"En línea quizás complementaria, pero opuesta a la de J.P. Meier" G. Lohfink: De las 4 a las 40 parábolas de Jesús (con el Cristo de los pródigos)
Gerhard Lohfink (nota biográfica al final de esta postal) acaba de publicar un libro sorprendente sobre las Cuarenta Parábolas de Jesús (cuatro ediciones alemanas en un año: 2020), mostrando la necesidad de volver a la verdad a Jesús, conociendo y recreando desde dentro su mensaje, en una línea quizá complementaria, pero opuesta a la de J.P. Meier, Un judío marginal.4. Las parábolas (VD, Estella 2017).
Con sorpresa de muchos, pero con lógica implacable (aprobada por el mismo Ratzinger/Benedicto XVI en Jesús de Nazaret), J.P. Meier, había analizado las parábolas sacando la conclusión de que sólo cuatro de ellas son auténticas: (1) Grano de mostaza(Mc 4:30-32/Mt 13:31-32/Lc 13:18-19/Tomás 20), reino como siembra. (2) Invitados a la Cena Dios(Mt 22,2-14 || Lc 14,16-24//Tomás 64). El Reino como invitación al banquete de su vida. (3)Talentos (Mt 25:14-30/Lk 19:12-27/ cf. Tomás 41). El Reino, compromiso y tarea de los hombres. (4) Viñadores homicidas (Mc 12:1-11/Mt 21:33-44/Lc 20:9-18/Tom 65). El Reino es conflicto, riesgo de ser asesinados.
En contra de J. P. Meier, pero sin entrar en polémica con él, G. Lohfink afirma que en la raíz y despliegue de los evangelios hay cuarenta parábolas que provienen de la vida y mensaje Jesús.
No todas tienen la misma garantía de “originalidad”, pero en conjunto responden al principio del mensaje de Jesús, analizado desde su coherencia interna, a la luz de lo que ha sido el despliegue y desarrollo posterior de la Iglesia.
En contra de J. P. Meier, pero sin entrar en polémica con él, G. Lohfink afirma que en la raíz y despliegue de los evangelios hay cuarenta parábolas que provienen de la vida y mensaje Jesús.
No todas tienen la misma garantía de “originalidad”, pero en conjunto responden al principio del mensaje de Jesús, analizado desde su coherencia interna, a la luz de lo que ha sido el despliegue y desarrollo posterior de la Iglesia.
Dos exegeta, dos métodos y caminos: Meier y Lohfink
Los dos son grandes “exegetas”, los dos nos enseñan a entender a Jesús y su mensaje. J. P. Meier lo hace desde un fondo de “crítica positivista” (que quiere llegar hasta los hechos puros); y en principio su método y su intento resultan necesarios, aunque “cerrado en esa línea” él tenga que afirmar que sólo 4 parábolas tienen la garantía de ser Jesús.
Somos muchos los que, admirando la lógica de J. P. Meier, hemos pensado y pensamos que el resultado de su estudio no puede ser verdadero. Le falta quizá la connaturalidad con la vida y mensaje de Jesús, el despliegue y coherencia interna de las mismas parábolas.
Por eso, he saludado con gozo este libro de G. Lohfink. Fui alumno de su hermano Norbert, quien me abrió la puerta al conocimiento del AT. He seguido sus obras (las de G. Lohfink), desde su libro sobre la Ascensión de Jesús hasta sus trabajos sobre el origen de la Iglesia, partiendo de la opción que él y algunos de sus “compañeros” han hecho en Alemania a favor de una “iglesia integrada” de hermanos, superando una iglesia establecida en forma de jerarquía de poder.
Pienso con él que debemos superar un tipo de exégesis y teología de fondo positivista como como el que propone J. P. Meier. En una convergente a la suya, muchos repiten (de un modo explícito o implícito) que sólo un positivista (en sentido de agnóstico) puede entender la obra de Jesús, pero eso me parece cada vez más falso: Sólo un enamorado entiende el amor, sólo un amante del arte lo puede entender y gozar, sólo alguien que sea “musicalmente religioso” puede captar (entender, valorar) el proyecto de Jesús. Quien no lo “”escuche” así sólo sentirá un tipo de “ruido” no la música de su proyecto mesiánico.
Desde ese fondo ha escrito G. Lohfink este libro: Dejándose guiar por la “música de fondo” de las palabras (parábolas) de la vida de Jesús, y así nos permite entender (captar) rasgos y aspectos que con toda la lógica del mundo otros no logran entender. En esa línea ha mostrado en este libro que Jesús tiene (ha dicho, ha sembrado) más de cuatro parábolas; que se pueden contar hasta cuarenta que son suyas.
Así lo ha indicado en este libro que, siendo críticamente muy hondo, es, a la vez, intensamente “comprometido”, un libro que enciende por dentro la llama del mensaje y la luz del camino de Jesús, partiendo de su entorno judío, desde el proyecto, programa y decisión concreta de reino. Quien lo lea verá que es coherente, que responde a la “verdad” de la semilla del Reino, podrá entender y seguir a Jesús por dentro.
Meier y Lohfink: dos caminos, una verdad
No puedo presentar por dentro las 40 parábolas de Jesús, para ello hay que leer el libro entero, pues resulta casi imposible resumirlo más. Por eso me limito a una parábola la del Hijo Pródigo, en Lc 15. Tras una análisis cerradísimo de su tema y testimonio, J. P. Meier concluía que esta parábola no puede ser de Jesús, pues no responde a su “situación vital”, sino que es obra del evangelista Lucas que mira hacia atrás y ofrece así un retrato de lo que ha sido su proyecto. En contra de eso, G. Lohfink piensa y muestra que debe entenderse desde la lógica del movimiento y proyecto de Jesús (a mi juicio con toda razón).
Yo seguiré leyendo a J. P. Meier, pidiendo a todos mis lectores que lo hagan (y a Dios que le conceda mucha vida y le permita concluir su inmenso proyecto de investigación crítica de la vida y obra de Jesús). Pero, al mismo tiempo, seguiré el camino exegético de G. Lohfink, tal como se abre en este libro sobre las cuarenta parábolas. Desde ese fondo, con su ayuda, he vuelto a leer la del Hijo Pródigo, como seguiré indicando.
Un ejemplo, el Hijo Pródigo (pag. 104-110)
Un hombre tenía dos hijos empieza diciendo la parábola (Lc 15, 11), hijos bien muy amados, pero enfrentados entre sí por la vida, en relación al padre:
‒ Es importante la relación del padre con el pródigo, que aparece como “pecador”, pues abandona la casa con su herencia, a “comerse” el mundo, pero fracasa (gasta todo con mujeres “malas”) y debe trabajar guardando cerdos que comen lo que a él se le prohíbe. Por eso vuelve “arrepentido”, pidiéndole a su padre que le admita como jornalero, sólo por comida; pero el padre le acoge como hijo, dándole otra vez la casa entera, con vestido nuevo y anillo de firmar (=firma autorizada), con ternero cebado, música y fiesta de hombres y mujeres que bailan (Lc 15, 22‒25).
‒ Más importante y trabajosa es la relación del padre con el hijo mayor (=grande), que se enoja por la vuelta del pródigo y no quiere entrar en casa, sin que, al parecer, el padre logre convencerle de que venga y se avenga con su hermano. Con toda su lógica, ese hermano “grande” (fariseo, jurista y sacerdote: 15, 1‒2) se irrita al ver que el padre festeja al retornado, y obrando así demuestra que no tiene alma de hermano, ni parecido con su padre, sino que es un avaro envidioso y “cumplidor”, guardando toda la fortuna para sí, sin acoger al pródigo, su hermano.
‒ Pero la relación decisiva es la de los dos hermanos, como en la historia de Caín y Abel, donde se decía que no caben los dos en la ancha tierra, de forma que, para sentirse seguro, uno (Caín) tuvo que matar al otro. Una sombra de muerte como la de Caín planea también sobre nuestra parábola, que debe compararse con otra, la de los viñadores homicidas (Lc 20, 9‒20) que se sienten “grandes” y para quedarse con la herencia, expulsan de su finca y matan al hijo del padre (al pródigo). Ciertamente, el pródigo no viene a matar, sino a comer; y además viene a su casa, como los pobres del mundo que llaman a la iglesia o a la puerta de las sociedades ricas, que deben ser también su casa, pues el mundo ha de ser hogar para todos; pero muchos creen que viene a matar, y así le ven con una sombra de muerte.
Volver a Jesús. Esta parábola es su vida
–Jesús acogía en su casa y camino de Reino a los pródigos: leprosos, emigrantes, expulsadas, enfermos, pobres, publicanos, rompiendo barreras que dividen y separan a hombres y mujeres, mayores y menores, pues en su casa, la de Dios, cabían todos.
– Jesús protestaba contra todo lo que lleva a la opresión de los pródigos. Por eso resulta normal que los “grandes” (sabios y limpios, oficiales del sistema) le acusaran y al fin le condenaran, porque ponía en riesgo su “negocio” (diciendo incluso que al rechazar a Jesús estaban dando gloria a Dios: Jn 16, 2).
No es que el pródigo (Jesús) fuera más piadoso, sino al contrario. En sentido convencional eran más piadosos los grandes, los cumplidores que vuelven de su campo cada tarde (Lc 15, 25), ganando el pan y cebando los toros que, lógicamente, les pertenecen, y no quieren compartirlos con los pródigos que han gastado su dinero con malas mujeres. Estos grandes son realistas, saben que la ley es necesaria, y les parece peligroso este Jesús, rompedor de vallas, que se opone de hecho al Dios del orden establecido. Por eso se enfrentan al padre:
Mira: a mí, en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, jamás me has dado un cabrito para comérmelo con mis amigos; pero cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con prostitutas, matas para él el ternero cebado (Lc 15, 29‒30).
Esta es la palabra clave, la acusación del hijo grande contra el padre que defiende al menor pródigo. El conflicto no se entabla ya entre dos hermanos, sino entre dos formas de entender a Dios, de manera que el hijo grande se enfrenta con el padre y quiere darle lecciones, sobre lo que debe y no debe hacer. Ciertamente, el padre escucha las acusaciones de su hijo grande y le responde con respeto…; pero después le rebate, añadiendo que la razón suprema es la misericordia, y que la casa es de todos, en especial de los pródigos y que en la mesa ellos han de ser los primeros.
Un lector experto en Biblia descubrirá de inmediato que ese padre que quiere convencer al hijo grande es el mismo Dios del libro de Jonás que, según el profeta, tenía que haber destruido a Nínive, la perversa. Igual que Jonás, este hermano grande de la parábola quiera que el padre destruya (expulse) al pródigo de casa. Pero Dios, que respondió con calma a Jonás perdonando (=amando) a Nínive, responde igual al grande, apelando a su misericordia por encima de una justicia de expulsión y muerte:
Hijo mío ¡tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo! Pero había que hacer fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo había muerto y ha vuelto a vivir, se había perdido y ha sido encontrado (Lc 15, 31‒32).
Estas palabras del padre, defendiendo al pródigo constituyen la carta magna de la casa mesiánica, donde los primeros son los pródigos, y donde (por amor de los pródigos) pueden estar también los grandes, si cambian y se dejan acoger por ellos. Esta es la voluntad del padre, es la tarea de Jesús: que los hermanos se quieran y comparten la casa:
‒ Jesús libera y acoge por un lado a los menores, pródigos y pecadores, expulsados y oprimidos, extranjeros y fracasados, ofreciéndoles la casa de la vida, la Iglesia y Reino de una humanidad para el amor, con fiesta y baile y ternero cebado, es decir, con abundancia, cariño y comida para todos.
‒ Por otro lado, él ama también a los mayores, pero exigiéndoles que cambien, impidiendo que construyan un muro o valla en las casas del mundo, no sólo contra los pródigos, sino contra ellos mismos (cerrándose a sí mismos), como repite sin cesar el papa Francisco.
Esta respuesta (y propuesta) del padre expresa la voluntad más honda de Jesús, que sabe que una sola cosa es necesaria: Escuchar la palabra del Padre y cumplirla, amando a Dios y al prójimo necesitado, empezando por el más cercano, como el samaritano (cf. Lc 10, 27‒37. 42). Dos cosas aparecen así claras en esta visión del “hijo pródigo”.
‒ El hermano menor ha sido acogido para siempre, y, por ser quien es, el padre no quiere expulsarle, ni construir una valla, para tenerle sometido o separado, bajo el dictado de grandes escribas, fariseos o sacerdotes (15, 1‒2).
‒ Si el grande no se deja acoger por él queda fuera de la casa de la vida de Jesús, pues su Iglesia es hogar de pródigos y de misericordia. ¿Qué hará? ¿Entrará a la fiesta? ¿Quedará fuera? ¿Hará para sí y para los suyos otra casa de mucha ley pero sin misericordia, en contra del Dios de Jesús? (cf. Lc 18, 9‒14).
Dios de pródigos: gracia y perdón
La parábola no dice cómo acabará esta historia, como tampoco lo dice el libro de Jonás lo que hará profeta. Eso significa que la respuesta ha de darla el oyente:
– Jesús edificó su iglesia con pródigos y hambrientos, enfermos, extranjeros y carentes, aquellos a quienes su misma pequeñez ha colocado al borde del camino: expulsados, marginados por razones de tipo social o religioso, formando así la iglesia samaritana (Lc 10, 25-37), otra parábola que Meier pone también en el índice de las parábolas apócrifas.
– En esa iglesia samaritana el primer signo de presencia de Dos son los pródigos, con los niños y menores (como dice Mt 18). La parábola del hijo pródigo nos invita a crear una iglesia de “pródigos” a quienes el padre les abre y regale su casa, para iniciar en ella una fiesta de vida en la que caben todos.
Esta parábola es por tanto una revelación de la gracia de Dios que se encarna por Jesús, a fin de que la vida de los hombres se arraigue y expanda de forma gratuita, en perdón y acogida. En el principio está el Padre Perdón, que recibe en la casa al pródigo, con fiesta y baile. Después viene el pródigo que, sabiéndose perdonado, ha de ofrecer vida y solidaridad a todos, especialmente a su hermano grande. Y al fin queda pendiente la respuesta del grande, para ver si se convierte y entra en la casa de los pródigos para aportar también sus dones, al servicio de todos.
Esta es una parábola arriesgada, pues aquellos que perdonan e inician un camino de perdón pueden acabar siendo perseguidos, como Jesús, crucificado por romper (superar) la ley de los mayores (escribas‒fariseos…). Ese gesto mesiánico de Jesús puede y debe estructurarse en forma de comunidades de perdón y acogida, en una iglesia formada por aquellos que mantienen su recuerdo y camino (cf. Lc 24, 47; Jn 20, 23), una iglesia de pródigos, pero no contra los “grandes”, sino para todos, incluso los grandes.
Esa iglesia sólo puede nacer del perdón, como dice la parábola y muestra la vida de Jesús, que ha proclamado y ofrecido el perdón como punto de partida, acogiendo en la casa del reino a los pródigos, sin exigirles conversión (que podrá venir después), en nombre del Dios que acoge y perdona (es decir, crea) en amor a los pródigos, no para dominarles mejor, sino para crear vida en amor, desde ellos y con ellos. Ésta es la estrategia de Jesús, ésta es su alternativa: Él sabe que Dios no “juzga”, sino que ama y confía en que los hombres (los pródigos), siendo amados, seguirán amando a los demás, incluso a sus enemigos (los hermanos grandes). Por eso no funda una religión de pecado y perdón legal o sacrificio (como en el templo de Jerusalén), con sacerdotes superiores (grandes), sino una casa de liberación (comunión) y perdón desde los pródigos
‒ El primer gesto de Jesús, el más sencillo y profundo, es comer con “pecadores”(cf. Mc 2, 13-17; cf. Lc 15, 1-2), haciendo así casa con ellos. Esas comidas son un dato esencial de su historia, y nos sitúan en la línea de todo su mensaje. Comer es acoger al hambriento (como el hijo pródigo que viene con hambre), y es, al mismo tiempo, perdonar (reconciliarse), formando así una casa‒comunión donde quepan todos, partiendo del pan.
‒ Jesús no solo come con pecadores, sino que cura perdonando a los enfermos, como paralítico(Mc 2, 1-10), haciéndole capaz de caminar, cuando le dice: ¡Hijo, tus perdonados te son tus pecados! La curación verdadera de la vida es el perdón, la reconciliación con Dios que se expresa en la reconciliación con los hermanos, suscitando así una humanidad liberada (sanada) para comunión de amor.
Sólo el perdón libera y funda comunión entre los hombres, rompiendo la barrera que separa a los hermanos (Ef 2, 14‒15). Éste no es un perdón sacrificial e impositivo (que se ofrece desde arriba, con un tipo de arrogancia), sino el perdón universal y gratuito, gozoso, de Dios padre, el perdón de los pródigos que acogen en su casa (iglesia) a los mismos grandes que les critican y quieren expulsar, como el fariseo de otra parábola de Lucas, que invoca a Dios más o menos así: “Gracias te doy Padre, porque oro y porque ayuno, y además porque puedo perdonar a gente como esa, a ese mal publicano”. (cf. Lc 18, 9‒14).
Una iglesia de pródigos
Dios no exige expiación, ni sometimientos, sino amor y perdón, que los hombres y mujeres se perdonen, se acepten y comparten lo que son y lo que tienen, por amor, no sumisión, de forma que todos, perdonándose entre sí, empezando por los pródigos, pueden crear una Iglesia de amor universal. Ese perdón no es «olvido» del pasado, sino recuerdo superior del Dios que libera, transforma y recrea lo que hay, desde un presente de amor, no para dejarlo como estaba, sino para cambiarlo desde los más pobres y excluidos.
Jesús no ha empezado exigiendo a los pródigos que se conviertan y cambien para entrar en la casa del padre, sino que ofrece perdón, comunión y casa a todos los que vienen, a fin de que ellos puedan perdonar y acoger a todos (a los mismos “grandes”). De esa formase ha puesto en el lugar del padre y ha contado desde allí la historia de la vida, para que pródigos y grandes se transformen, todos por amor, para el amor, creando una casa/iglesia de Padre, desde los pobres y expulsados, los necesitados y los últimos, no desde los sabios y grandes.
Jesús no ha fundado una nueva religión establecida, sino una casa liberada de amor, para pródigos y ricos, desde los menores y los últimos. Él no fue sólo el narrador de esta parábola, sino su protagonista, declarando por ella que su misión ha consistido en “vincular a todos los hijos de Dios que estaban dispersos, enfrentados, sobre el mundo” (Jn 11, 52). El mensaje que él condensa en esta parábola es la conversión‒transformación, de pródigos y ricos, desde los más pobres‒menores, para bien de todos, pudiendo así liberar a los mayores orgullosos, para que no vivan ya dominando a los demás, sino compartiendo su vida con ellos.
Mirada así, esta parábola ofrece su mensaje de aviso (y posible condena) a todos los que creyéndose superiores y dueños de la casa‒herencia del Reino, como los escribas, fariseos o sacerdotes de Lc 15, 1‒2, desprecian u oprimen a los otros, como hará el hermano grande si no cambia y entra en la casa de fiesta que el padre ha preparado para el pródigo. Esta amenaza pende como espada sobre los “hermanos grandes” de Galilea o Jerusalén, celosos de sus privilegios, que van a quedar al fin vacíos, cerrados en sí mismos, si rechazan a los pródigos, menores y expulsados de la tierra como indica una palabra clave:
Muchos vendrán del oriente y del occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, pero los hijos del reino serán expulsados a las tinieblas exteriores. Allí habrá llanto y crujir de dientes (Lc 13, 28-29; Mt 8, 11-12).
Muchos pródigos (polloi) vendrán de oriente/occidente, es decir, de todo el mundo, mientras los “hijos del Reino” (israelitas seguros de sí mismo, dignatarios religiosos o sociales), corren el riesgo de ser expulsados (de expulsarse a sí mismos) si no aceptan el Reino de los pródigos, encerrándose en sí mismos, en envidia y violencia, hasta destruirse a sí mismos. Así sigue diciendo la parábola de los invitados a la fiesta (Lc 14, 16-24; cf. Mt 22, 2-13). El mismo padre que ha ofrecido al pródigo una fiesta con toro cebado y cantos de baile, aparece en esta nueva parábola del banquete final invitando a su cena de vida a todos los hombres y mujeres, pero descubriendo que muchos “hermanos mayores”, que andan a su trabajo egoísta por la vida, se excusan y no van, quedando fuera.
Entendida así, esta parábola de la iglesia‒pródiga nos pone ante la más honda revelación de Dios, que sigue llamando y acogiendo en su casa a los pobres del mundo, para ofrecerles su banquete, como saben las bienaventuranzas (cf. Lc 6, 21‒22), para iniciar y fundar la verdadera Iglesia con los pródigos del mundo y con los marginados o expulsados por los nuevos escribas‒fariseos de una iglesia de poder, como ha recordado el Papa Francisco en primer escrito pontificio: Evangelii Gaudium, 2013. Leída en ese fondo, esta parábola sigue llamando no sólo al corazón de los pródigos del mundo, sino a la conciencia de los grandes y jerarcas de un tipo de Iglesia, que corren el riesgo de perderse a sí mismos, fuera de la casa del amor del padre, si es que no entran y comparten su vida en la casa del Padre, con los pródigos de Cristo.
Gerhard Lohfink (1934- ).
Sacerdote, exegeta y teólogo católico alemán, especializado en temas del principio de la Iglesia (hermano de N. Lohfink). Estudió filosofía y teología en St. Georgen (Frankfurt) y en München y escribió su tesis doctoral con el título Die Himmelfahrt Jesu. Untersuchungen zu den Himmelfahrts- und Erhöhungstexten bei Lukas (München 1971), seguida de su trabajo de habilitación: Die Sammlung Israels. Eine Untersuchung zur lukanischen Ekklesiologie (München 1975).
Desde 1976 ha sido profesor de Teología en la Universidad de Tübingen, pero el año 1987 ha preferido renunciar a una prestigiosa carrera académica para compartir la vida con otros hermanos en la Integrierte Gemeinde, una comunidad católica de vida común; su testimonio, unido a la identidad y compromiso del grupo, han marcado la vida de la Iglesia alemana.
Entre sus libros, cf. Jetzt verstehe ich die Bibel. Ein Sachbuch zur Formkritik (Stuttgart 1973; versión cast. Ahora entiendo la Biblia, Madrid 1993); Die Sammlung Israels. Eine Untersuchung zur lukanischen Ekklesiologie (München 1975); Wie hat Jesus Gemeinde gewollt? Zur gesellschaftlichen Dimension des christlichen Glaubens (Freiburg 1982; versión cast. La Iglesia que Jesús quería, Bilbao 2008); Gottes Taten gehen weiter. Geschichtstheologie als Grundvollzug neutestamentlicher Gemeinden (Freiburg i. Br. 1985); Wem gilt die Bergpredigt? Beiträge zur christlichen Ethik (Freiburg i. Br. 1988; versión cast. Sermón de la Montaña, Barcelona 1989); Braucht Gott die Kirche? Zur Theologie des Volkes Gottes (Freiburg i. Br. 1998; versión cast. ¿Necesita Dios la Iglesia?, Madrid 1999).