Desvelar la figura y obra del auténtico José: 'eslabón' esencial entre el AT y el NT Día del Seminario: José (y María), primeros ministros del evangelio
Algunos "santos" cumplen una funcióny luego desaparecen, San José no es de esos. José ha cumplido una función, pero empieza a tener hoy (2022) una mas importante
Se le sigue llamando "patrono de los seminarios", que ahora están en crisis, al menos en occidente. Gran parte de ellos están medio cerrados
A mi juicio, puede y debe venir una nueva etapa de preparación para los ministerios, y en ella será importante la figura de José, que ha cumplida con María, su esposa, una función única en la vida de Jesús y en el principio de la Iglesia
A mi juicio, puede y debe venir una nueva etapa de preparación para los ministerios, y en ella será importante la figura de José, que ha cumplida con María, su esposa, una función única en la vida de Jesús y en el principio de la Iglesia
Historia abierta de José, doce principios
1.Tuvo una función importante, como “padre” de Jesús, símbolo de la transformación mesiánica del judaísmo. Fue un eslabón necesario entre una “teología de la ley” el pueblo patriarcal judío? y la experiencia de la vida y pascua de Jesús (con el nuevo judaísmo universal, cristiano). Fue ante todo una “persona de fe”: Creía en Dios creyendo en su esposa y realizó su obra mesiánica y educando a Jesús, para que dejara el templo particular judío y se haga signo universal de humanidad creyente, en la que se integran por igual varones y mujeres.
Parece que murió antes de la experiencia pascua, y su figura quedó pronto eclipsada por la de María, su mujer, que cumplió unas funciones simbólicas esenciales en la Iglesia posterior. Siguieron después siglos de relativo silencio José, que ahora parecen terminar. Sólo si emerge de nuevo la figura de José podrá entenderse el mesianismo de Jesús y la función verdadera de María.
2.A partir del siglo XVI, especialmente por obra de Santa Teresa, que le tenía mucha devoción, empezó a crecer de nuevo, en la iglesia “católica” la figura de José, como signo de humanidad, paternidad y cercanía humana, hombre-varón creyente, el primero de los convertidos, como le presenta Mateo. Esta “conversión de José”, narrada de manera espléndida por Mt 1,18-25, marca el paso del judaísmo al cristianismo.
José no se convierte del pecado a la gracia, de la infidelidad a la fe, sino de un tipo de religión patriarcal de varón dominador (que domina y utiliza a la mujer), en un contexto de ley patriarcal judía a la gracia universal del Dios de Cristo. No expulsa a su esposa como debía, sino que la acepta como persona; cree en Dios creyendo en María y acogiendo a su hijo. Algo de eso entendió Teresa de Jesús, y quiso que José fuera el “patrono y guía” de sus “palomares” de mujeres. En esa línea, la “conversión de José” puede y debe compararse con la de Pablo (Gal 1-2), mutatis mutandis
3.Pero, durante un tiempo, en estos últimos siglos (del XVI al XX), la iglesia católica no supo actualizar bien su figura, según el evangelio, y, entre otras cosas, le ha hecho “patrono y guardián de un tipo de seminarios” para jerarcas célibes, que han estado y siguen estando colocados bajo su intercesión por encima del conjunto de la iglesia. Esa figura del san José de los “seminarios”, entendidos como “escuela de mandos célibes al servicio de la ley de la Iglesia” no responde a la función (conversión, tarea dialogal creyente) de José con María en el principio del mesianismo cristiano.
El José del evangelio es hombre inmerso en la trama y trabajo de Israel, un hombre que, al encontrarse con María y su hijo, tiene que “supera un tipo de patriarcalismo” de ley, y empieza queriendo abandonar a María con su hijo en camino, por fidelidad a la ley de siglos del judaísmo nacional. Por el contrario, el José de los seminarios post-tridentinos ha estado al servicio de un tipo de nueva ley cristiana, que separa a los niños y adolescentes de la trama de la vida de la sociedad y de la iglesia, para realizar una función de mando en ella.
4.Esta re-interpretación de la figura del José evangélico, para convertirle en dirigente y director espiritual de los seminarios “conciliares” (post-tridentinos) resulta, por lo menos, forzada, por no decir “extraña”. Ese tipo de seminarios están ahora (2022) terminando, por falta de vocaciones adolescentes (al menos en la iglesia occidental). He sido formado en un seminario de ese tipo, y ahora descubro, con admiración, que esa figura de José, patrono de seminarios y seminaristas, ha sido en el fondo extraña al camino del evangelio.
No comprendo cómo le hemos podido presentar como figura y modelo de formación (crecimiento, identidad) para seminaristas clérigos (en una escuela de mandos eclesiales), pues él nunca fue clérigo ni jerarca de iglesia, sino un trabajador de pueblo, “padre de familia” de una casa abierta a la sorpresa y acción mesiánica del Cristo israelaita. Es normal que los seminarios “conciliares” (tridentinos) esté en crisis, y no sólo (ni principalmente) por un tipo de posible riesgo de pederastia (que ha podido existir en algunos casos), sino por exigencia de evangelio (y de cambio en la visión de las personas, es decir, de los creyentes, varones y/o mujeres).
5.Sólo ahora que esa función de “director” de un tipo de “seminarios clericales está terminando, puede desvelarse la figura y obra del auténtico José, tal como ha sido esbozada de formas distintas pero convergentes por Marcos, Mateo, Lucas y Juan, que le presentan como “eslabón” esencial entre el AT y el NT, entre un tipo de patriarcalismo de ley (el varón-padre que domina sobre la mujer) y un mesianismo de comunión personal.
Los relatos de la infancia de Jesús no dicen que María se sometiera a José, sino que piden a José que “crea en María”, que acoja y cuide a su hijo … Le piden, según eso, que deje de ser patriarca de ley (según justicia de AT) y empiece a ser persona, que cree en Dios creyendo en María, que acoge a Dios acogiendo a su hijo. Aquí no hay nada de “negación de la sexualidad masculina”, en línea de espiritualismo descarnado (que puede ser helenista, pero no judíos), sino de elevación de la sexualidad, para convertirla en espacio y camino de encuentro personal, en el despliegue de la vida de Dios en forma de vida humana.
6.No me he atrevido a evocar, por ahora, la figura y obra de José, aunque ella aparece esbozada en varias de mis libros, desde “Orígenes de Jesús” (1976) hasta la Historia de Jesús, 2012, con los comentarios de Marcos y Mateo (y varias entradas de mi Diccionario de la Bíblia). Como he señalado en dos o tres postales de este Blog, creo que el Papa Francisco ha querido y quiere recrear la figura de José, como eslabón importante de la historia y pascua de Jesús.
Pienso que sólo ahora, pasados casi cincuenta años de “Orígenes de Jesús”, puedo y quiero escribir un libro nuevo sobre José y María, con el nacimiento de Jesús, retomando la trama de los evangelios. No se trata de “volver al protestantismo” (pues un tipo de protestantes menores han podido banalizar el tema del nacimiento humano de Jesús y de la figura de sus padres y hermanos. No se trata de “negar el celibato” (un tipo de castidad cristiana), sino de situarlo en su lugar, partiendo de Mt 19 o de Pablo (no de un helenismo anti-sexual).
7.Este mismo José, esposo de María y “padre putativo” de Jesús, hombre de hogar y trabajador, a quien el Papa Francisco ha querido poner de relieve, puede ayudarnos a superar su “función” antigua de patriarca endogámico de Israel, para superar (como él superó) su patriarcalismo legal, cambiando de “mente” (meta-noia, Mc 1, 14-15), aceptando a María y a su hijo, para ser de esa manera “padre y hermano” de los creyentes, en plano de fe, es decir, de comunicación personal.
Según Mt 1, 18-25, a José no se le pide que niega y reprima la sexualidad como mala, sino que sitúa su relación con María en un plano de fe…, porque María no es una “subordinada” al servicio de su hacienda y sus hijos, y porque él no es “señor de María” (como supone un tipo de ley particular del AT). A José se le pide acoja a María en fe, como presencia de Dios, que la acepte en su casa (casa de ambos), como espacio y camino de surgimiento de Cristo, nuevo Abraham, por fe, no por la carne de un tipo de dominio sobre la mujer.
8.Según el evangelio de Lucas (1, 36-38) a María no se le pide conversión, sino “fe”, fe en el Dios que actúa en su vida de un modo “total”… A José, en cambio, se le pide conversión (meta-noia). Le han educado para ser “padre según ley” y al descubrir que María, su “desposada” no responde a la visión de una mujer de -ley decide dejarla (según Mt 1, 18-25). Esta es la decisión clave de José: según “ley” (para ser justo) tiene que abandonar a María y denunciarla… Pero como hombre “justo” (por encima de todas las leyes de Israel) no puede denunciarla.
Por eso decide “abandonarla en secreto”, dejar que Dios actúa como quiera… Quiere retirarse en soledad (quizá como Judas, aunque sin acusar a Jesús). Pero escucha en el “sueño de su vida”, por encima de todas las leyes de Israel, la voz que le dice: “El que nace de María viene del Espíritu Santo”… Esta es la meta-noia (conversión de José), eso que pudiéramos llamar el “sacrificium phalli” de su patriarcalismo, que no es sacrificio de negación, sino de elevación.
9.El tipo de “seminario antiguo” (de tipo patriarcalista, jerárquico y legal, nacido tras el concilio de Trento, está desapareciendo, y es bueno que lo haga). En este contexto, según el modelo de Mateo, José tendría que marcharse, dejar a su suerte a los viejos seminarios. Él no puede seguir siendo padre y patrono de ella… Con esto podría terminar nuestra “historia”. Pero al José del evangelio se le pide que cambie, que crea en María…, que acoja a su hijo, como hijo de fe (no de carne patriarcal).
Algo semejante puede darte en nuestro tiempo, como parece evocarlo el Papa Francisco en sus documentos sobre José. Se trata de “poner en marcha” al auténtico José, como creyente, hombre de familia, no según la pura carne del sexo dominador, sino según la fe de la comunidad. Sólo así, José, el esposo de María, padre de Jesús, hombre justo y creyente, podrá ser nuevo signo del despliegue y función de los clérigos cristianos, varones y mujeres, mujeres y varones, trabajadores, hombres de casa y de comunidad, al servicio del evangelio.
10.Habrá advertido el lector amigo que con todo esto dejo abierto el tema del sentido biológico de la concepción de Jesús, por obra del Espíritu Santo, motivo en el que, estrictamente hablando, no entran los evangelios (¡ninguno de ellos!). Ése es un tema que se formula solamente cuando el evangelio se trasvasa del “campo y patria” de Jesús y María a un plano cerrado de espiritualismo helenista que concibe el sexo y concepción humana como pecado.
Esa “helenización anti-carnal” de los relatos de la infancia (de la fe de José y de acogida divina de María) va en contra (=puede ir en contra) de la visión bíblica del nacimiento de Jesús, de la respuesta de María, de la fe de José y de la misma encarnación. Por eso, he querido y quiero dejar el tema abierto, desde mi primer libro sobre “Los orígenes de Jesús” (1976) hasta la Historia de Jesús (2012) y el comentario posterior de Marcos con Diccionario Bíblico y La palabra de Dios se hizo carne. Dejar el tema abierto no significa decir que “todo da igual”; nada de eso, sino al contrario, diciendo todo ha de centrarse en la encarnación de Dios en la vida humana (en la fe personal) de José y María.
11.Centrarnos en la virginidad física de María y en la castidad física de José significaría condenarnos a un raquitismo espiritual (antropológico). No se trata de “negar lo humano” y de situar en el “hueco” de esa negación (sin semen masculino, sin “sexo” femenino) la revelación de Dios en Cristo y centrarnos en la concepción carnal de Jesús (caro cardo salutis, como sabe ya Jn 1, 14).
Se trata, más bien, de reinterpretar a José y María (y a Jesús) desde la teología de Israel (desde el AT y no desde Platón). Ciertamente, hay un misterio del Dios siempre “mayor”, pero ese un misterio de “fe”, de acogida personal, como decían los Padres de la Iglesia (prius mente quam ventre--- Ipsa virgo prius mente quam carne concepit). No solamente ella (María), sino José, ambos engendran por compromiso de fe, En ese sentido se puede y debe decir que el nacimiento de Jesús es “misterio de fe” (fe=mens).
12.Y con esto terminamos la referencia a la formación de los seminaristas, desde la figura de José, padre-creyente (unido a María). No se trata de negación, sino de elevación. No se trata de “suprimir los seminarios”, sino sólo un tipo de seminarios “tridentinos”, al servicio de un “estado mayor” de mandos clericales, sino de acompañar y animar el nuevo despliegue de fe de la Iglesia. Se trata de “concebir y engendrar por fe”, en la línea de María y José.
Nos hallamos en sus mismas circunstancias… Una cantidad increíble (muy grande) de seminaristas y clérigos están en la misma situación de José, dispuestos a dejar esta formación y ministerio eclesial… por temas vinculados a la “deriva” de la Iglesia. Sigue la crisis (de muerte) de este tipo de seminarios tridentinos… Es necesario recrear la formación de “ministros” (servidores, varones o mujeres), en la línea de José y María. El primer curso que recibí en Salamanca, en curso 1963/1964, fue dictado por Francisco Martín Hernández. Trataba de la actualización del acceso a los ministerios en la Iglesia visigoda. No había comenzado aún la crisis de seminarios. Ahora que está terminando (se cierran las puertas de los últimos de tipo tridentino) será bueno volver a las enseñanzas del pasado.
Notas sobre José y los nuevos ministros de la Iglesia
-Lo primero es olvidar los recientes seminarios “conciliares” (de Trento)… entendidos como de “fábrica” de curas, como les ha llamado la gente. El “seminario” de Jesús fue la casa “conflictiva” y ejemplar de José y María.
José no fue clérigo, ni rabino de escuela… Fue simplemente un hombre justo, hombre de casa, capaz de solucionar los “problemas” familiares con su Mujer María. El primer “seminario” de hombres como Jesús ha sido la casa de José y María, con todos sus hermanos.
-José no formó a Jesús para cerrarse en un Israel de clérigos de templo, sino para abrir su vida y trabajo a la tarea mesiánica del evangelio (Cf. Lc 3, niño perdido en el templo). Muy posiblemente, Jesús se opuso un día a las opciones político-religiosas de José,, y precisamente pudo hacerlo porque José le educó bien (con María), para obedecer creadoramente a la tradición, superándola y cumpliéndola desde dentro.
Sin un varón como José, sin una mujer como María, sin unos hermanos como Santiago y José, Judas y Simón, con otras dos hermanas al menos (Mc 6, 3), Jesús no podría hacer lo que hizo. Sin José (sin Abraham e Isaac, sin Jacob y sin María), no podría haber sido Mesías de Dios en Israel.
-Según el testimonio unánime de los evangelios, María vivió lo suficiente para formar parte de la Iglesia de Jesús. José debió morir antes, pero si no hubiera existido no hubiera podido surgir la Iglesia. Por eso es bueno ponerle como patrono de los “servidores” y ministros de la comunidad, hombres y mujeres….José tuvo que abandonar el gran templo de la ley… de Israel, para optar por María, su mujer, y por Jesús su Hijo.
Este cambio o conversión, narrada fielmente por Mt 1, 18-25 y por todo el evangelio de la infancia de Lucas, define su tarea, la tarea del principio y cumplimiento de la Iglesia. Ciertamente, un tipo de iglesia está construida sobre la fe de las mujeres de la tumba vacía, sobre la confesión de Pedro, sobre el mensaje de Pablo etc. etc., pero ella sigue siendo la comunidad de aquellos que como José y María superaron un tipo de pequeño mesianismo judío para abrirse al mensaje universal, judío y gentil, de su hijo Jesucristo, piedra desechada (Mc 12, 10-11).
-La función de Jesús, con María, no estuvo al servicio de un templo como el de Jerusalén o de un capitolio como el de Roma, sino al servicio del santuario universal de la vida humana. Jesús, hijo de José y María, llevó a cabo el gran “éxodo” de Jerusalén…, el fin del templo antiguo, de manera que su iglesia no puede entenderse ya de desde ese fondo, como organización legal, de tipo sagrado (con sacerdotes superiores).
Pienso que ha llegado el momento de abandonar ese templo/catedral (que se sitúa en la línea de las instituciones sistémicas del momento actual: economía, administración política), para volver con Jesús al campo concreto de la vida. Buena es la catedral como museo y lección de historia; pero ella no es capaz de actualizar la vida de Jesús (como hizo por ejemplo el evangelio de Marcos).
-Empezar desde José, trabajador creyente, esposo creyente de María, al servicio el nacimiento del Hijo de Dios (de Dios mismo) en el mundo. Frente al templo sagrado de antaño, donde un tipo de Papa judío, el Sumo Sacerdote, regía de un modo unitario la trama de rituales sagrados y el orden de las personas, Jesús puso en marcha un movimiento de vida y convivencia amorosa y liberadora en el mismo “bazar” multiforme de la vida donde hombres y mujeres de diverso origen pudieron encontrar y encontraron un lugar para compartir experiencias y enriquecerse unos a otros, cambiando y regalando sus dones, de un modo inmediato, sin intermediarios de poder externo.
Jesús superó así el orden legal y jerárquico de la sociedad, para poner en comunión de amor directo a todos, y de un modo especial a los más pobres, sin hacerles pasar bajo el control de los sacerdotes o maestros de la ley. Los seguidores de Jesús formaban una red de gentes que se iban reuniendo para hablar y convivir, en plazas, mercados y casas, sin intermediarios o representantes de una superioridad sagrada, pues ellos mismos eran “templo” de Dios. Esta vinculación era posible porque, según el mensaje y camino de Jesús, cada uno reconocía la vida de los otros y aportaba la propia, escuchándose todos y descubriendo de esa forma a Dios desde los más pobres.
-En ese principio y camino de vida de Dios, desde la “calle”, con los trabajadores, los enfermos descartados, puede recuperarse la figura de José, como signo de siembra cristiana (en la línea de Mc 4). En este contexto, algunos economistas hablan de una «mano invisible», divina, que guía la vida del mundo. Ciertamente, esa imagen resulta ambigua, pues de hecho la mano que guía el mercado del mundo es el interés del capital… Pues bien, en contra de ese Capital vinculado a un tipo de Ley sagrada, emerge la palabra y camino de fe de Jesús, en comunión con los expulsados, los pobres, los proscritos… Ése es el Mesías Jesús, hijo de José y María, el Jesús de todos los expulsados de la tierra, en los que casi nadie cree, a los que casi nadie ayuda.
En esa línea, los creyentes han de pones su vida en manos de Jesús, dejanfo que el Espíritu Santo les inspire, como presencia interna, a través de una serie contactos múltiples, espontáneos, creadores, entre aquellos que han sido despertados y promovidos por el mensaje y la experiencia del Señor resucitado. En ese contexto no podemos hablar de unos jerarcas más altos (que dirigen y organizan desde fuera el conjunto de las relaciones sociales), sino de intercambios y comunicaciones directas de los creyentes, en medio del mundo, animados por la fe común en Cristo [1]. En este camino, lo primero es escuchar la voz de Dios, como José en Mt 1, 18-25, en gesto de fe radical en los demás (empezando por María), para que surja y se ponga en marcha el ideal de Jesús, a pesar del riesgo de todos los “Herodes” de la tierra (Mt 2).
-Un espacio de encuentro. La iglesia pertenece al plano de la vida real, que se va expresando y creciendo como espacio de encuentro concreto (de pan y de fe compartida), de manera que los hombres y mujeres comparten la vida libremente, en amor siempre inmediato y personal (y no en el interior de un sistema que puede manipularse desde fuera). La vida cristiana no es una catedral ya construida (sin alma en sí), sino una red de conexiones múltiples que se van rehaciendo, recreando, desde sí mismas, de un modo incesante, sin un centro superior, sin una imposición externa, pero con una unidad muy concreta que se va expresando en la red de relaciones del conjunto.
La iglesia es «templo de Dios» (cf. Ef 2, 21), pero lo es como experiencia múltiple y viva de hombres y mujeres que se aman y comparten la palabra de vida, descubriéndose amados por el mismo Dios, que es el Espíritu de Cristo, que ama en ellos y por ellos, en forma de comunión unitaria y múltiple de vida. Esta es la iglesia de los que, como José, escuchan la voz de Dios, se acogen y creen… y están dispuesta a salir de noche a Egipto, escapando de Herodes (Mt 2), como prófugos, como emigrantes, para custodiar y animar la semilla de vida que es Jesús.
-El ministerio de los pobres. Siguiendo con la imagen anterior, debemos salir de la catedral (un armario antiguo, con grandes recuerdos), para redescubrir el evangelio entre los pobres, pues Jesús ofreció su “sacramento” para todos, en la plaza pública, en la calle, sin especialistas religiosos. El Nuevo Testamento no conoce “sacerdotes” ministeriales (de un orden superior), sino hermanos y hermanas creyentes que participan del sacerdocio universal de Cristo, pudiendo asumir las tareas o ministerios de la iglesia, en línea de servicio mutuo, no sólo las que ha organizado una Iglesia posterior (diaconado, presbiterado y obispado), sino ante todo aquellas a las que alude Pablo en 1 Cor 12-14.
De un modo consecuente, debemos afirmar que el sacerdocio real es la entrega de la propia vida (Jesús en la Carta a los Hebreos), tal como se expresa en los “testigos/perseguidos” del Apocalipsis y en los exilados y peregrinos pobres de 1 Pedro. La unidad y autoridad cristiana no reside en un poder unificado, ni en una organización central, sino en la comunión multi-forme de todos los creyentes, que despliegan, comunican y comparte la palabra y el pan, empezando por los excluidos (pobres y enfermos, impuros y locos...).
-Éste es el ministerio de la fe, la diaconía de la vida, no para anunciar un evangelio “externo”, pues toda la comunidad es evangelio, pueblo y jerarquía. Las estructuras pueden y deben cambiar, según las circunstancias. Puede haber, como al principio, iglesias más colegiadas (con un grupo de presbíteros dirigentes) y otras más “monárquicas”, con un obispo/supervisor que mantiene la unión y anima la misión en nombre de la comunidad, pero unas y otras deben vivir en comunión interna, y creando redes de comunión y comunicación mutua.
De esa forma, sólo superando una visión del poder como potestad o capacidad de imposición de unos sobre otros (de los que tienen sobre los que no tienen, de los que enseñan sobre los que aprenden), podrá surgir la verdadera iglesia, que es comunión de grupos, comunidad de comunidades, lugar donde nadie será mayor que nadie, ni depositario de poderes que sólo él posee por encima de los otros…, una iglesia representada por José y María, en contexto de hermanos (Jesús con sus cuatro hermanos varones y las hermanas de familia que son por lo menos dos…), y con todos sus hermanos, hambrientos y sedientos, los expulsados y perseguidos.
-Iglesia comunión. La unidad de los creyentes no se logra recreando seminarios como los actuales (que están despareciendo), ni tampoco por la mediación de obispos o jerarcas más eficientes, sino por la escucha de cada uno (como la de José y María) y por la comunión de los cristianos, que se vinculan por la fe en el mismo Cristo, por amor mutuo y por el servicio a/en/con los pobres.
Según eso, la autoridad de las llaves de Dios la tienen los pobres y, en su nombre, las iglesias, es decir, las comunidades que quieran escuchar y cultivar el evangelio a través del encuentro concreto de sus miembros, que comparten de un modo inmediato (mano a mano, mesa a mesa, plato a plato) la palabra y el pan, vinculando los dos grandes signos de Cristo, que son el cuidado de los excluidos (crucificados, pobres) y el amor de los enamorados y amigos.
Lo más urgente hoy (19.3.2022), no es apuntalar “por unos añitos” las instituciones existentes, sino cultivar la libertad del evangelio al servicio de los más pobres. Si nos empeñamos en buscar como locos unas nuevas estructuras abandonando a su ruina las antiguas corremos el riesgo de inventar otras parecidas (más de lo mismo) a nuestro gusto, según nuestra medida y no conforme al evangelio. Pues bien, en este momento de cambios, algunos desean la celebración de un nuevo concilio, que diga lo que debe ser la Iglesia, y dentro de ella la estructura de la jerarquía, siguiendo el modelo de los conciliaristas de Constanza (1414-1418), cuando aún estaban en el fondo unidas las iglesias de oriente y occidente, del norte y del sur de Europa. Pero quizá no es aún momento para convocar un Concilio de ese tipo.
Más que una asamblea unitaria, que decida desde arriba lo que son o deben hacer los creyentes, queremos iglesias que exploren y busquen caminos de evangelio, creando así estructuras vivas, concretas, desde la calle de la vida, como la familia de José y María, en servicio de amor a los excluidos, manteniendo la comunión en la diversidad, sin esperar soluciones exteriores. En ese contexto me parece importante el signo de un “papa” como este (Francisco, amigo de José), pero no impuesto ni obligatorio (con poder canónico), sino como referencia de unidad de todos los creyentes.
Más allá de lo que hay. Gran utopía. Lo que une a los cristianos no es una serie de "dogmas" propuestos de un modo más o menos helenista (según los concilios), ni unas leyes fijadas en un CIC, ni un CEC mejor que los anteriores, ni unos jerarcas superiores, sino el evangelio de (que es) Cristo, expresado en el amor mutuo y el pan compartido… Lo primero es un evangelio de creyentes, como José y María, que creen en Dios creyendo uno en otros[2].
En ese contexto se sitúa la declaración fundacional de la primera asamblea o Concilio de Jerusalén, donde los representantes de las comunidades discutieron, dialogaron y terminaron poniéndose de acuerdo en lo fundamental, para declarar:...» «Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros (Hech 15, 28). Los cristianos se descubren impulsados por el Espíritu de Cristo y de esa forma «les parece bien» que las comunidades paulinas (aceptadas por Pedro) puedan abrirse a los gentiles, sin pedirles otra cosa que un mínimo de humanidad (¡que no se olviden de los pobres! Gal 2), para así poder compartir así la humanidad de Jesús, Cristo universal, hijo de José y María (=hijo de Dios)
En ese contexto decimos que todos los cristianos son sacerdotes (en el sentido radical de la palabra, tal como lo suponen 1 Pedro, Hebreos y el Apocalipsis). Por eso, la celebración del misterio de Cristo (=eucaristía) no es un derecho de ley o privilegio de algunos, sino un elemento esencial (una) de las comunidades. Así celebraron José y María la eucaristía de la vida, en Jesús, por Jesús, con sus siete hijos-hermanos. No fue eucarística de pura ley (por “ley” José tendría que haber expulsado a María, pues así lo mandaba un patriarcalismo estrecho), no fue eucaristía de varones. En esa línea podemos decir que la eucaristía (la comunión de vida) de la iglesia nace del surgimiento de Jesús en la familia de José y María. En el comienzo de la iglesia no tenemos una comunidad de ley, sino una la comunidad de vida, de mujeres y hombres, que comparte el pan y vino de Jesús, en apertura hacia los pobres.
[1] He desarrollado el tema en Historia y futuro del Papa, Trotta, Madrid 2006.
[2] Así lo supone el mismo Papa Francisco al afirmar que “los preceptos dados por Cristo y los Apóstoles al Pueblo de Dios «son poquísimos, Evangelii Gaudium 43, con cita de Santo Tomás, Summa Theologiae I-II, q. 107, a. 4.
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