El ritmo adecuado de la celebración litúrgica
"En seguida, el sacerdote invita al pueblo a orar, y todos, juntamente con el sacerdote, guardan UN MOMENTO DE SILENCIO para hacerse conscientes de que están en la presencia de Dios y puedan formular en su espíritu sus deseos. Entonces el sacerdote dice la oración que suele llamarse “colecta” y por la cual se expresa el carácter de la celebración. Por una antigua tradición de la Iglesia, la oración colecta ordinariamente se dirige a Dios Padre, por Cristo en el Espíritu Santo... y termina con la conclusión trinitaria"
IGMR 54
La celebración litúrgica tiene un tempo, un ritmo propio que no es ni tan lento que resulte sofocante ni tan rápido que impida interiorizar lo que estamos celebrando.
Para vivir bien el ritmo celebrativo hemos de saber armonizar adecuadamente los silencios con las palabras y los gestos.
En este número de la IGMR se especifica que tras la invitación del sacerdote al pueblo a orar con la oración colecta se guarde un momento ADECUADO de silencio (volvemos a recordar lo importante del sentido común, ni tan largo que genere inquietud y despiste ni tan corto que no de tiempo a ponerse en presencia del Señor).
En la celebración litúrgica no oramos solo con las palabras, lo hacemos con todo nuestro ser y nuestras capacidades de expresión. No solo palabras, por tanto, también los gestos y los silencios. Saber hacer uso de todo ello con naturalidad y armonía ayuda a la comunidad congregada a entrar con cuerpo y corazón en lo que está celebrando. Por el contrario, cuando los sacerdotes no respetamos este "tempo propio" despistamos en nuestro pueblo. Hay sacerdotes que celebran con tal lentitud que la celebración adquiere un ritmo pesado y soporífero. De igual modo, quienes celebran a toda prisa hacen que la celebración se convierta en mero trámite, algo superficial que no ha calado en el corazón de la asamblea.
Es muy grande lo que celebramos como para hacerlo de cualquier manera... si el sacerdote pone toda su atención, corazón e interés contagia a la comunidad. Cuidemos estos detalles, sirvamos bien a nuestro pueblo y que la belleza de nuestras liturgias atraigan a muchos a Cristo.
El arte de celebrar tiene en cuenta estos detalles que facilitan y ayudan a crear la atmósfera de oración y recogimiento que necesitamos en la Eucaristía.
IGMR 54
La celebración litúrgica tiene un tempo, un ritmo propio que no es ni tan lento que resulte sofocante ni tan rápido que impida interiorizar lo que estamos celebrando.
Para vivir bien el ritmo celebrativo hemos de saber armonizar adecuadamente los silencios con las palabras y los gestos.
En este número de la IGMR se especifica que tras la invitación del sacerdote al pueblo a orar con la oración colecta se guarde un momento ADECUADO de silencio (volvemos a recordar lo importante del sentido común, ni tan largo que genere inquietud y despiste ni tan corto que no de tiempo a ponerse en presencia del Señor).
En la celebración litúrgica no oramos solo con las palabras, lo hacemos con todo nuestro ser y nuestras capacidades de expresión. No solo palabras, por tanto, también los gestos y los silencios. Saber hacer uso de todo ello con naturalidad y armonía ayuda a la comunidad congregada a entrar con cuerpo y corazón en lo que está celebrando. Por el contrario, cuando los sacerdotes no respetamos este "tempo propio" despistamos en nuestro pueblo. Hay sacerdotes que celebran con tal lentitud que la celebración adquiere un ritmo pesado y soporífero. De igual modo, quienes celebran a toda prisa hacen que la celebración se convierta en mero trámite, algo superficial que no ha calado en el corazón de la asamblea.
Es muy grande lo que celebramos como para hacerlo de cualquier manera... si el sacerdote pone toda su atención, corazón e interés contagia a la comunidad. Cuidemos estos detalles, sirvamos bien a nuestro pueblo y que la belleza de nuestras liturgias atraigan a muchos a Cristo.
El arte de celebrar tiene en cuenta estos detalles que facilitan y ayudan a crear la atmósfera de oración y recogimiento que necesitamos en la Eucaristía.