8M. Eva: La mujer y las mujeres en la Biblia
En el famoso fresco de la creación de Miguel-Ángel, Capilla Sixtina,Vaticano, conforme a un tema de la Biblia (libro de Proverbios), la mujer forma parte del misterio de Dios; así aparece en la "concha divina" de su regazo, abrazada por el Dios que es femenino (imagen 1).
Por el contrario, Adán, el ser humano como varón, sale fuera de Dios, sale desnudo... Éste es el mensaje básico, aunque las cosas son más complejas, como verá quien siga leyendo esta reflexión bíblica sobre Eva, la Mujer, y sobre Adán, el hombre, tomada de mi diccionario de la Bilia (imagen 2) en cuya portada se ve claramente al Dios que tiene en su brazo izquieredo (el bueno) a la mujer, mientras crea con el derecho al varón.
Quiero dedicar esta reflexion, tomada del diccionario de la Biblia y del de las religiones, a las lectoras de mi blog, en el día de la mujer, 8M. El tema es complejo, el camino de la libertad, igualdad y complementariedad de varones y mujeres es complejo y fascinantes, como verá quien siga leyendo. A todas las mujeres y varones (en especial a las mujeres) un saludo y deseo emocionado de libertad, igualdad y justicia en el amor y dignidad de todos, en la línea que cada uno asuma, que cada uno escoja y desarrolle.
Quiero dedicar esta reflexion, tomada del diccionario de la Biblia y del de las religiones, a las lectoras de mi blog, en el día de la mujer, 8M. El tema es complejo, el camino de la libertad, igualdad y complementariedad de varones y mujeres es complejo y fascinantes, como verá quien siga leyendo. A todas las mujeres y varones (en especial a las mujeres) un saludo y deseo emocionado de libertad, igualdad y justicia en el amor y dignidad de todos, en la línea que cada uno asuma, que cada uno escoja y desarrolle.
| X.Pikaza
EVA, LA MUJER, REGAZO D DIOS
Así aparece ella, abrazada por Dios, en la "concha engendradora de la Vida.
Éste es el Dios de Gen 1 y del Prov 8... un Dios que es padre materno, abrazando con su mano buena de amor a la mujer, extendiendo su mano "mala" de poder hacia el varón
«Y dijo Yahvé Dios: No es bueno que el ser humano esté solo; le haré una ayuda semejante… Entonces Yahvé Dios hizo que sobre el ser humano cayera un sueño profundo; y mientras dormía, tomó una de sus costillas y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Yahvé Dios tomó del ser humano, hizo una mujer y la trajo al hombre. Entonces dijo el hombre: Ahora, ésta es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Ésta será llamada Mujer, porque fue tomada del hombre… Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, y no se avergonzaban» (Gen 1, 18. 21-25).
En un primer momento, el ser humano (Adam) se entendía en sentido genérico, como totalidad que incluya a varones y mujeres. Pero en el momento en que Dios toma su costilla (el ser humano, que no es aún ni varón ni mujer) para modelar a otro ser humano tenemos ya dos personas: un Adam masculino y una Eva femenina. Del Adam pre-sexuado surgen los dos sexos a la vez: varón y varona, hombre y hembra (ish e isha). La mujer que así surge se llamara Jawah (Eva), la Viviente, nombre relacionado con Hayah/Yahvéh, es decir, con Dios viviente (Gen 3,20). Ambos (Dios/Yahvéh mujer/Yawah) son principio de vida.
Varón y mujer se necesitan y completan, de manera que cada uno nace del “hueco” del otro, cada uno de una mano de Dios, estando los dos vinculados, de forma que cada uno es hueso de los huesos del otro, carne de su carne, en una de corporalidad y personalidad compartida.
Varón y mujer brotan del mismo Dios,de formas distintas pero complementarias, de manera que cada uno encuentra su identidad en el otro... Pero no hay varones y mujeres hechos de antemano, cada uno fijado en su identidad, sino cada uno en sí mismo, siendo en el otro, en la variedad de colores y sabores de la vida.
En un primer momento parece que es el varón quien suscita a la mujer, como si ella brotara de su entraña (de su búsqueda personal), como supone Gen 2, 21-23 (la mujer nace del hueco o vacío de la costilla del varón).
Pero después se añade que el varón debe romper con sus padres para buscar a la mujer y unirse a ella, encontrando así su plenitud (Gan 2,24). Uno a uno habían surgido los elementos primordiales: el cosmos ordenado y su liturgia (Gen 1), el hombre como señor de los animales… Pero sólo ahora culmina la realidad, allí donde el hombre dice a la mujer “(esta es hueso de mis huesos, carne de mi carne! Su nombre es Hembra, pues ha sido tomada del Hombre” (Gen 2,23-24). Sin Eva no existía ni existe verdadero ser humano.
Pero muchos han interpretado a Eva como mujer serpiente
Diversos pueblos y culturas han recordado un tipo de caída de la madre divina, identificándola de algún modo con el surgimiento de la historia actual. Pues bien, dentro de la Biblia, esa figura femenina no es una Diosa madre (Ashera, Deméter) sino la Mujer originaria que ha querido poseer por sí misma la vida: Eva; ella es la humanidad que toma conciencia de sí, frente y ante Dios. Adán y Eva, ambos desnudos, ‘arumim, sobre el ancho paraíso, integrados en la inocencia cósmica. Pero en hebreo desnudo significa también astuto. En ese contexto, el texto sigue diciendo que allí estaba también la serpiente, el más desnud/astuto (‘arum) de los animales que Dios había hecho.
Muchos mitos vinculada a la mujer con la sabiduría (es muerte y vida, es fármaco y veneno) y con la fuerza original del caos (dragón que debe ser vencido por los dioses creadores...). Nuestro texto (Gen 3, 1-5) la presenta como un signo ambivalente, vinculado a Eva. Por un lado, ella aparece como positiva: abre los ojos, da capacidad para entender las cosas, hacen que los seres humanos culminen su camino de sabiduría. Pero, al mismo tiempo, ella presenta rasgos negativos: es signo de envidia, deseo de poder y tener todo, rechazo de Dios:
«Entonces la serpiente, que era el más astuto de todos los animales del campo que Yahvé Dios había hecho, dijo a la mujer: ¿De veras Dios os ha dicho: "No comáis de ningún árbol del jardín"? La mujer respondió a la serpiente: Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Pero del fruto del árbol que está en medio del jardín ha dicho Dios: "No comáis de él, ni lo toquéis, no sea que muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: Ciertamente no moriréis. Es que Dios sabe que el día que comáis de él, vuestros ojos serán abiertos, y seréis como Dios, conociendo el bien y el mal (Gen 3, 1-5).
Ésta no es una serpiente animal, un poder externo u objetivo, sino una expresión de la vida humana, la sabiduría insinuante, el pensamiento que se abre a todos los deseos. En realidad, ella es la otra cara de Eva (de todo ser humano, tal como culmina en la mujer, el primer ser pensante de la creación).
El varón se ha quedado en el plano sexual (¡ésta es carne de mi carne, hueso de mis huesos!). Eva, en cambio, quiere algo más: busca y desea la fuerza de la vida, como dirá más tarde el mismo Adán, al llamarla Jawah, madre de los vivientes (Gen 3,20).
(1) En su relación con las fuentes de la vida, el varón ha sido (es) un ser subordinado, pues no puede dar a luz, le falta la potencia de la vida; por eso busca compensaciones de violencia (sacrificio sangriento). El varón sabe que no es Dios, pues no puede engendrar vida; por eso se contenta con desear a la mujer.
(2) La mujer en cambio engendra: por eso puede dialogar con la (su) serpiente, en deseo de divinización. Esto es lo que ha visto desde antiguo el "matriarcado religioso", cuando diviniza la gran madre, haciéndola símbolo supremo de Dios sobre la tierra. Por eso se puede decir que Eva es el verdadero paraíso: la fuente de las aguas generadoras, el árbol del conocimiento que nos hace superar la muerte. Desde esta perspectiva es evidente la relación entre el deseo de Eva y la figura de la Diosa poseedora de la vida, tal como ha sido presentada en E. Neumann, La Grande Madre, Astrolabio, Roma 1981.
Eva, el Árbol de la Vida... un árbol que puede convertirse en principio de muerte. Dentro de Gen 3-4, la figura de Eva resulta ambivalente. Representa lo más grande: la humanidad que ha penetrado en la raíz de la existencia, planteándose de forma personal las preguntas primordiales (el valor del árbol del conocimiento y de la vida, el sentido de la prohibición, el despliegue de la vida...). Pero ella representa, al mismo tiempo, al conjunto de la humanidad que corre el riesgo de deshumanizar el conocimiento, convirtiéndolo en signo de autodivinización, por medio de la envidia.
Ella ha explorado el camino de existencia limitada por la muerte (en el fondo desea engendrar, aunque tenga que morir), convirtiéndose en figura casi de tragedia, como sigue diciendo el texto cuando presenta el “castigo”, es decir, la palabra final que “instaura” al hombre y mujer en la vida concreta, poniendo de relieve el carácter perverso de la serpiente, que terminará siendo “satánica”: «Entonces Yahvé Dios dijo a la serpiente: Porque hiciste esto, serás maldita… Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y su descendencia; ésta te herirá en la cabeza, y tú acecharás contra su talón.
Adam llama a su mujer Eva (Jawah, pues da vida), en palabra que, como hemos visto, está relacionada con Jayah (nombre de Yahvé en Ex 3,14) de manera que podemos y debemos relacionar el poder materno de la mujer (Jawah) con la asistencia salvadora de Yahvé (Yawah),que se define como aquel que está presente. Eva no ha logrado la maternidad divina pero empieza a ser madre humana, en clave de limitación y dolor. Adán dominará en cierto sentido a la mujer (Gen 3,16), pero no la podrá definir. La vida más profunda de Eva, su dolor y lucha más intensa se siguen definiendo y desplegando en relación con la serpiente (Gen 3, 15).
De esa forma continúa el diálogo que había comenzado en Gen 3,1-6, en forma de lucha abierta, es gran batalla en que se enfrentan como antagonistas (enemigos casi gemelos, muy distintos y cercanos) la mujer ('ishah) y la serpiente (najash). Ellos, mujer y serpiente, determinan o definen la vida humana, en el principio de la historia. En este contexto se entiende eso que se suele llamar protoevangelio (Gen 3, 15), que promete la victoria de la mujer (de la humanidad) contra la serpiente.
Mujer y serpiente aparecen así como los signos supremos, antagónicos, del drama de la historia. La mujer es madre al servicio de la vida; sólo para mantener esa vida, desde el sufrimiento intenso, ella se arriesga a ser dominada por el varón y a padecer dando a luz a los hijos. Por el contrario, la serpiente es el engaño: el deseo de sobrepasar todo límite, la envidia interpretada como lucha contra Dios. Lo que ha sido la primera derrota de Eva (ha dejado que la serpiente le engañe, como ella misma dice en Gen 3, 13) se convierte luego en guerra incesante, abierta al fin al triunfo de la vida, es decir, de la mujer que lucha en favor de la humanidad total (al servicio de los otros, de los hijos), en contra de la Serpiente/Satán, que es la humanidad hecha envidia, al servicio de la muerte.
Semilla de mujer.En el origen de la humanidad, ella tiene un semen o semilla creadora, apareciendo así como cabeza de estirpe. De ordinario, la semilla de vida (zara') aparece como propia del varón (cf Abrahán y su descendencia numerosa: Gen 12,7; 13,16; 15,13 etc.). En la historia normativa de Israel sólo los varones tendrán zara' o poder engendrador. Pero en el principio es Eva, mujer la que tiene zara' o esperma (como traducen la Biblia Griega de los LXX: cf Gen 3, 15; 12,7; 13,16; 15,13...). Se ha dicho a veces (como hacen los cristianos a partir de Pablo: Rom 5) que la humanidad se encuentra contenido en Adán. Pues bien, nuestro pasaje la ha fundado en Eva: ella posee y engendra con su semen maternal toda la historia. Por eso, la guerra de Eva y la Serpiente será en el fondo la única guerra verdadera, el único conflicto fundante de la historia humana, la guerra de la vida contra la muerte.
En el principio de la historia humana no está el varón sino la mujer con su descendencia. Por eso, estrictamente hablando, los humanos no son hijos de Adán sino de Eva y Dios, tal como indica el mismo varón (Adán) diciendo que su mujer es Eva/Vitalidad, reconociendo así que es madre con (desde) la ayuda de Dios (Gen 3, 20). Ella, por su parte, al poner el nombre al hijo, sabiéndose grávida de Dios, le llamará Caín porque “kaniti”, he conseguido un hijo de parte de Dios. Ciertamente, el texto sabe que el padre humano (hoy diríamos biológico) es Adán. Pero a los ojos Eva el padre verdadero es Dios.
Pues bien, en este contexto se añade que ella “sufrirá: “Parirás hijos con dolor… (Gen 3, 16a). La existencia se convierte para ella en sufrimiento que ella acepta y en algún sentido desea: quiere ser madre (comer de forma humana el árbol del conocimiento/vida) y sólo puede serlo en las fronteras de dolor más grande, en los límites del riesgo (allí donde los niños nacen de la sangre de la madre). Para dar vida, la mujer tiene situarse en las cercanías de la muerte.
En ese contexto, Dios añade: “Desearás a tu marido y él te dominará...” (Gen 3, 16b). Había comenzado el varón deseando en gozo e igualdad a la mujer (Gen 2,23-24). Ahora es ella quien le quiere y lo hace de un modo especial, porque, en el fondo, lo que ella más desea es el despliegue de la vida. Por eso, al descubrir que no puede apoderarse de la vida por sí misma, desde su propia y fuerte necesidad de descendencia (ser madre), ella se pone en manos del varón. Aquí está su grandeza, aquí su ruina.
Desea ansiosamente al varón, no simplemente como varón y persona (en el sentido que la palabra aquí empleada, teshuqah, recibe en Cant 7,11), sino como padre que pueda darle hijos. Quiso hacerse diosa y tiene que entregarse al varón para cumplir su deseo más profundo: hacerse madre, tener hijos. Ese varón mashal (la domina o regula) en palabra de doble y fuerte sentido.
(a) Él te dominará. Evidentemente, el varón se aprovecha: no recibe ya a la mujer como igual (en la línea de Gen 2,23-24) sino como subordinada. Por eso dice Dios, en palabra luminosamente dura: y él te dominará (con mashal, gobernar o administrar de forma sabia).
(b) Mujer y varón se regulan mutuamente. La palabra mashal significa también concordar, regularse mutuamente: el varón necesita de la mujer para cumplir su deseo posesivo (de gozo dominador); la mujer necesita del varón para tener hijos. Ambos, varón y mujer mashal: se completan y ajustan (como los dos versos de un proverbio o mashal) en camino de fragilidad donde termina dominando el más violento (el varón), conforme al primer sentido de la palabra.
Las dos caras de Eva.
Un tipo de cristianismo posterior, de carácter anti-feminista, podrá más de relieve el aspecto pecador de Eva en un plano de humanidad, como han hecho algunos apócrifos judíos, cuando afirman o suponen que el pecado entró en el mundo por una mujer: "Dijo Adán a su mujer: Mira lo que nos has hecho. Has atraído una enorme calamidad y muchos pecados a toda nuestra generación. Cuenta, sin embargo, a tus hijos lo que hiciste y todo cuanto ocurra después de mi muerte...” (Vida latinade Adán y Eva, 44). Pero, en esa línea, el conjunto del judaísmo ha sido más tolerante (o menos negativo) frente a Eva (la mujer), a la que ha seguido considerando como fuente de vida y bendición, más que como signo de pecado. Sin embargo, en el fondo del judaísmo esotérico y en la línea de la → cábala, cierto judaísmo medieval ha recreado la figura de Eva, distinguiendo en ella dos rostros o funciones.
Habría una primera Eva, llamada Lilit, figura divina vinculada a la noche. Ella sería la esposa divina del Adán divino. Ambos constituirían la pareja primigenia, formados ambos de la tierra, los dos iguales, uno frente al otro. Esta Lilit sería la mujer originaria, la plena belleza, la perfecta libertad. Pues bien, ella no quiso someterse a Adán (poniéndose debajo de él, en el acto sexual, dejando que él la dominada). Por eso, antes de dejarse dominar, se marchó al desierto o a los hondos espacios oscuros de la tierra, donde reside y reina como Diosa de la Noche, la otra cara de la vida.
Esta Eva/Lilit se puede comparar con gran parte de las grandes diosas nocturnas, vinculadas con la generación primera de la vida, con la atracción divina (y demoníaca) del amor, con el eterno femenino. Ella es como la Sofía de muchos mitos gnósticos, el aspecto femenino de Dios y de la Serpiente (que en el fondo terminarían identificándose). En esa línea, en muchas representaciones medievales (tanto judías como cristianas) esta Eva/Lilit se identifica con la serpiente, que es el lado oscuro de Dios.
Esta primera Eva/Lilit (imagen superior) resulta inaccesible: está en los desiertos oscuros, en los sueños nocturnos, en la noche divina. Por eso, Dios tuvo que crear para el Adán ya plenamente humanizado una Eva concreta, que es la mujer real de la historia. Frente al Eterno Femenino de Lilit se eleva ahora la mujer concreta de la historia humana, ésta mujer que muchos juzgan ambigua (lo mismo que el hombre), en el proceso concreto del despliegue de la humanidad. (Para una visión introductoria del tema, cf. R. Graves y R. Patai, Los Mitos Hebreos, Alianza, Madrid 2001).
Cristianismo
Eva pecadora. En su conjunto, el judaísmo no había destacado lo que, a partir de la interpretación paulina de Gen 2-3 (cf. Rom 5), se suele llamar el pecado original. Ese pecado original, que aparece evocado en algunos textos apócrifos judíos, posteriores al surgimiento del cristianismo (como 4 Esd 3, 7. 20-22; 7, 18; 2 Baruc 54, 15-19), se ha convertido para Pablo en una de las claves de interpretación del cristianismo: la humanidad, simbolizada en Adam, el ser humano del principio, y cerrada en sí misma tiende a la destrucción, desemboca en la muerte. Sólo Cristo, el nuevo Adán, abre un camino de vida, supera la muerte, revelando y desarrollando la gracia de Dios. En realidad, tanto el Adam primero (del Gen 2-3) como el Cristo Redentor (el nuevo Adam de Rom 5 y de 1 Cor 15, 22.45) no actúan como varones, sino como “seres humanos”, de manera que incluyen en sí lo masculino y lo femenino. Por eso, tanto el pecado como la gracia pertenecen a la humanidad en su conjunto, sin que se pueda separar el varón y la mujer como especialmente pecadores.
Sin embargo, asumiendo una perspectiva antifeminista, que está ya presente en algunos apócrifos judíos (no sólo en La Vida de Adán y Eva, sino también en otros de 1 Henoc y de los Testamentos de los XII Patriarcas), una tradición cristiana antigua ha puesto de relieve el “pecado de Eva”, en cuando mujer. Éstos son los textos del Nuevo Testamento: «Con celo de Dios tengo celo de vosotros, pues os he desposado con un solo marido, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero me temo que, así como la serpiente con su astucia engañó a Eva, de alguna manera vuestros pensamientos se hayan extraviado de la sencillez y la pureza que debéis a Cristo» (2 Cor 12, 2-3).
«La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción; porque no permito a una mujer enseñar ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Pues Adán fue formado primero; después, Eva. Además, Adán no fue engañado; sino la mujer, al ser engañada, incurrió en trasgresión. Sin embargo, se salvará teniendo hijos, si permanece en fe, amor y santidad con prudencia» (1 Tim 2, 11-15).
Estos dos pasajes (de la tradición post-paulina) han marcado poderosamente la tradición posterior de la Iglesia. Eva aparece en ambos como mujer frágil, propensa al pecado. He engañado a Adán, por eso debe estarle sometido (como supone también Ef 5, 25-33). Esa tradición ha definido casi toda la historia posterior del cristianismo, donde
Eva aparece ante todo como pecadora, precisamente en cuanto mujer. Por eso, en una de las oraciones más populares de la Iglesia Católica, hombres y mujeres aparecen como los “desterrados hijos de Eva”, la mala padre que nos sacó del paraíso, para introducirnos en este “valle de lágrimas” (Antífona Salve Regina).Ésta es la Eva egoísta y engañada de 2 Cor 11 y de 2 Tim, la mujer pervertida por la serpiente, destruida por el deseo de poseerlo todo, la mujer que tienta con su sensualidad y deseo sexual a los buenos varones. Allí donde se destaca esta figura femenina pervertida, llevando hasta el límite su pecado, venimos a caer en una especie de gnosis antifeminista, propia de muchos gnosticismos y maniqueísmos (cf. K. Rudolph, Gnosis, Clark, Edinburgh 1983, 53-275; D. de Rougemont, El amor y Occidente, Kairós, Barcelona 1992).
María, madre de Jesús, nueva Eva. Pero en el fondo del mismo Pablo aparece ya otra figura de mujer, otra visión de Eva, que es la madre de Jesus, aquella que ha puesto su vida al servicio de la revelación del Hijo de Dios, es decir, del nacimiento del Mesías. Estrictamente hablando, esta mujer ha superado el camino del pecado original, pues se ha puesto al servicio de la vida. En esa línea, dejo ahora a un lado la tradición de la mala Eva, que en el fondo tiene los mismos rasgos de la Lilit judía, para centrarme en la buena Eva, que será María, la Madre de Jesús.
Así podemos afirmar que ella es la virgen, es decir, la que engendra desde Dios. La otra Eva (la de 2 Cor 11,2) aparece como seducida como adúltera, que engaña a todos los que dicen amarla. Por el contrario, la madre de Jesús, signo y compendio de la iglesia, es la virgen santa que Pablo (como amigo del novio) quiere presentar ante Dios. Es Virgen (parthenos): no se ha entregado a otros amores, ha guardado fidelidad al Dios de la vida y de una forma autónoma, en libertad completa y decidida, como dueña de sí misma, persona realizada, se ha puesto a su servicio, para hacer que el Mesías pueda revelarse y realizar su obra sobre el mundo, siendo así la Buena Madre, al servicio de la vida.
En ese fondo, la tradición cristiana ha releído y reinterpretado la figura de Eva (de Gen 2-3) desde la perspectiva de la Madre de Jesús. Es evidente que no todos los rasgos de la Eva de Gen 2-4 pueden aplicarse de manera directa a ella, pero sí algunos de ellos, como ha visto una tradicional del protoevangelio (Gen 3, 15), que ha hemos comentado. Esa aplicación se puede y debe hacer desde una hermenéutica canónica y cristiana del conjunto de la Biblia. (a) Allí donde Pablo afirma que el Hijo de Dios “ha nacido de mujer” (Gal 4, 4) podemos recuperar la figura de la mujer que ha luchado contra la serpiente y que es madre de todos los vivientes (Gen 3, 15.20).
(2) En ese contexto puede entenderse en relato de la creación por el Espíritu. Gen 1, 2 afirmaba que el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas. Pues bien, este Espíritu o Ruah de Elohim es el que hace que Eva/María pueda ser madre mesiánica, superando el pecado y haciendo que nazca el mismo Hijo de Dios sobre la tierra (como sabe y dice en otro contexto Lc 1, 26-38).
(3) Gen 2 comenzaba diciendo que Eva nacía del hueco del costado de ser humano, para afirmar después que ella es madre de los vivientes (Gen 3, 20). Pues bien, la madre de Jesús ha podido asumir ya en el Nuevo Testamento los rasgos de esta mujer del principio y así engendrar desde Yahvé o con Yahvé (cf. Gen 4, 1) al ser humano verdadero que es el Mesías. En esta línea ha de entenderse Mt 1,18-25 y Lc 1, 26-38. Pero queremos fijarnos de un modo especial en el texto básico de Pablo: «Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que alcanzáramos la filiación» (Gal 4, 4-5).
Ese Hijo forma parte del misterio de Dios y desborda los principios genealógicos del mundo, pero, al mismo tiempo, se le llama “nacido de mujer, nacido bajo la ley… para rescatar a los que estaban bajo la ley, para alcanzar la filiación”. Esta mujer de la que nace el Cristo, Hijo de Dios, puede vincularse con la ley o con la filiación divina.
(a) Se puede situar a esa mujer en el plano de ley, identificando en ese aspecto la normativa nacional judía con un tipo de sometimiento femenino. La mujer de Israel estaba regulada por la ley, tanto en plano social como sacral (especialmente en lo relativo al parto y menstruación: cf Lev 12, 1-8; 15, 19-33). Todo el Orden tercero de la Misná, estará centrado en la pureza o impureza legal de las mujeres (Nashim). En esa línea, la madre de Jesús pertenecería al viejo nivel judío de la ley y del pecado. No se podría hablar de María y el Espíritu Santo, no se podría celebrar la Navidad, sino sólo la Pascua.
(b) Pero también se puede (y debe) suponer que el nacimiento de Jesús pertenece al camino de la filiación divina, de manera que su misma mujer-madre se sitúa ya en un nivel de gracia. En esa línea, como madre mesiánica, María, que es Nueva Eva, ya no pertenecería al plano del pecado/ley, sino al de la gracia; ella aparece así como la mujer/madre del protoevangelio (Gen 3,15.20), que vence a la serpiente. Así lo ha visto la tradición católica, como ha destacado A.Feuillet, Jésus et sa Mère, Gabalda, Paris 1974 e I. de la Potterie, Maria nel mistero dell'alleanza, Marietti, Genova 1988, 17-32, a diferencia de la visión protestante (cf. H. Räisänen, Die Mutter Jesu im NT, AASF 158, Helsinki 1969).
Esa tradición católica aparece ya en siglo II, en autores como San Justino y San Ireneo. "Sabemos que Jesús nació de la virgen como hombre, a fin de que por el mismo camino que tuvo principio la desobediencia de la serpiente, por ese también fuera destruida.
Porque Eva, cuando aún era virgen e incorrupta, habiendo concebido la palabra que le dijo la serpiente, dio a luz la desobediencia y la muerte; mas la virgen Maria concibió fe y alegría cuando el ángel Gabriel le dio la buena noticia de que el Espíritu del Señor vendría sobre ella y la fuerza del Altísimo la sombrearía, por lo cual, lo nacido de ella, santo, sería Hijo de Dios; a lo que respondió ella 'hágase en mí según tu palabra" (Dial 100, 4-5).
La fe y maternidad de la virgen María tiene, según eso, fuerza salvadora. Frente a la pareja antigua de pecado (Eva y Adán, varón y mujer) se eleva ahora la pareja de la gracia: María y Jesús (madre e hijo). Así lo ratifica Ireneo cuando, superando la oposición Adán-Jesús, coloca la de Eva y María: "Eva desobedeció y fue desobediente, cuando todavía era virgen..., antes de que ella y Adán tuvieran idea de engendrar hijos; pues bien, así como Eva se convirtió por su desobediencia en causa de muerte para sí y para todo el género humano, así también María, a la que se le había asignado un esposo, pero que aún era virgen, se convirtió por su obediencia en causa de salvación para ella y para todo el género humano... De esa manera, el nudo de la desobediencia de Eva fue soltado por la obediencia de María. Lo que Eva había ligado por su incredulidad, lo desligó María por su fe" (Ad. Haer 22, 4). Siguiendo en esa línea, la tradición católica ha visto a María como nueva Eva.
Eva y la Mujer del Apocalipsis. De una manera sorprendente, el Apocalipsis recrea la historia de Eva, desde una perspectiva escatológica cristiana: «Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol y con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Y estando encinta, gritaba con dolores de parto y sufría angustia por dar a luz. Y apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón rojo que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas tenía siete diademas. Y sucola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra. El dragón se puso de pie delante de la mujer que estaba por dar a luz, a fin de devorar a su hijo en cuanto le hubiera dado a luz. Ella dio a luz un hijo varón que ha de guiar todas las naciones con cetro de hierro. Y su hijo fue arrebatado ante Dios y su trono» (Ap 12, 1-5). El mismo texto identifica poco después al Dragón de con la antigua serpiente que se llama Diablo o Satanás y es la que engaña a todo el orbe de la tierra (Ap 12, 9); frente al Dragón se eleva de nuevo la Mujer/Eva de Gen 3, 15, que da a luz al Hijo vencedor, que vencerá a la serpiente. Éste es el argumento de todo el Apocalipsis. Esta mujer celeste es la Nueva Eva, madre de la humanidad (cf. Gen 3, 20), condensada en el Mesías vencedor, el Hijo de Dios. Dentro del conjunto del Apocalipsis, esta mujer cumple varias funciones.
(a) Ella es ante todo la Madre del Mesías que se opone al Dragón (Ap 12, 1-5). Tiene rasgos de diosa, es figura del pueblo israelita (12, 3); pero, en sentido más concreto, es la humanidad como mujer, En el principio está la madre que da a luz; ella es la fuente y signo de la vida. Lo que se opone a la Mujer no es un varón dominador, ni un hijo vengativo sino el Monstruo, el Dragón de la violencia envidiosa que desea apoderarse del fruto de la vida para devorarlo. La vida del principio es femenina, la Mujer original es madre (en los dolores del parto), la humanidad primera es Eva. Ella es el signo de Dios sobre la tierra; es garantía de futuro y esperanza. En un plano, ella pertenece al mundo de los mitos, de las grandes madres divina. Pero, en otro sentido, ella es el signo de la humanidad primera, entendida como mujer que ama la vida, luchando, con la ayuda de Dios, contra los poderes que la destruyen.
(b) Para los cristianos, esta Mujer es signo de la iglesia, es decir, de la comunidad de los creyentes, representados por el Israel antiguo y por el Israel cristiano (cf. Ap 12, 6.13-17). Simboliza conjunto de los fieles que se encuentran perseguidos por la furia del Dragón. Esos fieles, simbolizados por la madre, parece que no pueden mantenerse, y, sin embargo, están seguros porque el Dragón no les puede alcanzar en su amenaza, no consigue devorarles, por más que arroje contra ellos todo el agua homicida del gran caos (cf. Ap 12, 15-16), por más que les persiga con la fuerza desbocada de las bestias (Ap 13 ss). Esta Mujer es signo de la humanidad perseguida por los poderes de la muerte, pero que se mantiene y puede destruirlos. Frente a los signos de la guerra, signos de Varones/Bestias que pretenden dominar el mundo por la fuerza se mantiene la Mujer perseguida, que confiesa su fe, que rechaza la violencia. Este es el mensaje real del Apocalipsis: la humanidad femenina y no violenta, condensada en la buena Eva, puede superar y supera la amenaza del Dragón y de sus servidores, los poderes bestiales de la historia (cf. Ap 12, 17; Ap 13-20).
(c) Esta Eva llega a ser, finalmente, Esposa del cordero: es la figura celeste de la Iglesia que ha llegado a su meta final y recibe en amor toda la gloria de Dios y de su Cristo. «Uno de los siete ángeles… me dijo: Ven acá. Yo te mostraré la novia, la esposa del Cordero. Me llevó en el Espíritu sobre un monte grande y alto, y me mostró la santa ciudad de Jerusalén, que descendía del cielo de parte de Dios» (Ap 21, 9-10). Ésta es la Eva final, novia mesiánica, ciudad de los salvados. No es preciso edificar sobre ella un templo, porque Dios y su Cordero la iluminan con su luz y la engrandecen con su vida y con su gloria (Ap 21-22). Esta escena final de las Bodas mesiánica (Ap 21-22), con la manifestación de la Eva final (la humanidad salvada) pertenece a la mejor tradición profética, sapiencial y apocalíptica judía: la humanidad se vincula con Dios como novia, en encuentro de amor que dura por siempre. Esta Mujer-Novia del final sigue teniendo unos rasgos simbólicos de “diosa” (figura divina); pero ella sigue siendo la Mujer-Eva de la historia bíblica, que los católicos han vinculado, de un modo concreto, a la Mujer-María, la madre mesiánica de Jesús
JESÚS Y LAS MUJERES
El movimiento de liberación mesiánica de Jesús, que ha de entenderse en el contexto de otros movimientos sociales del judaísmo de su tiempo, ha superado la función de la mujer-madre, sometida al dominio del marido. De esa forma la vemos, al lado de Jesús, en una familia de hermanos, hermanas y madre, donde no hay lugar para los padres patriarcales (Mc 3, 31-35). Esta es la inversión del evangelio: el orden viejo ponía al padre sobre el hijo, al varón sobre la mujer, al rico sobre el pobre, al sano sobre el enfermo etc. En contra de eso, Jesús ha destacado el valor de los enfermos y expulsados, niños y pobres, es decir, el valor de los seres humanos como tales. En ese contexto, las mujeres dejan de estar sometidas a los maridos y aparecen en sí, como personas, capaces de palabra, servidoras de evangelio.
(a)Las mujeres escuchan y siguen a Jesús.Muchos rabinos las tomaban como incapaces de acoger y comprender la Ley, y el dato resulta comprensible, pues no tenían tiempo ni ocasión para estudiarla. Pero Jesús no ha creado una escuela elitista, sino un movimiento de humanidad mesiánica, dirigido por igual a mujeres y varones. Por eso, ellas le escuchan y siguen sin estar discriminadas (cf. Mc 15, 40-41; Lc 8, 13). (b) Las mujeres ejercen la diaconía o servicio. Varones y mujeres (cf. publicanos y prostitutas: Mt 21,31) podían hallarse igualmente necesitados: obligados a vender su honestidad económica (varones) o su cuerpo (mujeres) al servicio de una sociedad que les oprime, utiliza y desprecia. Pero Jesús les vincula en un mismo camino de gracia (perdón) y servicio mesiánico, donde ellas sobresalen (cf. Mc 15, 41).
Jesús no es reformador social, sino profeta escatológico: no quiere remendar el viejo manto israelita, ni echar su vino en odres gastados, sino ofrecer un mensaje universal de nuevo nacimiento (cf. Mc 2, 18-22). No distingue a varones de mujeres, sino que acoge por igual a todos, ofreciéndoles la misma Palabra personal de Reino, en un camino en el que nadie domina sobre nadie, sino que todos son "como los ángeles del cielo”, es decir, seres en fraternidad (cf. Mc 12, 18-27). Jesús ha superado la lógica de dominio, abriendo un camino de reino donde cada uno (varón o mujer) vale por sí mismo y puede vincularse libremente con los otros.
(a) En ámbito de reino, Jesús no ha distinguido funciones de hombre y mujeres por género o sexo. Los moralistas de aquel tiempo (como los códigos domésticos de Col 3,18-4,1; Ef 5,22-6, 9; 1 Ped 3,1-7 etc) separaban mandatos de varones y mujeres; pero el evangelio no lo hace (no contiene un tratado Nashim, como la Misná), ni canta en bellos textos el valor de las esposas-madres, pues su anuncio es simplemente humano. (b)El Sermón de la Montaña (Mt 5-7) no habla de varones y mujeres, pues se dirige a los humanos en cuanto tales. El mensaje del Reino (gratuidad y perdón, amor y no-juicio, bienaventuranza y entrega mutua) suscita una humanidad (nueva creación), donde no se oponen varones y mujeres por funciones sociales o sacrales, sino que se vinculan como personas ante Dios y para el reino.
Jesús no ha destacado la fecundidad biológica de la mujer para el Reino (no ha exaltado sus valores como vientre y pechos: cf. Lc 11, 27), ni ha cantado su virginidad de un modo sacral o idealista; tampoco se ha ocupado de regular sus ciclos de pureza o de impureza, ni la ha encerrado en casa, ni la ha puesto al servicio del hogar, sino que la ha valorado como persona, capaz de escuchar la palabra y servir en amor a los demás, igual que los varones. Sólo de esa forma ella aparece como fecunda para el Reino, con y como los varones.
Por eso, a partir del evangelio no se puede hablar de ninguna distinción de fe o mensaje (de seguimiento o vida comunitaria) entre varón y a mujer. Ambos emergen como iguales desde Dios y para el Reino. Todo intento de crear dos moralidades o dos tipos de acción comunitaria (palabra de varón, servicio de mujeres), reservando para él funciones especiales de tipo sacral, cuyo acceso está vedado a ellas, resulta contrario al evangelio, es pre-cristiano. Ni uno es autoridad como varón, ni otra como mujer, sino que ambos se vinculan en palabra y servicio, gracia y entrega de la vida, como indicará el tema que sigue.
Ésta es la revelación de la no diferencia, que el evangelio presenta de forma callada, sin proclamas exteriores o retóricas. Jesús no ha formulado aquí ninguna ley: no ha criticado a otros sabios, ni ha discutido con maestros sobre el tema, sino que hace algo más simple e importante: ha empezado a predicar y comportarse como si no hubiera diferencia entre varones y mujeres. Todo lo que propone y hace, lo pueden comprender y asumir unos y otras.
Ha prescindido de genealogías patriarcales, más aún, ha rechazado al padre en cuanto poderoso, pues en su comunidad sólo hay lugar para hermanos, hermanas y madres (con hijos), como han indicado de forma convergente Mc 3, 31-35 y 10, 28-30. Siguiendo en esa línea, Jesús se ha elevado contra las funciones de rabinos-padres-dirigentes (cf. Mt 23, 8-10), no dejando que resurjan dentro de la iglesia. Por eso, todo intento de re-fundar el evangelio sobre el "poder" o distinción de los varones resulta regresivo y lo convierte en elemento de un sistema jerárquico opuesto a la contemplación cristiana del amor y a la comunión personal que brota de ella.
En esta perspectiva descubrimos eso que pudiera llamarse la soberanía del evangelio. Ciertamente, Jesús no es un reformador social que acepta en parte lo que existe para cambiarlo después o mejorarlo. Los reformadores pactan siempre porque quieren conservar algo "bueno" (fuerte) que ya existe; por eso acaban siendo detallistas, legalistas, distinguiendo lo que se debe aceptar y lo que debe rechazarse. Jesús, en cambio, actúa como profeta escatológico: no se ha puesto a reformar el mundo para mejorarlo; no se ocupa de cambiar detalles; anuncia algo más hondo y radical: el fin del mundo viejo, la unidad y la igualdada en el amor entre varones y mujeres
(c) Jesús no ha distinguido funciones por género o sexo.Los moralistas de aquel tiempo (como los códigos domésticos de Col 3, 18-4, 1; Ef 5, 22-6, 9; 1 Ped 3, 1-7 etc) distinguían mandatos de varones y mujeres; pero el evangelio no lo hace (no contiene un tratado Nashim, como la Misná), ni canta en bellos textos el valor de las esposas-madres, pues su anuncio va dirigido simplemente al ser humano. El mensaje del Reino (gratuidad y perdón, amor y no-juicio, bienaventuranza y entrega mutua) suscita una humanidad (nueva creación), donde no se oponen varones y mujeres por funciones sociales o sacrales, sino que se vinculan como personas ante Dios y para el reino.
Pablo: mujeres de iglesia. Las referencias de Pablo a la mujer son muchas y de diverso tipo. Entre ellas queremos escoger dos, una sobre la mujer que ha engendrado a Jesús y otra sobre el ministerio de las mujeres en la iglesia. En principio, Pablo ha querido crear unas iglesias donde «no hay hombre ni mujer, pues todos son uno en Cristo» (cf. Gal 3, 28). Pero las iglesias paulinas posteriores han vuelto a sancionar un tipo de → patriarcalismo.
Virginidad/libertad, la mujer es valiosa por sí misma, no al servicio de otros. Liberación de la mujer. La misma madre de Jesús pertenecía, según Pablo, al plano de la ley. Pero tras la pascua todo se ha vuelto diferente: la mujer ya no es ley, sino gracia; no es carne, sino espíritu. Todo lo que Pablo dice sobre la vida cristiana y los ministerios eclesiales, desde la perspectiva de los carismas y del amor (cf. Rom 12, 4-16; 1 Cor 12-14, prescindiendo de la glosa posterior de 1 Cor 14, 33b-36 (que es un retorno a una ley de tipo apocalíptico), vale igualmente para varones y mujeres, esclavos o libres, griegos o judíos (cf. Gal 3, 28). Por exigencia de la creación y por novedad cristiana, varones y mujeres son, por igual, portadores del carisma de Jesús y así debía haberse expresado en la iglesia.
(a). Pablo no puede resolver todo los temas y, por eso, algunas de sus afirmaciones más audaces han podido ser manipuladas después por una tradición patriarcalista. Entre ellas está su defensa del → celibato o virginidad de las mujeres en 1 Cor 7. Pablo vive en un entorno en el que, de hecho, las mujeres casadas corren el riesgo de convertirse en siervas de sus maridos. Por eso, él desea que las mujeres permanezcan solteras, para ser libres, para dedicarse «a las cosas del Señor».
El encomio paulino de la virginidad de la mujer constituye una de las páginas más hondas de la historia de la liberación cristiana de la mujer: Pablo quiere que las mujeres sean lo que ellas quieran «en el Señor», que no se sometan a los maridos, que viven en libertad, para el conjunto de la iglesia. Una tradición posterior ha convertido el estado oficial de virginidad de las mujeres (cierto monacato y vida religiosa) en estado de sometimiento a los varones ministros de la iglesia. La vuelta al celibato paulino de la mujer implica una vuelta a la libertad de la mujer, para ser cristiana como ella vea, desde el centro de una iglesia donde ya no hay varones ni mujeres. Por eso, en un primer momento, todas la mujeres (igual que todos los varones) han de ser célibes, es decir, libres. En un segundo momento podrán decidir si son célibes-libres en virginidad no matrimonial o en vinculación matrimonial, según ellas (y ellos) quisieran, dentro de la iglesia.
Pablo. Mujeres mesiánicas. Ministerios y mujeres. Desde ese fondo han de entenderse las referencias de Pablo a los ministerios de las mujeres, especialmente las que hallamos en Rom 16, 1-15, donde hay tantas o más mujeres realizando labores ministeriales que varones. Significativamente, las mujeres-ministros de Rom 16 pueden ser «vírgenes no casadas» (en la línea de 1 Cor 7), pero pueden ser también «vírgenes casadas», es decir, mujeres que conservan y despliegan su libertad en el matrimonio, que viene a presentarse así para ellas como estado propio para expresar los ministerios cristianos:
« Os recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa de la iglesia que está en Cencres, para que la recibáis en el Señor, como es digno de los santos, y que la ayudéis en cualquier cosa que sea necesaria; porque ella ha ayudado a muchos, incluso a mí mismo. Saludad a Priscila y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús… Saludad también a la iglesia de su casa. Saludad a Epeneto, amado mío, que es uno de los primeros frutos de Acaya en Cristo. Saludad a María, quien ha trabajado arduamente entre vosotros. Saludad a Andrónico y a Junia, mis parientes y compañeros de prisiones, quienes son muy estimados por los apóstoles y también fueron antes de mí en Cristo… Saludad a Herodión, mi pariente. Saludad a los de la casa de Narciso, los cuales están en el Señor. Saludad a Trifena y a Trifosa, las cuales han trabajado arduamente en el Señor. Saludad a la amada Pérsida, quien ha trabajado mucho en el Señor. Saludad a Rufo, el escogido en el Señor; y a su madre, que también es mía. Saludad a Filólogo y a Julia, a Nereo y a la hermana de él, a Olimpas y a todos los santos que están con ellos» (Rom 16, 1-15). En ese contexto se sitúa también la referencia a «Evodia y Síntique… que han combatido conmigo, a favor del evangelio» (Flp 4, 2-3).
Estos pasajes indican que Pablo no esta aislado, sino que anima, acoge y asume como propio un grupo de colaboradores en el que predominan las mujeres:
Febe es diaconisa de la iglesia en Cencres (Rom 16, 1-2). Prisca (y su esposo Áquila) son colaboradores de Pablo y presiden una iglesia en su casa (16, 3-5). María ha trabajado mucho por los cristianos de Roma (16, 6).
Junia y Andrónico (¿su esposo?) son parientes de Pablo y le han precedido como apóstoles (16, 7). Trifena y Trifosa y Pérsida han trabajado (se han fatigado) por el Señor (16, 12). Estas mujeres son apóstoles (testigos de Jesús, creadoras de iglesia), servidoras de la comunidad y dirigentes (presidentes) de iglesias domésticas. Esta situación concuerda con la de Galilea e incluso con la de Jerusalén, donde María, madre de Marcos daba nombre a la comunidad reunida en su casa (Hech 12, 12). Estos y otros ministerios, compartidos por varones y mujeres, han brotado de un modo normal, según las necesidades apostólicas y organizativas de la iglesia, por iniciativa de Pablo y sus comunidades, conforme al carisma del Espíritu santo. Eso significa que las mujeres han asumido y realizado en el principio diversos ministerios eclesiales
(cf. P. Bonnard, Galates, CNT IX, Neuchâtel 1972; R. E. Brown (ed.), María en el Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 1986; E. W. Burton, Galatians, ICC, Edinburgh 1980; H. Schlier, Gálatas, Sígueme, Salamanca 1975; X. Pikaza, Sistema, libertad, iglesia. Instituciones del Nuevo Testamento, Trotta, Madrid 2001; K. Jo Torjesen, Cuando las mujeres eran sacerdotes: el liderazgo de las mujeres en la primitiva iglesia y el escándalo de su subordinación con el auge del cristianismo, Almendro, Córdoba 1997; B. Witherington III, Women in the Earliest Churches, Cambridge UP 1988).