Jueves Santo. Todos sacerdotes con Jesús: Éste es mi Cuerpo, ésta es mi sangre

 Todos, varones y mujeres, son  hoy “sacerdotes” de Jesús y así proclaman: ¡esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre!, pues Jesús les (nos) dijo: Haced esto en conmemoración mía.

      Quizá nadie lo ha sabido y lo ha dicho como Teresa de Lisieux. Por eso quiero empezar recordando su oración sacerdotal ante la muerte.

En un segundo momento trataré de la última Cena de Jesús según el evangelio de Marcos. El sacerdocio del Jueves Santo no es de honor y ordenación clerical, sino de comunión de vida: Esro es mi cuerpo.

A Catholic Life: Virtual Tour: National Shrine of St. Therese of Lisieux

TERESA DE LISIEUX.  TODOS   SACERDOTES

 No sólo el dirigente litúrgico, sino todos los participantes de la eucaristía, mujeres y varones, comparten la Cena del Señor y dicen con Jesús (=han de decir) tomad, esto es mi cuerpo, tomad ésta es mi sangre, uniéndose a Jesús  que les dijo (nos dijo) “haced esto en memoria de mí”, haciéndose y siendo así carne y sangre de vida unos de otros,   

Estas son palabras de Jesús, el Cristo, asumida por todos los cristianos, pues en ellos vive Cristo (Gal 2, 20) y viven ellos unos en los otros, como eucaristía. Por eso, una eucaristía que observamos desde lejos no es verdadera celebración del Señor, una eucaristía en la que no compartimos unos con los otros nuestro cuerpo y sangre, como cuerpo-sangre de Jesús,  no es celebración de su cena, no es fiesta de Jueves santo. Por eso, un celebrante aislado  no es tampoco eucaristía.

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La palabra central de la celebración suena siempre así: ¡esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre!, un cuerpo y sangre que comparto con mis hermanos y que ofrezco a todos los hombres y mujeres, para que así todos podamos ser eucaristía, presencia de Dios en nuestra vida compartida, pues  Cristo, Hijo de Dios, se ha encarnado, para que seamos carne/sangre unos de otros, cuerpo mesiánico.  

El pan es cuerpo porque se comparte; el vino es sangre porque todos beben de la misma copa. En esa línea, la memoria de Jesús, hecha la eucaristía, se convierte en eucaristía de todos los cristianos, en camino de entrega mutua y comunión  camino que conduce, por el don y entrega de vida, unos en otros, mutua, a la libertad y comunión de todos en Cristo.

Jueves Santo - Semana Santa Plasencia

Éste es el más alto oficio, la tarea gozosa y salvadora de la historia: Aprender a ser y ser (hacerse) un cuerpo de amor en Cristo,  en comunión de vida, unos en otros, con el mismo Dios que por Jesús ha venido a convertirse en compañero nuestro, entregándonos su vida y sangre en el intento.

      Así lo vivió, de un modo intenso, Teresa de Lisieux, quizá la mayor cristiana de los dos últimos siglos. Por solidaridad personal y cuidado cristiana y por comunión de vida, con la humanidad entera, ella se sintió responsable de toda la iglesia, de la humanidad en su conjunto (incluso de los no creyentes, pues ella misma se siente con ellos no creyente, en la prueba fuerte de la noche y silencio de la fe). 

Y de esa forma, como nuevo Cristo, se eleva al Padre, haciendo suyas las palabras sacerdotales de Jn 17, en un jueves santo, acercándose al Viernes Santo de su comunión completa en Cristo, con todos los seres humano:

Amado mío, yo no sé cuándo acabará mi destierro... Más de una noche me verá todavía cantar en el destierro tus misericordias. Pero, finalmente, también para mi llegará la última noche [Última cena de Jesús y de Teresa], y entonces quisiera poder decirte, Dios mío: "Yo te he glorificado en la tierra, he coronado la obra que me encomendaste.  He dado a conocer tu nombre a los que me diste. Tuyos eran y tú me los diste. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de tí, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido y han creído que tú me has enviado. Te ruego por éstos que tú me diste y que son tuyos"....

"Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo y que el mundo sepa que tú los has amado como me has amado a mi".

Sí, Señor, esto es lo que yo quisiera repetir contigo [con Jesús] antes de volar a tus brazos. ¿Es tal vez una temeridad? No, no. Hace ya mucho tiempo que tú me has permitido ser audaz contigo. Como el Padre del Hijo Pródigo cando hablaba con su Hijo mayor, tú me dijiste: "Todo lo mío es tuyo" (Lc 15, 31). Por tanto, tus palabras son míos y yo puedo servirme de ellas para atraer sobre las almas que están unidas a mí las gracias del Padre celestial... (Mc C, 34v y 35r, 323-324).

 Teresa de Lisieux se identifica con el Cristo del Jueves Santo, conforme a la oración sacerdotal de Jesús en Jn 17 La historia de la entrega de Jesús se vuelve así su historia, las palabras de Jesús son su palabra. Sin duda, ella se siente dentro de la iglesia católica y el acepta el ministerio parcial de sus sacerdotes. Pero, estrictamente hablando, ella actúa como Sacerdote de la humanidad entera. Por eso, asume la palabra de Jesús y, en una especie de Eucaristía universal,  ella se presenta en amor ante Dios Padre, llevando en sus manos y en su corazón el sufrimiento y búsqueda de todos los humanos.

Sus palabras son muy conocidas: las saben de memoria y las repiten muchísimos cristianos. Pero Teresa de Lisieux las hace suyas y las proclama de nuevo, en la noche de su vida (como  noche de  Jueves  Santo de Jesús), sin comentario alguno, tal como son: palabras de entusiasmo amante y de amorosa entrega de la vida en favor de los demás.

Estas palabras de la gran Consagración Sacerdotal de Teresa pueden y deben conservarse en el centro de la iglesia, no como simple "intimidad privada", exageración perdonable de un alma piadosa, sino como verdad profunda y sentido de la vida todos los creyentes,  todos sacerdotes cristianos unidos al Cristo del Jueves Santo que dice “esto es mi cuerpo, esta es mi sangre” de la gran misa de Semana Santa..

COMENTARIO. LA EUCARISTÍA EN  MARCOS 14, 18-21

El Jueves Santo, una de las celebraciones del Triduo Pascual. Foto: Archivo.

La investigación exegética ha discutido intensamente el tema, desde la perspectiva del judaísmo de su tiempo, fijándose especialmente en el día en que ella pudo celebrarse. De todas formas, pienso que, más que la fijación del día de su celebración, a Marcos le interesa el hecho de que Jesús ha pasado de la vieja pascua nacional (celebrada con cordero sacrificado en el templo) a la nueva experiencia de su muerte y de su pascua (celebrada con pan y vino). Pero ese tema sigue siendo discutido. Por eso, para situarlo mejor, podemos empezar distinguiendo tres opiniones:

– Cena pascual.  Algunos exegetas, tomando la anotación de Mc 14, 12 par en sentido historicista, suponen que la Última Cena tuvo lugar la misma Vigilia de Pascua, el día en que la celebraba los judíos en conjunto, con los corderos que habían sido sacrificados unas horas antes en el templo. Según eso, Jesús habría empezado comiendo la carne del cordero sacrificado por los sacerdotes, con el resto de los fieles judíos, pero después transformó de un modo significativo el rito antiguo, rechazando probablemente el cordero (¡no aceptaba los sacrificios del templo!) y poniendo en primer plano los signos del pan y del vino, a los que confirió un sentido nuevo, vinculado a su propia entrega por el reino.

Pero en ese caso habría que decir que (según el relato de Marcos) el juicio de Jesús ante Pilato y la crucifixión tuvo que realizarse la mañana siguiente, cosa bien extraña (y casi imposible) pues era el día de gran fiesta y en ella los judíos no podían realizar ningún trabajo (ni un juicio con condena a muerte) ( J. Jeremias, La última Cena. Palabras de Jesús, Cristiandad, Madrid 1980).

– Cena no pascual. Otros, siguiendo a Jn 19, 31-37, suponen que Jesús fue crucificado la víspera de pascua, por la tarde, es decir, en el momento en que se estaban matando en el templo los corderos, que se comerían unas horas después, esa misma noche, como alimento y signo de libertad para Israel. Conforme a esta visión, que parece hallarse al fondo de 1 Cor 5, 7b, Jesús habría muerto en el momento en que la mayoría del pueblo estaba preparando la pascua judía, de manera que su Última Cena aconteció la noche anterior (es decir, antes de la pascua judía).

De esa forma se podría decir que la muerte sería una especie de antítesis de la pascua tradicional judía. Lógicamente, la Última Cena tendría que haberse celebrado la noche anterior, de manera que no pudo ser cena pascual (en sentido judío), sino cena especial de despedida (sin cordero) (Cf. E. Nodet y J. Taylor, The Origins of Christianity, Liturgical Po, Collegeville MI 1998).

− ¿Una pascua heterodoxa… o menos ortodoxa, tipo esenio? Finalmente, otros investigadores piensan que en tiempo de Jesús había, al menos, dos fechas de celebración de la pascua, según las diferencias entre el calendario solar o el lunar, por el que se habían separado, por ejemplo, los esenios de Qumrán y algunos otros, entre los que se hallaría el grupo de Jesús. En esa línea, además, habría grupos de tendencia casi vegetariana que rechazaban no sólo la comida de carne (cf. Dan 1, 12.16), sino incluso los sacrificios de animales, de manera que celebraran su fiesta con pan y con vino (como hará Jesús) (El tema ha sido tratado ya en este blog por Ariel Álvarez. Cf. también su trabajo Cuándo fue la última cena, en Por qué murió Jesús, Paulinas, Buenos Aires 2010. Sigue siendo clásico el libro de. A. Jaubert, La date de la cène. Calendrier biblique et liturgique chrétienne, Aubert, Paris 1957.

 Posiblemente, los discípulos quisieron que fuera una liturgia oficial (con cordero), en la Víspera de Pascua, pero de hecho, según Marcos, esa liturgia no pudo celebrarse en la Vigilia de Pascua, pues aquel año la Pascua cayó en sábado y la cena de Jesús y sus discípulos no se celebró la víspera del sábado (que fue el día de la crucifixión), sino la víspera de la víspera (el llamado Jueves Santo).

Jesús ha creado así sy eucaristía, la cena de la vida compartida

Al atardecer llegó con los doce 18 y estando reclinados y comiendo, Jesús dijo: En verdad os digo que uno de vosotros me entregará, el que está comiendo conmigo. 19 Ellos comenzaron a entristecerse y a preguntarle uno tras otro: ¿Acaso soy yo? 20 Él les contestó: Uno de los doce, el que moja conmigo en el plato. 21 El Hijo del Hombre se va, tal como está escrito de él, pero (ay de aquél que entrega al Hijo del hombre! ¡Mejor sería para él si hombre no hubiera nacido! (Mc 14, 18-21)

En un primer momento, Marcos nos dice que Jesús acepta el deseo de los

Doce, representantes del pueblo mesiánico, en el marco de su anuncio de Reino, para celebrar la cena ritual de la memoria y esperanza israelita. Pero después él transforma el rito nacional y lo convierte en Cena de su propia despedida (y de su presencia más alta), desplegando en ella los signos básicos de su mensaje.

 Le han impulsado a cenar. Sentado a la mesa con sus discípulos (¡que van a traicionarle!), Jesús celebra con ellos, por anticipado, el banquete de anuncio del Reino, que había sido un elemento esencial de su camino, desde la comida con Leví y los publicanos (2, 13-18), a quienes invitaba al reino, pasando por las multiplicaciones (6, 30-44 y 8, 1-10), que extienden el banquete hacia los pobres de Israel y los gentiles, hasta la cena de la noche anterior en casa del leproso, con el gesto de la unción de la mujer (14, 3-9). Culminando y condensando esas comidas, en el momento final de su camino, Jesús se ha sentado con los Doce para realizar ratificar su camino y realizar su gesto culminante.

Jesús les da su cuerpo, se hace cuerpo solidario con ellos, mientras ellos le entregan. Le han impulsado a cenar ellos (sus discípulos), de manera que él debía mostrarse satisfecho de su solicitud. Le han invitado a celebrar la fiesta de la afirmación judía, a fin de que él pudiera decidirse, finalmente, a realizar aquello para lo que había venido a Jerusalén: Para instaurar por fin el Reino. Éste era el momento decisivo, la hora de la verdad; ahora debía cumplirse ya lo prometido, esta noche de Pascua, noche del Paso de Dios y de la liberación del pueblo.  

Los discípulos “oficiales” querían que Jesús celebrara la pascua del poder sobre los demás, para hacerles a ellos  “jueces y señores de la tierra entera…”. Pero Jesús quiere enseñarles a dar su cuerpo y su sangre, su vida, unos por otros,   recostados en torno a la mesa (anakeimenôn: 14, 18), compartiendo la memoria y esperanza israelita. Éste sería el momento de la decisión, el signo de solidaridad suprema. Jesús debería haber hablado entonces del cordero y de la sangre de la pascua, asumiendo los ideales de la nación sagrada en su compromiso por el Reino.

Parecía la oportunidad para tomar el poder sobre los otros, pero Jesús les invita a dar su vida por todos, para hacerse eucaristía...

 . Si todo hubiera sido normal, Jesús debería haber reafirmado su pertenencia al pueblo de la alianza, en clave de comida sagrada y de poder sobre los infieles. Pues bien, en vez de eso, en el momento de mayor solemnidad, dejando a un lado el simbolismo judío de la sangre y del cordero nacional de pascua, Jesús dirá a sus discípulos que van a traicionarle.

Le invitan aquellos que van a traicionarle En vez de planear con ellos el “asalto” definitivo (como hubiera sido lógico ese día), Jesús aprovechó este tiempo de encuentro decisivo (que debía servir para instaurar el Reino, preparando el camino del “paso liberador” de Dios), para manifestarles la hondura más oculta de su traición, entristeciéndoles por ello. Por eso, ésta no es la cena de la Pascua de Dios, sino la cena donde culminó la infidelidad de sus discípulos, como él mismo se lo hizo ver, hablándoles de su traición, de tal manera que ellos, uno a uno, empezaron a entristecerse (êrxanto lypeisthai; 14, 19).

Ha comenzado la comida, conforme al deseo de los Doce, y se recuestan para conversar y tomar el alimento. Se supone que es la Última, la hora de la decisión. Los discípulos, por fin, van a expresar su verdad, Jesús la suya. Será una cena dramática, con dos discursos que se sobreponen: el de los discípulos, centrado en su propio deseo de pascua de poder, de dominio demás n : Se supone que ésta debía ser una hora de unión intensa, de vinculación grupal: momento oportuno para estrechar los grupales y abrir caminos de futuro nacional. Para poner de relieve ese aspecto, Marcos ha situado la cena en contexto de Pascua. Los Doce quieren que sea la hora del Cordero de la imposición, de toma de poder, de dominio sobre el mundo… Pero, en lugar de eso, Jesús descubre en la Cena la ruptura radical del grupo: «¡Uno de vosotros (=de los Doce) me ha de traicionar!» (14, 20), introduciendo en ese contexto el sentido de la cena verdadera, que consiste en el hecho de .darse la vida unos a otros, compartiendo su vida, la carne y la sangre.  

Una cena de contraste: La noche de la entrega

Hemos resaltado ya la importancia que tiene la entrega en el transcurso de la vida de Jesús (cf. 9, 31; 10, 33). Pues bien, en el principio de su “entrega”, en el origen de su muerte, no se encuentran ya gentes de fuera, sino alguien del grupo, uno de los Doce, de manera que Jesús morirá de hecho porque un discípulo (uno de la cena pascual) va a entregarle. Es evidente que el grupo se ha roto; ha fracasado el mesianismo de la plenitud israelita, la llamada a las doce tribus de Israel.

Esta es  la paradoja. Precisamente allí donde se ha introducido de manera más intensa en el camino israelita (acepta en principio la cena pascual con los Doce), Jesús ha descubierto y ha proclamado que el mismo grupo israelita le destruye y se destruye, pues uno de los Doce le expulsa y entrega, negando así el programa de Jesús y defendiendo aquello que a su juicio constituye la verdadera tradición grupal.

El “traidor” (y en el fondo el grupo entero de los Doce) ha podido pensar que Jesús se había vuelto infiel a la pascua judía, y al pueblo que vive de ella, naciendo cada año por la celebración de los antiguos ritos familiares; por eso, pensando que la pascua de Jesús debería haberse puesto al servicio del triunfo nacional israelita, en complicidad con los sacerdotes del templo, uno de sus discípulos decide entregarle, y lo hace lógicamente, según la dinámica de la pascua judía.

Estrictamente hablando, más que acción contra Jesús, el gesto del traidor, a quien Jesús desenmascara en la cena, puede interpretarse como signo de fidelidad a los principios del viejo Israel, representado por los sacerdotes. Judas quiere llevar a Jesús a otro “lugar” (es decir, al espacio del “verdadero” mesianismo israelita de la Pascua nacional), pero Jesús no cambia, no cede en su camino.   Una cena de fidelidad de Jesús (que entrega su vida por ellos, mientras ellos piensan en aprovecharse de él y le traicionan). Sólo a partir de aquí, desde la experiencia de la traición de sus discípulos, en el centro de la cena pascual que ellos le ofrecen, Jesús puede proponer (y ha propuesto) su verdadera cena (eucaristía), como sabe ya Pablo, cuando alude a ellas: “El Señor Jesús, en la noche en que fue entregado…” (1 Cor 11, 23).

Esta cena se sitúa por tanto en el lugar de la gran división: allí donde los Doce siguen buscando una solidaridad antigua, Jesús ha creado una nueva solidaridad de mesa con sus discípulos, mientras uno de ellos, alguien que moja de su plato, le acabará entregando, no por algún tipo especial de maldad, sino porque quiere ser fiel a la solidaridad antigua. Pues bien, precisamente allí donde, queriendo ser fiel a la alianza judía, Judas le traiciona, Jesús podrá ofrecer su nueva alianza.

Lógicamente, él queda sólo: ha elegido a unos discípulos para que le acompañen, y para que avalen su obra, pero ellos le abandonan; escoge a un nuevo pueblo, para celebrar la pascua de la vida solidaria, pero ellos le niegan. Sin embargo, esa negación abre un camino nuevo de esperanza: «¡Tras resucitar os precederé a Galilea!» (14, 28). La entrega de Jesús viene a mostrarse de esa forma como principio de más alta solidaridad. Superando el fracaso de la pascua judía (simbolizada por Jerusalén) Jesús remite a Galilea, lugar de comienzo universal de evangelio.

Cuando invites a una cena, cuando quieras dar tu vida por otros… 

 Jesús ha superado, en su proyecto de Reino un orden de jerarquías de poder, optando por un nuevo camino y mesa de Reino, desde los más pobres, excluidos sociales, enfermos e impuros sean los. Lógicamente, por haber propuesto e iniciado un camino de gratuidad compartida en la cena, poniendo en riesgo el sistema social de autoridades, los poderes del mundo tendrán que condenarle a muerte. Esta será la novedad de su iglesia:

  •  Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos,
  • ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos;
  • porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado.
  • Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú,
  • porque no pueden pagarte; te pagarán al resucitar los justos (Lc 14, 12-24).

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