“Yo estoy contigo”, “Yo te guardaré donde quiera que vayas” y “no te abandonaré”.
En la primera lectura de hoy nos encontramos con el pasaje del sueño de Jacob: una escalinata que unía cielo y tierra. Ángeles que subían y bajaban por ella y en lo alto el Señor de pie que habla a Jacob y le promete una descendencia numerosa y tres expresiones muy hermosas: “Yo estoy contigo”, “Yo te guardaré donde quiera que vayas” y “no te abandonaré”.
Al despertarse del sueño Jacob realiza un rito de consagración de aquel lugar: tomó la piedra que le había servido de almohada, derramó aceite sobre ella y puso un nombre al lugar.
Como respuesta del salmo hemos repetido: “Dios mío confío en ti”. Siempre el salmo es respuesta de la comunidad cristiana a la primera lectura. Nosotros hoy, tras escuchar el sueño de Jacob y la alianza entre Dios mismo y él contestamos… “Dios mío, confío en Ti”.
Nos unimos a la experiencia de Jacob y también nosotros estamos llamados a realizar una promesa, una alianza con Dios. Una alianza fruto de la confianza en que Dios nunca falla, no se desentiende, no mira para otro lado, no ningunea al ser humano, le interesan nuestros cansancios y agobios (como nos decía en el evangelio del pasado domingo).
La Palabra de Dios hoy nos habla de confianza. Así lo remarca el Evangelio que hemos proclamado hoy. Alguien se acerca a Jesús desde su dolor ante la muerte de su hija. Pero su confianza en Jesús es tan grande que aún recién fallecida siente el empuje de clamar a Jesús y pedir que vuelva a vivir. La misma confianza de la mujer que yendo Jesús de camino al lugar donde yacía muerta la hija de aquella persona siente el empuje de acercarse a Jesús y tocar su manto con la esperanza de verse sanada de sus pérdidas de sangre. Y así ocurrió! Para Jesús no pasó desapercibido ni el sufrimiento de la mujer ni su profunda fe. Quedó sanada! La mujer recuperó su vida y su salud y aquella niña recuperó el aliento de vida cuando Jesús la tomó de la mano.
Confianza. Tener confianza es vivir con fe. ¿Cómo es nuestra fe? No una fe milagrera ni supersticiosa. Fe en la fuerza que mana del corazón de Jesús. Fe en su mirada misericordiosa que no pasa indiferente ante nosotros.
Pero no todos gozaban de esa confianza. Hubo quien se rio cuando Jesús dijo que la niña no estaba muerta sino dormida. Es una cuestión de confianza.
Algunas de las imágenes que querría recuperar de las lecturas de hoy:
Cada vez que celebramos la eucaristía sucede el sueño de Jacob: El cielo y la tierra se unen, hay un intercambio gozoso entre lo divino y lo humano. En el sacrificio de Jesús en la santa misa, la Iglesia, su esposa, escucha la voz de su Señor que sigue creyendo en nosotros. Recordemos las tres hermosas expresiones: “Yo estoy contigo”, “Yo te guardaré donde quiera que vayas” y “no te abandonaré”.
Al despertarse del sueño Jacob realiza un rito de consagración de aquel lugar: tomó la piedra que le había servido de almohada, derramó aceite sobre ella y puso un nombre al lugar.
Como respuesta del salmo hemos repetido: “Dios mío confío en ti”. Siempre el salmo es respuesta de la comunidad cristiana a la primera lectura. Nosotros hoy, tras escuchar el sueño de Jacob y la alianza entre Dios mismo y él contestamos… “Dios mío, confío en Ti”.
Nos unimos a la experiencia de Jacob y también nosotros estamos llamados a realizar una promesa, una alianza con Dios. Una alianza fruto de la confianza en que Dios nunca falla, no se desentiende, no mira para otro lado, no ningunea al ser humano, le interesan nuestros cansancios y agobios (como nos decía en el evangelio del pasado domingo).
La Palabra de Dios hoy nos habla de confianza. Así lo remarca el Evangelio que hemos proclamado hoy. Alguien se acerca a Jesús desde su dolor ante la muerte de su hija. Pero su confianza en Jesús es tan grande que aún recién fallecida siente el empuje de clamar a Jesús y pedir que vuelva a vivir. La misma confianza de la mujer que yendo Jesús de camino al lugar donde yacía muerta la hija de aquella persona siente el empuje de acercarse a Jesús y tocar su manto con la esperanza de verse sanada de sus pérdidas de sangre. Y así ocurrió! Para Jesús no pasó desapercibido ni el sufrimiento de la mujer ni su profunda fe. Quedó sanada! La mujer recuperó su vida y su salud y aquella niña recuperó el aliento de vida cuando Jesús la tomó de la mano.
Confianza. Tener confianza es vivir con fe. ¿Cómo es nuestra fe? No una fe milagrera ni supersticiosa. Fe en la fuerza que mana del corazón de Jesús. Fe en su mirada misericordiosa que no pasa indiferente ante nosotros.
Pero no todos gozaban de esa confianza. Hubo quien se rio cuando Jesús dijo que la niña no estaba muerta sino dormida. Es una cuestión de confianza.
Algunas de las imágenes que querría recuperar de las lecturas de hoy:
Cada vez que celebramos la eucaristía sucede el sueño de Jacob: El cielo y la tierra se unen, hay un intercambio gozoso entre lo divino y lo humano. En el sacrificio de Jesús en la santa misa, la Iglesia, su esposa, escucha la voz de su Señor que sigue creyendo en nosotros. Recordemos las tres hermosas expresiones: “Yo estoy contigo”, “Yo te guardaré donde quiera que vayas” y “no te abandonaré”.