El reto de evangelizar con la liturgia
En la Exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” del papa Francisco en su número 24 afirma:
“La comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe «festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo.”
Extraordinaria afirmación la que subrayamos en negrita. La belleza de la liturgia es fuente de evangelización “ad extra” y “ad intra”, es decir, que la liturgia evangeliza a quienes no conocen la fe o se han alejado de ella, de igual modo que es fuente de evangelización para la propia comunidad de creyentes.
De aquí el título de esta breve reflexión: El reto de evangelizar con la liturgia. Porque una cosa es el titular que es hermoso y otra muy diferente la realidad que nos encontramos en el día a día de las parroquias y distintas comunidades litúrgicas.
Me gusta la idea de ampliar el reto tanto hacia fuera (de modo que las celebraciones sean motivo de atracción a Cristo por su belleza y profundidad) como hacia dentro (de modo que el pueblo fiel que se congrega cada domingo en torno al altar crezca en su fe y adhesión el proyecto evangelizador. No es tarea fácil ni una cosa ni otra.
Sin ir más lejos comparto mi experiencia en algún bautizo que se ha celebrado dentro de la eucaristía con la conjunción de dos sectores, si se me permite. Esto es, el pueblo fiel que domingo tras domingo participa de la eucaristía y la familia que se acerca a celebrar el bautismo. Los lectores probablemente han vivido una situación semejante y recordarán lo que probablemente suele ocurrir.
El bautismo hoy se ha convertido junto a las bodas y funerales en momentos de encuentro de las familias en los que para algunos es un día de fiesta y banquete (en los dos primeros casos), para otros es un día de reencuentros tras años sin verse y, por que no, para algunos serán momentos de encuentro con el Señor que sale a su encuentro. Son momentos del primer anuncio. Para muchos son los únicos momentos que pisan una iglesia y que resulta profundamente complicado conseguir captar su atención para que puedan saborear todo el sabor y profundidad de lo que celebramos. Nos encontramos en tierra de misión en nuestra propia casa. La mayoría de los asistentes fueron bautizados y, probablemente, recibieron la primera comunión e hicieron la primera confesión. Extraño ya los que también recibieron la confirmación pero “haberlos haylos”. Pero un gran número, quizás la mayoría, no tienen el corazón en sintonía ni con el evangelio ni con la Iglesia. Si se consigue captar su atención haciendo que no haya barullo ya lo consideramos un éxito.
Evangelizar en estas celebraciones litúrgicas es un reto ¡grande y urgente!
Si llegados a este punto de la reflexión hay alguien que está esperando una receta o una solución infalible para solventar esta situación lamento decepcionarle pero no la tengo. Tengo únicamente intuiciones y convencimientos.
Intuyo que si celebramos bien, con profundidad y convencimiento algo queda en el corazón del asistente. Intuyo que en realidad todos tenemos sed de sentido y que el reto está en llegar a tocar el punto clave que despierte el alma dormida.
Y tengo el convencimiento de que no hay que rebajar la belleza de la liturgia a modos, formas y estilos que la desvirtúen. Tengo el convencimiento de que si el sacerdote es el primero en sentir, con todas las letras, la importancia y profundidad de lo que celebra, algo transmitirá. El convencimiento de que si la comunidad parroquial se empieza a tomar en serio su formación teológica y litúrgica tendrá un papel muy importante de transmisión y contagio de la fe.
Evangelizar es siempre un reto, es entrar en tierra de otro para contagiarle la alegría del evangelio. La liturgia, no nos quepa duda, es un excelente medio tanto para evangelizar a quienes no conocen a Cristo o se alejaron como a la propia comunidad local que fielmente asiste cada domingo.
Benedicto XVI afirmó en un discurso del 26 de mayo del 2011:
“La oración —que tiene su cumbre en la liturgia, cuya forma está custodiada por la tradición viva de la Iglesia— siempre es un dejar espacio a Dios: su acción nos hace partícipes de la historia de la salvación”.
Dejar espacio a Dios. Quizás una buena forma de empezar a evangelizar con la liturgia es siendo los primeros que dejamos espacio a Dios y nos llenemos de Él. Solo así, quienes se acercan a celebrar con nosotros podrán redescubrir la belleza de dejarse enamorar por Cristo.
“La comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe «festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo.”
Extraordinaria afirmación la que subrayamos en negrita. La belleza de la liturgia es fuente de evangelización “ad extra” y “ad intra”, es decir, que la liturgia evangeliza a quienes no conocen la fe o se han alejado de ella, de igual modo que es fuente de evangelización para la propia comunidad de creyentes.
De aquí el título de esta breve reflexión: El reto de evangelizar con la liturgia. Porque una cosa es el titular que es hermoso y otra muy diferente la realidad que nos encontramos en el día a día de las parroquias y distintas comunidades litúrgicas.
Me gusta la idea de ampliar el reto tanto hacia fuera (de modo que las celebraciones sean motivo de atracción a Cristo por su belleza y profundidad) como hacia dentro (de modo que el pueblo fiel que se congrega cada domingo en torno al altar crezca en su fe y adhesión el proyecto evangelizador. No es tarea fácil ni una cosa ni otra.
Sin ir más lejos comparto mi experiencia en algún bautizo que se ha celebrado dentro de la eucaristía con la conjunción de dos sectores, si se me permite. Esto es, el pueblo fiel que domingo tras domingo participa de la eucaristía y la familia que se acerca a celebrar el bautismo. Los lectores probablemente han vivido una situación semejante y recordarán lo que probablemente suele ocurrir.
El bautismo hoy se ha convertido junto a las bodas y funerales en momentos de encuentro de las familias en los que para algunos es un día de fiesta y banquete (en los dos primeros casos), para otros es un día de reencuentros tras años sin verse y, por que no, para algunos serán momentos de encuentro con el Señor que sale a su encuentro. Son momentos del primer anuncio. Para muchos son los únicos momentos que pisan una iglesia y que resulta profundamente complicado conseguir captar su atención para que puedan saborear todo el sabor y profundidad de lo que celebramos. Nos encontramos en tierra de misión en nuestra propia casa. La mayoría de los asistentes fueron bautizados y, probablemente, recibieron la primera comunión e hicieron la primera confesión. Extraño ya los que también recibieron la confirmación pero “haberlos haylos”. Pero un gran número, quizás la mayoría, no tienen el corazón en sintonía ni con el evangelio ni con la Iglesia. Si se consigue captar su atención haciendo que no haya barullo ya lo consideramos un éxito.
Evangelizar en estas celebraciones litúrgicas es un reto ¡grande y urgente!
Si llegados a este punto de la reflexión hay alguien que está esperando una receta o una solución infalible para solventar esta situación lamento decepcionarle pero no la tengo. Tengo únicamente intuiciones y convencimientos.
Intuyo que si celebramos bien, con profundidad y convencimiento algo queda en el corazón del asistente. Intuyo que en realidad todos tenemos sed de sentido y que el reto está en llegar a tocar el punto clave que despierte el alma dormida.
Y tengo el convencimiento de que no hay que rebajar la belleza de la liturgia a modos, formas y estilos que la desvirtúen. Tengo el convencimiento de que si el sacerdote es el primero en sentir, con todas las letras, la importancia y profundidad de lo que celebra, algo transmitirá. El convencimiento de que si la comunidad parroquial se empieza a tomar en serio su formación teológica y litúrgica tendrá un papel muy importante de transmisión y contagio de la fe.
Evangelizar es siempre un reto, es entrar en tierra de otro para contagiarle la alegría del evangelio. La liturgia, no nos quepa duda, es un excelente medio tanto para evangelizar a quienes no conocen a Cristo o se alejaron como a la propia comunidad local que fielmente asiste cada domingo.
Benedicto XVI afirmó en un discurso del 26 de mayo del 2011:
“La oración —que tiene su cumbre en la liturgia, cuya forma está custodiada por la tradición viva de la Iglesia— siempre es un dejar espacio a Dios: su acción nos hace partícipes de la historia de la salvación”.
Dejar espacio a Dios. Quizás una buena forma de empezar a evangelizar con la liturgia es siendo los primeros que dejamos espacio a Dios y nos llenemos de Él. Solo así, quienes se acercan a celebrar con nosotros podrán redescubrir la belleza de dejarse enamorar por Cristo.