Semana de oración por la unidad (1). Y. M. Congar: Orar, vivir y sufrir por la iglesia

Con motivo de la celebración de la Semana de Oración por la Unidad de las Iglesias (18-25 de enero), quiero recoger el testimonio y teología de Yves Congar (1904-1995) que ha sido quizá, en perspectiva católica, el mayor representante de la Teología de la Unidad.

Aprovecho la ocasión para ofrecer una semblanza agradecida, emocionada, de su vida y obra, por lo que él dijo y por lo que nos sigue diciendo a tantos teólogos y cristianos que creen en la Unidad de las Iglesias, y buscan un camino para conseguirla en fraternidad y servicio mutuo, sin imposición de nadie sobre nadie.

Comenzaré hoy, con una visión general de su vida y sufrimientos, por la unidad y libertad en la Iglesia. Terminaré en la próxima postal (¡en el entorno de la Conversión de San Pablo, Día de la Unidad!), volviendo a sus dolores por la Iglesia y ofreciendo un esquema de su teología básica, al servicio del diálogo, desde la raíz del Espíritu de Dios, que es el Espíritu de la plenitud humana (revelado para los cristianos en Cristo), que vincula a todos los humanos.



El tema puede resultar un poco extenso. Los que tengan menos interés, pueden quedarse en los primeros párrafos, aunque les recomiendo que lean y que asuman dos temas principales:

-- Su oración por la unidad de las iglesias, uno de los textos más significativos de la teología y experiencia eclesial del siglo XX, en perspectiva católica.

-- La lista de sus padecimientos por la Iglesia, comparable a la lista de padecimientos de Pablo, por el mismo motivo (tal como aparecen sobre todo en I-II Cor). A Pablo le persiguieron los que él llama "falsos hermanos".Como verá quien siga leyendo, a Congar le persiguieron los "prepotentes hermanos" de Roma.

Lo que sigue está tomado básicamente de mi Diccionario de Pensadores cristianos (Verbo Divino, Estella, 2010, págs 214-218), en cuya portada él aparece de forma distinguida, en línea 4, primero izquierda, antes de Juan de la Cruz

1. Primeros años. La experiencia de la unidad de los cristianos

Yves Congar nació el año 1904 en Sedan, las Ardenas, Francia, en el seno de una familia culta y liberal. Estudió en el Seminario de Reims y en el Instituto Católico de París, para ingresar en la Orden de los Dominicos (1925), donde profesó con el nombre de frère Marie-Joseph (hermano María-José), de manera que, desde entonces, ha venido llamándose a veces Ives-Marie (e incluso Yves Marie-Joseph) Congar. Culminó sus estudios teológicos dentro de la Orden de los Dominicos, en Saulchoir (Bélgica), ordenándose presbítero en julio de 1930.

Sus experiencias en los años duros de la Gran Guerra (1914-1918) y su formación posterior, en contacto con nueva realidad social de Francia, que él interpretaba desde su perspectiva de miembro de la Orden de Predicadores, le ofrecieron, ya en su misma juventud, una gran capacidad de diálogo y comprensión cristiana (ecuménica) del mundo que se mantuvo constante a lo largo de su vida. Fue hombre de Espíritu, un carismático, abierto a la experiencia de Dios y al diálogo entre todos los hombres Su vida y obra es muy importante para comprender la historia de la Iglesia católica a lo largo de todo el siglo XX.

[[Cf. A. Vauchez (ed.), Cardinal Yves Congar (1904-1995), Cerf, Paris 1999; este libro recoge las actas de un coloquio internacional sobre Congar, celebrado en Roma, en junio de 1996. La mejor semblanza biográfica de Congar sigue siendo la de J.-P. Jossua, Le Père Congar. La Theologie au service du peuple de Dieu, Cef, Paris 1967; está escrita en los años en que Congar había sido rehabilitado y se hallaba en el momento culminante de su producción teológica. Para conocer su obra es importante el libro-homenaje que P.-P. Jossua, E. Schillebeeckx, M. D. Chenu, K. Rahner, H. Küng y oros le ofrecieron, con el título de Le Service Théologique dans l’Église. Mélanges offerts au Père Yves Congar por ses soixante-dix ans, Cerf, Paris 1974.

Entre las obras de conjunto sobre Congar puede citarse todavía la de A. Nichols, Yves Congar, Morehouse Paperback, New York 1989. Con ocasión de los cien años de su nacimiento, L’Institut Catholique de Toulouse está organizando un coloquio sobre Congar, que se celebrará en Paría, el 23 y 24 de abril del 2004, con participación de profesores de diversas universidades europeas y de teólogos de varias iglesias cristianas. Ese coloquio ofrecerá una buena ocasión su obra y figura dentro de la iglesia]].


2. Oración por la unidad

El sentido básico de su trayectoria personal e intelectual aparece anunciado en un documento significativo: la oración que escribió poco después de su ordenación, que él entendió como experiencia de amor a la Iglesia y ecumenismo cristiano. En ella pueden encontrarse ya los elementos básicos de lo que será su compromiso teológico y su entrega al servicio de la misión universal del evangelio. Esa oración constituye un programa de vida y acción misionera. Por la importancia que ofrece, queremos citarla casi por entero. Está fechada en el convento dominicano de Düsseldorf, Alemania, el 17 de septiembre de 1930, dos meses después de su ordenación:

¡Dios mío, sabes que amo tu Iglesia! Pero veo... que en otros tiempos, tu admirable Iglesia tuvo, en la vida civil, en la vida humana total, un ingente y espléndido papel, mientras que ahora apenas le corresponde ninguno.

¡Dios mío, ojalá tu Iglesia fuera más comprensiva, más estimulante! ¡Dios mío, tu Iglesia es tan latina, está tan centralizada! Cierto es que el Papa es el "dulce Cristo en la tierra", y que nosotros sólo vivimos de Cristo, vinculados a Cristo.

Pero Roma no es el mundo; ni la civilización latina, ni la humanidad. Dios mío, que has creado al hombre y que sólo has podido recibir una alabanza digna (o menos indigna) multiplicando… las razas y naciones. ¡Dios mío!, que quisiste que tu Iglesia, ya desde su cuna, hablara todas las lenguas... para que la verdad fuera inteligible a todos los oídos humanos. ¡Dios mío, ensancha nuestros corazones! ¡Haz que los hombres nos comprendan y que también nosotros comprendamos a todos los hombres!

¡Dios mío! No soy más que un pobre pequeño (adolescentulus et contemptus); pero tú puedes dilatar y abrir mi corazón a la medida de las necesidades del mundo. Estas necesidades que tus ojos ven; muchas, muchas más de las que yo pueda expresar.

¡Dios mío! Danos muchos obreros y, sobre todo, obreros con un gran corazón... El tiempo apremia. Hay mucho trabajo. ¡Dios mío! Haz mi alma conforme a tu Iglesia. Tu Iglesia es ancha y prudente, rica y prudente, inmensa y prudente ¡Dios mío! Basta ya de banalidades; no tenemos tiempo en entretenernos en banalidades. ¡Cuánto trabajo hay, Dios mío!

¡La Unión de las Iglesias! ¿Por qué, Dios mío, tu Iglesia, que es Santa y Única, santa y verdadera, tiene a menudo un rostro austero y ceñudo, cuando en realidad está colmada de juventud y de vida? En realidad, el rostro de la Iglesia somos nosotros; nosotros somos los que hacemos su visibilidad. Concede, Dios mío, a tu Iglesia un rostro auténticamente vivo. ¡Me gustaría tanto ayudar a mis hermanos a ver el verdadero rostro de la Iglesia!... ¡Dios mío! En las distintas confesiones cristianas hay errores, es cierto.

Pero ¿vas a permitir que tu Iglesia cierre sus párpados pesados y prietos ante lo Verdadero que ellas poseen y, sobre todo, ante lo Verdadero hacia lo que ellas tienden?... ¿No encenderás más bien en sus ojos aquel fulgor de inteligencia y de ánimo cuyo secreto tiene la Esposa y, sobre todo, la Madre?...¡Dios mío! ¡Cuántos trabajos inmensos, qué misión tan desproporcionada para unos hombros tan humanos! ¡Ayúdanos! ¡Ensancha, purifica, ilumina, organiza, inflama, llena de prudencia, y aviva nuestras pobres almas! Amén
(Texto en Cf. www.dominicos.org/aragon/ espiri/domcris/ ordi/cicloA/dom03/preces.htm).

Estas palabras recogen, mejor que ningún comentario, los deseos e inspiraciones que han guiado la vida Congar, hombre y como cristiano. Él sabía que la Iglesia era romana, pero quería que fuera, al mismo tiempo, universal, superando un centralismo que reduce su vigor e impide su misión. Él quería que la Iglesia hablara todas las lenguas, siendo fiel a su origen de Pentecostés, cuando se oyeron todas esas lenguas. Él quería ya entonces que las Iglesias dialogaran y se unieran, dejando a un lado otros temas y diferencias menos importantes. Así expresó su tarea eclesial: esta será su vocación como presbítero, religioso dominico, hombre de cultura.

Esa plegaria que, pasados más de ochenta años, conserva toda su actualidad estará en el fondo de las siguientes reflexiones en las que presentaremos a Congar como historiador y exigente. Pero no podremos olvidar que él ha sido ante todo un profeta de la nueva Iglesia Católica, un adelantado de su apertura social (hacia obreros y pobres), un promotor del diálogo entre todos los grupos religiosos y culturales (sobre todo con los ortodoxos y los protestantes); ha sido profeta con su magisterio y enseñanza, pero también con el testimonio de su vida sufriente.

3. Profesor de teología. La experiencia de la guerra

Poco después de escribir esa oración, el año 1932, fue nombrado profesor en el Centro de Estudios Teológicos de los dominicos, en Le Saulchoir, donde realizó una intensa labor como investigador y propulsor de publicaciones (como la colección Unam Sanctam¸Cerf, Paris) que han sido y son fundamentales para la historia de la teología del siglo XX.

Desde 1935 estuvo en la dirección de una revista prestigiosa (Revue des sciences philosophiques et théologiques, Cerf, Paris). En 1937 publicó su primer libro programático sobre ecumenismo (Cristianos desunidos), libro que sigue estando vivo, después de tantos años, como texto de diálogo, donde la teología, vinculada a la historia, sirve para unir a los cristianos, más que para separarlos, y la Iglesia católica aparece como lugar de convergencia no impositiva y encuentro no dominador, para los cristianos.

[[Congar había defendido ya en 1928 su tesis de lectorado en teología con el título de L’Unité de l’Ëglise . Su nuevo litro se titula Chrétiens désunis,principes d'un oecumenisme catholique, Cerf, Paris 1937. (Versión cast.: Cristianos desunidos: principios de un "ecumenismo" católico, Verbo Divino, Estella 1967)]].


El año 1939 fue movilizado como ayudante médico del ejército francés. El año 1940 fue tomado prisionero por los alemanes, y estuvo en un campo de concentración hasta casi el final de la guerra (1945). Allí tuvo ocasión de encontrarse, de un modo directo y sufriente, con otros hombres rechazados y sufrientes, de diversas religiones y culturas. Después de su liberación fue condecorado con los máximos honores de la República Francesa; pero él se sintió ciudadano de la humanidad, siendo presbítero católico y profesor de teología. En esa línea, desde 1945 hasta 1954 volvió a enseñar en la Escuela superior de los dominicos de Le Saulchoir.

En aquellos años de trabajo y maduración silenciosa, marcados por la gran herida de la guerra (1939-1945), a la que conducían las divisiones enfermizas y los antagonismos de los pueblos, Congar siguió estudiando historia de la teología y del pensamiento, pero, sobre todo, madurando en humanidad y diálogo fraterno. Desde su nueva perspectiva humana, quiso actualizar el pensamiento teológico de Santo Tomás y el sentido más hondo de la vida cristiana (la estructura de la Iglesia) a partir de las fuentes patrísticas, en vinculación con los nuevos movimientos eclesiales y sociales. Estos serán los rasgos más salientes de su obra: compromiso con el mundo obrero, valoración del laicado, búsqueda ecuménica, reforma o transformación de las estructuras clericales. Ellos le llevaron a la marginación, como seguiremos viendo.

4. Sufrir por la Unidad. La gran prueba (1946-1960)

El 2001 se han publicado, de manera póstuma, los dos volúmenes del diario íntimo de Congar, en aquellos tiempos de crisis de la teología, y ellos ofrecen un testimonio impresionante de su amor y dolor por la Iglesia. Ya desde antes de la guerra (1939-1945), Congar había venido elaborando unas categorías distintas de las empleadas por la Curia Vaticana, que interpretaba a la Iglesia como una sociedad perfecta, organizada de un modo jerárquico, en línea piramidal, de manera que todos los problemas se solucionaban por autoridad, desde arriba. Conforme a esa visión romana, los jerarcas estaban encargados por Dios de dirigir la Iglesia y los fieles no tenían más que obedecer, recibiendo agradecidos el don de santidad y el magisterio de sus pastores.

En contra de eso, fundándose en la tradición más antigua de la Iglesia y buscando una comunicación más intensa con las restantes comunidades cristianas, Congar venía concibiendo a la Iglesia como Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo, donde todos los fieles eran responsables de su fe, dialogando unos con otros. En esa línea la entendía como una fraternidad en la que todos (ministros y laicos) comparten el mismo Espíritu de Cristo y poseen un mismo sacerdocio, pudiendo así abrirse, en libertad y gesto amistoso, hacia todos los hombres y mujeres de la tierra.

Esa postura de Congar suscitó una serie de rechazos y condenas, que ahora nos parece lamentables, como la misma Agencia Zenit , organismo oficioso del Vaticano, ha reconocido tras la publicación de las memorias ya citadas, que recogen los recuerdos de aquel tiempo de crisis (1946-56). Congar había pedido, antes de su muerte, que ese diario no se publicara hasta el 2000, por sus referencias concretas a personas que aún vivían. Ahora podemos leerlo y lo leemos no sólo como un testimonio directo de la vida de Congar, sino también de la riqueza y las limitaciones y condicionamientos institucionales de la Iglesia católica, a mediados del siglo XX.

[[. ZENIT (www.zenit.org), Agencia Internacional Católica de Noticias, día 25 de Marzo del año 2001. Cf. Journal d'un theologien (1946-1956), Cerf, Paris 2001, publicado con la colaboración de Dominique Congar, André Duval, Étienne Fouilloux y Bernard Montagnes. (No existe aún versión castellana de este libro, que yo sepa]]


Congar cuenta en el diario las medidas de silenciamiento y expulsión progresiva a las que fue sometido, siguiendo las órdenes del Santo Oficio (ahora Congregación para la Doctrina de la Fe), que sus hermanos de la Orden dominicana tuvieron que acepar. Así muestra las sanciones eclesiásticas que le fueron imponiendo, sin conocer exactamente quienes le acusaban, ni las acusaciones concretas que le dirigían, de manera que no pudo defenderse, como hubiera hecho en un proceso civil. Se pudo sospechar, y en el fondo todos lo decían, aunque no se publicara abiertamente, que los problemas básicos eran los relacionados con el papel de los laicos en la Iglesia y los vinculados al ecumenismo, con la organización ministerial de la Iglesia, en aquellos años anteriores al Concilio.

No eran problemas dogmáticos, en el sentido teórico del término, sino de vida concreta, de institución eclesial, de misión evangélica y diálogo entre todos los cristianos. Estos serian, precisamente, los problemas que el Vaticano II plantearía de un modo abierto, a partir de 1960, en su programa de aggiornamento o actualización cristiana. Los superiores de la Orden le exigieron entonces que se apartara, guardando silencio, y por entonces lo guardó. Pero en este diario posterior, mirando las cosas con la serenidad y distancia que ofrecieron los años, sin resentimiento, pero con un fuerte toque de dolor, mezclado con una melancolía a veces gozosa, Congar acaba confesando sus dudas: ya no está seguro de que el silencio y “obediencia” silenciosa de aquellos años (1946-1960) había sido la mejor respuesta. En la madurez de ya su vida, en los años ochenta, Congar terminó pensando que hubiera sido mejor una oposición activa, con desobediencia formal y oposición a las directrices de la Curia Romana, para obedecer mejor al evangelio.

5. Una vida a favor de la unidad

Pero volvamos a lo que fue su respuesta en los años cincuenta, no a lo que pudiera haber sido, tras el Concilio, en los ochenta. Congar había comprendido, de manera casi natural, desde su misma juventud, que era preciso mantener un diálogo abierto hacia todos los hombres, superando las estructuras básicamente jerárquicas de una institución eclesial que tendía a cerrarse de forma dogmática, sacralizando su sistema.

Su propia familia y su entorno social le habían permitido tener amigos judíos, protestantes y agnósticos. Su educación posterior, abierta en principio a la predicación popular (en la Orden de Predicadores), confirmó esa experiencia y le enseñó a mirar y elaborar su teología como ejercicio de diálogo cultural y religioso, desde la raíz del cristianismo, entendido como experiencia de un Espíritu Santo que habla en todas las lenguas. Sus estudios sobre la historia antigua de la Iglesia ratificaron esa apertura dialogal, desde la base de la Iglesia.

[[Esa opción familiar y cultural fue madurada por la experiencia de las dos guerras: la del 1914-1918, en la que pudo descubrir la solidaridad entre protestantes y católicos, en su propio pueblo de Sedan, y sobre todo la del 1939-1945, detenido en un campo de concentración, en contacto con protestantes y judíos]]

En ese contexto se sitúa su interés por los laicos. Los jerarcas de las diferentes iglesias pueden distinguirse y separarse, de un modo a veces artificial. Los simples fieles, en cambio, pueden comunicarse mejor, pues viven en contacto directo con la realidad y con los hombres y mujeres de otras confesiones o culturas. Ese interés por los laicos aparece ya en los años treinta, al comienzo de su magisterio en Le Saulchoir, cuando, impulsado por su amigo y profesor Dominique Chenu (1895-1990), intentaba elaborar su teología desde las experiencias y necesidades concretas de la Acción Católica y de otros movimientos sociales, sobre todo obreros, de aquel tiempo. Esa experiencia se fue profundizando tras la guerra y vino a vincularse con las experiencias y caminos de otros teólogos, promotores de lo que entonces se llamó la Nouvelle Théologie o Nueva Teología.

Esa Nueva Teología agrupó a personas de tendencias diferentes, como H. Bouillard y H. de Lubac, ambos jesuitas, que se ocuparon de temas relativos al sentido de la gracia, como don abierto a todos los hombres, por encima de una jerarquía instituida. En ese mismo contexto pudieron situarse las obras de Chenu y Congar, ambos dominicos, vinculadas al estudio de la tradición cristiana y de la estructura de la Iglesia. Había también otros autores y otros grupos convergentes, no sólo en Francia y Bélgica, sino también en Holanda y Alemania, que buscaban una renovación interna y externa de la Iglesia, en línea de apertura al mundo y de participación de todos los creyentes. Las tendencias y problemas eran diferentes, pero había un mismo reto de fondo: la experiencia de la libertad y comunión de los cristianos en el mundo.

En contra de esas tendencias, que parecían romper la unidad social jerárquica de la Iglesia, se fue extendiendo, desde 1946, en ciertos ambientes católicos una campaña de rechazo, que cristalizó en 1950, con la Encíclica de Pío XII, Humani generis, donde se condenaban las teorías de la evolución y parecía rechazarse un tipo teología más personalista, abierta a la libertad de los creyentes y, sobre todo, a un diálogo ecuménico, sin condiciones previas, con las iglesias no católicas y con el mundo moderno en su conjunto. Desde ese momento, por exigencias de la Curia Vaticana, los superiores de la Orden impusieron a Congar la obligación del silencio: no podía pronunciar conferencias públicas, ni participar en encuentros con otros grupos de creyentes. Por otra parte, sus escritos fueron sometidos a censura, de manera que no le dejaron publicar de nuevo el libro sobre Cristianos desunidos (la primera edición era de 1937).

Esas medidas fueron creando un clima de incertidumbre, que hacían cada vez más difícil su labor de teólogo. A pesar de ello, Congar siguió realizando su trabajo innovador, como lo muestra su obra programática del año 1950, sobre las reformas necesarias de la Iglesia. En esa línea, a finales de 1951 (cf. prólogo del 22, XII, 1951), culminó su obra cumbre sobre el laicado, que sigue siendo un libro de referencia obligada para todos los que quieran estudiar el tema, desde una perspectiva histórica y sistemática (Jalons por une Théologie du Laicat, Cerf, Paris 1953. (Versión cast.: Jalones para una teología del laicado, Estela, Barcelona 1961).

Estas obras hicieron que crecieran las sospechas. Pero la crisis final estalló el año 1954, cuando la Curia Romana pidió a los sacerdotes obreros de Francia, que mantuvieran su carácter sagrado más tradicional, sin mezclar su ministerio ni su vida con los problemas de una clase obrera cada vez más inclinada hacia un tipo de socialismo o compromiso popular poco acorde con la visión vaticana del cristianismo.

Congar, que buscaba una Iglesia donde los laicos fueran protagonistas de su propia fe, en diálogo con el mundo, en comunión con las restantes confesiones cristianas, había declarado abiertamente su solidaridad y respeto hacia la experiencia de los sacerdotes obreros, que ha podido tener su defectos, pero que se encuentra en la base de casi todos los movimientos posteriores de inserción social de la Iglesia, desde los diversos tipos de Acción Católica especializada (en España HOAC) hasta la teología de la liberación.

6. Las etapas de un destierro por la Unidad

Al llega a ese punto, las presiones de la Curia Romana se volvieron más duras, de manera que el Maestro General de los Dominicos tuvo que expulsar de la cátedra a Congar y a otros profesores del Centro Teológico de Le Saulchoir. Congar inició así un tiempo de exilio interior y exterior que le llevó básicamente a tres lugares.

1. Residió en Jerusalén (1954-1955) donde aprovechó los meses de estancia tranquila para conocer mejor a los judíos, musulmanes y cristianos de Palestina, pudiendo estudiar la École Biblique y escribir uno de sus libros más hermosos, dedicado a la historia, sentido y actualidad del templo de Jerusalén, como símbolo de presencia universal de Dios entre los hombres, a través del Cristo .

2. Pasó unos meses en Roma (1955), donde fue examinado por Santo Oficio, como él mismo recordará con gran dolor en el Diario, que estamos evocando, diario donde protesta contra los métodos de silenciamiento de la Curia vaticana, que él compara con los empleados por algunos escribas judíos del tiempo de Jesús y con los utilizados por los nazis, que él conocía por su estancia en los campos de concentración.

3. Finalmente, pasó un tiempo en Cambridge (1956) donde están fechadas algunas de sus cartas familiares más dolientes, que reflejan su profunda ansiedad e incluso un tipo de cólera personal ante su destino. Obedeció en lo externo y dialogó con los representantes de la Iglesia y cultura de Inglaterra, pero se sintió desterrado de su tierra y de su gente, de manera que vivió ya siempre con el sufrimiento de una herida mayor que la de los campos de concentración del tiempo de la guerra.

4. El año 1956 pudo volver a Estrasburgo, ya más cerca de su lugar de trabajo y de sus amigos, con la herida de un exilio que ya nunca podrá curar. Había estado en algunos de los lugares más emblemáticos de la historia y cultura de occidente (Jerusalén, Roma, Cambridge, ahora Estrasburgo), pero había perdido lo más hondo de la vida, un tipo de cercanía amistosa, de confianza ingenua en su iglesia. Así escribió a su madre, anciana de más de ochenta años, en una carta conmovedora: «Yo no he dicho nada, o casi, pero tú has adivinado mucho. Mucho más que tantos hermanos [de la Orden] y amigos míos, menos habituados al sufrimiento y al amor... ». Ese amor y sufrimiento le seguirán acompañando el resto de la vida [Le Mystère du Temple, Cerf, Paris 1958. (Versión cast.: El misterio del templo, Estela, Barcelona 1958)]]

(Sigue mañana).
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