¿Deberíamos borrar definitivamente el nombre del Abbé Pierre?

El borrado ha comenzado: la Fundación Abbé Pierre ha decidido cambiar de nombre. Emaús ha cerrado el monumento que le estaba dedicado en Esteville, cerca de Rouen, y va a cambiar su logotipo. Pero más allá de eso, se ha lanzado un vasto movimiento de cambio de nombre en todo el país. ¿Es necesario? ¿Es posible hacer otra cosa?

Pues el Abbé Pierre ha dejado su nombre – o el de su nacimiento Henri Grouès – en unas 300 calles, 150 carreteras, una veintena de plazas y parques, escuelas y colegios, paradas de autobús, placas conmemorativas... ¡en casi 600 lugares de Francia!

En Alfortville, en las afueras de París, donde el fundador de Emaús pasó los últimos años de su vida, el alcalde no ha tardado: la plaza Abbé Pierre se llamará Joséphine Baker. Y el busto del sacerdote será sustituido por una estatua de la cantante.

Tal como van las cosas, el nombre y el rostro de una de las figuras francesas más importantes de la posguerra habrán desaparecido por completo en unos meses.

Sic tránsito gloria mundi. Así pasa la gloria del mundo.

¿Hemos visto alguna vez un movimiento de desafección así?

Nunca. Esto no tiene precedentes. El mariscal Pétain tuvo algunas avenidas durante su vida, rebautizadas como De Gaulle o Libération, una vez que el ocupante fue derrotado. Además, otro mariscal perderá su avenida en París: Bugeaud, sanguinario conquistador de Argelia.

Pero nada que ver con la figura generosa y popular del Abbé Pierre, gran general en la guerra contra la pobreza. Roland Barthes en sus Mitologías de 1957, escribe que su rostro, su barba y su corte de pelo se asemejan a los de la santidad. Se le compara con Francisco de Asís. Fue coronado como la personalidad favorita de los franceses durante 16 años. Lo celebramos y lo conmemoramos. RTL lo convierte en motivo de orgullo por su llamamiento del invierno de 1954 en Radio Luxemburgo.

Hace menos de un año, más de 800.000 espectadores quedaron cautivados por el segundo largometraje dedicado a este hombre excepcional, que entregó su vida a los pobres. Una vida de lucha, así se titulaba. El personaje interpretado por Benjamín Lavernhe dejaba claro que la castidad le resultaba difícil. Pero…

Pero eso fue antes de que se revelara su verdadero rostro. Antes de que descubramos que el héroe es un bastardo. O más precisamente, que el héroe también es un bastardo. Que el hombrecito bueno convivía con un gran asqueroso. La abundancia de pruebas y testimonios, los de una veintena de mujeres, no deja lugar a dudas.

Lo terrible es que el Abbé Pierre fue también un gran luchador de la resistencia y un salvador de los judíos. Y que porque era un icono fue por lo que pudo cometer horrores quedando impune. Intocable y abominable.

Entonces, ¿debería borrarse del espacio público?

Desgraciadamente, ¿qué otra cosa cabe hacer? Esto no significa fingir que no existió. El Abbé Pierre sigue siendo un personaje histórico, admirable en muchos aspectos. Pero ya no puede ser honrado, ya no puede ser modelo, él mismo ha mancillado el nombre que en adelante no aparecerá en ningún frontispicio. Lo cual es afortunado para las víctimas. E infinitamente triste para nuestra historia común.

(“El editorial político” de Patrick Cohen, en la cadena de radio FRANCE INTER, 12 de septiembre de 2024)

Suscribo el comentario desde la primera hasta la última palabra. No quitaría nada, pero me atrevo a añadir dos breves notas al pie:

1) Me pregunto si una sola de las grandes figuras de la humanidad a lo largo de la historia podría ser presentada como modelo si conociéramos “toda su verdad”. Lo que vuelve más triste todavía nuestra historia común.

2) No obstante, no puedo dejar de recordarme una vez más aquello que decía de sí el Hermano Francisco de Asís, según cuenta su primer biógrafo, Tomás de Celano, que lo conoció en persona: “Me parece que soy el más grande de los pecadores, porque, si Dios hubiese tenido con un criminal tanta misericordia como conmigo, sería diez veces más espiritual que yo”. Donde dice pecador, pon, si quieres: delincuente, violador, asesino… o enfermo. Y donde dice Dios, pon, si quieres: vida, casualidad, necesidad, destino… Pero decir Dios es para mí una forma de afirmar que ni la humanidad ni nada en el mundo está condenado.

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