Un santo para cada día: 12 de diciembre La Virgen de Guadalupe de México (Patrona de México y de toda Latinoamérica)

Aguiar en Guadalupe
Aguiar en Guadalupe

Un antiquísimo documento indio, llamado “Nican Mopohua”, nos narra los hechos que tuvieron lugar en los primeros días de diciembre de 1531, en México. El autor era Antonio Valeriano, escrito entre los años 1545 y 1550, por lo tanto, contemporáneo de los hechos ocurridos. Este relato fue redactado en la lengua nativa de los indios y después traducido al latín. El original se perdió y solo se conserva la copia latina.

Según este relato, en la madrugada de un sábado, a primeros de diciembre del año 1531, el indio Juan Diego, que vivía apartado de la gran urbe de México, se dirigía a la ciudad en busca de un sacerdote para un tío suyo que estaba muy enfermo. Al pasar junto al cerrillo que llaman Tepeyac, oyó cantar arriba del cerro. Su canto era suave y deleitoso. Cuando cesó el canto, oyó que le llamaban desde arriba y entonces se decidió a subir. Cuando llegó a la cumbre vio a una señora joven, que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara. Él se maravilló al ver su belleza sobrehumana y sus vestiduras que eran radiantes como el sol. Se inclinó ante ella, que le preguntaba: “Juanito, ¿a dónde vas?”. Después le dijo quién era, manifestándole su deseo de que allí mismo se le edificara un templo, por lo que debía ir al palacio del obispo y contárselo a él.

El obispo, que era un franciscano español, llamado Fray Juan de Zumárraga, le recibió y le escuchó, pero no dio importancia a su relato, pues pensó que se lo había inventado. Volvió por segunda vez al cerro y por segunda vez importunó al obispo, quien tampoco dio crédito a sus palabras. Entonces, el obispo le dijo que le pidiera a la Señora una señal como prueba de su veracidad. La Señora le indicó qué día debería ir para darle la prueba; así pensó hacerlo, pero se encontró con que su tío, enfermo de gravedad, le pidió que fuera a avisar a un confesor a la mayor urgencia y para poder cumplir este piadoso encargo, trató de postergar el encuentro con la Virgen. pero Ella se le apareció y le dijo que no se preocupara por su enfermedad porque se pondría bien, fue entonces cuando le contó que el obispo estaba esperando una prueba de su aparición. Deseoso Juan Diego de obtener esta prueba, preguntó a la Señora cómo podía satisfacer el deseo del obispo.

Fue entonces cuando la Virgen le ordenó subir a la cima del monte y que allí recogiera un ramo de rosas de Castilla y se las llevara al prelado. Imposible encontrarlas en aquel cerro árido y despoblado y menos en el mes de diciembre, pero Juan Diego las buscó, las encontró y echándolas en su tilma o ayate (especie de poncho con el que se cubrían los indios durante el invierno), fue otra vez al palacio a ver al obispo y al desplegar su tilma ante él, no solo cayeron al suelo las rosas, sino que la imagen de la Virgen quedó milagrosamente estampada en dicha tilma. El obispo, convencido, pidió a Juan Diego que les acompañara, para indicarles en qué lugar la Señora quería que se le levantara el templo y así se hizo. Posteriormente, al regresar a casa de su tío, le encontró completamente restablecido, tal y como la Virgen le había dicho. 

 Tal es la historia de esta bendita imagen, por la que tanta devoción sienten los mexicanos y todos los latinoamericanos en general. La Virgen de Guadalupe, a partir de este momento, quedaría como el símbolo de México y de todo un continente. Juan Diego dejándolo todo se haría cargo de este preciado tesoro y por disposición del obispo cuidaría de la ermita construida en honor de la Virgen de Guadalupe, ocupándose también de los peregrinos que llegaran hasta allí.   

Hace unos años, unos famosos oftalmólogos, hicieron unas investigaciones interesantísimas en los ojos de la imagen y descubrieron con modernísimos oftalmoscopios de gran aumento, la existencia de unas figuras grabadas en ellos, como si hubiera quedado impresa la escena que la Virgen estaba contemplando en el momento de quedar grabada su imagen en la tilma. Todos coincidieron en afirmar que parecía que estaban examinando los ojos de una persona viva. Esta imagen, por desgracia, ha sido muy “retocada”, en secreto, por la Iglesia, tal vez por el temor de que pudiera borrarse con el paso del tiempo, con infinidad de añadidos, que lo único que han conseguido ha sido afear la belleza y sencillez que tenía la imagen primitiva. Existen fotografías anteriores a los retoques que se hicieron en el siglo XX. En las partes que están sin retocar no han podido encontrar el mínimo resto de pintura.

Reflexión desde el contexto actual:

Si en la Sábana Santa de Turín tenemos una imagen real de Jesucristo, en la tilma de Juan Diego habría quedado impresa una imagen real de María. Los retoques añadidos nos impiden contemplar toda la belleza y serena majestad de ese rostro, que fue desfigurado al intentar reproducir en él el rostro de las nativas mexicanas. Aún a pesar de todo, esta reliquia hay que considerarla como un preciado tesoro, que con un fervor profundo es venerado, no solo en México, sino también en el mundo hispano.

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