Mística y Poesía en Cuenca (J. M. Martín Portales)

Como saben los amigos del blog, hemos tenido un curso de Mística y Poesía en Cuenta (9-11 del XI del 2006). Me es imposible recoger todo lo que allí se ha dicho, todo lo que allí se ha vivido. Pero quiero citar las palabras de presentación de José Manuel Martín Portales, amigo y poeta cristiano (universal) de Córdoba, que trabaja honda y silenciosamente sobre la identidad poética de la mística y de toda religión. Ha publicado, entre otros, un libro titulado La fractura relacionada. Apuntes para unpensamiento inocente de la revelación "sucesiva" monoteísta (Litropress, Córdoba 2001). Él nos habló de San Juan de la Cruz, como casi nadie (que yo sepa) lo ha hecho. Éstas fueron algunas de sus palabras de presentación del curso.Gracias José Manuel.
Partimos de la intuición de que la experiencia mística es, primariamente, una experiencia “poética” de la Realidad, lo que quiere decir que resitúa al hombre en un determinado estadio de lo Real: aquel donde se inaugura la pregunta por el sentido. Este “estadio de la pregunta”, por decirlo así, es el mismo del que parte la experiencia religiosa, pero se diferencia profundamente de ésta en algo radical: mientras la experiencia religiosa busca una respuesta para el sentido, la experiencia poética se instala en la pregunta como portadora del sentido.
El primer dato fehaciente de que el místico se instala en la pregunta es su expresa actitud de desnudamiento, su vocación de realizar un vaciado de los contenidos de su conciencia, lo que lleva aparejada la crítica a los conocimientos de los que parte.
Entendemos por experiencia poética, en sentido estricto, aquella por la cual la conciencia reconoce y reivindica su propia especificidad en el orden de la Realidad, aquella por la cual la conciencia permanece en el estadio de la pregunta, y que por tanto se erige en crítica radical de todo tipo de repuesta.
Según esto, la experiencia poética vendría a significar la permanente reivindicación y recuperación del territorio de la pregunta por el sentido, enfrentada radicalmente a la progresiva elaboración de respuestas a la que parece abocada fatalmente la conciencia.
La primera y urgente crítica que la experiencia poética manifiesta, como territorio de la pregunta, es la que se refiere al dualismo en el que cae la conciencia cuando se ve en la necesidad de elaborar respuestas. Es la necesidad de respuestas la que provoca el dualismo, como si la única posibilidad de entender la Unidad de sentido de lo Real se cifrase en la posibilidad de permanecer en la pregunta. Por eso intuimos que la experiencia poética es aquella que asume la Unidad de lo Real, aquella que asume la aparición de la conciencia como un estadio en el proceso de identidad de lo Real, y que por tanto no concibe una Realidad escindida (entre Dios y Mundo, por ejemplo) en términos cosmológicos, y aquella que imposibilita la escisión de la conciencia (en inteligencia y espíritu, por ejemplo), en términos antropológicos.
La experiencia poética es la verificación existencial de la unidad integral de la conciencia, única posibilidad de que la conciencia asuma que forma parte (no como una cosa sino como un proceso) del proyecto de identidad de la Totalidad.
El respeto a la pregunta cifra la autenticidad de la experiencia poética. Por eso el poema contiene lo que no puede ser dicho y permanece sin ser dicho gracias al poema. La palabra poética, entonces, no puede sino significar una apertura ilimitada, porque no es un decir desde el sentido, sino un decir hacia el sentido. El poema no es la creación de sentido de la experiencia poética, como podría pensarse, sino precisamente la posibilidad de un decir del sin-sentido, dicho de otra forma: la posibilidad de la poesía radica en la plena asunción de su propia imposibilidad. Intuir que el sentido se encuentra en el corazón del sin-sentido es asumir, en última instancia, que lo Real no aparece a la conciencia como objeto de conocimiento; dicho radicalmente, intuir que la conciencia no es, en el proceso de identidad de lo Real, el estadio de la respuesta sino precisamente el estadio de la pregunta.
Según esto, el detonante último de la experiencia mística es, en mi opinión, claramente poético, en el sentido de que parte de la asunción plena y radical de la “pobreza” humana, entendiendo esta pobreza como ausencia de sentido. Sólo la profunda ideologización que supone el fenómeno religioso, que explica esta pobreza en relación con la radical “suficiencia” de Dios, ha invertido el orden natural de esta experiencia trascendental. Porque la mentalidad religiosa entenderá que esta pobreza es “relativa” a Dios, un Dios que queda a salvo de su propia creación, cuya recuperación o salvación sólo será posible mediante algún tipo de pacto contractual.
El no-saber es una experiencia poética porque no se trata de una ignorancia relativa a algo que se encuentra por encima del hombre, una ignorancia que pueda ser reparada de algún modo. La pobreza poética, por decirlo así, no puede ser reparada, es constitutiva del estadio de la pregunta, y ante ella no cabe ningún tipo de estrategia posible.
La experiencia poética como sentido de la experiencia de la pobreza nos instala en el lugar de la revelación, es la condición de posibilidad de la revelación. Por tanto, desde el punto de vista de la experiencia poética, la revelación será una intuición radical del sentido de la pregunta, o del sentido como pregunta, y dado que no se admite ningún tipo de dualismo sino que esta pregunta está referida a la Realidad Una, la revelación no tendrá como objeto plantear los términos de una relación contractual, sino iluminar la actitud mediante la cual el hombre reasuma su papel como estadio indisoluble y determinante de esa Realidad Una.