Para nutrir la esperanza...

Es una región de colinas boscosas donde se buscan setas. Yo la llamo «mi infierno verde», ¡porque es más bien un paraíso!

El sábado pasado tuvimos la oportunidad de asistir a un encuentro testimonial que nos anima a despertar nuestra humanidad más profunda.

La casa de nuestros anfitriones, aislada «en medio de la nada», tiene un recinto rodeado por un muro bajo de arenisca roja, con un enorme roble centenario en el centro, que da sombra a todo el recinto.

Una tarima, un gran hemiciclo de sillas...

¿Quién vendrá aquí a impartir justicia como San Luis?

En pequeños grupos, llega una población sorprendente... Encuentros improbables, pero que pueden engendrar humanismo y fe.

La pareja que nos acoge y los responsables de una asociación de integración nos ayudan a acoger a un sudanés, un comorano, un chino, un congoleño, un guineano, afganos, bangladeshíes, un tamil, colombianos... ¡y se me olvidan unos cuantos!

Todos estos exiliados políticos reconocidos están en vías de regularización. Alojados en dos ciudades vecinas, están aprendiendo francés a distintos niveles según la fecha en que llegaron a nuestro país.

Se intercambian sonrisas, se repiten los nombres, se estrechan las manos... La sonrisa amable es tanto la del acogido como la del anfitrión.

“¡Recuerda que fuiste extranjero en la tierra de Egipto!”

Así que había unos cuarenta participantes, entre ellos sin duda veinticinco extranjeros, «Migrantes» como se llaman a sí mismos. Los demás son personas de buena voluntad, convencidas de la humanidad universal de los seres humanos, incluidos cristianos comprometidos. Cristianos que parecen haber comprendido que la fe se vive en carne humana y no sólo yendo a misa.

Una fuerte brisa de verano susurra a través del gran roble, agitando las hojas y las almas...

Intentamos hablar entre nosotros, aunque sea difícil: un poco de inglés, un poco de español, un poco de francés ¡y el traductor del teléfono! Y en el escenario, los voluntarios se suceden con sus cuentos, sus poemas, sus canciones, sus historias, sus chistes, sus gestos y sus bailes, los recuerdos de sus familias tan lejanas, la sonrisa de su madre a menudo evocada y que humedece los ojos...

 ¡Todo es armonioso en su diversidad! Una caricia aterciopelada en las heridas aún en carne viva.

Luego nos vamos corriendo al buffet compartido, hacemos fotos, volvemos para una 2ª parte... Finalmente nos despedimos y pensamos en volver a verles para ayudarles a aclimatarse a la vida aquí con nosotros...

Mientras tanto, hacia el este, sale una gran luna roja, el farolillo viviente de este festival.

¡Qué maravillosa iniciativa!  ¡Muchas gracias a los organizadores!

“Basta amar…”

Rose Marie Barandiaran Julio de 2024

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