La pedagogía del año litúrgico
La pedagogía del año litúrgico proporciona la posibilidad de vivir y profundizar año tras año el misterio de Cristo.
Cuando observamos un río nuestros ojos siempre ven lo mismo pero el correr del agua nos recuerda que, en su esencia, siempre se renueva. El agua no se estanca sino que sigue su curso y lleva una dirección, tiene una orientación.
Podría servirnos esta experiencia revelada en la naturaleza para comprender mejor que aunque estemos celebrando año tras año lo mismo, en realidad, en su esencia, siempre se renueva, se actualiza. Y es que nosotros mismos, sin perder la esencia de quienes somos, no recibimos de igual forma las cosas dependiendo de muchas circunstancias.
El Adviento tiene esa personalidad propia que siempre nos habla de esperanza, de frescura, de renacer. Iniciar el año litúrgico con la invitación que nos hace el Adviento a mantener siempre el espíritu en vela, el corazón cargado de ilusión y esperanza y la mente centrada en lo que realmente es importante nos muestra ya la orientación de lo que es una constante en la vida de un discípulo de Jesús: la novedad del Evangelio, la frescura de su mensaje y la orientación que ofrece en la vida de quien lo acepta.
A lo largo de cuatro semanas de Adviento se edifican algunos de los cimientos que bien asumidos garantizan una vida cristiana vivida en profundidad.
En el primer domingo: la tensión escatológica que nos mantiene en continua espera a la venida del Señor. Una espera activa y confiada que, a la vez, nos muestra una dirección, una orientación vital. Somos peregrinos que debemos vivir siempre despiertos.
En el segundo domingo: la llamada a la conversión del corazón para aceptar el Evangelio en nuestras vidas.
En el tercer domingo: los frutos de la conversión dan vida a nuestro alrededor, la referencia fraternal, la justicia social. El bautismo como generador del hombre nuevo que se adhiere con alegría al plan de salvación de Dios.
En el cuarto domingo: la centralidad de una vida construida desde la fe y la confianza en la voluntad y los planes de Dios. María como modelo inequívoco de discipulado.
Obviamente hemos simplificado mucho pero confío que pueda servir como pinceladas para acercarnos a este tiempo litúrgico tan hermoso con alegría de corazón y vivamos desde la alegría y la esperanza.
Cuando observamos un río nuestros ojos siempre ven lo mismo pero el correr del agua nos recuerda que, en su esencia, siempre se renueva. El agua no se estanca sino que sigue su curso y lleva una dirección, tiene una orientación.
Podría servirnos esta experiencia revelada en la naturaleza para comprender mejor que aunque estemos celebrando año tras año lo mismo, en realidad, en su esencia, siempre se renueva, se actualiza. Y es que nosotros mismos, sin perder la esencia de quienes somos, no recibimos de igual forma las cosas dependiendo de muchas circunstancias.
El Adviento tiene esa personalidad propia que siempre nos habla de esperanza, de frescura, de renacer. Iniciar el año litúrgico con la invitación que nos hace el Adviento a mantener siempre el espíritu en vela, el corazón cargado de ilusión y esperanza y la mente centrada en lo que realmente es importante nos muestra ya la orientación de lo que es una constante en la vida de un discípulo de Jesús: la novedad del Evangelio, la frescura de su mensaje y la orientación que ofrece en la vida de quien lo acepta.
A lo largo de cuatro semanas de Adviento se edifican algunos de los cimientos que bien asumidos garantizan una vida cristiana vivida en profundidad.
En el primer domingo: la tensión escatológica que nos mantiene en continua espera a la venida del Señor. Una espera activa y confiada que, a la vez, nos muestra una dirección, una orientación vital. Somos peregrinos que debemos vivir siempre despiertos.
En el segundo domingo: la llamada a la conversión del corazón para aceptar el Evangelio en nuestras vidas.
En el tercer domingo: los frutos de la conversión dan vida a nuestro alrededor, la referencia fraternal, la justicia social. El bautismo como generador del hombre nuevo que se adhiere con alegría al plan de salvación de Dios.
En el cuarto domingo: la centralidad de una vida construida desde la fe y la confianza en la voluntad y los planes de Dios. María como modelo inequívoco de discipulado.
Obviamente hemos simplificado mucho pero confío que pueda servir como pinceladas para acercarnos a este tiempo litúrgico tan hermoso con alegría de corazón y vivamos desde la alegría y la esperanza.