Dios conoce nuestro pecado pero nos llama por nuestro nombre

En la primera lectura de hoy asistimos al relato del inicio de una hermosa historia de amor, la de Rebeca e Isaac. Un buen día el Señor hizo que coincidieran sus caminos, se cruzaran sus miradas y se alegraran sus corazones. Muy parecido a lo que hoy en día llamaríamos flechazo a primera vista. El amor es el motor de la vida del ser humano. Es la fuerza que nos mueve y nos motiva, que nos ilusiona y nos hace gozar de la belleza de vivir. Todo ser humano necesitamos amar y ser amados. Podemos vernos privados de mil cosas pero si nuestro corazón se siente amado y ama con pasión a alguien odas las penas y pesares se sobrellevan con otro ánimo. No hemos de olvidar que el amor con mayúsculas viene de Dios que es el Amor por excelencia. Vivimos en un mundo que a menudo confunde amor con deseo, amor con tensión sexual, amor con posesión. No. El amor auténtico que nace del corazón de Dios es un amor oblativo, que se dona, que siente el empuje de salir al encuentro del otro, entregarse sin reservas y vivir para hacer feliz al otro. Ese amor nada tiene que ver con la salsa rosa ni la lujuria ni los deseos de posesión. Es un amor que se da que consuela, que edifica y que nos hace crecer.
La mirada de Dios hacia el ser humano es siempre una mirada de amor que edifica y consuela el corazón humano. En el evangelio Jesús mira así a un cobrador de impuestos acostumbrado a recibir miradas de desprecio por su estilo de vida colaboracionista con un pueblo invasor. A Mateo nadie le miraba con amor probablemente. Al menos no con el profundo amor con que le miró Jesús. “En aquel tiempo, vio Jesús a un hombre llamado Mateo”. La mirada de Jesús que desarma toda barrera, toda reserva y que habla directamente al corazón. Con esa mirada amó Jesús a Mateo. Y dejó todo tras escuchar a Jesús que le invitaba: “sígueme”. No lo dudó porque nunca antes había sentido una mirada con tanto amor como aquel día.
Así mismo nos mira el Señor a nosotros.. es siempre una mirada de ternura y compasión. Dios no mira fiscalizando ni condenando… Dios mira sanando. Porque no ha venido a por los justos sino a por los pecadores. Dios no se da por vencido, no tira la toalla y sigue amando al corazón del ser humano haciéndolo capaz de cambiar de vida, de abandonar el pecado, de desear la santidad. El pecado nos humilla, nos aísla, nos destruye… la mirada compasiva y reparadora de Dios nos levanta, nos congrega en una familia y nos edifica como personas…
Escuchemos la voz del Señor que nos mira como a Mateo y con ternura nos dice: “sígueme”.
Y recordemos: El diablo conoce nuestro nombre pero nos llama por nuestro pecado. Dios conoce nuestro pecado pero nos llama por nuestro nombre.
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