Algunas preguntas sobre “el camino femenino”
| José Arregi
Galo Martínez de la Pera prosigue su solitaria reflexión sobre la comunidad, la construcción de la ciudadanía y de la cultura vasca, el feminismo, el futuro de la humanidad y del humanismo. Lo hace con densidad y brillantez. Acaba de publicar Emearen bidea supergizakiaren aroan (“El camino femenino en la era del superhombre”) (Alberdania 2022), escrito con excelente estilo: profundo y ágil, lleno de destellos, y minuciosamente tejido de principio a fin.
El autor es bien consciente del rumbo que lleva el mundo actual y de los graves peligros que se ciernen sobre él. Y, sin conformismo ni desesperación, hace sonar las alarmas sobre las terribles heridas que vivimos la humanidad y cada pueblo, los pueblos disminuidos y privados de su ser, los seres humanos disminuidos y privados de dignidad, y sobre el futuro aún más desolador que podemos construir. Es de agradecer su esfuerzo, y en lo fundamental coincido con él. Pero, entre las luces, encuentro también enredos. Me referiré a cinco cuestiones principales que me surgen.
1. ¿El superhombre de Nietzsche es inhumano? El término superhombre nos lleva a Nietzsche, pensador genial y profético. Hace 150 años que, en Así habló Zaratustra, anunció la llegada del superhombre. En el camino hacia su ser pleno, dice, el espíritu humano atraviesa tres metamorfosis: se convierte primero en camello, luego en león, luego en niño. El camello cargado, encorvado y sumiso, debe convertirse en león libre: mostrar sus dientes agudos, sacudirse de encima las leyes y cargas que le han impuesto todos los poderes opresores, entre ellos las religiones, y especialmente el cristianismo. Decir NO, ser libre. Ahora bien, para poder acceder a su pleno poder, el león poderoso debe convertirse en niño que juega, inocente y creativo. Decir SÍ a todo su potencial, ser niño.
¡Niño! Galo Martínez, sin embargo, siguiendo los tópicos difundidos por la filosofía conservadora y los teólogos, emplea la palabra superhombre como símbolo del deseo de poder caprichoso, nihilista e ilimitado. Hitler sería su encarnación. O Stalin. Cualquier dictador. Y en este siglo XXI, más concretamente, lo sería esa especie transhumana que, gracias a la biotecnología y la infotecnología, quisieran crear Facebook, Amazon, Google..., una máquina inhumana que convertiría al ser humano en dios, en un ser transhumano que vencerá para siempre la enfermedad y la muerte, en un cruel dictador absoluto que, dotado de conciencia y libertad sin piedad, someterá a esta humanidad normal que padece enfermedad y muerte. La pesadilla de Aldoux Huxley. El suicidio del ser humano y, en definitiva, la ruina de todos.
Estoy plenamente de acuerdo en que la creación de ese monstruo tenebroso es el peligro más grave al que se enfrenta la humanidad. Pero pregunto: ¿el superhombre que Galo Martínez entiende en el sentido más negativo tiene algo que ver con el de Nietzsche? No en mi opinión. En efecto, Nietzsche proclamó el superhombre en el sentido más positivo, como la potencialidad más alta de que está dotado el género humano: la conciencia en comunión, la libertad solidaria, la bondad feliz. Un superhombre niño. Y creo –¿ingenuamente?– que el ser humano puede dar para bien el paso evolutivo más grande que jamás haya dado, es decir, puede desarrollar las capacidades humanas físicas, mentales y espirituales mucho más allá de las del ser humano presente, gracias a las ciencias, la política, la educación y el ejercicio de la espiritualidad. No lo logrará solo con la ciencia, claro está, pero tampoco sin la ciencia. Me parece, pues, injusto decir, como dice Galo, que los científicos están aliado con los poderes financieros totalitarios para eliminar de la tierra la solidaridad y la compasión.
2. Harari, ¿profeta del superhombre inhumano? Más injusta aún me parecen las descalificaciones que lanza contra Yuval Noah Harari, el joven historiador y pensador israelí. El libro abre con estas palabras sobre él: “Un joven sionista que soporta y acepta de buen corazón todas las necesidades y cargas que impone su Estado” (p. 13). ¿Ignora acaso que Harari es uno de los críticos más destacados y comprometidos contra la ley estatal que discrimina a los ciudadanos árabes de Israel, y que por ello se ganó la enemistad de Netanyahu? Galo le acusa de “legitimar y justificar el nazismo” (55), de querer destruir la democracia y los derechos humanos (19), de “creer ciegamente en los milagros de la ciencia y la tecnología” (36), de prometer que “gracias a la ciencia el ser humano se convertirá en dios” (56), de afirmar que “los derechos humanos y la democracia son el fruto más venenoso de la religión monoteísta” (61), de “mediar entre la ciencia y los poderes fácticos” (33). “A Harari solo le importa la clase gobernante, pues a ella es a quien quiere vender su proyecto” (59), dice, y se pregunta “si el superhombre de Harari no es neonazi” (60). Califica sus análisis históricos como "necedades" (24), y lo llama "buen vendedor", "titiritero farsante" (35) y "analfabeto científico" (55). En resumen: “es evidente que el superhombre de Harari trae el totalitarismo bajo el brazo” (63).
He leído con atención más de 1500 páginas de Harari, y lo que está claro es para mí que Galo Martínez no ha al escritor israelí. Porque éste no defiende al superhombre tecnológico todopoderoso Homo deus. En absoluto. Se limita a describir el monstruo (robot o ciborg) inmortal y totalitario que pueden crear las élites económico-militares, valiéndose de la infotecnología y la biotecnología; y nos advierte sobre el mayor desafío del siglo XXI, sobre el grave peligro de que se produzca el desastre más apocalíptico que jamás se ha producido en los 3 millones de años que lleva el género humano: que el monstruo que estamos alimentando convierta a la mayoría de los seres humanos en una masa inútil… Harari nos llama a abrir los ojos ante todos los proyectos totalitarios y a actuar con responsabilidad. La lectura de Galo Martínez me deja estupefacto.
3. ¿La ciencia y los médicos siervos del superhombre? La pandemia del COVID-19, con toda la red que el sistema capitalista financiero ha construido en torno a ella, nos ha enseñado inexplicablemente, dice Galo Martínez, “la verdadera cara del superhombre de Harari”(65), su naturaleza y su conducta totalitaria. La pandemia ha permitido poner por obra “el totalitarismo sanitario” (80), valiéndose del arma del miedo. “El poder y la ciencia se han unido y vuelto idénticos” (70) para sembrar el terror en todas direcciones, para controlarlo todo, para el lucro de los vencedores. “Han convertido nuestros hogares y cuerpos en nuestras cárceles” (85). Y “la respuesta a todos nuestros miedos tiene un nombre: vacuna” (82). ¿De quién dependen y al servicio de quién están los fármacos que nos recetan los médicos, “la entera ciencia objetiva de la salud?” (77). “Depende, por supuesto, del gigante de la industria farmacéutica” (67-68); en definitiva, “depende de los beneficios del capitalismo financiero (68). ¿Y por qué no diríamos lo mismo de todos los carteros, bomberos, profesores, periodistas y… escritores? Las verdades generales se convierten a menudo en mentiras concretas.
Me resultan especialmente duras las barbaridades que vierte sobre quienes han sido los héroes de la pandemia, los sanitarios. “La estrategia antiterrorista y la antiviral –dice– son complementarias” (80), al igual que “la policía y el ejército sanitario” (80), “el rebaño sanitario” y “el rebaño antiterrorista” (78), “La policía antiterrorista y la policía epidemiológica”; son “dos tipos de policía” (84) “que forman parte de una red represiva”. Y sentencia: “La mayoría de los médicos se muestran casi unánimemente a favor de esta estrategia totalitaria” (81). La memoria me lleva a los miles y miles de médicos/as, enfermeras/os y a todo el personal sanitario que han arriesgado o dado su suya para salvar la nuestra. Que nos perdonen todos ellos.
4. ¿Revolución cultural sin política? Comparto la “política negativa” que propone Galo Martínez, a saber, el rechazo de la política del superhombre, basada en el poder y la ganancia, la violencia y la competencia, y el rechazo del Estado autoritario que vertebra dicha política. Concuerdo en que debemos llevar a cabo una revolución cultural, redescubriendo las fuentes vitales originarias del lenguaje, recuperando el alma y el uso de la lengua, respirando el espíritu de los mitos, los ritos, las fiestas, la música y la tierra. Concuerdo también, si lo entiendo bien, en que “la independencia lingüístico-cultural es lo que necesitamos” y “no la independencia político-económica burguesa” (100-113), porque la tierra no pertenece a nadie y la economía, para ser humana, ha de ser solidaria.
De acuerdo. Pero ¿acaso no se trata en todo ello de criterios políticos? Me parece más que discutible la oposición entre revolución cultural y revolución política, y la afirmación de que “la revolución se sitúa fuera del ámbito político” (220) o de que “la verdadera comunidad no puede constituirse mediante la política” (220). ¿Podrá constituirse acaso sin política? “No hay democracia revolucionaria, ni Estado democrático» (95), dice rotundamente –y con razón–, pero la renuncia a la política por el hecho de que la plena democracia no existe es lo que le conviene a la dictadura del superhombre inhumano. ¿Cómo quieres, Galo, llevar a cabo la “política negativa” que propugnas sin practicar algún tipo de política positiva? ¿Cómo quieres construir y asegurar una sociedad comunitaria, comunidades de resistencia revolucionarias y hospitalarias, pegadas a la tierra y no propietarias de la tierra sin hacer política, y sin tratar de imaginar y organizar alguna forma– distinta, nueva– de Estado? ¿Cómo hacer posible una conciencia humana más amplia, la sensibilidad, la cercanía, la compasión, la infancia adulta…, sin promover instituciones más humanas (políticas, quiérase o no), sin organizar la investigación científica, la educación, los servicios sanitarios o el transporte? Es imprescindible decir NO; también lo es decir SI.
5. ¿Dónde quedan los varones en el camino femenino? Para avanzar, Galo Martínez propone “el camino femenino”. También aquí concuerdo con aquello que creo entender: que necesitamos la igualdad de género, la comunidad de seres humanos vulnerables y mortales, de carne y hueso, la revolución de la compasión. Pero algunas afirmaciones me confunden. Por ejemplo, que “la vida es de por sí femenina” (222), que “se debe reconocer la prioridad de lo femenino” (223), que “solo el movimiento feminista ocupa el lugar originario de la revolución” (245), etc. No entiendo exactamente por qué reivindica “la religión de la mujer” y por qué sitúa la atención, la fiesta, la música, la danza, la compasión, la sonrisa infantil o la lógica de la vida (243), así como “la fiesta de los vascos” (247) en el camino femenino. ¿Solo en el femenino, no también en el masculino? ¿O más en el camino femenino que en el masculino? No puedo pensar que la vía revolucionaria que propone Galo Martínez consista en sustituir la sumisión al varón por la sumisión a la mujer. O es confuso mi entendimiento o es confuso su lenguaje.
¿El camino habrá de ser o masculino o femenino? No, sino más bien femenino y masculino, todas las orientaciones sexuales e identidades de género, compañeras de camino, sin subordinación ni fronteras, pues el camino de cada una/o es también el camino de todos los demás. Porque nadie ni nada es sin el otro, sin todos los demás. En todos los átomos del mundo se complementan el polo positivo del protón y el negativo del electrón, y ambos originan la danza creadora del universo.
Aizarna, 12 de septiembre de 2022
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