Cuanto mayor sea el CARGO, mayor sea el SERVICIO
Escuchamos en el Evangelio de Mateo:
“En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo:
En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen.
Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros.
Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo.
El primero entre vosotros será vuestro servidor.
El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”
Siempre me impresiona este texto por la fuerza y la exigencia que expresa. Es una visión del “poder” radicalmente contraria a como, por desgracia, se ha entendido en general y se entiende en la actualidad en este mundo nuestro.
El poder en el proyecto evangélico está al servicio del Reino y es directamente proporcional: a mayor poder en la Iglesia, mayor servicio. Así debería de ser.
Por desgracia no siempre es así y no estamos exentos de caciquismos y prepotencias.
En el texto no solamente se habla del poder como servicio, también se menciona entre líneas la coherencia, el compromiso, la humildad, la sinceridad de corazón en los que sustentan algún cargo en la comunidad cristiana (válido para todo creyente, obviamente).
Desechar actitudes tan contrarias al evangelio como la prepotencia, el creerse superiores a los demás, el gustar de ser servido en lugar de ser servidor, el preocuparse más por las apariencias que por la autenticidad… no debe asustarnos hacer una sana autocrítica y reconocer que entre nosotros también existen estas tentaciones.
Desde este humilde espacio le pido al Señor que nos envíe pastores según su corazón, mansos y humildes, comprometidos y auténticos, amigos de los pequeños y defensores de los pobres, valientes en dar testimonio en un mundo que, a menudo, desprecia a la Iglesia.
Que quienes el Señor siente en la cátedra sean maestros por la convicción de sus palabras, por la fidelidad en la fe recibida, por la coherencia en sus actitudes. Que sean esposos fieles de la Iglesia y que entiendan su vida al servicio y cuidado del pueblo que les ha sido confiado. Que les sirvan y no que se sirvan de ellos.
Nos hacen falta pastores que bien asentados en la tradición recibida y fieles a ella sean hombres de hoy y que miren sin temor al mañana. Que sepan servirse de los medios actuales para anunciar el evangelio y sepan desenvolverse en los nuevos areópagos con sencillez pero sin complejos. Pastores que sin traicionar el depósito de la fe sepan hablar el lenguaje de hoy para los hombres y mujeres de hoy.
“En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo:
En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen.
Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros.
Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo.
El primero entre vosotros será vuestro servidor.
El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”
Siempre me impresiona este texto por la fuerza y la exigencia que expresa. Es una visión del “poder” radicalmente contraria a como, por desgracia, se ha entendido en general y se entiende en la actualidad en este mundo nuestro.
El poder en el proyecto evangélico está al servicio del Reino y es directamente proporcional: a mayor poder en la Iglesia, mayor servicio. Así debería de ser.
Por desgracia no siempre es así y no estamos exentos de caciquismos y prepotencias.
En el texto no solamente se habla del poder como servicio, también se menciona entre líneas la coherencia, el compromiso, la humildad, la sinceridad de corazón en los que sustentan algún cargo en la comunidad cristiana (válido para todo creyente, obviamente).
Desechar actitudes tan contrarias al evangelio como la prepotencia, el creerse superiores a los demás, el gustar de ser servido en lugar de ser servidor, el preocuparse más por las apariencias que por la autenticidad… no debe asustarnos hacer una sana autocrítica y reconocer que entre nosotros también existen estas tentaciones.
Desde este humilde espacio le pido al Señor que nos envíe pastores según su corazón, mansos y humildes, comprometidos y auténticos, amigos de los pequeños y defensores de los pobres, valientes en dar testimonio en un mundo que, a menudo, desprecia a la Iglesia.
Que quienes el Señor siente en la cátedra sean maestros por la convicción de sus palabras, por la fidelidad en la fe recibida, por la coherencia en sus actitudes. Que sean esposos fieles de la Iglesia y que entiendan su vida al servicio y cuidado del pueblo que les ha sido confiado. Que les sirvan y no que se sirvan de ellos.
Nos hacen falta pastores que bien asentados en la tradición recibida y fieles a ella sean hombres de hoy y que miren sin temor al mañana. Que sepan servirse de los medios actuales para anunciar el evangelio y sepan desenvolverse en los nuevos areópagos con sencillez pero sin complejos. Pastores que sin traicionar el depósito de la fe sepan hablar el lenguaje de hoy para los hombres y mujeres de hoy.