"Desde su elección, Brasil se ha convertido en el epicentro del 'cristoneofascismo'" El Dios necrófilo de Bolsonaro

Los brasileños se movilizan contra Bolsonaro
Los brasileños se movilizan contra Bolsonaro Agencias

"El dios negacionista del calentamiento global, insensible a la violencia de género, supremacista blanco, militarista, hecho a imagen y semejanza del militar Bolsonaro"

"Además de homicida, el dios de Bolsonaro es ecocida que exige sacrificar la naturaleza, sobre todo la destrucción de la selva amazónica, sin reparar que la naturaleza es la fuente de la vida, y Dios es dador de vida frente a los ídolos de muerte del cristoneofascismo"

Desde la elección de Jair Messias Bolsonaro como presidente de Brasil, este país se ha convertido en el epicentro del “cristoneofascismo” y en el lugar donde gobierna la extrema derecha de dios en un acto de la más crasa manipulación de lo sagrado al servicio de una política necrófila o, si se prefiere, de la necropolítica, por utilizar el término del politólogo camerunés Achille Mbembe. Tal situación me lleva a plantear la pregunta por la imagen de dios que subyace y legitima el cristoneofascismo de Bolsonaro. A ella voy a intentar dar respuesta a continuación.

El dios en el que cree el actual presidente de Brasil y con él los cristoneofascistas es el que legitima las dictaduras y denuesta la democracia. Bolsonaro ha defendido la dictadura brasileña que duró más de veinte años, de 1964 a 1985. De ella ha llegado a afirmar que su principal error “fue torturar y no matar”. También ha elogiado el golpe de Estado de Augusto Pinochet y lo ha hecho como respuesta a las críticas de Michelle Bachelet, presidenta de Chile durante dos mandatos (2006-2010, 2014-2018) y actual Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, a la política de Bolsonaro.

Bolsonaro
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Este respondió a Bachelet que se olvidaba “de que su país no era como Cuba solo gracias a los que tuvieron el coraje de dar un `basta´ a la izquierda de 1973, entre estos estaba su padre, entonces brigadier”. La reacción de Bolsonaro no deja lugar a dudas: su dios se pone del lado de los dictadores y verdugos, criminaliza a las víctimas de manera inmisericorde y “almuerza en la mesa del patrón”, como cantara Atahualpa Yupanki en la mítica canción “Preguntitas sobre Dios”.  

Comentando la Declaración postsinodal Querida Amazonía, del papa Francisco, Bolsonaro negó que hubiera fuego en la floresta húmeda y cuestionó en tono burlesco y teocrático el contenido de la exhortación: “El papa Francisco dijo ayer que la Amazonía es de él, que es de todo el mundo; coincidentemente yo estaba ayer con el canciller argentino… el papa es argentino, pero Dios es brasileño”. Es el dios del nacionalismo populista excluyente de Bolsonaro, cuya fe quiere imponer a la ciudadanía brasileña.

El dios de Bolsonaro, según Eleane Brum, es el que odia el mundo globalizado, el que cree que los inmigrantes pueden amenazar la soberanía de Brasil, el que cree que las escuelas del país se han convertido en una verdadera bacanal infantil alentada por profesores defensores de la “ideología de género”. Y yo añado: el dios negacionista del calentamiento global, insensible a la violencia de género, supremacista blanco, militarista, hecho a imagen y semejanza del militar Bolsonaro. Es un dios vengativo, que tiene su representación en el gabinete de odio, dirigido por un de los hijos de Bolsonaro, y no el Dios del perdón, de la compasión y la misericordia como el predicado y practicado por Jesús de Nazaret. Nada que ver con el Dios liberador que opta por las personas y los colectivos empobrecidos.  

Es el dios de la magia y de la superstición. En el momento álgido de la pandemia con decenas de miles de personas brasileñas contagiadas y miles de personas muertas por día, dictó un decreto por el que declaraba los cultos religiosos como “servicio esencial”. Dicha normativa se inspiraba en la afirmación del pastor evangélico Silas Malafaia, uno de sus asesores religiosos: “La iglesia es una agencia de salud emocional, tan importante como los hospitales”.

Asesorado por los pastores de las mega-iglesias, Bolsonaro minusvaloró desde el principio la gravedad del coronavirus, que calificó de “gripecilla”, y de la pandemia, que calificó de psicosis e histeria, mostró su desconfianza de la ciencia y propuso como alternativa la fe. Declaró su cercanía al obispo evangélico Edir Macedo, para quien el coronavirus es una estrategia de Satanás para infundir miedo, pánico e incluso terror, pero solo afecta a la gente sin fe. Como antídoto al coronavirus propone el “coronafé”, que solo es eficaz para quienes creen firmemente en la palabra de Dios, El propio Bolsonaro llegó a profetiza contra el coronavirus ante un grupo de evangélicos que le esperaba enfervorizada aclamándolo como “Mesías” a las puertas del palacio presidencial.

Bolsonaro
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La respuesta a la desconfianza de la ciencia y al carácter mágico-curativo de la fe al margen de la medicina la ofrece el teólogo y filósofo intercultural Raimon Panikkar en su libro La religión, el mundo y el cuerpo(Herder, Barcelona, 2012) cuando afirma: “desligada de la medicina, la religión deja de ser […] una fuente de júbilo […]; se torna una fuerza alienante, que, raramente, puede refugiarse en el ‘negocio’ de salvar almas no encarnadas o en la espera de un cielo proyectado en un futuro lineal, pero que pierde valor terrenal e incluso su raison d’ être, puesto que ya no puede salvar al ser humano real de carne y hueso […] una especie de medicina para otro mundo, al precio de ignorar este de aquí” (p. 111)

Y concluye Panikkar: “La religión sin medicina no es religión, se deshumaniza, se torna cruel y aliena a los seres humanos de su propia vida en esta tierra, La religión sin medicina se vuelve patológica”. (p. 112).  

El dios de Bolsonaro exige el sacrificio de seres humanos, un sacrificio selectivo de las personas, clases sociales y sectores más vulnerables de la población brasileña, entre ellos las comunidades afrodescendientes e indígenas. Esto se ha puesto de manifiesto durante la pandemia con la muerte de 350.000 personas, con un ritmo actual de en torno a 4000 personas por día, que han sido sacrificadas con el más absoluto desprecio por la vida bajo la excusa de salvar la economía. ¡La economía por encima de la vida! La inversión no puede ser más necrófilay contradictoria. Sin vida, no hay economía.

Además de homicida, el dios de Bolsonaro es ecocida que exige sacrificar la naturaleza, sobre todo la destrucción de la selva amazónica, sin reparar que la naturaleza es la fuente de la vida, y Dios es dador de vida frente a los ídolos de muerte del cristoneofascismo.

Juan José Tamayo es teólogo de la liberación y profesor emérito de la Universidad Carlos III de Madrid. Su último libro es La Internacional del odio (Icaria, 2021, 2ª ed.)

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