Banqueros de Dios, judíos. Religión y economía

Así, al menos, nos andan repitiendo. Ésta es la noticia día a día: ¿Cómo va la Banca? ¿Cómo están los créditos y cómo estarán las pensiones? Evidentemente, el problema es complejo y yo no puedo plantearlo en sentido técnico. Pero la Biblia y la historia nos dicen algo sobre el tema Será bueno conocer lo que hay al fondo de ella, en sentido religioso y social.. Evidentemente, los judíos no han sido, ni son, los únicos banqueros, pero su aportación ha sido importante en el surgimiento del sistema crediticio, que tiende a dominar nuestro mundo (para bien o para mal).

En ese contexto he querido ofrecer unas sencillas reflexiones sobre las vinculaciones del judaísmo y la banca, desde la Edad Media, y lo hago en el contexto del DICCIONARIO DE LAS TRES RELIGIONES, donde hemos introducido más de veinte entradas sobre monoteísmo (judío, cristiano, musulmán) y economía y dinero, pobreza y solidaridad etc. Espero que la aportación que hoy ofrezco pueda ser valiosa para algunos. Seguiré añadiendo en días próximos algunas ideas ulteriores sobre el sentido del dinero en la Biblia y en la sociedad actual. Es evidente que Biblia y Cristianismo, por sí solos, no pueden resolver el problema, pero ayudan a plantearlo. Para el lector curioso, quiero adelantar que comento una citaa de Marx muy sabrosa, y posiblemente mentirosa, sobre los judíos y el dinero. Evidentmente, los judíos no son los banqueros de Dios, sino algo infinitamente más grande (como pueblo y religión, como cultura experiencia humana), aunque algunos les hayan acusado de eso (En la imagen un Banquero Judío, según una imagen renacentista deformada). Buen día.
1. El judaísmo ¿religión económica?
Se ha dicho con frecuencia que el judaísmo constituye una “religión del dinero”, que ha traducido la fe en Dios en forma “ventaja económica”, expresando así la promesa de bendición divina (Alianza: “yo estaré con vosotros”) en promesa de éxito económico. En esa línea se añade con frecuencia que ellos han sido los verdaderos inventores del dinero, en el sentido moderno del término: un dinero que no es un simple medio de intercambios económicos, sino un valor en sí, llegando así a dominar sobre gran parte del mundo.
Esa afirmación puede tener algo de fundamento, pero en sentido muy limitado, vinculado al mismo carácter específico del pueblo judío, que se hallaba extendido a comienzos de la edad media en todo el mundo conocido, desde la India y Persia hasta el Occidente (Magreb, España), ejerciendo funciones de mediación entre culturas y reinos. Entre esas funciones mediadoras ha estado, sin duda, la económica, vinculada al dinero.
Esa función “monetaria” del judaísmo está fundada ya en su propia fidelidad moral concreta, que ha sido fijada en la Misná (siglo II), donde se detallan y precisan, de un modo minucioso, los intercambios económicos. En esa línea, los judíos han podido realizar una función mediadora en el campo económico valiéndose de su propia identidad de “pueblo” internacional, sin tierra propia (sin grandes posesiones inmobiliarias), pero con mucha capacidad de contactos sociales entre los diversos países y grupos del mundo.
Desde el siglo VIII d. C., los judíos fueron intermediarios entre países cristianos y musulmanes, como antes lo habían sido entre bizantinos y persas. Así les encontramos como “banqueros” o mediadores económicos entre los califas de Bagdad o de Córdoba y los reinos cristianos (y entre los reinos cristianos), de manera que pudieron establecer una especie de “economía precapitalista”, al servicio del dinero, ya en la Edad Media. Como pueblo internacional, ellos pudieron actuar como mediadores natos entre los diversos reinos y países. De esa forma agilizaron el uso del dinero, racionalizando su empleo, a través de un sistema de intercambios, que están en la base de gran parte de la economía moderna. De esa forma impulsaron el crédito (con la letra de cambio) y el comercio. Es lógico que, en esa línea, los judíos hayan suscitado desde la Edad Media un fuerte antagonismo, que se expresa en unas palabras famosas de Kart Marx, de origen precisamente judío:
«¿Cuál es el fundamento secular del judaísmo? La necesidad práctica, el interés egoísta. ¿Cuál es el culto secular practicado por el judío? La usura. ¿Cuál su dios secular? El dinero. Pues bien, la emancipación de la usura y del dinero, es decir, del judaísmo práctico, real, sería la auto-emancipación de nuestra época. Una organización de la sociedad que acabase con las premisas de la usura y, por tanto, con la posibilidad de ésta, haría imposible el judío. Su conciencia religiosa se despejaría como un vapor turbio que flotara en la atmósfera real de la sociedad» (Sobre la cuestión judía).
Estas frases de MARX, escritas en su opúsculo anti-semita Zur Judenfrage (1844), tienen cierta verosimilitud, pero pueden y deben matizarse con mucho cuidado y, en último término, son falsas. El judaísmo no es religión de dinero, sino del Dios que se revela como divino a través de la mediación de un pueblo.
2. La banca.
En un sentido extenso, los judíos fueron los primeros banqueros de Europa, no sólo por su movilidad, sus contactos sociales y su habilidad comercial, sino también porque se lo permitía su ley judío. Ellos no ejercieron de “banqueros” sólo por deseo propio, sino por necesidad, porque eran los únicos que tenían libertad y preparación para ellos, pues la Iglesia había prohibido a los cristianos el préstamo con “interés” (usura), tomando precisamente como base unas citas del Antiguo Testamento judío (Lev 25, 36; Dt 23, 20 y Ez 18, 8-9), aplicándolas en sentido universal (al menos para todos los cristianos entre sí). Pues bien, los judíos habían “reinterpretado” esas prohibiciones a partir de la misma Biblia, donde, ciertamente, se prohíbe prestar con usura a los hermanos judíos (Ex 22, 24, Lev 25, 37; Dt 15, 8), pero no a los extranjeros, conforme a Dt 23, 21: «Podrás cargar intereses a los extraños, pero no a tus hermanos».
En esa línea se entiende la promesa del Deuteronomio, tantas veces aducida contra el judaísmo: «No habrá pobres entre vosotros… porque te bendecirá Yahvé tu Dios, como te ha dicho… Tú prestarás a muchos pueblos y no pedirás prestado, dominarás a muchos pueblos y no serás dominado» (Dt 15, 6). En su forma concreta, la economía naciente de Europa exigía el préstamo… y, según ley, los únicos que podían prestar eran los judíos que, además, estaban preparados para ellos. Lógicamente, ellos fueron los primeros banqueros (buenos banqueros) al comienzo de la Edad Media. Muchos de ellos se hicieron así razonablemente ricos, en un tiempo en que no había dinero (la única propiedad de los cristianos era la tierra). Realizaron una función necesaria, pero lógicamente fueron criticados y perseguidos por ella.
Pero más tarde los judíos dejaron de ser los (únicos) banqueros de Europa, porque la Iglesia católica, que había prohibido estrictamente el préstamo con interés (por ejemplo en el Concilio II de Letrán, año 1139), fue cambiando lentamente de opinión a lo largo de los siglos XIII-XIV, basándose en las reflexiones de los teólogos y, sobre todo, de las necesidades prácticas de la nueva economía. En ese momento, a partir del siglo XIV, surgieron los grandes bancos italianos, flamencos y alemanes, con los que se inició la nueva economía occidental (el pre-capitalismo estrictamente dicho).
Los judíos perdieron el monopolio, pero siguieron siendo maestros en el “arte” del dinero y de la economía. Sin embargo, la acusación de Marx y de otros anti-semitas (que han identificado el Dios del judaísmo) con el dinero es totalmente falsa. Ciertamente, muchos judíos (y muchísimos cristianos) han identificado de hecho a Dios con el dinero (con un tipo de usura y/o capital), pero el judaísmo ha sido y sigue siendo infinitamente más que eso. En esa línea, podemos aceptar las palabras de Marx sobre la “emancipación del judaísmo”, como dirigidas a la “liberación” de la humanidad (a la superación de un sistema capitalista), no a la supresión o destrucción de un pueblo como el judío, que ha ofrecido y sigue ofreciendo unas aportaciones básicas a la historia.
3. La aportación judía en el campo económico.
Las palabras de la “doble moral” de Dt 15, 1-7 (no prestarás con usura a tu pueblo, podrás prestar a los extranjeros), ampliadas por Lev 25, 39-46 al campo de la esclavitud (no tendrás esclavos judíos… tus esclavos o esclavas provendrán de las naciones de alrededor), resultan hoy muy desafortunadas y provienen de un contexto social y religioso que debe ser superado, conforme a la misma dinámica de universalidad del judaísmo. Pero no olvidemos que ellas se han aplicado más tarde en ámbito cristiano (y musulmán) y se siguen aplicando de manera despiadada en las estructuras sociales de nuestro tiempo.
En esa línea no podemos olvidar que, junto a ellas, el judaísmo clásico y moderno ha desarrollado una mentalidad muy humana en el campo de las relaciones económicas.
(1) El judaísmo ha insistido siempre en la cooperación económica, que se ha puesto de relieve en las relaciones entre los mismos judíos, pero que ahora puede y debe ampliarse a toda la humanidad.
(2) El judaísmo ha destacado siempre la exigencia y valor del trabajo, en contra de una mentalidad de origen helenista, que ha distinguido entre trabajos serviles (de esclavos o siervos) y funciones liberales (de hombres libres). El ideal judío ha sido y sigue siendo que todos vivan de su propio trabajo, más que del dinero o de las rentas.
(3) El judaísmo ha defendido siempre la moralidad económica, una moralidad anclada en los valores de la tradición y de la familia. En ese sentido, un tipo de capitalismo que destruya la familia y nivele todas las tradiciones humanas, en pos de un dinero sin alma (sin valor personal de fondo) es profundamente antijudío. A partir de las tradiciones judías, se puede y se debe elaborar una moral del comercio justo (alguien diría del “capitalismo junto”, que esté al servicio de la humanidad).
(4) Finalmente, dentro del judaísmo clásico, la mayor aportación económica es el sábado, es decir, la afirmación de un día que está por encima del trabajo y de la economía, un día que recuerda que todo lo anterior está al servicio del descanso, del gozo, de la oración.