 80º aniversario de aquel documento episcopal. Pero creo que escribía de oídas, porque la carta que hallé en el Archivo Secreto Vaticano y que ahora he dado a conocer y publicado no la dirigió Pacelli a Pío XI sino al cardenal Gomá, que a petición de Franco había redactado la colectiva.

La carta de Pacelli, datada el 31 de julio, no llegó a enviarse, pero quedó archivada con la indicación, a mano y dentro de un círculo, “sospeso”. Aunque la carta colectiva lleva la fecha de 1 de julio, de hecho no fue enviada a los obispos del mundo entero hasta el 20 de julio y no se hizo pública hasta mediados de agosto, para asegurarse de que los destinatarios formales, los obispos, ya la habían recibido. Tanto retraso se debió a lo complejo de los preparativos, a los reiterados esfuerzos de Gomá por obtener la firma de Vidal y Barraquer y sobre todo a que Gomá esperaba la aprobación del Vaticano, que no llegaba.

Deseando alcanzarla y conociendo las reticencias del Vaticano con el alzamiento, se había moderado mucho en la redacción; por ejemplo, no decía que aquello fuera una cruzada, aunque él mismo y la gran mayoría de obispos españoles ya lo habían afirmado repetidamente.

En Secretaría de Estado debieron de enterarse a última hora de que la carta colectiva ya había sido enviada a los obispos, y por lo tanto ya no se podía detener, y por eso la carta que ahora he dado a conocer no se envió, pero es evidente que la carta colectiva no les gustaba. En repetidas ocasiones Gomá, dirigiéndose a sus íntimos, se queja de que en Roma no han entendido lo que pasa en España, y lo atribuye a eclesiásticos vascos y catalanes de los que el Vaticano hace demasiado caso. Ciertamente, Pío XI y Pacelli daban más crédito al pacifista Vidal y Barraquer que al belicista Gomá, pero la Santa Sede es realista y la guerra se estaba decidiendo cada vez más claramente en favor de Franco; por eso acabó reconociéndolo.


Suárez Fernández se deshace en elogios de la carta colectiva por su denuncia de la persecución religiosa. Fue la causa de la gran resonancia que el documento tuvo en el episcopado mundial y en la opinión internacional, que es lo que perseguía Franco cuando pidió a Gomá que la escribiera, porque ambos contendientes dependían de la ayuda internacional y la guerra se decidía en las cancillerías.

El Osservatore romano, que no había hablado de la carta colectiva, tuvo que empezar a publicar respuestas a ella. Pero si el documento de Gomá acierta (salvo algún comprensible error de detalle) en la denuncia de la terrible persecución religiosa, falta a la verdad cuando niega la terrible represión en la zona nacional, que según serios estudios recientes fue mucho más cuantiosa que la republicana.

Además, las matanzas en la zona republicana se produjeron en los primeros meses, en el descontrol originado por la sublevación militar y a pesar de los esfuerzos de las autoridades para impedirlo, mientras que el terror blanco estaba ya programado en las instrucciones del “Director” (Mola) y perduró a lo largo de toda la guerra y aun en la primera posguerra. La Iglesia española ha de pedir perdón por su complicidad en la represión franquista.
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