19.3.25. Ficha laboral de San José, el carpintero de Nazaret (Mc 6, 3; Mt 13,55; Lc 4, 22)

 Así presentan a José los evangelios sinópticos, lo mismo que Jn 4, 41-43. En las reflexiones que siguen dejo a un lado el tema teológico de la “concepción” virginal de Jesús, por el Espíritu Santo, para centrarme en su concepción, nacimiento e identidad como “tekton”, artesano o “carpintero”, lo mismo que José.

 Sus antepasados eran probablemente emigrantes de Belén de Judea, que habían venido a Nazaret de Galilea, en tiempo de Alejandro Janeo (en torno al 100 a. C.), como agricultores, recibiendo en propiedad unas tierras, que les vinculaban a la promesa y bendición de Dios, en la línea que indican los libros antiguos (especialmente Levítico y Josué). Pero él (José), como otros muchos, había perdido la tierra, volviéndose así campesino sin campo (y quizá obrero sin obra).

Jesus Como Niño Y Santa Joseph Trabajando Como Carpintero Stock de ...

Introducción

Hoy, dentro de una sociedad industrializada, se nos hace difícil entender lo que aquello supuso, pues la mayoría no vivimos ya inmediatamente de la tierra, sino que nuestras “propiedades” se contabilizan en forma de inversiones, trabajo o dinero. En tiempos de Jesús, en la sociedad agraria de Galilea, el israelita “ideal” era un propietario de la tierra, un campesino bien casado, con familia y campo, que descubría y cultivaba el don de Dios en la siembra y la cosecha. En el momento en que un descendiente de campesinos (a no ser que fuera sacerdote) perdía la propiedad de su campo, solía quedar desamparado, en sentido económico y simbólico, es decir, religioso (perdía la herencia que Dios mismo había concedido a las familias de su pueblo). En este contexto se entiende la presentación de Jesús como artesano:

Marcos le define directamente a Jesús como “el tekton” (Mc 6, 3). Ésa es su escuela, ése es su oficio y carné de identidad: es un hombre que debe “vender” su trabajo, de forma que, para vivir, no se encuentra a merced de la “providencia de Dios” (lluvia) y de su propio esfuerzo (trabajo personal en el campo), sino que depende de la oferta y demanda de otros, en un mundo lleno de carencia y dureza. No es simplemente “tekton” (un carpintero/obrero como otros), sino “ho tekton”, con artículo definido: éste es su apodo o  sobrenombre: el Artesano.

Antes de llamarse “el Cristo” (y para serlo), Jesús Galileo ha sido “tekton”, un obrero a merced de los demás, un hombre al que todos pueden llamar y mandar, para encargarle unas tareas, de las que él ha de vivir. La Obra de Dios, que asumirá después, está vinculada al trabajo inmisericorde de gran parte de la gente de su tiempo y de su tierra. Sin duda, tiene un conocimiento básico de la Escritura y se siente identificado con la tradición religiosa del judaísmo. Pero, al mismo tiempo, se encuentra a merced de las necesidades y ofertas laborales de otros hombres. Es evidente que esa situación implica una “disonancia” fáctica muy fuerte: su forma de vida no responde a lo que Dios había “prometido” a su pueblo.

Mateo parece suavizar esa afirmación y presenta a Jesús como “el hijo del tekton” (Mt 13, 5). Ese cambio puede responder a un intento de “atenuar” la dureza de su estado laboral, pues no se le llama directamente “el tekton” (sino el hijo del tekton), pero en realidad no la atenúa, sino que la refuerza y endurece. Jesús no es simplemente un “nuevo tekton”, alguien que acaba de empobrecer, por situaciones inmediatas de familia, sino que aparece como “el hijo de”,”: alguien que ha nacido en una familia que carecía ya de la seguridad económica que ofrece la propiedad de un campo, cultivado directamente, como signo de bendición de Dios. Cuando más tarde prometa a sus seguidores “el ciento por uno” en campos (agrous: Mc 10, 30 par), Jesús querrá invertir esa situación donde muchos hombres y mujeres como él no han tenido ni tienen un campo para mantener una familia.

Lucas y Juanpueden haber sentido embarazo de llamarle “tekton” o “hijo de tekton” y por eso cambian la expresión, diciendo: “¿No es éste el hijo de José?” (Lc 4, 22 y Jn 6, 42).Ciertamente, se podría afirmar que actúa así por un simple  “ahorro verbal”: bastaría con decir que es “hijo de José”, no se necesita más información. Pero podemos recordar que Mc 6, 3 le llama “hijo de María” y, sin embargo, añade la otra información, llamándole “el tekton”. Todo nos permite suponer que Lucas (y Juan) han omitido el dato laboral porque, en el contexto donde escriben, les parece  indigno definir a Jesús por  un trabajo que le hace dependiente de los otros. Evidentemente, Jesús no tenía un currículo elevado.  

Esta presentación de Jesús por su “trabajo” puede tener un aspecto negativo y otro positivo.

(1) Uno negativo: Jesús no es untekton de ocasión (hombre con tierras propias aunque, en ocasiones, trabaje también como artesano), sino el tekton,  alguien sin trabajo propio, pues no tiene tierras ni hacienda agrícola, ni otros medios de subsistencia, sino sólo aquello que otros quieran ofrecerle como trabajo y salario, en un mundo sin contratos fijos ni salarios permanentes.

(2) Pero este dato puede ofrecer también un aspecto positivo: Jesús ha sido capaz de trabajar al servicio de los demás, dentro de un duro mercado de oferta y demanda. Así ha podido conocer la realidad social desde la perspectiva de precariedad y pobreza de los campesinos expulsados de su tierra. Ésta ha sido su escuela, una escuela donde se aprenden cosas que no están en la  Escritura de los rabinos profesionales, ni en el templo de los sacerdotes[1].   

 Un israelita palestino (galileo) honorable debía ser propietario de una tierra, que Dios mismo le había “dado”,

de manera que podía vivir de ella, con su familia, trabajando con sus manos y recibiendo así la bendición de Dios, tal como lo ha seguido mostrando la legislación posterior de la Misná, donde, a lo largo de los siglos (del II al IV d. C.), se toma como referencia una sociedad de agricultores (grupos familiares) libres, propietarios de tierras que ellos mismos trabajan de un modo directo. Pues bien, por medio de una serie de cambios sociales, introducidos por la cultura greco-romana, que actuaba a través de la política urbanista y centralizadora de Herodes el Grande y de su hijo Antipas, una parte considerable de los agricultores de Galilea, a pesar de las leyes del Jubileo (cada familia volvía a poseer la propia tierra: Lev 25), fueron incapaces de mantener sus propiedades, volviéndose campesinos sin campo, sin otro remedio que hacerse obreros o mendigos para así sobrevivir.

José, el marginado. Comenzaba una época nueva. La propiedad de la tierra (antes de todas las familias) fue pasando a manos de unos pocos, de manera que gran parte de la población vino a engrosar el proletariado (y, en el mejor de los casos, el funcionariado) urbano de las nuevas capitales (Séforis, Tiberíades), construidas por los reyes herodianos. Desde ese fondo se entiende la situación del Jesús tekton, campesino sin campo, agricultor sin agro. En contra de lo que prometían las bendiciones de Israel y las promesas davídicas, José  era un hombre sin importancia social: no formaba parte de los propietarios de tierras (en las que se expresa la bendición de Dios), ni era heredero de una estirpe sacerdotal acomodada, como pudo ser Juan Bautista (cf. Lc 1) y como fue F. Josefo (según su Autobiografía) [2].

En sentido social y económico, José  era heredero sin herencia. Conocía la pobreza desde dentro y no de un modo “intelectual”, como muchos “eclesiásticos” judíos o cristianos y como casi todos los teóricos modernos de occidente, que hablan (hablamos) de una miseria “ajena” (que no es nuestra), aunque nosotros mismos la provoquemos. Jesús no era un simple “pobre de espíritu”, sino un pobre real, por su situación como tekton o artesano. En ese sentido se le puede llamar “judío marginal” (como hace J. P, Meier,  Un judío marginal,  Verbo Divino, Estella 1998 ss), aunque nosotros preferimos llamarle “marginado”, porque le han expulsado al margen de la sociedad israelita y él ha protestado como veremos en todo lo que sigue[3].

Marginal y marginado. En un sentido, era marginal como supone Meier: venía del margen de la tierra de Palestina (de Galilea), no tenía conocimientos académicos ni poderes económicos, era un galileo sin cargo especial, ni función importante en la vida del pueblo: no era sacerdote, escriba o representante de una familia rica… Pero, en sentido más estricto, es un marginado, pues le han arrojado al margen los cambios sociales y económicos que Galilea ha venido sufriendo en los últimos decenios, dentro de un mundo religioso controlado cada vez más por escribas (de las varias escuelas), sacerdotes oficiales y miembros de la nueva aristocracia económica (que ha pactado con Roma). Es un artesano, está a merced del trabajo que le ofrecen otros, de manera que no puede cumplir la Ley como la cumplen aquellos que disponen de tiempo y contexto apropiado para ello (como muchos fariseos). Jesús no tiene trabajo propio y por eso vive a merced de la propiedad y trabajo de otros.

  1. Un marginado activo. La marginalidad le ha vinculado con otros muchos hombres y mujeres de su tiempo, expulsados como él de la corriente de los privilegiados de la tierra. Esa misma situación le ha capacitado para entender desde otra perspectiva y de otra forma la Escritura de su pueblo y para iniciar una nueva interpretación de la herencia israelita (pero empalmando con la tradición de la liberación de Egipto). Es un marginado, pero no un resentido (no propugna la violencia reactiva en contra de los ricos). Es un marginado con un potencial inmenso de creatividad positiva. Desde ese fondo se entiende la respuesta que Jesús ofrece a los retos de su tiempo, la manera en que ha venido a situarse ante la realidad israelita, formulando (iniciando y recorriendo) un proyecto de juicio de Dios ante el Jordán, con entrada posterior en la tierra prometida (acompañando a Juan Bautista) e iniciando después un camino de Reino (por sí mismo y con los pobres, en Galilea)[4].
  2. ¡Marginados del mundo, escuchad!Jesús era un campesino desposeído y, por eso, no podía trabajar para (por) sí mismo, sino que debía poner su tiempo y su vida a disposición de otros (dadores de trabajo), sin la seguridad que, en aquel tiempo, concedía un tipo de posesión privada, en especial un campo de cultivo[5]. Por eso, cuando habla de “pobreza” y llama bienaventurados a los ptojoi (que no son los que deben realizar un trabajo duro para subsistir, sino los mendigos, aquellos que no tienen nada, ni siquiera trabajo), Jesús no está proponiendo una teoría sobre otros, sino que hablando de su propia situación de marginado, que conoce y comparte la suma pobreza de las gentes de su entorno. Jesús no entiende su marginalidad como principio de una actitud agresiva, que desemboca en la venganza, sino como fuente de una forma distinta de crear o recrear la sociedad[6].

No es un marginal que se retira y aleja, saliendo de los círculos sociales, como alguien que no tiene nada que aportar, un “idiota” que no sabe oponerse y decir “no” (Nietzsche,  El Anticristo), alguien que no ofrece nada positivo a las instituciones sociales que son la base del eterno Israel, construido precisamente con buenas instituciones (J. Klausner), sino que se ha opuesto al mundo dominante de una forma mucho más radical. Jesús no rechaza las cosas desde arriba, ni pide o concede limosna, ni se limita a mejorar lo que ya existe, con unos pequeños retoques, ni ofrece su opción desde dentro del sistema, sino que inicia un camino fuerte de construcción social y humana, precisamente desde aquellos que, como él, carecen de tierra y estabilidad económica. Ésta es su forma de “oponerse”, la más profunda que conozco[7].

En esa línea podemos afirmar que su escuela ha sido el trabajo y la pobreza, pero no un trabajo “propio”, realizado por personas que son dueñas de sus campos (y que deben defender su propiedad, contratando quizá a unos artesanos), sino el trabajo alienado de millones y millones de personas, que no tienen nada propio y que dependen de aquello que otros quieran ofrecerles. Jesús no ha sido un trabajador autosuficiente (dueño de su empresa o campo), sino “hetero-dependiente”, como  los artesanos, los parados, los mendigos, que no pueden alimentarse ni dependen de sí mismos (¡pues no tienen nada propio!), sino que depende de  aquello que otros quieran (o no quieran)  ofrecerles. Sólo desde esa situación se entiende su oferta de Reino. 

 José y Jesús,  artesanos dependientes. Jesús ha logrado aprender en la escuela del trabajo opresor, como artesano dependiente. Una situación como la suya ha destruido y destruye a gran parte de los hombres y mujeres, pero algunos, como Jesús, han logrado reaccionar y ofrecer una respuesta que abre caminos de humanidad. De manera creadora habían respondido, en otro tiempo, los hebreos oprimidos en Egipto (condenados a realizar duros trabajos a la fuerza), cuando salieron de Egipto y buscaron formas nueva de existencia en pobreza y libertad compartida. Algo semejante ha sucedido con Jesús: desde una situación social y laboral muy parecida, en las nuevas circunstancias de Galilea, desde la periferia del gran Imperio Romano, retomando las raíces religiosas de Israel, desarrollando un proyecto radical de Reino.

Jesús no ha sido uno de aquellos “carpinteros sabios”, que ha creído descubrir G. Vermes, hombres eficientes, con trabajo asegurado, que podían volverse maestros de otros buenos trabajadora, pues tenían suficiente tiempo libre para argumentar sobre problemas muy profundos de la Ley israelita. Al contrario, Jesús ha debido formar parte de los carpinteros-obreros sin tierra, que, conforme al ideal del jubileo israelita (Lv 25), quedaban fuera del espacio de las bendiciones de Israel. No ha sido un “pensador de tiempo libre”, experto en mejorar lo que existe, sino profeta en tiempos de opresión, pues no quería  adaptarse sin más en lo que existe, sino acoger y crear una alternativa de Reino, conforme al modelo y promesa de la historia israelita[8].

  Venimos suponiendo que sus antepasados podían haber emigrado desde Belén de Judea a Nazaret de Galilea, con el fin de poseer una tierra buena, una heredad para el trabajo y  la familia, según la voluntad de Dios, conforme a las promesas… Pero, en cualquier caso, fuera oriundo de Belén o haya nacido de una familia que vivía por siglos en la misma Galilea, lo cierto es que ha sido víctima de las trasformaciones de los últimos decenios, viniendo a ser un hombre sin tierra ni trabajo propio, como uno de aquellos que esperan cada día el posible jornal que les ofrezca algún “amo” (cf. Mt 20, 1-16). Su mensaje no ha sido un “lujo espiritual”, desconectado de la vida, sino una propuesta de respuesta a los problemas de la vida.

Así le encontramos como obrero no especializado, un artesano del ramo de la construcción, que quizá ha servido por un tiempo en el mercado laboral del rey Antipas, en  sus nuevas ciudades (Séforis, junto a Nazaret; Tiberíades, junto al lago de su nombre), o ha estado al servicio de otros propietarios agrícolas. Ciertamente, ha podido tener más movilidad que un campesino con tierras y más necesidad de conocimiento que un propietario, pero ha carecido del poder y, sobre todo, de la seguridad que ofrece un campo propio, una herencia israelita[9].

El trabajo en la propia casa-campo arraiga al hombre y su familia en una  tierra y una historia, que la Escritura de Israel ha vinculado a Dios. La familia agrícola posee una identidad sagrada que suele mantenerse mucho tiempo, pues tradición y tierra se trasmiten por generaciones… En una familia de ese tipo el padre (con la madre) es el testigo de Dios, portador de unas bendiciones y valores, que se mantienen con muy pocos cambios, a lo largo de siglos. En ese contexto, Dios tiende a manifestarse a través de la sacralidad de la tierra y de la continuidad del grupo, sancionando unos valores de justicia y solidaridad, simbolizados por los padres, que garantizan la continuidad de la vida (herencia)[10].

 Lógicamente, los padres eran signo de Dios como autoridad y garantía de vida para los hijos de “buena” familia. En esa línea, el Dios israelita había cumplido una función esencial, a lo largo de la historia. Pero ya no respondía a las necesidades de los campesinos sin tierra, entre los que hallamos a Jesús Galileo. Por eso, era necesario volver más atrás de la “herencia” de la tierra, garantizada por el paso de los padres a los hijos. Había que volver más allá, a un tiempo en que los hebreos no tenían tierra, superando la forma de propiedad y seguridad familiar que había valido después. 

Los artesanosde Galilea vivían en una situación más parecida a los hebreos de Egipto, sin seguridad material o social (sin una familia que pudiera garantizar la propiedad de la tierra). Los campesinos galileos habían perdido o estaban perdiendo la “herencia de Dios” (la tierra); de manera que ya no podían creer en el Dios de los “buenos” propietarios y tenían que buscar nuevas formas de experiencia religiosa y/o convivencia. Ellos carecían ya de “patrimonio” (vinculado al patriarcado): no tenían tierras que dejar en herencia a los hijos, de manera que, estrictamente hablando, carecían de herederos. En el fondo, los artesanos aparecían como hombres sin patria duradera, itinerantes que iban pidiendo trabajo en aldeas y pueblos. En realidad, ellos no tenían ya estructuras familias (casas), pues ellas estaban vinculadas a la tierra.

El artesano podía ser un temporero sin formación, pero también podía aparecer como un técnico especializado, capaz de volverse rico. Pero le faltaba la identidad representada por la tierra que se transmite y hereda de padres a hijos, le faltaba el arraigo de la familia que se alza y asegura en torno a una propiedad, de manera que viene a presentarse como un hombre sin raíces permanentes. Pero, en compensación, podía tener la  oportunidad de conocer otros pueblos y gentes, logrando así una visión más extensa de las condiciones de vida del conjunto de los hombres, especialmente de los pobres. En ese fondo se sitúa la vida y mensaje de Jesús, a quien veremos como constructor de nueva familia[11].

Los rasgos anteriores nos permiten descubrir en José y en Jesús una fuerte disonancia cognitiva y vital. (1) Por un lado, como descendiente de una familia vinculada a Belén, se siente portador de la promesa davídica, que incluye la posesión de una tierra, de la que todos han de ser propietarios, compartiendo la herencia de Dios. (2) Pero, al mismo tiempo, forma parte de una gran masa de hombres y mujeres que han perdido la tierra, de manera que parecen expulsados de la  herencia de Abrahán y de David. En ese contexto, él se siente llamado a ofrecer una experiencia nueva de “heredad” a los pobres y marginados, que están fuera del espacio abierto por las promesas de Abraham, por las esperanzas de David[12].

Desde ese fondo ha de entenderse el mensaje de las bienaventuranza (¡los mansos heredarán la tierra! Cf. Mt 5, 5) y la promesa del “ciento por uno”: aquellos que, por una parte, lo han perdido (o lo han dejado) todo recibirán de otra manera, por caminos nuevos (pero en esta misma tierra), el “ciento por uno” en familia, casas, campos etc. (cf. Mc 10, 29-30). Ese “ciento por uno” resulta imposible allí donde se mantiene el antiguo sistema, que ha dividido a los hombres en propietarios (que tienen y aumentan lo tenido) y expulsados (que lo han perdido todo); pero es posible y lógico allí donde se instaura un tipo de propiedad no clasista ni posesiva, que permite que personas y familias compartan lo que tienen. Para entender mejor ese mensaje, que iremos desarrollando, podemos ofrecer aquí un sencillo esquema de división de clases que nos permitirá situar el entorno de Jesús, desde la perspectiva de la educación por el conflicto y el trabajo[13]:

José y Jesús viven en un mundo que se encuentra dominado, de hecho, por una clase mercantil que ha separado ya el dinero (capital) de la vida real, es decir, del trabajo inmediato y de las necesidades concretas de los hombres y mujeres. Ciertamente, no parece que Jesús haya sido un “purista” estricto, ni tampoco un “reformador económico”: no ha condenado en principio a todos los “comerciantes”, ni ha rechazado a los “publicanos” (recaudadores de impuestos, al servicio de un orden socio/económico que era, a fin de cuentas, romano), a los que gran parte del pueblo consideraba impuros. Pero, mirando las cosas a mayor profundidad, él ha querido poner el comercio y dinero al servicio de los pobres, de un modo “gratuito” (por comunicación directa entre los hombres), de manera que su proyecto implicaba un cambio total en la manera de ver la economía. En ese sentido decimos que ha sido más que un reforma

El imaginario simbólico de Jesús lo forma una sociedad sin clases, una federación de agricultores, pastores (y pescadores del lago), que que comparten bienes y trabajos. Unos y otros, agricultores, pastores/pescadores, han de ser componentes básicos de una sociedad igualitaria (no mercantil, no imperial), formada por familias y clanes libres, que reflejan un tipo de presencia de Dios en la que no hay supremacía ni dependencia de unos respecto de otros. Por eso, estrictamente hablando, según Jesús, no debería haber campesinos (sometidos) porque su sociedad ideal (en la línea de Lev 25: ley del jubileo), debería estar formada por agricultores/pastores que mantienen un mismo nivel económico, de producción, intercambio y consumo de bienes.

No sabemos si en su “imaginario” cabría la existencia de algunos (hombres o mujeres) “liberados” para el culto (como los sacerdotes/levitas), que recibirían una parte de la producción de los demás (diezmos), aunque sin volverse, por ello, superiores a los otros. Pero es evidente que, a su juicio, todos los miembros  de la sociedad debían compartir la vida (bienes y trabajo), sin ponerse al servicio de un sistema externo o superior, porque ellos mismos eran el bien supremo. No debía haber, según eso, clases sociales. Éste es el imaginario y utopía de fondo de la vida de Jesús. 

Sociedad de clases, el entorno de Jesús. A lo largo de la historia de Israel, muchos agricultores se habían ido convirtiendo en campesinos, en un proceso que, en Galilea, ha culminado en tiempos de Jesús. Una parte considerable de los “agricultores independientes” no pudieron mantener su independencia, la autonomía de su vida y trabajo, de manera que tuvieron que ponerse (les han puesto) al servicio de una estructura política y comercial, centrada en las ciudades (que forman parte de un reino o imperio más grande: el de Roma).

En general, los agricultores han venido a quedar “controlados” por los mercaderes (comerciantes), pues la mayoría de sus tierras han pasado a ser propiedad de esos mismos comerciantes o de otros grandes propietarios (terratenientes ricos, vinculados a los gobernantes, militares, comerciantes y/o sacerdotes). En el tiempo de Jesús, la mayoría de los hombres del campo se han vuelto campesinos en el sentido técnico: gentes del campo que han perdido su autonomía, de manera que dependen de unas ciudades y/o de unos comerciantes, que controlan, dirigen y consumen gran parte de su producción. Dando un paso más, muchos de esos campesinos se han vuelto artesanos.

Conforme a este proceso, los campesinos del tiempo de Jesús son  agricultores que han perdido su autonomía, de manera que trabajan y producen al servicio de una estructura social clasista, presidida por comerciantes, ciudades y/o reyes, que no producen los bienes de consumo, pero los controlan. El conjunto de los hombres y mujeres no viven según eso en igualdad y comunión (económica, social y/o religiosa), sino que unos dependen de otros.

Los campesinos (agricultores proletarizados) constituyen el ejemplo más significativo de esta “sociedad de clases”. Ellos, que en otros tiempo fueron libres y autónomos (autosuficientes), al menos en sentido imaginario, han venido a formar el primer estrato de los sometidos o dependientes de la población. Ciertamente, algunos siguen trabajando su campo, pero ya no lo hacen para sí mismos, sino bajo dependencia de otros (de un “Estado” de funcionarios y comerciantes); así producen alimento para todos, pero están  bajo el  “poder” de otros estamentos sociales. En esa situación elevará Jesús su mensaje y promesa de Reino[19].

La clase de los artesanos. Como venimos diciendo, los artesanos del tiempo de Jesús eran en general campesinos que han perdido la propiedad y el uso de sus tierras, de manera que no pueden cultivarlas por sí mismos, sino que se están obligados a vender su trabajo, poniéndolo y poniéndose al servicio de ciudades o templos, de comerciantes o propietarios ricos. Por no tener, no tienen más propiedad que su trabajo y deben venderlo para así vivir.

Siempre ha habido “artesanos” (carpinteros, herreros, alfareros, albañiles, expertos en pozos y riegos…), pero, normalmente, antes de la división de clases, ellos eran agricultores que, además de trabajar su tierra, tenían más capacidad o experiencia que otros para realizar algunas funciones especiales. Por eso, en ciertos momentos, colaboraban con otros agricultores en algunas tareas ocasionales que requerían una habilidad  particular o el concurso de muchas personas, sin abandonar por eso sus trabajos de campo. Pues bien, cuando la mayoría de los agricultores se vuelven  campesinos sometidos y algunos pierden su tierra (por confiscación, deudas, movimientos migratorios o super-población) empiezan a multiplicarse los campesinos “sin campo”, que no tienen más remedio que “vender” su trabajo como renteros, braceros para todo o artesanos más especializados (carpinteros etc.).  

               Desde aquí se entiende la situación del “artesanado sometido”, condenado a trabajar en un nivel de subsistencia, al servicio de una que, en tiempos de Jesús (primer tercio del siglo I. d. C.), se hallaba dominada por los privilegiados de las nuevas ciudades ricas de Galilea. Las zonas rurales habían mantenido por mucho tiempo su agricultura de subsistencia, que de alguna forma reflejaba la situación del principio de la historia de Israel. Pero los cambios de los nuevos tiempos, vinculados a la urbanización y al lujo de las ciudades, convertía a los hijos de agricultores no sólo en campesinos sometidos, sino en artesanos aún más sometidos, como era Jesús[20].

  1. Había artesanos “asentados”, que podían parecer casi “clientes” del sistema político, económico y/o religioso del que dependen y al que sostienen. Ellos actúan en general como operaros fijos al servicio de los gobernantes, de las ciudades o los templos (como el de Jerusalén)  que les contratan y pagan. Entre ellos están los que trabajan en las grandes obras “reales” de Palestina (Cesarea y Sebaste, Séforis y Tiberíades) o en la re-construcción del templo  de Jerusalén, donde se dice que, desde el tiempo de Herodes,  había más de 15.000 trabajadores, artesanos “oficiales” al servicio de un sistema rico que podía pagarles. Gran parte de la población de Jerusalén estaba formada  por obreros del templo, quienes, como es normal, no respaldarán a Jesús, pues él reflejaba otros  ideales e intereses.
  2. Había artesanos “itinerantes”, sin estabilidad, eventuales al servicio de agricultores más ricos o de propietarios con ciertos medios económicos. Entre éstos parece haber estado Jesús, que no ha sido (presumiblemente) obrero de la construcción del templo de Jerusalén, ni de las ciudades y cortes de los reyes galileos. Estos artesanos dependían de un “mercado” de trabajo inestable. Aunque dominados de algún modo por comerciantes y ciudades, los campesinos propietarios seguían disponiendo de una tierra que era símbolo de estabilidad y de bendición de Dios. Por el contrario, estos artesanos (campesinos sin tierra) dependían totalmente de las condiciones sociales y laborales de otros más ricos[21].

Galileo marginado, campesino sin campo, obrero sin obras

             Las reflexiones anteriores ponen de relieve la “disonancia” entre el ideal o  “imaginario” de Jesús y la realidad concreta de la sociedad galilea. La problemática era nueva, pero tenia orígenes antiguos, que aparecen ya en la ruptura del orden tradicional y en la caída de la monarquía (721 a. C. en Israel, 587 a. C. en Judea). Con la expulsión y cautiverio, muchas tierras habían cambiado de dueño; por eso, con la  vuelta del exilio algunos sacerdotes habían ideado un sistema de recuperación, para que esas tierras volvieran, cada 49/50 años, a manos de los propietarios antiguos (o de sus descendientes). Ese sistema de retorno (jubileo) parecía bueno, pero dejaba muchas cosas sin resolver: ¿Cómo quedaban los nuevos expulsados? ¿No sería preferible repartir la tierra entre todos por igual?

            Parece que la ley del jubileo no se cumplió nunca del todo, pues resultaba muy difícil determinar quiénes eran los propietarios radicales de una tierra que había cambiado varias veces de dueño. Además, esa ley no podría resolver los problemas vinculados al surgimiento de una cultura nueva, de tipo imperial y comercial, como la del tiempo de Jesús, cuando los campesinos pasaron a estar dominados por una élite no campesina. Por lo que se refiere a Galilea, el cambio más significativo debió darse tras la conquista de los asmoneos (hacia el 103 a. C.), que parecen haber concedido gran parte de la tierra a los “colonos” de Judea, y después, tras la caída de los asmoneos y la toma de poder por los herodianos (37 a. C.),  que marca el inicio de una política urbana totalmente distinta; ya no se trataba sólo de un cambio de propietarios, sino de un cambio de sistema comercial, vinculado a la introducción más intensa del helenismo y a la comercialización del conjunto de la zona, que dejaba las tierras en manos de comerciantes o grupos más ricos de las nuevas “polis” o ciudades[23].  

            En este contexto se sitúa Jesús. No fue artesano parcial, por vocación, como en tiempos en que había campo y trabajo para todos. No fue artesano experto por opción, capaz de enriquecerse a través de su especial pericia (como algunos que podrían realizar trabajos bien remunerados, al servicio de la administración política o religiosa). Fue un trabajador eventual, en tiempos de crisis y destrucción de los tejidos sociales, que le llevaron a profetizar con Juan Bautista el fin del orden político-social.

     Vivió en un tiempo de trasformación urbana y muchos agricultores no pudieron mantener su autonomía, de manera sus campos cayeron en manos de la oligarquía de las ciudades (Séforis, Tiberíades) y ellos mismos se volvieron renteros o artesanos al servicio de las clases ricas (comerciantes y funcionarios: militares, burócratas, sacerdotes…) de las ciudades. Fue el comienzo de un proceso que, significativamente, parece culminar en nuestro tiempo (año 2007), con el triunfo final del capitalismo y el paso de una sociedad agrícola autosuficiente (en nivel de subsistencia) a una sociedad industrial y comercial. Ese paso implica, por un lado, un gran avance (genera riqueza), pero conlleva mucho sufrimiento (destrucción social e injusticia)[24].

            Más tarde, Jesús no quiso proclamar el Reino en las ciudades de su entorno (Séforis, Tiberíades), probablemente porque pensaba que su misma estructura (con división jerárquica y dominio de clase) era contraria al ideal de fraternidad del Dios israelita. Su misma experiencia religiosa le impulsaba a recrear el orden social, pero en línea de fraternidad universal de campesinos, no de organización política desde las ciudades, básicamente clasistas. (1) No quiso cambiar el orden urbano, quizá porque pensó que resultaba incambiable: los habitantes de las ciudades eran responsables de la situación de los campesinos-artesanos, que habían perdido su identidad y autonomía. Según eso, Jesús era un “pagano” (hombre de campo), pero un  pagano que inició una tarea de trasformación universal. (2)  Jesús se distingue así de gran parte del movimiento cristiano posterior, básicamente urbano, de manera que los no cristianos se definirán precisamente como “paganos”, habitantes de unos campos que no han aceptado el nuevo orden social cristiano. Aquí se sigue dando una de las paradojas centrales del cristianismo. Quizá podemos decir que Jesús descubrió e inicio en los campos un movimiento social y religioso que puede y debe extenderse a todos los estratos de la población, empezando por las duras ciudades del imperio romano[25].

NOTAS

[1] En el contexto agrícola de Palestina, conforme a la ideología clásica de Israel, reflejada en la misma ley del jubileo (Lev 25; cf. Num 26, 51-55), la identidad y nobleza de una familia venía dada por la posesión de una “heredad”, es decir, de una tierra propia. Ésta había sido la promesa de Dios, ésta la garantía de su presencia en el pueblo, a no ser en relación con los sacerdotes de la tribu de Leví que, en principio, no tenían tierra propia, sino que vivían de un trabajo sagrado, pues el mismo Dios era su herencia (cf. Num 18, 20-24). Cf. N. K. Gottwald, The Tribes of Yahweh, SCM, London 1980; H. G. Kippenberg,  Religion und Klassenbildung im antiken Judaea, Vandehoeck & Ruprecht, Gottingen 1978; T. N. D. Mettinger, King and Messiah. The Civil and Sacral Legitimation of the Israelite Kings, Gleerup, Lund 1976; R. de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, Herder,Barcelona, 1985.

[2] Ha destacado el tema J. D. Crossan, El Nacimiento del cristianismo,  Sal Terrae, Santander 2002, 350-351, con buenas razones y abundante biografía. Yo lo he situado en la perspectiva del “jubileo” israelita en Fiesta del Pan, Fiesta del Vino. Mesa común y Eucaristía,  Verbo Divino, Estella 2006.

[3]    Hace unos treinta años, los investigadores se esforzaban por estudiar con más detalle las implicaciones políticas y militares de Jesús (su relación con el celotismo). Actualmente, sin negar la importancia de esa perspectiva, se presta más atención a las condiciones laborales y sociales. Jesús no se encuentra directamente confrontado con la guerra, sino con la marginación y el hambre de los galileos y en esa situación apela al Dios de las promesas de Israel, buscando la trasformación social de su pueblo

[4] La marginación que, en un sentido, tiende a ser lugar de maldición y “estigma”, se vuelve para Jesús fuente de “carisma”: le capacita para plantear mejor las relaciones humanas y para formular la llegada del Reino de Dios. Jesús no quiere superar la marginalidad con una toma de poder económico, social, religioso o político, sino iniciando desde los mismos marginados un camino de comunicación (afectiva y económica) más honda. Parece que muchos acusaron (estigmatizaron) a Jesús a sus seguidores, como despreciables, hombres y mujeres que habían venido a quedar fuera de los planes de Dios. Pues bien, ellos aceptan la acusación y convierten el rechazo en principio de prestigio, como ha visto H. Mödritzer,  Stigma und Charisma im Neuen Testament und seiner Umwelt. Zur Soziologie des Urchristentums,  Vandekhoeck, Göttingen 1994. Cf. C. J. Gil Arbiol, Los Valores Negados. Ensayo de exégesis socio-científica sobre la autoestigmatización en el movimiento de Jesús, Verbo Divino, Estella 2003.

[5] Al defender la “posesión privada” (en contra del comunismo), la  Doctrina Social de la Iglesia católica ha sabido poner bien de relieve la seguridad que ella ofrece, pero se ha situado fuera del contexto en que Jesús ha iniciado su proyecto de Reino.

[6] La marginación de Jesús no es de tipo intimista (pobreza de espíritu, una forma de humildad), sino una condición de vida en la que se enraízan y de la que brotan los diversos aspectos personales y sociales de su proyecto de Reino. Él no empieza siendo marginal por vocación, sino que es un marginado por realidad social y familiar. Sólo desde ese fondo podemos añadir que ha escogido la marginación como principio de trasformación mesiánica. A partir de aquí debemos añadir que es un marginado activo, alguien que sabe decir una palabra y promover un camino, retomando el motivo central de la experiencia israelita: ¡Marginados de Israel, escuchad; el Señor vuestro Dios es Uno…! (Dt 6, 3).

[7] Para una introducción en el tema de Nietzsche y el cristianismo, cf. J. Corominas, El Anticristo de F. Nietzsche como propedéutica de la fe cristiana,http://www.uca. edu.sv/facultad/chn/c1170/anticristo. html (enero 1999). En una perspectiva distinta,  G. Morel, Nietzsche. Introduction à une première lecture, Aubier, París 1985 ; P. Valadier, Nietzsche et la critique du christianisme, Cerf, Paris 1974. La obra de Klausner está citada en bibl 2.2.

[8] Cf. G. Vermes, Jesús el judío,  Muchnik,  Barcelona 1979, 25-26.

[9] La problemática del tiempo de Jesús nos sitúa cerca de muchos hombres y mujeres actuales del tercer mundo, que han pasado también de una situación en la que eran propietarios de sus tierras a una situación de despojo y sometimiento, en manos de la economía capitalista que les expulsa de su sistema:

[10] El tema de la “herencia” de la tierra ha marcado la vida de los agricultores a lo largo de milenios, no sólo en Israel, sino en otros muchos países del mundo. El  signo o “sacramento” básico en las familias de los agricultores ha sido la transmisión de la autoridad y dominio, que pasa del antiguo propietario (que suele ser el padre) al nuevo propietario (que, en general, es el hijo). Esa transmisión  familiar se ha mantenido hasta hace unos decenios en algunas zonas del País Vasco y ha estado simbolizada en el bastón o aguijada (akullu) que el padre anciano entregaba al hijo-sucesor, dándole así el mando sobre los bueyes de arar y los campos arados, que forman “la casa”. Jesús no ha podido recibir un signo de dominio como ese: no ha tenido parte en la herencia de la tierra israelita.

[11]  Podemos suponer que Jesús empezó  a trabajar como artesano, por diversos lugares de Galilea, a partir de su “mayoría de edad” (en torno a los 12-13 años). Primero lo hizo acompañando, quizá, a su padre. Después debió ir por sí mismo (tras la muerte probable de su padre). Eso le permitió conocer de un modo directo a las gentes de su entorno, a los pequeños propietarios agrícolas, a otros “artesanos” u obreros sin tierra, como él. Por eso, cuando más tarde recorra Galilea como predicador itinerante del Reino volverá a las tierras y pueblos que había conocido como artesano itinerante. Su mismo “oficio” le había puso en contacto con los expulsados sociales, los enfermos y marginados de su entono. Sobre la situación social, laboral y religiosa de Galilea, además de obras indicadas en bibl 2. 1, cf. R. Aguirre, Los estudios actuales sobre Galilea y la exégesis de los evangelios en: A. Borrell, A. de la Fuente y A. Puig (eds.), La Bíblia i el Mediterrani (Scripta biblica 1), Associació Bíblica de Catalunya, Barcelona 1997, 249-262; D. E. Aune, Jesus and the Romans in Galilee: Jews and gentiles in the Decapolis, en A Yarbro Collins (ed.), Ancient and modern perspectives on the Bible and culture. FS Hans Dieter Betz, Scholars Press, Atlanta GA 1998, 230-251; J. D. Crossan y J. L. Reed,  Jesús desenterrado,  Crítica, Barcelona 2003; D. R. Edwards y C. Th. McCollough (eds.), Archaeology and the Galilee. Texts and contexts in the Graeco-Roman and Byzantine period (South Florida studies in the history of Judaism 143), Scholars, Atlanta  1997; D. E. Oakman, The Archaeology of First-Century Galilee and the Social Interpretation of the Historical Jesus, en  E. H. Lovering (ed.), Society of Biblical Literature 1994 Seminar Papers, Scholars, Atlanta 1994, 220-251; E. M. Meyers (ed.), Galilee through the centuries. Confluence of cultures (Duke Judaic Studies), Eisenbrauns, Winona Lake IN 1999; K.H. Ostmeyer, Armenhaus und Räuberhöhle?: Galiläa zur Zeit Jesu, Zeitschrift für die neut. Wissenschaft und die Kunde der älteren Kirche 96 (2005) 147-170; J. L. Reed, Population Numbers, Urbanization, and Economics: Galilean Archaeology and the Historical Jesus, Ibid, 203- 219; El Jesús de Galilea. Aportaciones desde la arqueología, Sígueme, Salamanca 2006

[12] Jesús retoma tradiciones Abrahán y de David. Sobre el Dios que está en el fondo de ellas, cf. A. Alt, Der Gott der Väter, en Grundfragen der Geschichte del Volkes Israel, Beck, München 1970, 21-98; J. van Seers, Abraham in History and Tradition, Yale Univ. P., New Haven 1975; R. de Vaux, Historia antigua de Israel I, Cristiandad, Madrid 1974, 171-228. R. Clements, Abraham and David, SBT 5, SCM, London 1967, ha puesto de relieve la relación entre las promesas de la tierra y la figura y promesa de David.

[14] Entre los libros citados en bibl 2, 2, cf N. K. Gottwald, The Tribes of Yahweh, SCM, London 1980; T. N. D. Mettinger, King and Messiah. The Civil and Sacral Legitimation of the Israelite Kings,  Gleerup, Lund 1976

[15] Como estamos señalando, el Señor de Israel es el Dios del trabajo directo, de la tierra compartida. En contra de eso, Mamona es el Dios del comercio, que no está al servicio del hombre, sino  de sí mismo (del dinero). Pienso que desde esta perspectiva ha de entenderse el mensaje de Jesús y su herencia en la Iglesia.

[16] Para una visión general del tema, cf. P. Garsey, K. Hopkins, C. R. Whittaker, Trade in the Ancient Economy,   Cambridge UP 1983. Cf. también R. A. Horsley, Archaeology, History and Society in Galilee. The Social Context of Jesus and the Rabbis, Trinity P., Valley Forge PA 1996

[17] Sobre el influjo de los pastores en la historia Antigua de Israel, cf. J. C. Geoghegan, Israelite Sheepshearing and David’s Rise to Power, Biblica 87(2006) 55-63.

[18] Seguimos teniendo en el fondo las obras de  Gottwald y Stemberger, citadas en bibl 2.1. Ha desarrollado de un modo especial esta perspectiva Crossan, cf. obras citadas en 4.1.

[19] En notas anteriores he citado algunas obras sobre el tema, como las Kerbo,  Lenski,  Hanson y Stegemann. Entre las obras de tipo general,  cf. E. Durkheim,  La división del trabajo social,  Akal, Madrid 1995; J. Habermas,  Teoría de la acción comunicativa I-II,  Taurus, Madrid 1987;  M. Weber, Economía ysociedad, FCE, México 1944; Ensayos sobre sociología de la religión I-III, Taurus, Madrid.

[20] Podemos distinguir tres tipos de trabajadores. (1) El agricultor libre, heredero de un campo de labranza,depende de la tierra/clima y del trabajo propio, sin tener que someterse a nadie, aunque vive en sintonía con otros agricultores, dentro de una federación de iguales. (2) El agricultor campesino sigue trabajando en principio su tierra, pero no es autosuficiente, sino que está al servicio de una estructura clasista (estatal, comercial) que controla su producción a través de impuestos y otros tipos de intervenciones. 2. El artesano campesino es alguien que no ha podido mantenerse como agricultor independiente ni como campesino sometido, sino que ha perdido las tierras,  por presión fiscal u otras razones. Depende de que  otros le contraten y paguen, no es autosuficiente: no tiene asegurada la comida para la familia. En un momento posterior de la evolución social (en la Edad Moderna) los mismos braceros/artesanos, convertidos en obreros, han podido volverse una clase productora importante, de manera que pueden vivir mejor que los campesinos, a los que dejan en el último escalón de los grupos sociales… Pero en el tiempo de Jesús, en general, los artesanos carecían de organización y constituían el escalón más bajo de la sociedad de manera que, para vivir, dependían totalmente de otros. 

[21]  Jesús no ha proclamado el evangelio en las ciudades, probablemente porque ha pensado que ellas vivían a costa de los campesinos y artesanos. Su símbolo del Reino no es una ciudad, que domina sobre el campo (¡ni siquiera Jerusalén!), sino una alianza de agricultores/pastores/pescadores, abierta a los pobres y excluidos. Cf. A. Trocmé, Jésus-Christ et la Révolution non Violente, Labor et Fides, Genève 1961.

[22] «La mendicidad se halla atestiguada en el Nuevo Testamento (Mc 10, 46ss; Lc 14ss y passim) y en el Talmud (Pea VIII, 8-9). La mayoría de los enfermos y endemoniados debían de vivir de la mendici­dad. Si por aquel entonces hubo una verdadera oleada de posesión dia­bólica, este hecho podría estar relacionado con una crisis de la socie­dad judeo-palestinense. En ella había perdedores y ganadores. Por eso, semejante crisis puede interpretarse en dos direcciones. (1) Allá donde hay muchos mendigos, hay también personas que los socorren. El judaísmo conocía una cultura de la misericordia y del socorro. (2) Pero es igual­mente verdad que allí donde hay muchos mendigos, es que hay mucha miseria que desarraiga socialmente a las personas. Es evidente el con­dicionamiento económica de la mendicidad (cf. Lc 16, 3). Esto hay que admitirlo también para formas más elevadas de con­ducta subsidial, para los adventistas que aguardaban un gran milagro inminente a corto plazo. Los encontramos como adeptos de los nume­rosos profetas que surgieron durante el siglo, que prometían una re­petición de los milagros de la Antigua Alianza y que conducían a sus seguidores al desierto. Procedían del pueblo sencillo (Ant 10, 169) y eran «personas sin recursos (Bell 7, 438)». Cf. G. Theisssen,  El Movimiento de Jesús,  Sígueme, Salamanca  2005, 144-146. Cf. D. A. Fiensy, The Social History of Palestine in the Herodian Period, E. Mellen, Lewiston 1991; Jesus’s Socioeconomic Background, in J. H. Charles­worth (ed.), Hillel and Jesus. Comparative Studies of Two Major Religious Leaders, Fortress, Minneapolis 1997, 225-255; A. J. Saldarini,   The Social World of Formative Christianity and Judaism, Fortress, Philadelphia 1988; D. L. Mealand, Poverty and Expectation in the Gospels, SPCK,  London 1980.

[23] La polis griega ha sido uno de los mayores inventos culturales de occidente,   pero ella sólo funciona bien en grupos poco extensos, con intercambio y simbiosis entre campo y ciudad, agricultura y comercio, y sólo puede desarrollarse en una sociedad donde se introduce y/o se impone la división de clases: la ciudad vive del campo; las clases ricas (gobernantes, comerciantes) viven de las pobres. Cuando un sistema de ese tipo se extiende y domina sobre territorios donde antes existían intercambios económicos directos entre los agricultores se producen graves desajustes: la riqueza se concentra en manos de comerciantes y administradores (clases superiores), mientras los pequeños agricultores pasan a ser campesinos sometidos o pierden sus tierras, convirtiéndose en colonos (renteros) o artesanos, gente sin tierra que realiza los trabajos manuales inferiores, dentro de un sistema que les utiliza.

[24] Parece que Jesús no tuvo tierras propias. De todas formas, pudo haber tenido parientes (incluso hermanos) con ellas. Eusebio,  Historia Eclesiástica  3, 19-20, cita un texto de las Memorias  de Hegesipo donde se dice que los nietos de Judas, hermano de Jesús, denunciados como pertenecientes a la familia de David, a finales del siglo I. d. C., seguían siendo agricultores, propietarios de una pequeña tierra, que apenas les daba para mantenerse. De ser cierto ese dato, la familia extensa de Jesús habría conservado algunas propiedades, que eran insuficientes para todos, de manera que Jesús no habría tenido  más remedio que hacerse artesano, con los problemas sociales y religiosos que eso implica para un judío que quería recrear las tradiciones igualitarias del antiguo Israel. 

[25] Así lo ha destacado J. D. Crossan,  El Nacimiento del cristianismo, Sal Terrae, Santander 2002, 157-159. Jesús no se opuso a las ciudades por atavismo rural, sino por protesta contra el sistema que se está creando en ellas. Actualmente (año 2007), se podría decir que la ciudad ha terminado dominando irremisiblemente sobre el campo, imponiendo en todo el mundo su división de clases, de manera que algunos han pensado que el proceso que Jesús quiso iniciar ha fracasado. Pues bien, en contra de eso, queremos y debemos afirmar que ese proceso sigue abierto. Lo que está en el fondo no es simplemente un enfrentamiento entre campo y ciudad, sino entre opresión y libertad, entre esclavizamiento y comunión. Hoy parece difícil empezar una revolución como la de Jesús sólo desde el campo. Por otra parte, Jesús no fue un artesano influyente, en la línea de los obreros poderosos, como Jeroboam, “joven decidido a quien Salomón puso al mando de los obreros de la construcción” (cf. 1 Rey 11, 28), que fue capaz de iniciar una rebelión contra el nuevo rey Roboam, para lograr así la independencia de las tribus del Norte y fundar el Reino de Israel (cf. 1 Rey 12). Jesús no fue tampoco un jefe de sindicatos obreros, capaz de liderar una revolución social, con toma de poder, como muchas que se han realizado en Europa y en el mundo a lo largo del siglo XX, a través de la creación de un partido político triunfante. En contra de eso, Jesús fue portavoz de los más pobres, de aquellos que no tienen más posesión que su trabajo (o su falta de trabajo). Por otra parte, el no quiso “tomar el poder”, diferenciándose así del antiguo Jeroboam (que se alzó y triunfó contra el reino de Salomón) o de los nuevos líderes revolucionarios (como Lenin o Mao), que se opusieron y triunfaron, al menos por un tiempo, sobre los nuevos imperios burgueses o tradicionales. La “itinerancia” de Jesús y sus discípulos se sitúa y nos sitúa entre los más pobres, los artesanos-mendigos, sin posibilidades reales de toma de poner (en contra de Jeroboam o de los revolucionarios del siglo XX). Por otra parte, Jesús fue un artesano con un mensaje y proyecto social de trasformación (de Reino de Dios), pero sin toma de poder, sino la supresión de todo poder impositivo, como seguiremos viendo. 

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