Pentecostés: Dios Espíritu, Alma y Cuerpo de los hombres
Ofrezco este día de Pentecostés 2023 una visión de conjunto del Dios de la paz/plenitud (Espíritu, Alma y Cuerpo de los hombres).
Esta visión, formulada por San Pablo al final de su primera carta (primer escrito del NT: 1 Tes), se opone a la "doctrina" de la filosofía griega, aceptada por un tipo de glesia posterior, que ha culminado en el esquema simplista de Descartes y del pensamiento moderno que divide al hombre en puro cuerpo (materia, simple máquina externa que muere) y mente o pensamiento (alma eterna) que sube al cielo.
Del Dios que es Espíritu-Alma-Cuerpo de los hombres trata lo que sigue, este Día Final de la Fiesta de Dios, Pentecostés (siguiendo el esquema de mi Diccionario de la Biblia).
Del Dios que es Espíritu-Alma-Cuerpo de los hombres trata lo que sigue, este Día Final de la Fiesta de Dios, Pentecostés (siguiendo el esquema de mi Diccionario de la Biblia).
| X Pikaza Ibarrondo
Dios, Plenitud de vuestra vida, todo lo que sois: Espíritu, alma y cuerpo:
1 Tes 5, 23 Que el Señor de la paz os santifique de manera que todo vuestro ser ‒ espíritu, alma y cuerpo ‒ se conserve irreprensible para el día de nuestro Señor Jesucristo (1 Tes 5,23)
Así termina el primer escrito del NT (1 Tes), presentando a Dios como esencia más profunda del hombre (espíritu, alma y cuerpo). El hombre no alma descarnada quequiere que quiere liberarse de este mundo, para subir a lo celeste, sino un viviente que espera y vive en Dios,desde este mismo mundo, como como cuerpo, como alma, como Espíritu, de form que Dios es Espíritu (Pneuma), es alma(Psiché) y es cuerpo (Soma del ser humano. Estos tres elementos divino del hombre (Espíritu, Alma y Cuerpo)no han de tomarse como una tricotomía ontológica (en la línea de la dicotomía griego y moderna (cartesiana) de alma y cuerpo), sino como una unidad que puede verse y entenderse desde tres perspectivas.
‒ Dios conserve vuestro Pneuma (Dios es vuestro Pneuma, vuestro espíritu,ruaj). El hombre es Ruah, es decir, espíritu, Aliento de Dios, como ha puesto de relieve el comienzo de la Biblia, aunque no utiliza la palabra ruah, sino neshama (Gen 2, 7), aunque las dos palabras tienen en el fondo un mismo significado.
El hombre es un soplo y su vida se identifica con su respiración, que por un lado le vincula con el viento/aliento cósmico (somos aire que se inhala y exhala) y por otro con el “ánimo”, esto es, con sus disposiciones emocionales (sentimientos, deseos). Pues bien, en su sentido más hondo, el hombre es “respiración” (neshama, soplo de vida de Dios) (cf. Gen 2, 7), que se expresa en el alma‒nephesh del hombre, que es no sólo sede de un deseo que jamás logra saciarse, sino también del pensamiento y de la voluntad, por lo que el hombre se distingue de los animales.
En un sentido, ese aliento vital del hombre, que se describe como ruah‒pneuma, es un aliento de vida muy frágil, como ha puesto de relieve el libro del Eclesiastés (Qoh 3, 19-21), pero, en otro sentido, ase aliento (Pneuma) es lo más fuerte y valioso del hombre, que vive inmerso en el aliento y vida del Dios (y del mundo), formando así parte de su respiración creadora, como presencia activa (acogedora) de misterio y comunión de Dios que se expresa en (por) Cristo como principio de recreación y salvación universal de los hombres.
Eso significa que el hombre (el creyente) vive en sí viviendo fuera de sí, en la línea de eso que pudiéramos llamar la mística “pneumatológica”, pues vivir en Cristo (en el Kyrios/Señor) y vivir en el Espíritu se identifican, porque vivir en Cristo y vivir en su Espíritu son lo mismo, como seguiremos viendo (de un modo especial en 2 Cor 3, 17 donde se identifica al Kyrios con el Espíritu.
‒ Dios conserve vuestra psyche/alma… En un sentido resulta difícil separar espíritu y alma, pues la neshama de Gen 2, 7 es por un lado el alma psíquica (la respiración) y por otro es la ruah/profundidad divina de la vida humana. El alma constituye la “identidad psíquica” el hombre, y en ese sentido, la palabra más utilizada por la Biblia es nephesh, en griego psyche, de manera que en un sentido la vida del hombre puede interpretarse en línea dicotómica: el hombres es carne-cuerpo animado, o, mejor dicho, es psique/alma corporalizada, pero no como esencia espiritual, opuesta al cuerpo (como en la antropología griega), sino como principio vital, vinculado no sólo al aliento (garganta), como soplo de vida, en la línea de la “respiración” y sede de deseos, sino a veces a la misma sangre, que es el “alma” animal (cf. Dt 12, 23). Entendida así el alma/psiche forma una especie de “intermedio” o lugar de encuentro del Espíritu/Ruah (el hombre divinizado) y el Cuerpo/Carne, que forma parte del barro de la tierra, como los restantes animales.
‒ Dios conserve finalmente vuestro “sôma”, esto es, vuestro cuerpo. En esa línea, el sentido bíblico, el hombre (varón y/o mujer) es basar, una palabra que en griego puede traducirse con sarx (que tiende a ser carne) y con sôma, que es cuerpo. Empecemos diciendo que el hombre no “tiene”, sino que “es cuerpo/carne”, realidad biológica, con las plantas y los animales, y así forma parte de una realidad frágil en la que todo nace, pasa y muere, perdurando (renaciendo) en el proceso de la vida (cf. Sal 16, 9; Job 10 4). El NT conserva esta visión y así habla del hombre como sarx/carne no sólo en lugares que expresan su debilidad (cf. Mt 26, 41; Lc 24, 39), sino en otros de tipo hondamente teológico como 1 Cor 15, 39 y especialmente en Jn 1, 14, que ofrece la definición más honda del hombre como palabra hecha carne.
Pues bien, en este contexto, debemos recordar que, a diferencia del AT, el NT distingue entre sarx (que es el cuerpo-carne en su fragilidad), y sôma (que es el cuerpo-carne en clave de comunicación, de apertura a los demás). Desde ese fondo hay que distinguir y entender algunos relatos fundamentales del NT: (a) En los relatos eucarísticos, Jesús dice, tomando el pan, “esto es mi sôma”, mi cuerpo-carne que se comunica, creando así comunión de vida compartida, Iglesia (cf. 14, 22; Mt 26, 28; Lc 22, 19; 1 Cor 11, 24). En esa línea, la palabra clave de la eclesiología de Pablo no es la palabra “sarx” (carne de Cristo) sino “soma” (cuerpo de Cristo, como veremos especialmente en 1 Cor 14). De todas formas, en el sermón eucarístico (Jn 6, 41-65), el evangelio de Juan, que suele ser fiel al fondo semita, hablando de ese mismo “cuerpo eucarístico” (que Pablo y los sinópticos llaman sôma), prefiere presentarlo como sarx, poniendo así de relieve el hecho de que la eucaristía entendida como “cuerpo eclesial” de Cristo no se puede entender en sentido espiritualizado, separado de la vida, sino que sigue siendo y es, en profundidad, la misma sarx o carne humana compartida (como en Jn 1, 13).
‒ Conclusión, visión unitaria del ser humano: fidelidad de Dios (5, 23‒24). Prescindiendo de los saludos finales de 5, 25‒28, la carta termina con este gran deseo: Que los creyentes se conserven totalmente, en su triple plenitud, de espíritu, de alma y de cuerpo para la venida de Cristo (5, 23). Aquí no tenemos permanencia espiritual del alma y resurrección del cuerpo, sino plenificación del hombre entero, sea a través de la resurrección de los muertos o de la vivificación de los que están vivos en el momento de la venida del Señor (cf. 4, 14‒17). Éste es el resultado de la obra de Dios que llama a los creyentes, siendo fiel (es decir, cumpliendo su promesa y palabra en Cristo).
Dios que es Espíritu-alma y cuerpo del hombre... Más allá de la ley que divide, Dios es gracia que vincula a todos a todos los seres humano.
Un tipo de ley sancionaba la división, justificando la ruptura y lucha entre los hombres. Sólo al final de los tiempos, cuando cese el orden actual de la historia, podría conseguirse la unidad entre los humanos (judíos y gentiles). Pues bien, conforme a Pablo, el nuevo nacimiento de Jesús ha roto las viejas divisiones, vinculando (=vivificando) para siempre a los creyentes (cf. Gal 3, 21). Eso significa que ha llegado el tiempo final, que se ha cumplido dentro de la historia el misterio y don de gracia (de unidad antropológica) que los judíos esperaban para más allá de la historia.
Ya no hay más judío ni griego, no hay más siervo ni libre,no hay más varón ni hembra;todos vosotros sois uno en el Cristo Jesús (Gal 3, 28).
Esta unidad universal en Cristo forma el principio y contenido de la nueva experiencia de libertad cristiana, fundada en el Espíritu (cf. Gal 4,5-6). Así lo desarrolla Pablo en 1 Cor 12-14: "hay división de carismas, pero un mismo Espíritu; hay división de servicios, pero un mismo Señor; hay división de actuaciones, pero Dios es quien actúa todo en todos" (1 Cor 12, 4-6). Esa dialéctica de unidad y multiplicidad se ha explicitado de manera peculiar por el Espíritu.
* Por un lado, el Espíritu es múltiple y se expresa en los diversos cometidos y funciones de la iglesia donde los creyentes aparecen distintos entre sí, muy diferentes: uno tiene más sabiduría, otro más fe; uno sabe hablar mejor, otro trabaja de manera más externa.
* Por otro lado, el Espíritu es unión, amor que vincula a todos los creyentes en un mismo camino de comunicación gratuita, de vida compartida. Lógicamente, el autor de Ef identifica la revelación escatológica (presencia del Espíritu) con la unión de los humanos en el Cristo.
Comunion corporal (integral), no espiriualista
Este es el milagro cristiano, la novedad del evangelio: que todos los hombres y mujeres de la tierra pueden compartir y compartan desde Dios, en Cristo, un camino de esperanza, una misma experiencia de amor. Ciertamente, en un sentido, los humanos se distinguen y separan de múltiples maneras; pero esa distinción ya no es principio de envidia y lucha mutua, pues todos se unifican y enriquecen (a través del amor mutuo), porque el Espíritu es unión y así suscita la unidad de los humanos, antes separados (1 Cor 12,7-11):
Como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, así también el Cristo.
- Porque todos nosotros hemos sido bautizados
- en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo,
- ya seamos judíos o griegos, siervos o libres;
- y todos hemos bebido un mismo Espíritu (1 Cor 12,12-14).
El judaísmo nacional formaba un cuerpo bien organizado y trabado, por la fuerza conformante de la ley y las costumbres sociales, culturales, religiosas. Pues bien, los cristianos (judíos mesiánicos) han superado ese nivel de comunión. Su iglesia incluye, como en nueva experiencia germinal, a judíos y gentiles, esclavos y libres. Al vincularse en comunión, ellos superan las viejas divisiones y violencias sacrales y sociales de la tierra.
A nivel antiguo, los humanos se unifican a causa de intereses económicos, sociales, religiosos, en unión de grupo o clase que acaba enfrentando a libres contra esclavos, a judíos contra gentiles, dividiendo nuestra vieja humanidad en pueblos, clases sociales, grupos de presión, partidos. Esa forma de humanidad sólo se mantiene en clave de violencia, en batalla donde el orden se impone por la fuerza. A ese nivel pertenece la misma ley del judaísmo, ocupada en superar por ley (con orden impositivo y nueva lucha) la vieja lucha interhumana.
Pues bien, Pablo ha descubierto y presentado el principio de unidad más alta que es el Espíritu. Los creyentes han sido bautizados, es decir, han renacido por la fuerza de Jesús, en el Espíritu; por eso, como muertos a este mundo viejo, han superado los antiguos niveles de lucha y opresión interhumana. Pero no lo han hecho en forma individual y separada, desligados unos de los otros, sino en comunión de amor, formando un cuerpo, de manera que se encuentran vinculados en solidaridad y transparencia, los unos a los otros (1 Cor 12,14-30).
Comunión universal: Una historia, una sola humanidad
El cristianismo identifica el Espíritu santo con el Amor universal, entendido como nueva y definitiva vinculación interhumana. Por eso, en el Espíritu de Cristo, Amor abarcador, se han abrazado para siempre judíos y gentiles, formando un solo cuerpo, una unidad social o iglesia, abierta hacia el misterio de Dios Padre, en unidad universal (cf. Ef 2, 16-18). De esa forma, la comunión de amor de Dios (que la tradición del Discípulo destaca en Jn 14-17) viene a expresarse como unidad entre los cristianos. Así lo ha indicado también la tradición paulina:
Esforzaos por guardar la unidad del Espíritu, en el vínculo de la paz.* Hay un sólo cuerpo y un Espíritu, omo es una la esperanza de vuestra vocación,a la que habéis sido llamados.* Hay un Señor, una fe, un sólo bautismo.* Hay un Dios que es Padre de todos (Ef 4, 3-6).
La unidad de Dios Padre y del Señor Jesús (expresada en fe y bautismo) se concreta por medio del Espíritu en la unidad del cuerpo que es la iglesia. Esa unidad del Espíritu no se configura de un modo intimista (en el renacimiento individual de los creyentes), sino en la realidad social de su amor mutuo, de manera que ellos forman un "cuerpo" que es la iglesia.
De esa forma, aquello que pudiera parecer más misterioso y aparentemente lejano viene a desvelarse como lo más concreto y cercano: el Espíritu es la fuerza de unidad entre los fieles; no es aquello que se opone a la corporalidad de la materia (como a veces se ha pensado desde un fondo espiritualista, más griego que bíblico), sino Aquel principio de amor que vincula a los creyente en un cuerpo, porque ha llegado el tiempo escatológico, el momento de la verdadera creación (culminación) humana.
Espíritu de Dios, identidad de los hombres
La visió
n del ser humano (=antropología) forma parte del más hondo misterio de Dios, de manera que Vida de Dios y plenitud de los creyentes se vinculan. Así lo expresaremos en las reflexiones que siguen, de forma algo técnica. El lector menos especializado puede pasar por alto esta apartado, pasando al 3, 2.
* Plano superior, misterio de Dios. El Espíritu es el culmen del proceso intradivino: Dios no es ansia errante, un peregrino que jamás logra encontrar su verdad, sino Vida culminada, realizada, un proceso de amor que se despliega y alcanza su culmen en el Espíritu.
* Plano histórico, realidad humana. El mismo Espíritu de Dios puede y debe mostrarse en el camino de la historia como garantía y culmen del proceso antropológico. Tampoco los humanos son errantes peregrinos, seres perdidos que jamás hallan su esencia. Sustentados por la vida y fuerza del Espíritu, ellos pueden culminar y así culminan su camino para siempre.
No hay dos escatologías, una teológica (de Dios) otra antropológica (de los humanos). No hay dos espíritus que puedan separarse: uno divino y otro humano. La misma plenitud de Dios que es Espíritu (comunión de amor, vida compartida) viene a revelarse por Cristo como plenitud de la existencia para los humanos. De esta forma se entrelazan, por medio de la Pascua de Jesús, en el Espíritu, la plenitud de Dios que es amor culminado (teología) y la realización plena del hombre (escatología). Precisemos de nuevo los términos:
* Plenitud de Dios, pneumatología. Es el estudio del Espíritu de Dios, tal como se expresa en la historia y vida de los humanos, por el Cristo. Pablo ha descubierto, por Jesús, que Dios mismo es Espíritu: Amor culminado que se abre de modo gratuito, para culminar y enriquecer de esa manera a los humanos. En ese sentido, el Espíritu es la escatología de Dios, es decir, culminación de amor divino. Pues bien, llegando al fin de su misterio en Cristo, que el mismo Espíritu de Dios anima y guía el proceso de la historia humana.
* Plenitud del ser humano, antropología. El mismo Espíritu de Dios, revelado por Jesús, constituye la culminación escatológica del ser humano. Escatología es el misterio de las cosas últimas: la certeza de que el ser humano, amorosamente creado por Dios, encuentra en el mismo Dios su culmen de amor-vida, la meta de la historia. Pues bien, esa escatología no es algo que Dios tenga que inventar para los humanos, sino todo lo contrario: escatología es la vida divina que Dios mismo ofrece en Cristo a los humanos, por medio del Espíritu santo.
Según eso, el despliegue y presencia total del Espíritu de Dios (pneumatología) viene a presentarse como plenitud de vida para los humanos (antropología culminada, es decir, escatología humana). La religiones antiguas y algunas filosofía modernas hablan del eterno retorno de Dios y de las cosas (de los seres humanos): todo gira, todo vuelve, sin hallar nunca descanso. Otros han puesto de relieve el destino ciego que domina sin cesar nuestra existencia. Pues bien, en contra de eso, fundado en su tradición israelita y desarrollando la más honda experiencia cristiana, ha elevado Pablo el misterio del Espíritu como plenitud de Dios y culminación de la existencia humana.
Un cosmos en camino, Vida de Dios en el universo
Dios se ha revelado plenamente en la pascua de Cristo, alcanzando su culminación en el Espíritu. Sólo a partir de ese Dios que es Espíritu descubrimos los humanos nuestra plenitud, la verdad de nuestra vida. Por eso, la existencia humana, arraigada en la pascua de Jesús, pertenece al futuro: ella encuentra en el Espíritu de Dios su verdad y consistencia.
Así pasamos, del plano anterior de comunión (somos compartiendo unos con otros la existencia) al nuevo plano de la esperanza (somos en cuanto aguardamos el futuro de nuestra realización completa). Ambos planos (comunión y escatología) se vinculan. Nuestra comunión actual sólo puede entenderse a modo de camino: estamos unidos en Cristo y formamos un cuerpo en la medida en que buscamos y oramos a Dios, unidos a la creación entera, en palabra de plegaria que expresa la verdad de nuestra esperanza de culminación eterna (no de retorno eterno):
Sabemos que toda la creación gime y sufre hasta el momento, como en dolores de parto.
Pero no sólo ella, sino también nosotros, que tenemos la primacía del Espíritu, gemimos muy por dentro, esperando la filiación, la redención de nuestro cuerpo.
El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues no sabemos pedir como se debe, pero el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables (Rom 8, 22-26).
Esta es una experiencia doble, teológica y antropológica. Por un lado (plano teológico), el mismo Espíritu Santo penetra en el dolor y esperanza de la historia, asumiendo nuestra debilidad, animando y dirigiendo nuestra marcha hacia el futuro de la vida. Pero, al mismo tiempo (plano antropológico), nosotros mismos que entramos en la hondura del Espíritu, asumiendo su camino de amor, participando así en su misma plenitud intradivina. De ese modo se vinculan el misterio de Dios y nuestra plenitud humana:
* Este es un misterio de Dios: aguardamos la filiación completa, queremos ser hijos del Padre, como sabe Gal 4, 5 y Rom 8, 23. Vivíamos como siervos, arrojados sobre el mundo, dominados por las cosas; pero el Espíritu de Cristo nos eleva y conduce al plano en que podemos realizarnos como hijos, abiertos con Jesús hacia la pascua de la vida. Esperamos la filiación: queremos descubrirnos herederos de la vida de Dios, en la casa de la Vida. Llegamos así al centro de toda la antropología cristiana: la búsqueda de la filiación divina.
* Este es un misterio humano: esperamos la redención de nuestro cuerpo, en clave de transformación pascual de la existencia. Nuestro propio ser se define así como esperanza: buscamos como humanos nuestra propia plenitud y el Espíritu de Dios busca y espera por nosotros. Rogamos nosotros y ruega el Espíritu, manteniendo en nosotros su tensión de pascua.
Pablo nos sitúa de esta forma en un contexto de dialéctica. Por un lado, estamos dominados por un "cuerpo" de muerte, de fragilidad y enfrentamiento mutuo; pero, al mismo tiempo, en suma libertad, buscamos y esperamos la redención de ese cuerpo: deseamos que nuestra vida quede llena del Espíritu de Dios, abierta al mutuo encuentro, a la existencia compartida, en amor que triunfa de la muerte, en plenitud que desborda todas las enfermedades y muertes de la historia.
Desde este fondo de esperanza, expresada en el Espíritu Santo y fundada en la pascua de Jesús, ha de entenderse la antropología paulina. En el lugar donde el judaísmo fariseo tendía a colocar la Ley, que es estructura de presencia sagrada de Dios y unidad nacional, ha situado Pablo la experiencia pascual del Espíritu, que es principio de comunión y fuente de esperanza escatológica. El ser humano se introduce de esa forma en el interior del misterio de Dios, que es gratuidad de amor y esperanza en el Espíritu.
Espíritu encarnado, primera trilogía: Justificación, paz y gozo
Parece que algunos judeocristianos han seguido interpretando el reino de Dios en clave de pureza ritual en las comidas, tal como lo indica la disputa recogida por Hech 15: en eso consiste la alegría y plenitud del reino, en comer y beber juntos el alimento sagrado, conforme a una Ley de separación de mesa, que distingue la pureza y la impureza. Pues bien, en contra de esa antropología cerrada, de comida de grupo y separación ritual, establece Pablo su visión universal del ser humano.
En su nueva perspectiva, traduciendo en otras claves la experiencia cristiana de superación del ritualismo, Pablo ha interpretado el reino de Dios en claves de justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo (Rom 14, 17). En ese fondo ha de entenderse su más honda antropología:
* El reino de Dios no es comida ni bebida, entendidas en clave ritualista. Ciertamente, Pablo ha destacado la importancia de la comunión interhumana, expresada en la comida compartida, en gracia generosa, en apertura a todos los humanos, culminada por la eucaristía (cf. 1 Cor 11). Pero él se opone a los judeocristianos que interpretan la fidelidad a Dios conforme a un ritual de comidas, que prohíbe el uso de ciertas carnes ofrecidas a los ídolos o prohibidas por Ley; de esa forma, ellos quieren mantenerse dentro de una norma judía que prohíbe el cerdo, la sangre y los idolocitos o carne ofrecida a los dioses paganos. Pues bien, Jesús ha superado según Pablo ese comportamiento legalista en relación a los alimentos.
* El reino es justificación gratuita en el Espíritu Santo. Este es el principio de toda la antropología paulina: la creyentes viven ya en nivel de salvación, porque Dios les ha justificado (perdonado, agraciado) en Cristo, haciéndoles capaces de superar la vieja Ley nacional, abriéndoles en amor a todos los humanos. Sólo la justicia salvadora de Dios, que es perdón creador, puede identificar a los creyentes y vincular a todos los humanos, en camino de gracia que conduce al Reino de Dios, en el Espíritu.
* El reino es paz en el Espíritu Santo. Paz es el don escatológica, la vida culminada ya y reconciliada que se abre a Dios en el Espíritu. Pues bien, esa paz o shalom, que el judaísmo vinculaba al futuro escatológico, se funda en la justificación gratuita de los pecadores por el Cristo: Dios mismo nos da la paz en Cristo, haciéndonos capaces de superar el enfrentamiento o lucha de todos contra todos, el miedo de la muerte.
* El reino es finalmente alegría gozosa en el Espíritu (cara evn pneu,mati a`gi,w). Sólo allí donde Dios nos perdona, ofreciéndonos su paz, la vida puede convertirse en gozo, mostrándose como culminada. El creyente no busca su alegría fuera de la vida, en el puro futuro, pues la encuentra dentro de la misma gracia y comunión cristiana. Esta no es una alegría que nos saca de la vida social, sino que nos introduce dentro de ella, en camino que lleva de la justicia de Dios a la paz entre los hombres y mujeres de la tierra.
Estrictamente hablando, el Reino de Dios (y la nueva antropología mesiánica) se identifica con esos tres "dones" o signos de la gracia de Dios, en el Espíritu Santo (justificación, paz y gozo). Esta es la primera de las grandes trilogía cristianas. Frente al judaísmo que se encierra en ritual de comidas (ley de pueblo y sangre), el evangelio de Jesús se expresa en forma de perdón que lleva al gozo, en camino de paz.
El árbol de la nueva humanidad.Tres frutos básicos: amor, gozo, paz (Gal 5, 22).
Dos de los términos de la trilogía anterior reaparecen en Gal 5, 22. Antes de llegar a este pasaje, Pablo había contrapuesto las obras de la carne y del Espíritu, aludiendo igualmente, como en el caso anterior, a la herencia del reino. Pues bien, ahora añade que los frutos del Espíritu, que definen toda la antropología cristiana, son amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y continencia
De esos nueve "frutos", que expresan la novedad de la antropología cristiana según Pablo, sólo quiero citar y comentar aquí los tres primeros, que forman una clara trilogía. Ellos definen y conforman la novedad del ser humano en Cristo:
* El primer fruto es el amor. Más que fruto se le puede llamar casi "esencia", conforme a todo lo indicado: el Espíritu de Dios se identifica en sí con el amor, como supone 1 Cor 13. Uniendo este pasaje al anterior (Rom 14, 17), podemos añadir que el amor es la verdad y sentido de la justificación, esto es, del perdón creador que Dios ofrece en Cristo a los humanos. El amor es base y centro de toda antropología cristiana.
* El segundo es el gozo... que nace del amor y que aparece también como signo del Espíritu. Frente al mensaje de Juan Bautista, que podía condensarse como voz amenazante de juicio (cf. Mt 3, 7-12), el Espíritu del Cristo se presenta como llamada desbordante a la alegría. Quizá pudiéramos decir que el mismo amor se vuelve gozo: este es el amor que ya no juzga, no se impone, no pretende nada por la fuerza, nada teme (cf. 1 Cor 13). En el centro de su visión del ser humano ha puesto Pablo la alegría en Cristo. El gozo de vivir define y determina para siempre a los creyentes.
* El tercer fruto del Espíritu es la paz. La trilogía anterior situaba la paz antes que el gozo. Pues bien, la paz aparece ahora en tercer lugar, como despliegue y culminación del amor y gozo en el Espíritu. Se trata, sin duda, de una paz interna (que nace de la gracia de Dios y de la experiencia de la salvación); pero es claro que ella se expresa también en las diversas circunstancias de la vida externa, como signo y culmen de la reconciliación humana lograda por el Cristo.
Amor, gozo y paz... Estas palabras ofrecen la más perfecta definición de la vida del cristiano.Ciertamente, en el principio ha de ponerse la libertad y la justicia (justificación); pero ahora ellas se encuentran incluidas en el amor, que es la verdad y esencia del Espíritu. Del amor brota de un modo natural el gozo de la vida: esta es la felicidad, ser amados y amar, en camino donde se supera la violencia de la "carne" que conduce a la lucha y a la muerte entre todos los humanos.