S. Francisco de Asís y la eucaristía
En un estudio sobre la doctrina de S. Francisco de Asís acerca de la eucaristía, el franciscano Kajetan Esser O.F.M. recopila algunos textos que manifiestan el profundo amor y respeto de S. Francisco hacia la eucaristía. Me tomo la libertad de recoger algunos de ellos con la intención de compartir algo que a mi me ha hecho mucho bien y que confío ocurra lo mismo a quienes lo lean.
En referencia a la condición pecadora del sacerdote y su dignidad en la celebración del misterio menciona que una vez Francisco se arrodilló ante un sacerdote pecador público y le dijo:
"No sé si sus manos son lo que él dice; pero, aunque así fueran, estoy seguro de que no pueden manchar la virtud y la eficacia de los sacramentos divinos. Más bien, como a través de estas manos descienden muchos beneficios y gracias del Señor al pueblo de Dios, las beso por reverencia de aquellas cosas que ellas administran y de Aquel con cuya autoridad las administran."
Y en otra ocasión, cercano a su muerte, volvió a afirmar su respeto al ministerio sacerdotal:
"Después de esto, el Señor me dio, y me sigue dando, una fe tan grande en los sacerdotes que viven según la norma de la santa Iglesia romana, por su ordenación, que, si me viese perseguido, quiero recurrir a ellos... Y a estos sacerdotes y a todos los otros quiero temer, amar y honrar como a señores míos. Y no quiero advertir pecado en ellos, porque miro en ellos al Hijo de Dios y son mis señores. Y lo hago por este motivo: porque en este siglo nada veo corporalmente del mismo Hijo de Dios sino su santísimo cuerpo y santísima sangre, que ellos reciben y solos ellos administran a otros."
Aunque ese respeto por el ministerio sacerdotal no le privó de amonestar a sus hermanos sacerdotes a que celebraran con el corazón y la intención puesta en Dios y no en las vanidades del mundo:
"Ruego también en el Señor a mis hermanos sacerdotes que son, y serán, y a los que desean ser sacerdotes del Altísimo que, siempre que quieran celebrar la misa ofrezcan purificados, con pureza y reverencia, el verdadero sacrificio del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, con intención santa y limpia, y no por cosa alguna terrena ni por temor o amor de hombre alguno, como para agradar a los hombres; sino que toda voluntad, en cuanto puede con la ayuda de la gracia, se dirija a Dios, deseando con ello complacer al solo sumo Señor, porque sólo Él obra ahí como le place; pues -como El mismo dice: Haced esto en conmemoración mía-, si alguno lo hace de otro modo, se convierte en el traidor Judas y se hace reo del cuerpo y sangre del Señor."
Profundamente consciente del gran don de la eucaristía escribía en su regla que recibieran dignamente el cuerpo de Cristo:
"Reciban con gran humildad y veneración el cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, recordando lo que el Señor dice: "Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna"; y "Haced esto en memoria mía".
Sus llamadas a la penitencia se reforzaban con el convencimiento de la necesidad de la eucaristía para la salvación:
"Y siempre que prediquéis, exhortad al pueblo a la penitencia, y decid que nadie puede salvarse sino el que recibe el cuerpo y sangre del Señor."
"Debemos también confesar todos nuestros pecados al sacerdote; y recibamos de él el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Quien no come su carne y no bebe su sangre, no puede entrar en el reino de Dios... Y a nadie de nosotros quepa la menor duda de que ninguno puede ser salvado sino por las santas palabras y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, que los clérigos pronuncian, proclaman y administran. Y sólo ellos deben administrarlas y no otros."
Uno de los discípulos que mejor lo conocía atestiguaba:
"Comulgaba con frecuencia y con devoción tal, como para infundirla también en los demás. Como tenía en gran reverencia lo que es digno de toda reverencia, ofrecía el sacrificio de todos los miembros, y, al recibir al Cordero inmolado, inmolaba también el alma en el fuego que le ardía de continuo en el altar del corazón."
Con gran celo pedía que se adorara al santísimo cuerpo y sangre de Cristo:
"Os ruego, más encarecidamente que por mí mismo, que, cuando sea oportuno y os parezca que conviene, supliquéis humildemente a los clérigos que veneren, por encima de todo, el santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo."
"Y si en algún lugar el santísimo cuerpo del Señor está colocado muy pobremente, sea puesto y custodiado, según el mandato de la Iglesia, en sitio precioso y sea llevado con gran veneración y administrado a otros con discernimiento."
"Y quiero que estos santísimos misterios sean honrados y venerados por encima de todo y colocados en lugares preciosos."
Y era extraordinaria su sensibilidad hacia la Palabra de Dios como a los objetos litúrgicos:
"Y porque quien es de Dios escucha las palabras de Dios, por eso, los que más especialmente estamos designados para los divinos oficios, debemos no sólo escuchar y hacer lo que dice Dios, sino también custodiar los vasos y los demás objetos que sirven para los oficios y que contienen las santas palabras, para que a nosotros nos vaya calando la celsitud de nuestro Creador y vaya percibiendo El nuestra sumisión. Amonesto por eso a todos mis hermanos y les animo en Cristo a que, donde encuentren palabras divinas escritas, las veneren como puedan, y, por lo que a ellos toca, si no están bien colocadas o en algún lugar están desparramadas indecorosamente por el suelo, las recojan y las repongan en su sitio, honrando al Señor en las palabras que El pronunció. Pues son muchas las cosas que se santifican por medio de las palabras de Dios y es en virtud de las palabras de Cristo como se realiza el sacramento del altar."
La frase que bien resume todo el pensamiento de S. Francisco sobre la eucaristía podría ser:
"Tenemos que amar mucho el amor del que nos ha amado mucho."
Material extraído de: Kajetan Esser, O.F.M., «Missarum sacramenta». Doctrina de san Francisco acerca de la eucaristía, en Ídem, Temas espirituales. Editorial Franciscana Aránzazu, Oñate (Guipúzcoa) 1980, pp. 227-279.
En referencia a la condición pecadora del sacerdote y su dignidad en la celebración del misterio menciona que una vez Francisco se arrodilló ante un sacerdote pecador público y le dijo:
"No sé si sus manos son lo que él dice; pero, aunque así fueran, estoy seguro de que no pueden manchar la virtud y la eficacia de los sacramentos divinos. Más bien, como a través de estas manos descienden muchos beneficios y gracias del Señor al pueblo de Dios, las beso por reverencia de aquellas cosas que ellas administran y de Aquel con cuya autoridad las administran."
Y en otra ocasión, cercano a su muerte, volvió a afirmar su respeto al ministerio sacerdotal:
"Después de esto, el Señor me dio, y me sigue dando, una fe tan grande en los sacerdotes que viven según la norma de la santa Iglesia romana, por su ordenación, que, si me viese perseguido, quiero recurrir a ellos... Y a estos sacerdotes y a todos los otros quiero temer, amar y honrar como a señores míos. Y no quiero advertir pecado en ellos, porque miro en ellos al Hijo de Dios y son mis señores. Y lo hago por este motivo: porque en este siglo nada veo corporalmente del mismo Hijo de Dios sino su santísimo cuerpo y santísima sangre, que ellos reciben y solos ellos administran a otros."
Aunque ese respeto por el ministerio sacerdotal no le privó de amonestar a sus hermanos sacerdotes a que celebraran con el corazón y la intención puesta en Dios y no en las vanidades del mundo:
"Ruego también en el Señor a mis hermanos sacerdotes que son, y serán, y a los que desean ser sacerdotes del Altísimo que, siempre que quieran celebrar la misa ofrezcan purificados, con pureza y reverencia, el verdadero sacrificio del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, con intención santa y limpia, y no por cosa alguna terrena ni por temor o amor de hombre alguno, como para agradar a los hombres; sino que toda voluntad, en cuanto puede con la ayuda de la gracia, se dirija a Dios, deseando con ello complacer al solo sumo Señor, porque sólo Él obra ahí como le place; pues -como El mismo dice: Haced esto en conmemoración mía-, si alguno lo hace de otro modo, se convierte en el traidor Judas y se hace reo del cuerpo y sangre del Señor."
Profundamente consciente del gran don de la eucaristía escribía en su regla que recibieran dignamente el cuerpo de Cristo:
"Reciban con gran humildad y veneración el cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, recordando lo que el Señor dice: "Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna"; y "Haced esto en memoria mía".
Sus llamadas a la penitencia se reforzaban con el convencimiento de la necesidad de la eucaristía para la salvación:
"Y siempre que prediquéis, exhortad al pueblo a la penitencia, y decid que nadie puede salvarse sino el que recibe el cuerpo y sangre del Señor."
"Debemos también confesar todos nuestros pecados al sacerdote; y recibamos de él el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Quien no come su carne y no bebe su sangre, no puede entrar en el reino de Dios... Y a nadie de nosotros quepa la menor duda de que ninguno puede ser salvado sino por las santas palabras y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, que los clérigos pronuncian, proclaman y administran. Y sólo ellos deben administrarlas y no otros."
Uno de los discípulos que mejor lo conocía atestiguaba:
"Comulgaba con frecuencia y con devoción tal, como para infundirla también en los demás. Como tenía en gran reverencia lo que es digno de toda reverencia, ofrecía el sacrificio de todos los miembros, y, al recibir al Cordero inmolado, inmolaba también el alma en el fuego que le ardía de continuo en el altar del corazón."
Con gran celo pedía que se adorara al santísimo cuerpo y sangre de Cristo:
"Os ruego, más encarecidamente que por mí mismo, que, cuando sea oportuno y os parezca que conviene, supliquéis humildemente a los clérigos que veneren, por encima de todo, el santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo."
"Y si en algún lugar el santísimo cuerpo del Señor está colocado muy pobremente, sea puesto y custodiado, según el mandato de la Iglesia, en sitio precioso y sea llevado con gran veneración y administrado a otros con discernimiento."
"Y quiero que estos santísimos misterios sean honrados y venerados por encima de todo y colocados en lugares preciosos."
Y era extraordinaria su sensibilidad hacia la Palabra de Dios como a los objetos litúrgicos:
"Y porque quien es de Dios escucha las palabras de Dios, por eso, los que más especialmente estamos designados para los divinos oficios, debemos no sólo escuchar y hacer lo que dice Dios, sino también custodiar los vasos y los demás objetos que sirven para los oficios y que contienen las santas palabras, para que a nosotros nos vaya calando la celsitud de nuestro Creador y vaya percibiendo El nuestra sumisión. Amonesto por eso a todos mis hermanos y les animo en Cristo a que, donde encuentren palabras divinas escritas, las veneren como puedan, y, por lo que a ellos toca, si no están bien colocadas o en algún lugar están desparramadas indecorosamente por el suelo, las recojan y las repongan en su sitio, honrando al Señor en las palabras que El pronunció. Pues son muchas las cosas que se santifican por medio de las palabras de Dios y es en virtud de las palabras de Cristo como se realiza el sacramento del altar."
La frase que bien resume todo el pensamiento de S. Francisco sobre la eucaristía podría ser:
"Tenemos que amar mucho el amor del que nos ha amado mucho."
Material extraído de: Kajetan Esser, O.F.M., «Missarum sacramenta». Doctrina de san Francisco acerca de la eucaristía, en Ídem, Temas espirituales. Editorial Franciscana Aránzazu, Oñate (Guipúzcoa) 1980, pp. 227-279.