Gervasio Blanco, dispensa en el último momento
Murió hace veinte años, y muchos aún le recuerdan, en Velilla de la Reina (su pueblo) y en Bilbao, donde vivió al final, en la Orden de la Merced, donde realizó una labor muy importante como profesor, comendador y capellán, y en el Monasterio de Mercedarias de Lañomendi (Loiu)… Debe recordarle de un modo especial Margarita, su esposa y sus dos hijas, ya mayores..
Fue trabajador infatigable, escritor, profesor, superior, padre, … una trayectoria llena de riqueza cultural y humana, con posibles defectos y contradicciones, pero con una fe inmensa en la Vida, en los otros (su Orden, su familia, su Dios…). Sufrió una dura enfermedad y logró al fin su deseo: Recibir la “dispensa” del presbiterado y casarse por la Iglesia antes de la muerte, dejando en paz, con gran amor y duelo, a su mujer y a sus hijas.
Por una razón que verá quien siga leyendo, le he recordado y le recuerdo de un modo especial. Su testimonio creyente me ayudó a vivir en su momento y me ha servido para entender mejor las luces y sombras de una Iglesia a la que él amaba hasta el extremo de ofrecer su vida por ella, en medio de sus dificultades.
Fue de los últimos de una larga generación frailes estudiosos y trabajadores, de monjes austeros dedicados a la causa de Dios (a su manera)..., uno de los últimos que, por diversas razones, tras o tres vidas apuradas hasta el límite, dejó una Orden Religiosa y un Presbiterado oficial, buscando una nueva forma de ser y vivir en Iglesia, con fidelidad y dificultad.
Puede ser recordado entre los primeros en una serie de presbíteros y religiosos “seculares”, que tras abandonar el ministerio oficial realizó una gran labor en la Iglesia.
En esa línea, tras la semblanza de Agustín (muerto sin dispensa del presbiterado) y de Alejandro, revivido de la enfermedad dentro de la Orden de la Merced, quiero recordarle a él, un religioso y presbítero casado a quien, en el último momento, en gran enfermedad, le concedieron la “dispensa” del presbiterado.
No sé si podría iniciarse en la Iglesia una nueva serie de santos arriesgados, entregados, quizá equivocados en algunas cosas, pero fieles y dolientes, testigos de Dios en medio de una crisis que aún no ha terminado. Entre ellos se podría citar a Gervasio. Otros muchos, en otros planos, podrán describirle mejor, pero creo que mi recuerdo puede aportar algo a su vida, que divido en tres partes:
Un hombre de estudios,
un hombre de Orden (mercedario),
un casado que pide dispensa del presbiterado antes de morir
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1. UN HOMBRE DE ESTUDIOS
En otro tiempo y circunstancias habría sido un gran profesor, jubilado ya (hoy tendría 81 años), lleno de publicaciones eruditas y homenajes, ratón de biblioteca, con muchos libros de historia y de recia teología, anclada en el siglo XVI-XVII, su siglo.
Nació el año 1931, en Velilla de la Reina (municipio de Cimanes), en la zona duro del Páramo de León, tierra de labradores fuertes, curtidos, austeros, y de comerciantes avisados. Esa famosa la inteligencia y astucia honrada de las gentes del páramo, cazurros para algunos, elegantes para otros. Allí, en su pueblo (de bellos carnavales) le recuerdan con el humor y el amor de la tierra; dos veces estuve en su casa (una comprando legumbres para el convento); quisiera pasar por allí una tercer vez, antes de morir.
Gervasio sintió pronto la vocación de servicio en la Iglesia, y empezó a estudiar en el Seminario de León… Tras unos años ingresó en la Orden de la Merced, donde profesó el año 1955 (¡con 24 años, que en aquel tiempo era una edad ya madura!), culminando su carrera teológica en el estudiantado de Poio (Pontevedra) donde destacó por su seriedad, su vida interior, y su capacidad de trabajo. Se ordenó de presbítero el año 1957. Éstos son algunos de los momentos de su vida y trabajo.
– Teología dogmática. Así le recuerdo cuando llegué a Poio aquel mismo año (1957), en un viejo e inmenso torreón del convento antiguo, frente al cementerio, fumando sin cesar, con grandes infolios de Zúmel y F. Pérez, de Mancio del Corpus Christi (¡su preferido…!), de Luis de León (teólogo de obras interminables…), de Báñez y Soto, de Molina y Vázquez…
Empezó a dar algunas clases, pero pronto fue de Poio y culminó su carrera teológica en la Universidad Pontificia de Salamanca, donde se doctoró en teología con un trabajo titulado:
Lo sobrenatural, la gracia y la fe en Francisco Zúmel,
Editorial Estudios, Madrid 1964 (ynúmero monográfico de la Revista Estudios)
Publicó en esos años una serie de trabajos de especialidad sobre temas de teología sistemática e historia de la teología:
--Nueva Teología de lo Sobrenatural, Estudios 18 (1962) 93-108
--La Inhabitación del Espíritu Santo en el alma justificada según Zúmel, Estudios 1963) 51-68
– Biblia. Estudió después (1963-1965), Sagrada Escritura en el Instituto Bíblico de Roma, el primero de los mercedarios que pasó por aquella escuela, la más rigurosa de la Iglesia Católica, realizando en dos el trabajo de tres o cuatro años.
Fue fiel a la doctrina del Bíblico, que seguía siendo tradicional, a pesar de que tuviera profesores, luego cardenales, como Bea, Martini (y Alonso Schökel). Le interesó en especial el Evangelio de Marcos y estaba pensando en escribir una tesis doctoral sobre el Trasfondo Litúrgico del Segundo Evangelio. De este tiempo es su estudio quizá más valioso:
Recensión teológica en el Antiguo Testamento e inspiración, Estudios 23 (1967) 360-393
Volvió a Poio donde fue profesor de Biblia y Teología. Recuerdo muy bien sus clases, antes y después de ir a Roma, lecciones que para algunos resultaban aburridas, que otros escuchábamos con admiración… No sé por qué, me vienen siempre a la memoria las soluciones teológicas de Mancio del Corpus Christi en temas vinculados a los sacramentos y a la gracia. Fue uno de los grandes especialistas en la teología hispana del siglo XVI y XVII, que, a su juicio, seguía ofreciendo las mejores soluciones a los nuevos problemas doctrinales y morales…
También recuerdo sus clases sobre el “íter” de las apariciones de Jesús Resucitado, procurando unir el testimonio de los cuatro evangelio, con idas y venidas constantes de mujeres y apóstoles, del cenáculo al sepulcro vacío, del sepulcro vacío al cenáculo Es evidente que traías algunas teorías aún tradicionales del Bíblico de Roma, teorías concordistas (quizá preconciliares) sobre la necesidad de compaginar todos los datos de los cuatro evangelios, en una especie de concordia unitaria (un nuevo Diatesaron que él quería fijar). No sé si me convenció lo que decía; estaba llegando el Concilio, estaba entrando en la Iglesia una nueva teología, con Rahner en vez de Mancio, con Lubac en vez de Báñez.
-- Vino el Concilio, vinieron los nuevos teólogos, había que aprenderlo todo de nuevo… y él se quedó al otro lado. Ciertamente, era moderno, tenía teorías hondas sobre la Gracia y la Inspiración Sagrada…, pero lo que había estudiado le ponía del lado de atrás. Cambió todo (casi todo) en la teología, los estudios iban por otro camino, y él ya no quiso dedicarse al estudio.
Tengo la impresión de que se sintió “engañado” por primera vez, tras diez años de estudio intensísimo de Mancio y de Marcos, de Zúmel y de Lucas… Es como si le dijeron (cuando acababa de estudiar y aprender lo fundamental) que eso ya no importaba, que se olvidara de eso, que había otras cosas…
Tuvo la sensación de que había llegado tarde, y tan pronto como acababa de estudiar, tras diez años de esfuerzo inmenso, le repitieron que aquello ya no valía. Él no se lo creyó nunca (¡así me decía a mí, tomándome el pelo, con humor cazurro: Ya volverás a lo antiguo…!).
No he cambiado demasiado, pero hoy le entiende mucho mejor, y comprendo que el cambio que se le pidió, a él y a otros muchos, fue demasiado duro. Tenía poco más de treinta y cinco años, había sido formado para ser un gran profesor en las mejores escuelas y universidades, pero se fue quedando solo…, mientras a su lado cambiaban casi todas las cosas. No dejo de pensar y de sentir, pero dejó de escribir… Con un humor inmenso, y cariño de fondo me decía: ¡Tú piensa, piensa, inventa y escribe…! Un día te darás cuenta….
2. UN HOMBRE DE ORDEN, MERCEDARIO
De esa manera, entre el 1965 y el 1970, siendo profesor de un teologado donde había aún muchos estudiantes de filosofía-teología (casi cien, aunque ya iban bajando), dejó de centrar su vida en el estudio y en las clases y poco, como sin haberlo él querido, se encontró en las mil tareas de la administración un antiguo Monasterio Benedictino (Poio), reciclado como casa de estudios, convento abierto a los mil quehaceres nuevos de la vida.
Hicimos juntos varios trabajos, revisamos encuestas, preparamos textos para capítulos… Él tenía sus propias ideas, pero siempre fue galante, y me dejaba actuar a mi manera, mientras se ocupaba cada vez más de la formación y administración, apostando por la transformación del Convento. Había sido profesor y formador (maestro de teólogos, entonces se decía “coristas” o de coro), y le hicieron Comendador del Monasterio, cosa que fue del 1970 al 1973, tras un Capítulo Provincial (1970) lleno de cambios y renovaciones, con un Provincial nuevo (Gándara Castro), venido de América, que murió muy pronto, ejerciendo su cargo, en el altiplano de de Bolivia. Fueron los años clave de los grandes cambios, que él sufrió en su carne:
1. Se fue despoblando el Convento… Bajaban los “coristas”, se hacía difícil de respirar el aire de los cambios… Los filósofos fueron a un lado (Colmenar), los teólogos a otro (Salamanca), mientras la inmensa Casa quedaba vacía, con profesores sin trabajo (cada uno fuimos buscando nuevos destinos y menesteres), celdas sin moradores, coro cada vez más yermo…
2. Parecía desmoronarse la Casa, la casa antigua, de cuatro siglos (llena de voces de Mancio, de Zúmel, de Báñez… ) y quedó vacío el nuevo “coristado”, todavía sin acabar y ya inútil, con trescientas (¡300!) habitaciones húmedas de mar en el invierno, sin uso en el verano. Una casa para nuevos frailes sin frailes… ¿Qué se podía hacer? Gervasio era el primero que quería conservar lo antiguo (el toque de campana, la teología de Báñez…), pero fue también de los primeros que vio que el cambio era inevitable: Supo desde el principio que se debía dar un uso nuevo al convento viejo y al nuevo recién terminado (y en parte sin terminar…). Era un símbolo de la Iglesia, me decía… Tan pronto como habían acabado, las obras quedaban sin uso, los frailes sin trabajo, y había que trabajar de formas nuevas.
3. Quiso trabajar y trabajó, queriendo terminar primero las obras que quedaban por hacer, y transformar luego el convento, para que sirviera de casa de retiros y cursillos, y también como lugar de acogida y hospedaje para recibir a la nueva clase de “turistas” y veraneantes que empezaban a llenar las Rias Bajas. Fue el inspirador y primer creador de la Hospedería de Poio, que hoy conocen cientos y miles de turistas… Lo vio muy pronto, y quiso hacer rápido. Se olvidó de Mancio y Zúmel, leyó de una manera nueva a Marcos, y empezó ideas salidas nuevas para el viejo monasterio.
4. Pero no todos vieron bien el cambio. Llegó el Capítulo Provincial del 1973, y gran parte de los religiosos, venidos de España y América, no comprendieron ni aceptaron el cambio de Poio. No se habían dado cuenta de la transformación cultural y social que estaba sacudiendo ya los pueblos y gentes de España que, antes de morir Franco, había entrado ya en Europa…. Los capitulares venían desde sus conventos de España (y sobre todo de América) con la imagen de un Poio de cien coristas… y descubrieron un convento vacío, lleno de obras para convertirse en Hospedería. Gervasio quedó solo. Tenía un plan (mejor o peor…), pero no le respaldaron. Llegó quizá antes de tiempo
Recibió muchas críticas, hablamos muchos de ellas. Quise defenderle, creo que lo hice (debe andar todo en las actas del Capítulo), pero ya era tarde. Gervasio quedó con la herida de su segundo fracaso, y se “retiró”… Me dio las gracias con las lágrimas en los ojos (¡nunca lo hubiera imaginado así!) porque dije en el Capítulo que los cambios eran inexorables, que no había vuelta atrás, que debíamos adelantarnos a los tiempos y ofrecer nuevas propuestas.
Pero no era tiempo para nuevas propuestas y Gervasio ya no repitió como Comendador de Poyo, quedando de algún modo como “marginado”. Esa fue su “segunda derrota”: Dejó sus afanes de renovación del Monasterio (que otros llevarían adelante luego, pasados varios años) y pidió (le concedieron) un trabajo hermoso y marginal: Capellán de las Monjas Mercedarias de Lañomendi, en Loiu (Vizcaya).
3. UN CASADO QUE PIDE DISPENSA DEL PRESBITERADO ANTES DE MORIR
Vino a Lañomendi y fue por largos años Capellán del Monasterio, dividido también (unas monjas de clausura, otras de colegio…). Trabajó de profesor, cultivó la huerta… Así le fui viendo, del 1973 en adelante, todos los años, cuando iba a visitar a mi madre, dando clase o labrando el huerto, patatas, tomates… Generoso, sonriente… Recuerdo que daba a mi madre montones inmensos de hortaliza: Toma, toma…
Fueron quizá los mejores años de su vida, en contacto directo con la tierra, con las clases de religión para las niñas del colegio, con la pastoral inmediata, en sintonía con las religiosas… Hasta que llegaron dos cambios significativos: Su enfermedad, su matrimonio…
– Enfermedad. Lo primero fue su enfermedad, de pronto, un día que estaba en clase, cayó derrumbado delante de todas las niñas, pidiendo perdón a Dios y misericordia a todos, como los recios santos antiguos… Creo que se trataba del riñón, no funcionaba… y así tuvo que danzar meses y años, clavado a sus medicamentos y a sus curas, de hospital en hospital, largos años de enfermedad, vivida y sufrida de un modo ejemplar.
– Margarita. Quedó de esa forma solo, no sé si fracasado por tercera vez (sin estudios, sin convento…). Pero le llegó una gracia nueva, en forma de amor (Margarita). Y dejó la vida religiosa y se casaron, y tuvieron dos niñas… Fue como un renacer. Así le veía, año tras año, cuando iba por Bilbao: Consumiéndose por fuera, por la enfermedad, reviviendo por dentro, como un adolescente, con el amor encontrado al fin de un modo humano, sin estudios, sin convento, puro amor.
– Un renacido. No quiero extenderme más en aquellos años, tendría que escribir otro post… Simplemente decir que siguió siendo Gervasio, con inutilidad total (en el plano laboral), pero trabajando todo lo que podía, en la catequesis de la parroquia, ayudando a los mercedarios de la Peña, dando clases de Biblia… Ahora sí, me decía, ahora puedo enseñar Biblia, sin miedo, a la gente de la calle, sin discusiones eruditas…. Ahora sí, me decía, he podido olvidar a Mancio de Corpus Christi. Ahora sí… y en sus ojos se veía su ilusión de niño grande, su ternura por fin recuperada, a flor de piel, tras un largo itinerario de dolores. Me tomaba el pelo:
–Tú escribe, si… y regálame algún libro, pero tienes que saber que todo eso es secundario, lo único que importa es vivir, ser buenas personas…
No quiero detenerme en más detalles sobre aquellos años, que en medio de todo fueron buenos, a pesar de la enfermedad, con Margarita… y con el buen recuerdo y la buena presencia de los mercedarios de La Peña. Sólo recordaré un último dato, que para mí es el más importante de su vida.
– Voy a morir, quiero la dispensa. Fue una vez especial. Yo había venido de Roma y de andar por ahí (desde el 1984 anduve un tiempo fuera de la Universidad Pontificia de Salamanca, pero me acababan de readmitir, con condiciones). Nos citamos en restaurante cerca de San Mamés, por donde vivía. Le encontré más cansado que nunca, con un gran deseo. Debía ser el año ya el año 1992. Hablamos con cierta intimidad. Me dijo así:
–Voy a morir, Xabier, y voy a morir pronto. Me da una inmensa tristeza por Margarita y por mis hijas, pero creo que en el fondo he sido honrado. He buscado lo mejor, he fracasado varias, veces, pero sé lo que es la vida y muero creyendo en Dios y en la Iglesia. Pero hay una cosa que me hace sufrir inmensamente: ¡No me han dado la dispensa, no me he podido casar por la Iglesia, no puedo comulgar en público…!
Yo le dije que eso no importaba, que era secundario, que Roma… Me contestó con toda seriedad:
– Xabier, tú siempre has sido un poco liberal, y quizá haces bien. Gracias por decirme lo que me dices. Pero yo soy de los antiguos, creo que las cosas hay que hacerlas bien, y yo quiero arreglar los papeles antes de morir… Creo en la Iglesia y quiero que ella me ofrezca la dispensa, para morir en paz.
– Una carta a la Congregación. Salí de Bilbao con una tristeza inmensa. Tenía allí el coche, y sentí que fluían las lágrimas al tomar la autopista para subir a la meseta. Llegué a Salamanca y me puse a escribir una carta, dirigida a la Congregación del Clero… Tengo por ahí el borrador, una copia fue para el Prefecto, otra para la congragación, en correo Certificado Urgente. Decía más o menos esto:
Ilmo Mons….. (Congregación…):
Estimados Señores. Quiero ofrecerles con esta carta mi saludo y deseo de bien, en nombre del Señor Jesucristo, en comunión con la Iglesia.
Me llamo Xabier Pikaza, soy presbítero de la Orden de la Merced, Catedrático de la Universidad Pontificia de Salamanca. Éstos son mis datos, por si quieren compulsarlos….
Acabo de estar con Gervasio Blanco Sahagún, que fue mercedario y presbítero. Lleva unos años casado, tiene dos hijas, y se encuentra en peligro de muerte, casi en estado terminal. Pueden su caso en el Hospital… (y daba sus datos….).
Acabo de estar con él y me dice que su único deseo, antes de morir, es recuperar la paz con la Iglesia a la que ama, por encima de todo. Les puedo asegurar que eso es cierto. Es un caso sin ninguna posibilidad de “retorno”, tanto por su enfermedad como por sus dos hijas y por su relación con su esposa, que está sufriendo mucho por esto.
Quiere recibir la dispensa, casarse por la Iglesia y celebrar los sacramentos ante la comunidad, ante Dios y ante la Iglesia. Les puedo asegurar que ha sido y es un hombre humanamente ejemplar, que ha seguido trabajando por la Iglesia después de abandonar los ministerios, sin dar ningún escándalo, sino todo lo contrario.
Los cristianos de la zona, que conocen su caso, no comprenden la actitud de la Iglesia que no le concede la dispensa, están escandalizados de ello, se lo puedo asegurar.
Por todo eso, ruego que revisen su caso y que le concedan la dispensa, a la máxima brevedad, no sea que llegue tarde. Les aseguro que en el juicio de Dios no me gustaría hallarme en su situación, si no le conceden lo que pide.
Aprovecho la ocasión para saludarle..…
Ésta fue mi carta. No sé si influyó, porque el Vaticano no da razones, no suele responder en estos casos…
Evidentemente no sé si pude influir, o si influyeron más otros (el P. General de la Orden de la Merced, interesado en el caso)… o si le había llegado el momento. El caso es que en poco tiempo llegó la dispensa…. y Gervasio pudo morir en paz con la Iglesia.
Murió el el 26 de diciembre del 1992. No pude estar en el entierro… No sé dónde andaba, por ahí, en alguna “misión” mucho menos importante… Sé que llegue unos días más tarde, para pasar el Añoviejo con mi madre. No sé si tuve el valor de llamar a Margarita y verla. Si ella lee esto (y lo leen sus hijas) quiero que sepan que Gervasio fue un gran y hombre y que no fracasó en ninguna de las cosas que hizo.
No fracasó como teólogo, aunque cambiaron sus tiempos. Mancio del Corpus Christi fue y sigue siendo importante.
No fracasó como mercedario y como “Comendador” del Convento de Poio, que sigue siendo Hospedería, gracias a él…. Estuve allí el pasado verano y le vi, está en el comedor, con su sonrisa abierta, de amor astuto y franco, al mismo tiempo… Gracias, Gervasio, por lo que hiciste por la Orden, que te sigue queriendo.
No fracasó como esposo y padre. Un saludo y abrazo desde aquí, Margarita.
PD. ESTE POST SIGUE ABIERTO…
Sigue abierto, porque el ejemplo y testimonio de Gervasio me ha venido acompañando todos estos años, como una voz de aviso y de ánimo:
a. Quizá debemos renovar la teología
b. Quizá debemos renovar la Vida Religiosa
c. Quizá los ministerios deben revisarse….
Hubiera sido hermoso que Gervasio pudiera haber seguido siendo Presbítero de la Iglesia, sin necesidad de pedir y recibir dispensas en el lecho de muerte (a diferencia de Agustín).
Pero de eso trataré otro día. Hoy ha sido suficiente esta semblanza de Gervasio.