15. 7. 20. Buenaventura y el espíritu de Francisco. Un tema candente. (Benedicto XVI y Arregi)
Buenaventura es un santo discutido, como muestra la polémica desatada por la catequesis del Papa, el 10 de Marzo de este año, que aquí reproduzco, con un comentario de Jose Arregi. Para celebrar la fiesta de San Buenaventura hay que conocerle bien, superando la forma en que él mismo interpretó a Francisco, su hermano fundador. Éste es el argumento del post:
(a) Extracto de la catequesis de Benedicto XVI, en la que dice que Buenaventrua intepretó bien a Francisco, dentro del espíritu jerárquico y del orden de la Iglesia Católico.
(b) Comentario de J. Arregi, donde (admirando a San Buenaventura) dide que no fue plenamente fiel al espíritu de pobreza y de libertad de Francisco.
(c) Brevísima semblanza de San Buenaventura, en la que también yo opino que Buenaventura tuvo que "retocar" poderosametne el espíritu de Frandicso.
Éste es un tema esencial para entender la historia de la Iglesia Moderna. Francisco quiso volver al evangelio "sin glosa", para vivir en libertad dentro de una Iglesia de Hermanos. Buenaventura introduce el evangelio en la "glosa" de un sistema jerárquico y clerical, compatible con el poder de la Iglesia. Triunfó de nuevo el orden sobre el carisma. Por eso es importante estudiar el tema, para entender la situación actual de la Iglesia y de la humanidad,
Éste es un tema esencial para entender la opción eclesial de Benedicto XVI (y del conjunto de la Iglesia Católica), que ha seguido el camino de San Buenaventura, exaltando a Francisco de Asis, pero cerrando el paso el despliegue de su "espíritu". No se trata de un tema limitado al "franciscanismo" como alguno puede suponer, sino un tema de Iglesia total, de interpretación de conjunto del evangelio y de la historia de Europa.
Introducción
Éstos son los temas que desarrollo en este post:
a) La Catequesis del Papa (10 3. 2010) ha sido publicada en www. vatican.va y también en Zenit: http://www.zenit.org/article-34587?l=spanish. El Papa presenta a Buenaventura como “intérprete autorizado” de San Francisco, en contra del riesgo de los joaquinitas (Joaquín de Fiore) y de los “franciscanos espirituales”, que habrían querido renovar (y recrear) la Iglesia desde la pobreza y la fraternidad, desligándola de la riqueza oficial de príncipes y obispos y de la autoridad que unifica jerárquicamente a los fieles, desde arriba. Buenaventura sería un ejemplo para los gobernantes cristianos y para una buena iglesia jerárquica, alejada de los riesgos espiritualistas (en la línea del libro erudito, pero quizá sesgado, que el último H. de Lubac dedicó a los espirituales y joaquinitas).
b) José Arregi ha respondido a esa interpretación de Benedicto XVI volviendo a situar el tema del franciscanismo en su principio histórico, valorando la figura de San Buenaventura, pero volviendo a la raíz de Francisco (que Buenaventura no supo, no pudo o no quiso mantener del todo). Hay un principio que dice “promoveatur ut amoveatur”. Así se hizo con Francisco: se le elevó a la santidad más alta (se le hizo casi otro Cristo) para olvidar así o dejar a un lado su proyecto de Iglesia.
c) Presento yo mismo, al final, a modo de compendio y resumen una pequeña nota sobre la vida y obra de San Buenaventura. Le dediqué una parte de mi tesis doctoral en Teología, centrada en el tema de la Trinidad, en vertiente espiritual (en la línea de Ricardo de San Víctor). Desde entonces, sobre todo en diálogo con mi amigo Victoriano Casas (muy franciscano, menos bonaventuriano), he pensado sobre lo que fue su “reforma” del franciscanismo… Se ha venerado y se venera a San Francisco, pero recortando su espíritu verdadero (utilizando para ello los mejores argumentos espiritualista). Buenaventura fue de los primeros en hacerlo. Quizá fue necesario en su tiempo, pero es posible que hoy tengamos que ir al Francisco-Francisco, más allá de un Buenaventura platónico y jerarquizante. Pero no quiero dirimir la cuestión. Dejo el tema abierto, entre Benedicto XVI y J. Arregi.
Éste es un post largo y de discusiòn. Quiero dejarlo colgado dos días. Toménese tiempo para pensar y opinar. Buen día a todos y buen descanso. Por favor, amigos del blog ¿No podremos hablar en paz unos con otros?
1. BENEDICTO XVI. EXTRACTO SOBRE SAN BUENAVENTURA
(Extracto de la catequesis, que se encuentra en Zenit o en Vativan.va.)
Como ya dije, uno de los varios méritos de san Buenaventura fue interpretar de forma auténtica y fiel la figura de san Francisco de Asís, a quien veneró y estudió con gran amor. En tiempos de san Buenaventura una corriente de Frailes Menores, llamados “espirituales”, sostenía en particular que con san Francisco se había inaugurado una fase totalmente nueva de la historia, en la que aparecería el “Evangelio eterno”, del que habla el Apocalipsis, sustituyendo al Nuevo Testamento. Este grupo afirmaba que la Iglesia ya había agotado su papel histórico, y una comunidad carismática de hombres libres guiados interiormente por el Espíritu —es decir, los “Franciscanos espirituales”— pasaba a ocupar su lugar.
Las ideas de este grupo se basaban en los escritos de un abad cisterciense, Gioacchino da Fiore, fallecido en 1202. En sus obras, afirmaba un ritmo trinitario de la historia. Consideraba el Antiguo Testamento como la edad del Padre, seguida del tiempo del Hijo, el tiempo de la Iglesia. Había que esperar aún la tercera edad, la del Espíritu Santo. Así, toda la historia se debía interpretar como una historia de progreso: desde la severidad del Antiguo Testamento a la relativa libertad del tiempo del Hijo, en la Iglesia, hasta la plena libertad de los hijos de Dios, en el período del Espíritu Santo, que iba a ser, por fin, el tiempo de la paz entre los hombres, de la reconciliación de los pueblos y de las religiones. (…)
Llegados a este punto, quizá es útil decir que también hoy existen visiones según las cuales toda la historia de la Iglesia en el segundo milenio ha sido una decadencia permanente; algunos ya ven la decadencia inmediatamente después del Nuevo Testamento. En realidad, “Opera Christi non deficiunt, sed proficiunt”, las obras de Cristo no retroceden, sino que avanzan. ¿Qué sería la Iglesia sin la nueva espiritualidad de los cistercienses, de los franciscanos y de los dominicos, de la espiritualidad de santa Teresa de Ávila y de san Juan de la Cruz, etcétera? También hoy vale esta afirmación: “Opera Christi non deficiunt, sed proficiunt”, avanzan. San Buenaventura nos enseña el conjunto del discernimiento necesario, incluso severo, del realismo sobrio y de la apertura a los nuevos carismas que Cristo da, en el Espíritu Santo, a su Iglesia. Y mientras se repite esta idea de la decadencia, existe también otra idea, este “utopismo espiritualista”, que se repite.
De hecho, sabemos que después del concilio Vaticano II algunos estaban convencidos de que todo era nuevo, de que había otra Iglesia, de que la Iglesia pre-conciliar había acabado e iba a surgir otra, totalmente “otra”. ¡Un utopismo anárquico! Y, gracias a Dios, los timoneles sabios de la barca de Pedro, el Papa Pablo vi y el Papa Juan Pablo II, por una parte defendieron la novedad del Concilio y, por otra, al mismo tiempo, defendieron la unicidad y la continuidad de la Iglesia, que siempre es Iglesia de pecadores y siempre es lugar de gracia.
4.En este sentido, san Buenaventura, como ministro general de los franciscanos, adoptó una línea de gobierno en la que era clarísimo que la nueva Orden, como comunidad, no podía vivir a la misma “altura escatológica” de san Francisco, en el cual él ve anticipado el mundo futuro, sino que —guiada, al mismo tiempo, por un sano realismo y por la valentía espiritual— debía acercarse tanto como fuera posible a la realización máxima del Sermón de la montaña, que para san Francisco fue la regla, si bien teniendo en cuenta los límites del hombre, marcado por el pecado original.
Vemos así que para san Buenaventura gobernar no coincidía simplemente con hacer algo, sino que era sobre todo pensar y rezar. En la base de su gobierno siempre encontramos la oración y el pensamiento; todas sus decisiones eran fruto de la reflexión, del pensamiento iluminado de la oración. Su íntima relación con Cristo acompañó siempre su labor de ministro general y, por esto, compuso una serie de escritos teológico-místicos, que expresan el alma de su gobierno y manifiestan la intención de guiar interiormente la Orden, es decir, de gobernar no sólo mediante órdenes y estructuras, sino guiando e iluminando las almas, orientando hacia Cristo. (…)
2. ¿UTOPISMO ESPIRITUALISTA?
Puntualizaciones a una alocución de Benedicto XVI, POR J. Arregi
(Recojo con su permiso, un texto, que puede encontrarse, en versión PDF, en http://www.iglesiaviva.org/PRIVADO/PR242/242-42-JOSEARREGI.pdf))
En la alocución pronunciada en la Audiencia General del pasado 10 de Marzo1, Benedicto XVI censuró por enésima vez a los cristianos católicos que reivindican reformas radicales en la Iglesia de hoy. Lo hizo con la inteligencia y sensibilidad que le caracterizan, pero también con la parcialidad y dureza de juicio que a veces muestra. Su argumentación y, más concretamente, su lectura de los orígenes franciscanos me parecen cuando menos parciales, y me atrevo a hacer unas puntualizaciones –no menos parciales sin duda– con la simplicidad y libertad a la que nos animó Francisco de Asís, el humilde y libre seguidor de Jesús.
1. Para descalificar y desacreditar a los cristianos que sueñan con otra Iglesia muy distinta, Benedicto XVI los asimila a los “espirituales franciscanos” del s. XIII, dando por supuesto que éstos eran frailes descarriados. Creo que es injusto con aquellos franciscanos de entonces y con los cristianos de hoy que al parecer siguen sus pasos. Los espirituales franciscanos no fueron en absoluto un movimiento homogéneo, y toda condena sumaria y conjunta es una deformación de la historia (y del evangelio). Algunos de ellos eran compañeros de primera hora de Francisco, como el Hermano León, y a todos les unía era el recuerdo del pobrecillo de Asís y su fervor evangélico; querían seguir el espíritu, la intuición y el estilo de vida de Francisco de Asís, pobre e itinerante como Jesús, y tenían muy buenas razones para resistirse a aceptar la evolución de la Orden, cada vez más alejada del Poverello.
Pudo haber derivas antieclesiales y antiinstitucionales demasiado radicales, pero ¿quién puede afirmar que eran menos erróneas y peligrosas las derivas antievangélicas de la institución eclesial de la época o de la propia Orden franciscana? ¿Y quién sería capaz de determinar en qué medida la radicalización de los espirituales fue causa de su persecución por parte de la institución y en qué medida fue efecto de la propia persecución? Lo mismo vale para hoy. Muchos, muchísimos cristianos quisieran ver a la Iglesia avanzar con decisión hacia los nuevos horizontes abiertos –más bien insinuados– por el Vaticano II, y lamentan el giro restaurador de la jerarquía eclesial en las últimas décadas, se duelen de la contrarreforma en curso, deploran la estrechez y la asfixia crecientes en el seno de la Iglesia Católica, quieren seguir soñando, arriesgando, respirando aire y vida. ¿No sería más eclesial reconocer en ellos al Espíritu que renueva la faz de la tierra y de la Iglesia?
2. El papa indica que los “hermanos espirituales” se inspiraban en Joaquín de Fiore (1135-1202), aquel monje místico, teólogo y brillante escritor que vislumbraba una Iglesia espiritual, pobre y libre, libre de tanto poder y de tanta sumisión a los poderes, libre de tantas riquezas materiales, libre de tan rígidas estructuras clericales. Es cierto que este monje, abad de Fiore, inspiró a algunos miembros del movimiento espiritual franciscano. Pero vuelve a imponerse aquí la misma observación del punto anterior: no me parece correcto aducir a Joaquín para desacreditar a los espirituales, como si aquel monje genial fuera un siniestro hereje, responsable de males sin cuento en la posteridad de la Iglesia. Seguramente, la visión histórica del papa en este punto está demasiado condicionada por la conferencia que el predicador del Vaticano, el franciscano capuchino Raniero Cantalamessa, pronunció en 2009 sobre Joaquín de Fiore para el papa y la curia pontificia.
No estoy capacitado para emitir un juicio histórico sobre el abad de Fiore, pero sin duda la visión oficial católica ha sido unilateral y se requiere una perspectiva más amplia. De hecho, Joaquín contó en vida con el favor de varios papas, y sólo fue condenado años después de su muerte por profecías milenaristas simplemente pintorescas, por enredadas cuestiones acerca de la Trinidad y, en el fondo, por su potencial peligrosidad para la institución eclesial.
3. Frente a Joaquín de Fiore y los “espirituales franciscanos”, el papa propone como modelo a San Buenaventura, Ministro General de la Orden franciscana entre 1257 y 1274. Admiro a Buenaventura: fue místico, pensador y humilde. Amó a Jesús, amó a Francisco, amó a las criaturas, que eran para él epifanía de Dios y camino hacia Dios. Pero no cuenta entre sus méritos su antagonismo con Joaquín de Fiore, ni sus prevenciones con los hermanos “espirituales”, ni el haber encarcelado a su predecesor en el generalato Juan de Parma, un fraile bendito éste, que había sido malintencionadamente acusado de joaquinismo y por ello depuesto de su cargo (supongamos que fuera un convencido joaquinista: ¿acaso puede ser eso justo motivo para encarcelar a nadie?). Y Buenaventura lo encarceló en Greccio, en el mismo lugar donde Francisco había revivido la Navidad de Belén, con el pesebre y el heno, el asno y el buey, y toda la fraternidad y toda la naturaleza celebrando juntos la tierna humanidad de Dios.
En una mísera celda de Greccio pasó Juan 30 años, hasta que fue absuelto, y siglos después fue declarado Beato. (La Florecilla 48 es muy ilustrativa de cómo miraban a Buenaventura los hermanos “espirituales”: describe la visión tenida por un hermano en la que Buenaventura aparecía atacando a Juan de Parma con garras de hierro). No es ciertamente su hostilidad para con los espirituales y joaquinistas lo que más asemeja a Buenaventura con Francisco ni, como sugiere el papa, lo que hace de él un modelo de actitud eclesial para nuestros días. Como si la continuidad con el pasado, el recelo ante lo nuevo, el miedo a la libertad, la obediencia sumisa al sistema, la acomodación a lo establecido, el realismo prudente fuesen lo que más nos hace ser Iglesia, discípulos de Jesús. Como si el idealismo arriesgado, la disidencia crítica y fraterna, el conflicto de interpretaciones, el pluralismo de visiones y de opciones, la opción radical por los pobres fueran el máximo peligro. No nos enseñó eso Jesús. No nos enseñó eso Francisco.
4. El papa fue más lejos en su alocución: Buenaventura no sólo es modelo de espíritu eclesial para los fieles, sino también es modelo de gobierno eclesial para los papas de hoy. Me agrada que se tome al franciscano Buenaventura como espejo en los palacios del Vaticano. Pero me temo que se trata de un espejo previamente –con intención o sin ella– deslucido y deformado. Se toma a Buenaventura como paradigma al servicio de unos intereses. Se le toma como el hombre elegido y asistido por el Espíritu de Dios para atajar el supuesto gran peligro de su época, el movimiento espiritual, su radicalismo franciscano, con la mirada puesta en el momento eclesial que vivimos y en el mayor peligro que el gobierno de la Iglesia debe combatir: el reformismo. Benedicto XVI menciona a Pablo VI y Juan Pablo II como las dos grandes figuras que así lo han hecho, siguiendo la pauta marcada por San Buenaventura; Pablo VI y Juan Pablo II son los dos “sabios timoneles” que supieron conducir la barca de la Iglesia en medio de la amenaza postconciliar de los reformadores “utópicos”, “espiritualistas”, “anárquicos” (entre ellos habría que incluir, sin duda, a destacados teólogos como Rahner, Congar, Schillebeeckx ,y a grandes obispos como Helder Cámara, Alfrink, Suenens, Proaño, Arns, Lorscheider…).
Surgen muchas preguntas: ¿Es correcto mencionar juntos a dos personalidades y programas eclesiales tan diversos como Pablo VI y Juan Pablo II? ¿Se ha borrado incluso la memoria de Juan Pablo I y de su sueño de reforma que no pudo ni estrenar? Por lo demás, el papa actual apenas disimula que es él mismo quien en realidad encarna el buen gobierno del “doctor seráfico” Buenaventura, sustentado en dos pilares: “pensar y rezar”; no en vano ha sido él, desde el principio, el verdadero artífice de la recuperación del espíritu preconciliar – algunos la llaman contrarreforma– iniciada en los años 80. Está muy bien “pensar y rezar”. La cuestión es cómo se piensa y cómo se reza. Y la cuestión es si, además o primero, se escucha, se dialoga, se tolera. Y la cuestión más importante es cuáles son las prioridades: la doctrina y la moral o la solidaridad y la compasión. Es difícil leer el pasado sin la mirada puesta en el presente, pero es preciso evitar la manipulación del pasado y del presente. La historia es buena maestra, pero a condición de no utilizar el pasado como justificación del presente y de no apelar al pasado para impedir un futuro nuevo. En el fondo, ¿no se está utilizando a Buenaventura para seguir manteniendo a la Iglesia de hoy prisionera de la Edad Media?
5. La cuestión fundamental es cómo entendió Buenaventura a Francisco. Lo admiró sobremanera, celebró sus virtudes, lo elevó a lo más alto, pero ¿no fue al precio de volverlo inimitable, tal vez, inconscientemente, para no tener que imitarlo? Lo ensalzó como “otro Cristo”, pero ¿no fue al precio de olvidar demasiado al Jesús pobre, libre, itinerante, a quien Francisco quiso seguir y quiso que siguiéramos? De hecho, los artistas de la época pasaron de representar las escenas de la vida de Francisco a representar sus “milagros”; el modelo a imitar se convirtió muy pronto en mediador a quien invocar.
Y Buenaventura encarna e impulsa este cambio de perspectiva. Salvó la Orden franciscana de una posible disolución, pero ¿salvó en ella el espíritu de Francisco, su intuición originaria? ¿Qué significa que en las Constituciones de Narbona promulgadas por Buenaventura sean tan exclusivamente disciplinares y no se mencione en ellas la primera Regla de Francisco, expresión más espontánea del alma de Francisco? ¿Dónde quedó la minoridad de éste, su firme voluntad de vivir con y como los menores de la sociedad? ¿Qué fue de las pobrecillas moradas en las que Francisco quiso habitar, como los pobres campesinos, y que nunca quiso tener en propiedad? ¿Qué fue de su itinerancia, de aquel vivir como peregrinos y advenedizos sin domicilio fijo ni propiedad y siempre con los últimos?
¿Qué fue del resuelto propósito de Francisco de romper con el clericalismo cuando, con Buenaventura, la Orden se clericalizó enteramente, de modo que los hermanos no clérigos se convirtieron en excepción y fueron relegados al servicio doméstico de los conventos? ¿Dónde quedó la evangélica obsesión de Francisco de ser todos hermanos y los menores en todo? ¿Tomó en serio Buenaventura –el eminente maestro de teología en la universidad de París, que con razón se sentía feliz y orgulloso de acoger en los conventos a teólogos e intelectuales universitarios–, tomó en serio aquella advertencia de Francisco: “Aunque vengan a nosotros los mejores teólogos de París, escribe, hermano León: No está ahí la verdadera alegría”?
Es difícil imaginar que, para Francisco, el verdadero riesgo de “gravísima tergiversación” de su mensaje e intuición o la verdadera “visión errónea del cristianismo en su conjunto” fuesen precisamente los hermanos “espirituales”, como afirma el papa en su alocución. Es una lectura muy discutible de los orígenes franciscanos. El Espíritu no es monopolio de nadie, pero está donde las instituciones se transforman y la vida reverdece.
3)Pikaza: BUENAVENTURA, SAN (1221-1274).
Religioso y teólogo franciscano, de origen italiano. Es con Tomás de Aquino el mayor exponente del pensamiento cristiano del siglo XIII, tanto por su visión del hombre que busca a Dios como por la del Dios que se manifiesta a los hombres. Estudió en la Universidad París con Alejando de Hales, comentando después en la misma universidad las Sentencias de Pedro Lombardo. El año 1257 fue elegido General de los franciscanos, teniendo que actuar como mediador entre los dos grupos de hermanos (radicales y moderados) y lo hizo con tanto éxito que algunos le tomaron como segundo fundador de la Orden; de todas formas, son muchos los que piensan que para “refundar” y mantener el movimiento de San Francisco tuvo que sacrificar un aspecto muy importante de su movimiento y de su utopía cristiana.
El año 1273, el Papa Gregorio X le nombró obispo/cardenal de Albano y le encargo la preparación y dirección del Concilio de Lyon II, que debía tratar de la unión de la Iglesia. Murió mientras se celebraba el Concilio. Fue un hombre de Iglesia y un contemplativo, en la línea de la tradición patrística y espiritual, más que un especulativo como Tomás de Aquino. Su teología es de tipo orante y experimental, no de razonamiento crítico, siendo a pesar de ello (o por ello) de gran profundidad. Buscó los vestigios de Dios en el mundo y en la vida humana, dentro de la mejor tradición platónica, con Filón, Orígenes, Gregorio de Nisa y Dionisio Areopagita, Agustín y Ricardo de San Víctor.
Quiso alabar a Dios con los querubines-serafines de Is 6 (y Ez 1), siguiendo a Francisco, de manera que su teología acaba siendo un ejercicio de oración... pero algunos piensan (pensamos) que su teología seráfica corre el riesgo de idealizar a Francisco, separándolo de la historia concreta de pobreza y fraternidad, de reforma radical de la Iglesia, que él propugnaba. Por eso, pensamos que, más allá de un tipo de Buenaventura (¡muy santo!) debemos llegar al auténtico Francisco.
Edición completa de sus escritos en Opera omnia I-X (Quaracchi 1882-1902). Texto con versión castellana en Obras de San Buenaventura I-VI (Madrid 1946-1956). Cf . A. Merino, Historia de la filosofía franciscana (Madrid 1993); J. Sanz, San Buenaventura. Experiencia y Teología del Misterio (Madrid 2000).