El tema es el "dios" en quien creemos. De Zubiri a Ratzinger

Voy terminando la “serie Ratzinger” en el contexto del Octavario por la Unidad  de las iglesias (enero 18-28) y de la Semana de la Palabra (23-29).

He introducido el pasado 24.1 el tema apasionante de la Trinidad-Zubiri y hoy, 27, seguiré tratando con admiración y buen deseo de la Trinidad-Ratzinger, queriendo comprenderla, con la ayuda de mi amigo F. Sobotta, sin estar seguro de hacerlo, por la hondura abismal del tema y por el carácter críptico de algunas formulaciones.

Esos dos trabajos sobre la Trinidad (de Zubiri y Ratzinger) son lo mejor que he leído sobre el tema, y a principio de este año 2023 he vuelto a recordarlos para escribir la Introducción de un nuevo y gran libro sobre el tema: T. J. Marín, “Hacia una Ontología Trinitaria”.

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Introducción, F. Sobotta (1968)

  Había estudiado  desde años atrás, el ensayo de X. Zubiri sobre Deificación paulina y Trinidad en  Naturaleza, historia, Dios (1944). Acabé mi estudio de Biblia y pasé aquel  verano 1968 como "ayudante" de Franz Sobotta SJ, que acababa de publicar su tesis sobre el poder salvador de la predicación (Heilswirsamkeit der Predigt), sobre el Dios que es Salvador (Trinidad) por la Palabra ofrecida y dialogada...

 Él me decía que Dios es Trinidad por ser Diálogo de amor abierto al mundo entero, pues, añadía: no hay nada en Dios, ni en cielo ni en tierra, más allá de la Palabra. Él lo sabía bien, porque venía (como Ratzinger)  de la gran imposición de la palabra falsa, asesina, antidivina, de la guerra de los nazis.

    Sobotta me regaló su libro (Die Heilswirksamkeit der Predigt in der theologischen Diskussion der Gegenwart, Trierer Theologische Studien 21, Trier 1968) y me dijo: Mira, yo trato de Dios como Palabra Predicada,palabra quese dice a sí mismo y sobre todo, como palabra dialogal, pues, en el fondo que Dios es Trinidad por ser Palabra.

Die Heilswirksamkeit der Predigt in der theologischen Diskussion der  Gegenwart.…

    Al mismo tiempo me compró el libro de su colega J. Ratzinger (Introducción al Cristianismo: Einführung in das Christentum) recién publicada, ese mismo año 1968, diciéndome: Habla bien de Dios, pero quizá le pone más allá de la palabra, como un tipo de poder socio/religioso que puede volverse dictadura.

Sobotta me dijo vengo de Innsbruck donde no hay nada anterior a la Palabra  que es amor y comunicación, pues no hay nada ni nadie anterior a la Palabra, como nos decía K. Rahner. Ratzinger, en cambio, viene de Tübingen, donde es profesor, en la ciudad y universidad de Hegel, y me da la impresión de que, en el fondo, defiende a un Dios-Poder, antes de la Palabra. La diferencia puede ser pequeña, pero a mí me parece infinita.

Nos hicimos amigos, y así leímos juntos el libro de Rarzinger.   Fue para mí una gran experiencia, sobre todo el capítulo dedicado a la Trinidad. Por eso quiero hoy presentarlo a mis lectores, como preparación para la fiesta del domingo.

          Ratzinger era entonces una joven promesa teológica, y algunas tesis de su libro han sido después muy influyentes en su vida y en la vida de la Iglesia.

Sobotta me indicó: "Mira aquí: Ratzinger  dice en este capítulo una frase esencial para definir a las personas de la Trinidad: las «tres Personas» de Dios son palabra y amor(que Sobotta traducía: son Poder y Palabra) en su versión  interior (Trinidad inmanente) y en su apertura a los hombres (Trinidad económica/ecuménica). Esas son las dos tesis centrales de su texto, pero  quizá no las ha desarrollado plenamente, sacando sus consecuencias

Entonces (año 1968) no entendí bien la diferencia. Creo que la he entendido después. Sea como fuere, la visión que Ratzinger ofrecía  del Dios Trinidad (Poder y Palabra) no ha sido a mi juicio  suficientemente contrastadas después, ni por él ni por otros, cosa que de hacerse, pues ello  hecho podría haber cambiado la teología de Ratzinger y la trayectoria  posterior de la Iglesia.

    Así me lo dijo ya Sobotta, colega de guerra de Ratzinger. Mira, Xabier; lo que dice Ratzinger es cierto, pero deja quizá un tipo de Poder de Dios más allá de la Palabra, y eso es peligrosísimo... Eso, al fin, es Hitler, es dictadura de Dios... Dios es siempre y sólo palabra en la vida (palabra-amor, que es comunicación, pero no poder más alto (más allá de la palabra), sino autoridad creadora de amor,  desde abajo, desde los niños, desde los pobres, desde los excluidos...

Esto es lo que dice el Dios del evangelio, el Jesús histórico que es Palabra-Carne en suprema debilidad creadora, en la línea del himno de Pablo en Flp 2,6-11.   Calló Sobotta, y al cabo de un rato, ante mi silencio, siguió diciendo:

También Hitler pudo apelar al Poder y a la Palabra, , pero desde arriba,  desde su visión asesina de Alemania, una Poder-Palabra de mentira y de auto-propaganda, con su falso evangelio invertido (Mein Kampf, mi Lucha), “dis-angelio” (no eu-angelio), que se impone por superioridad racial, por guerra y destrucción de los demás (de los poco-alemanes, los judíos, los judíos, los locos, los enfermos, precisamente aquellos por los que vivió y murió Jesús (el dios de Jesús).

          Eso es lo contrario al de Cristo:  No es Amor-Palabra que se regala comparte que los otros (los no-poder) vivan, se muevan y existan (como dice Pablo en Hch 17, 28), sino Poder-Propaganda que se impone desde alguna instancia superior, para "bien" de la gente, a través de una especie de "protectorado divino”, que primero mata a los muy distintos, y luego domina  a los sometidos y aprovechables, pero como esclavos.

Hablamos mucho de eso, a lo largo de dos meses...Quiero recordar y recrear hoy aquellas conversaciones.  Esta postal constará de tres partes:

  1. Una breve comparación con Zubiri, cuyo estudio sobre San Pablo y la la Trinidad presente el último día
  2. El texto de Ratzinger sobre la Trinidad, texto magistral pero no desarrollado desde el Jesús histórico, tal como aparece en Introducción al Cristianismo, cap. 7
  3. Diálogo con F. Sobotta; Reflexiones finales sobre la Trinidad de Zubiri y Ratzinger; unas reflexiones que he debido “refrescar mientras escribía l Introducción al nuevo y gran libro de Tomás Marín Mena,Hacia una Ontología Trinitaria, Sec. Trinitario, Salamanca 2023.

 1. DE NUEVO CON ZUBIRI. UNA COMPARACIÒN

Perijóresis: La unión en una única esencia sin confundirse

Presenté el último día la visión trinitaria de Zubiri. No voy a repetirla, sino a evocar algunos de sus presupuestos, para entender luego mejor la de Ratzinger. 

  1. Zubiri no parte del Jesús histórico, como a mi juicio debía haber hecho, sino de Pablo, el post-Pablo de las cartas de la cautividad, donde ha entrado ya un tipo de buen platonismo, pero algo alejado del Pablo auténtico de la libertad (Gálatas, Romanos). Sea como fuere, ese Pablo es aún un buen comienzo. Comenzar por su experiencia de deificación es clave para entender todo el cristianismo. 
  1. Zubiri estudia la trinidad desde el mejor neo-platonismo, recreado en clave cristiana por Orígenes y sus sucesores… En esa línea puede entender a Dios como Ousia-dynamis-energeia… Un proceso vital de palabra-amor, que se despliega en sí mismo, abriéndose, al mismo tiempo, al mundo (a la humanidad). Desde ese despliegue inmanente de Dios se entiende su expansión económica/ecuménica, en Palabra-Amor que es “todo”, siendo movimiento de Vida, desde abajo (aunque quede un poco fuera de su visión la primacía de los cojos-mancos-ciego.
  2. Zubiri completa su visión con la imagen esencial de la perijóresis, es decir, con la recirculatio (circumincessio y circuminsessio) de las personas, en la línea de Juan de Damasco…retomada por los grandes teólogos pre-tomistas (pre-escolásticos) de occidente. En esa línea deja voluntariamente a un lado la especulación genial (pero menos bíblica y cristiana) del último San Agustín, retomado por Anselmo y Tomás de Aquino, y luego por Hegel, en una línea “menor”, como ha vuelto a decir Piero Coda, de la Comisión Teológica romana en su trtado de Trinidad.

1. RATZINGER, TEOLOGÍA TRINITARIA

Einführung in das Christentum: Vorlesungen über das apostolische  Glaubensbekenntnis : Ratzinger, Joseph: Amazon.de: Bücher

Franz Sobotta SJ, colega de guerra y estudio de Ratzinger,  me dijo: "Vete antes de Ratzinger, a la Biblia y a los Padres Griegos, como dices que hace tu amigo Zubiri en España. Busca y encuentra la Trinidad en la palabra salvadora, no más allá. No quieras hallar ningún Dios, ningún poder más allá de la Palabra”

Así he querido hacerlo aquí, presentando esta visión de Ratzinger después de la de Zubiri. Es evidente que habrá diversas opiniones, unos más cerca de Zubiri, otros de Ratzinger. Recuerdo muy bien que el mismo Zubiri, tras haber leído mis Orígenes de Jesús, me dijo: Yo empecé con una lectura de Pablo, en las Cartas de la Cautividad. Veo que empiezas con el Jesús histórico,  y creo que debe ser así, sigue en esa línea, vinculando historia y palabra.

Sobotta me siguió diciendo: Lee con mucho cuidado a Ratzinger, es genial pero puede interpretarse mal. Poner un tipo de poder (de un modo claro o implícito) antes de la Palabra, un poder que no se hace carne (Jn 1, 14) puede ser muy peligroso, puede volverse dictatorial.    

Trinidad, Dios revelado (Ratzinger, Introducción al Cristianismo, cap. 7)

Dios es como se manifiesta. Dios no se manifiesta como no es. En esta expresión radica la relación cristiana con Dios; en ella está incluida la doctrina trinitaria, más aún, es esa misma doctrina. ¿Cómo se llegó a esa decisión? Fundamentalmente, por tres caminos.

(1) La inmediatez divina del hombre. Es decir, quien se encuentra con Cristo en la co-humanidad de Jesús, accesible a él como co-hombre, encuentra también a Dios mismo, no a una esencia bastarda que se metería de por medio. 

(2) La inamovible permanencia en la decisión fuertemente monoteísta, en la profesión de que sólo existe un Dios. 

(3) La preocupación por tomar en serio la historia de Dios con el hombre. Esto quiere decir que Dios, al presentarse como Hijo que dice «tú« al Padre, no representa ante los hombres una obra de teatro ni se pone una máscara para salir al escenario de la historia humana; todo esto es, por el contrario, expresión de la realidad. 

(Contra monarquianismo y modalismo).

Los monarquianos de la primitiva Iglesia dieron expresión a la idea de una representación teatral por parte de Dios, donde las tres Personas serían los tres papeles en los que Dios ha aparecido en el curso de la historia. Observemos que la palabra «persona» y su correspondiente griega prosopon están tomadas del lenguaje teatral; así se llamaba la máscara que se ponía el actor para encarnar su personaje. La palabra pasó pronto al lenguaje de la fe y así inició por sí misma una lucha tan dura que dio origen a la idea de persona, extraña a los antiguos.

Pero otros, los modalistas, afirmaban que las tres figuras neran modi, modos en los que nuestra conciencia aprehende a Dios y se explica a sí misma. Aunque esto implica que a Dios sólo le conocemos en el reflejo de nuestro propio pensar humano, la fe cristiana se afianzó más y más en la idea de que incluso en este reflejo le conocemos. Nosotros no podemos salir de la estrechez de nuestra conciencia, pero Dios puede entrar y revelarse en ella; . La fe aceptó al fin el lenguaje y la terminología que ellos habían elaborado; su terminología sigue operante todavía hoy en la profesión de fe en las tres Personas divinas. Es cierto que la palabra prosopon-persona no expresa todo lo que hay que decir, pero la culpa no es suya. 

(Soluciones sin salida).

Toda la lucha antigua de la primitiva Iglesia nos lleva, a la luz de lo que hemos dicho, a la aporía de dos caminos que cada vez se muestran más como no-caminos: subordinacionismo y monarquianismo. Ambas soluciones parecen lógicas y ambas perturban el todo con sus seductoras simplificaciones. La doctrina eclesial, expresada en la fe en Dios uno y trino, significa fundamentalmente la renuncia a encontrar un camino y el estancamiento en el misterio que el hombre no puede abarcar; en realidad esta profesión es la renuncia real a la presunción del saber limitado que, en su falsa limitación, nos seduce con sus soluciones categóricas.

El llamado subordinacionismo elimina el dilema al afirmar que Dios mismo es único. Cristo no es Dios, sino una esencia especialmente cercana a Dios; así se elimina el obstáculo, pero, como ya hemos explicado detalladamente, se llega a la conclusión de que el hombre, separado de Dios, queda encerrado en lo provisional. Dios sería un monarca constitucional y la fe nada tendría que ver con él, sino con sus ministros.

El monarquianismo, con sus soluciones antes mencionadas, disuelve el dilema por otro camino. También él afirma la unidad de Dios, pero dice que Dios al acercarse a nosotros cambia; se presenta primero como Creador y Padre, luego como Hijo y Redentor en Cristo y, por fin, como Espíritu; pero estas tres figuras son sólo las máscaras de Dios que nos habla sobre nosotros mismos, no sobre él. 

(Pervivencia del monarquianismo en la filosofía moderna).

La solución es seductora pero, al fin nos lleva a la conclusión de que el hombre gira siempre en torno a sí mismo y de que nunca penetra en lo propio de Dios. El pensar moderno, en el que de nuevo se repite el monarquianismo, nos lo confirma. Hegel y Schelling quisieron explicar el cristianismo filosóficamente, y la filosofía cristianamente. Se unían así en este esfuerzo primitivo por construir una filosofía del cristianismo; esperaban hacer comprensible y útil la doctrina trinitaria, y convertirla dentro de su puro sentido en la clave de la comprensión del ser.  El punto de partida de todo eso sigue siendo la idea de que la doctrina trinitaria es la expresión del lado histórico de Dios, es decir, del modo como Dios se revela.

Hegel, y a su modo también Schelling, llevaron esta idea hasta sus últimas consecuencias y concluyeron así que el proceso de la autopresentación histórica de Dios no se diferencia del Dios que, permaneciendo en sí mismo, está detrás de la historia; el proceso de la historia hay que comprenderlo como el proceso de Dios mismo. Por lo tanto, la figura histórica de Dios es la progresiva autoformación de lo divino; la historia es el proceso del Logos como proceso real de la historia. Con otras palabras podemos afirmar que, según Hegel, el Logos «la inteligencia de todo ser» se engendra progresivamente a sí mismo en el curso de la historia.

La historicización de la doctrina trinitaria, realizada en el monarquianismo, se convierte en historicización de Dios... La  historia del monarquianismo manifiesta aun otro aspecto que vamos a describir brevemente. Tiene una nota política tanto en su forma cristiana como en su renovación mediante Hegel y Marx: es «teología política». En la primitiva Iglesia sirvió para cimentar teológicamente la monarquía imperial; con Hegel se convirtió en apoteosis del estado prusiano; con Marx en el programa de acción que la humanidad debe realizar en el futuro.

Por el contrario, en la primitiva Iglesia la lucha de la fe en la Trinidad en contra del monarquianismo significó la lucha en contra del uso político de la teología: la fe trinitaria eclesial superó un modelo útil a la política, eliminó la teología como mito político y negó que la predicación pudiese justificar una situación política... 

Tesis Primera:

La paradoja  «una esencia en tres personas» está subordinada al problema del sentido primordial de la unidad y de la multiplicidad. Una ojeada al trasfondo del pensamiento precristiano y griego, de donde surgió la fe en el Dios uno y trino, nos explicará muy bien el sentido del enunciado. Los antiguos creían que sólo la unidad era divina; la multiplicidad, en cambio, les parecía algo secundario, el desmoronamiento de la unidad. Según ellos, la multiplicidad nace de la ruina y tiende a ella.

La profesión cristiana en Dios uno y trino, en aquel que es al mismo tiempo el monas y el trias, la unidad y la multiplicidad por antonomasia, expresa la convicción de que la divinidad cae más allá de nuestras categorías de unidad y multiplicidad. Para nosotros, para lo no-divino, la divinidad en tanto es una y única, lo divino contrapuesto a lo no-divino, en cuanto que es en sí misma verdadera plenitud y multiplicidad, de tal manera que la unidad y la multiplicidad de las criaturas es imagen de lo divino y participación en ello. No sólo la unidad es divina; también la multiplicidad es algo original y tiene en Dios su fundamento íntimo.

La multiplicidad no es puro desmoronamiento; también ella cae dentro de lo divino; no nace por el puro entrometerse del dyas, de la disgregación. No es el resultado del dualismo de los poderes contrarios, sino que responde a la plenitud creadora de Dios que supera y comprende la unidad y la multiplicidad. La fe trinitaria, que admite el plural en la unidad de Dios, es fundamentalmente la definitiva exclusión del dualismo como principio de explicación de la multiplicidad junto a la unidad. Por la fe trinitaria se consolida definitivamente la positiva valoración de lo múltiple.

Dios supera el singular y el plural. Esto tiene una consecuencia importante. Para quien cree en el Dios uno y trino la suprema unidad no es la unidad de la vidriosa monotonía. El modelo de la unidad, al que hemos de aspirar, no es, en consecuencia, la indivisibilidad del átomo que ya no puede dividirse en una unidad más pequeña; la forma suprema y normativa de la unidad es la unidad que suscita el amor. La unidad de muchos creada por el amor es unidad más radical y verdadera que la del «átomo». 

Tesis Segunda:

La paradoja «una essentia, tres personae» está en función del concepto de persona, y ha de comprenderse como íntima implicación del mismo.

 La fe cristiana profesa que Dios, la inteligencia creadora, es persona, conocimiento, palabra y amor. Con todo, la profesión de fe en Dios como persona incluye necesariamente la confesión de fe en Dios como relación, como comunicabilidad, como fecundidad. Lo simplemente único, lo que no tiene ni puede tener relaciones, no puede ser persona.

No existe la persona en la absoluta singularidad, lo muestran las palabras en las que se ha desarrollado el concepto de persona: la palabra griega prosopon significa «respecto a, hacia»; la partícula pros significa «a, hacia», e incluye la relación como constitutivo de la persona.      

Lo mismo sucede con la palabra latina persona: «resonar a través de», donde la partícula per (=a, hacia) indica relación, pero esta vez como comunicabilidad. En otros términos: si lo absoluto es persona, no es lo singular absoluto. Por tanto, el concepto de persona supera necesariamente lo singular. Afirmar que Dios es persona a modo de triple personalidad destruye el concepto simplista y antropomórfico de persona. Implícitamente nos dice que la personalidad de Dios supera infinitamente el ser-persona del hombre; por eso el concepto de persona ilumina, pero al mismo tiempo encubre como parábola insuficiente la personalidad de Dios.

Tesis Tercera:

La paradoja «una essentia, tres personae» está subordinada al problema de lo absoluto y de lo relativo, y manifiesta lo absoluto de lo relativo.

 a) El dogma como regulación terminológica. Las reflexiones siguientes intentan un acercamiento a lo que hemos indicado. Cuando a partir del siglo IV la fe expresó la unidad trina de Dios con la fórmula una essentia, tres personae, tuvo lugar una división de conceptos que se convirtió en adelante en «regulación terminológica». Tenía que salir a la luz el elemento de la unidad, el de la trinidad y la simultaneidad de ambos en el incomprensible predominio de aquella. Como dijimos antes, es en cierto sentido accidental el hecho de que esto se dividiese en los conceptos de sustancia y persona; en último término ambos elementos son claros, ninguno queda abandonado a la arbitrariedad del individuo que podría volatilizar o destruir la cosa misma con las palabras propias de su tiempo. Teniendo en cuenta esta observación, podemos concluir que la idea sólo podía expresarse conceptualmente así; con esto reconocemos el carácter negativo del lenguaje de la doctrina de Dios, los balbuceos de la locución.

(b). El concepto de persona. Por otra parte, esta regulación terminológica significa mucho más que un detenerse en la letra. En el lenguaje, por muy inadecuado que sea, se toca la realidad misma; por eso el interés por el lenguaje de la profesión de fe muestra la preocupación por la cosa misma. La historia del espíritu nos dice que aquí, por vez primera, se comprendió plenamente la realidad de «persona». El concepto y la idea de «persona» surgieron en el espíritu humano cuando buscó la imagen cristiana de Dios y explicó la figura de Jesús de Nazaret. Habida cuenta de estas reservas, vamos a explicar nuestras fórmulas en su justa medida, pero antes se nos imponen dos observaciones: Dios, considerado como absoluto, es uno; no se da la multiplicidad de principios divinos. Una vez afirmado esto, es también claro que la unidad cae en el plano de la sustancia; en consecuencia la Trinidad, de la que también hay que hablar, no hemos de buscarla aquí; tiene que estar en otro plano, en el de la relación, en el de lo «relativo».

A la misma conclusión nos lleva una lectura de la Biblia...

El hallazgo de un diálogo en el ser íntimo de Dios nos lleva a admitir en Dios un yo y un tú, un elemento de relación, de diferencia y de afinidad. Por su forma, el concepto «persona» parece apto para expresar tal elemento; con esto el concepto, superando su significado teatral y literario, profundizó más en la realidad sin perder lo fluctuante que lo adaptaba a tal uso. Al observar que Dios considerado absolutamente es uno, y que sin embargo en él se da también en fenómeno de lo dialógico, de la distinción y de la relación del diálogo, la categoría de la relación adquiere en el pensamiento cristiano un significado completamente nuevo; Aristóteles la coloca entre los «accidentes», entre los efectos accidentales del ser, separables de la sustancia; forma de lo real que soporta todo.

Al darnos cuenta de que Dios es dialógico, de que Dios no sólo es Logos, sino «diálogo», no sólo idea e inteligencia, sino diálogo y palabra unidos en el que habla, queda superada la antigua división de la realidad en sustancia (lo auténtico), y accidentes (lo puramente casual). Es pues claro, que junto con la sustancia están el diálogo y la relación como forma igualmente original del ser.

Ahí estaba contenida ya fundamentalmente la terminología del dogma. Sale a la luz la idea de que Dios es simplemente uno como sustancia, como «esencia»; pero al querer hablar de Dios en la categoría de trinidad lo que hacemos no es multiplicar la sustancia, sino afirmar que en Dios uno e indivisible se da el fenómeno del diálogo, de la unión de la palabra y el amor.

Esto significa que las «tres Personas» que hay en Dios son la realidad de la palabra y el amor en su más íntima dirección a los demás. No son sustancias o personalidades en el moderno sentido de la palabra, sino relación cuya actualidad pura («paquetes de ondas») no elimina la unidad de la esencia superior, sino que la constituye... En esas palabras se oculta la imagen revolucionaria del mundo: el omnímodo dominio del pensar sustancial queda destruido; la relación se concibe como una forma primigenia de lo real, del mismo rango que la sustancia; con esto se nos revela un nuevo plano del ser. Probablemente pueda afirmarse que el cometido del pensar filosófico originado por estas observaciones no se ha realizado todavía lo suficiente; el pensar moderno depende en gran parte de las posibilidades aquí mencionadas, sin ellas no podría siquiera concebirse ( (Introducción al cristianismo, cap 7). 

Gran diccionario de la Biblia

3.CONVERSACIÓN CON SOBOTTA. NO HAY TRINIDAD MÁS ALLÁ DE LA PALABRA

Ratzinger desertó del ejército alemán en los momentos finales de la guerra mundial (como multitud de jóvenes soldados, soldados niños, me decía Sobotta), cuando los americanos ocupaban Baviera (finales de abril del 1945). Tras la rendición incondicional de Alemania (8 de Mayo) fue internado en un campo de concentración en Bad Aibling, de donde fue pronto liberado (19 de junio). Sólo tenía dieciocho años. Pasó unos meses con su familia, tras la gran catástrofe, y medio año después (a comienzos del 1946) ingresó de nuevo en el seminario.       Así me siguió diciendo Sobotta: Ni Ratzinger ni yo hemos superado el trauma de la guerra... Hemos vivido en el horror. Podemos pensar, él puede hacer quizá buena teología, pero no podemos asumir responsabilidades en este mundo. Sería una locura...

No puedo entrar en lo que fue el proceso interior de J. Ratzinger, cómo vivió el fin de la guerra, cómo respondió a la paz…, aunque he leído algunos de sus libros de “memorias”. Es evidente que hay un secreto que sólo él conoce, una herida que resulta difícil de curar, a pesar del paso de los años.

Sobotta, mi amigo, tenía la misma edad de Ratzinger, pasó por los mismos trances, se hizo también sacerdote y jesuita, acaba de defender la tesis sobre la palabra creadora, la palabra salvadora... la Heilswirsamkeit, que es no sólo la predicación al estilo de cierto protestantismo, sino la conversación, la verdad, el logos trasparente de la vida, del Dios la Palabra... Eso quería ser, portador de una palabra liberadora, pues más allá de la Palabra no hay nada, osimplemente gurra, imposición destructora.  

        Estuvimos dos meses juntos, solos en la casa parroquial de Geesthacht, a la vera del Elba. El tenía necesidad de hablar, yo necesidad de mejorar mi alemán, estábamos encargados de la parroquia de un cura bondadoso (Kurt Novak), también herido por la guerra, ya mayor, que nos dejó solos, amos de la casa, mientras él resolvía otro problemas y disfrutaba sus vacaciones.

Ese fue mi “bautismo” en Alemania, con un colega de Ratzinger, leyendo juntos la Einführung in das Cristentum (Introducción al Cristianismo). Desde entonces he vivido con el recuerdo de Ratzinger, de su historia personal y de su libro, mientras Sobotta enfermaba y moría relativamente joven, por culpa de aquella gran destrucción mundial de la palabra que había sido la guerra del 1939-1945, una guerra en contra de la Palabra, no sólo de la Palabra de Israel, sino de la Palabra cristiana, que es la Trinidad.

Hitler había querido poner un tipo de mito de raza sobre la palabra… como un tipo de capitalismo actual pone Das Capital también por encima de la palabra. Hitler no dialogaba, mataba. Tampoco el Capital dialoga, sino que impone y detruye todo lo que no sea suyo 

 F. Sobotta.

Sobotta era tímido, yo corto en buen alemán. Pero pronto coincidimos en muchas cosas: Paseamos en barco por el Elba con los niños de la catequesis, comimos helados (¡cómo le gustaban!), dirigimos catequesis de niños, hicimos teatro (yo como ayudante suyo, casi le mato, pues el truco que planeó con una cuerda que le debía apretar el cuello no le salió)… y hablamos. 

Él me repetía que era Alemán y niño de la guerra. Debía haber nacido el mismo año que Ratzinger (1927), de una familia alemana, pero de ascendencia eslava, como tantas otras, llevando el estigma de “alemán me tizo”.Quizá por eso era alemán de un modo exagerado, antinazi pero inmensamente alemán, excesivamene alemán, con todo lo bueno que eso implica, pero con sus riesgos (y con su remordimiento).

Había sido un buen estudiante, amaba a Alemania, y  pensó que era lógico que le llevaran a la guerra, siendo adolescente, como auxiliar en una división de tanques… Pero al acabar la guerra sintió que todo era una locura, que le habían engañado, que no merecía la pena vivir....La mayor parte de su familia había muerto, asesinada, bombardeada... A él sólo le quedaba la curación por la palabra.

Pimera Guerra Mundial: Un mundo nuevo y roto

Se hizo jesuita: Había que resolver el problema que había causado la guerra, la violencia, el horror, lo sabido y lo reprimido, todoAsí sintió que había que volver a la palabra que es Dios (Trinidad), a la autoridad que es palabra compartida, no imposición sagrada irracional, ni la de Hitler ni la de ningún Dios impositivo, por más bueno que pudiera parecer.

Como el currículo de los jesuitas es más largo y había pasado por medio la guerra (sin recuperar cursos, como había hecho Ratzinger), estaba terminando entonces su carrera, con 41 años (yo era más joven). Entró jesuita tras la guerra, con necesidad de ordenar su vida y de ofrecer su contribución al mundo nuevo a través de la Heilwirksamkeit, de la curación por la palabra, en una línea cercana a la de K. Rahner

   Sólo la palabra cura, me decía..., que podamos hablar, que no tengamos miedo de hablar, que nadie haga las cosas a la fuerza, que nadie se engañe... Nosotros, alemanes, podemos ofrecer una contribución al mundo si creamos palabra, si compartimos Palabra, porque eso,  la Palabra hecha carne, eso es la Trinidad. Y no sé si mi colega Ratzinger lo ha visto bien en este libro.

Se había ordenado sacerdote, había trabajado de formador y acababa de publicar su tesis doctoral en teología, que me enseñó y me regaló con euforia:Franz Sobotta, Die Heilswirksamkeit der Predigt in der theologischen Diskussion der Gegenwart (Trierer Theologische Studien. Band 21, Trier 1968).

  Precisamente entonces su tiempo de preparación como estudiante y como SJ,  terminaba y podía quizá dedicarse a enseñar, en alguna universidad del entorno germano (quizá en Innsbruck, decía que querían llamarle)… Pero, como he dicho ya, murió pronto, no pudo superar los años de asesinato de la palabra.

Re- flexión sobre Ratzinger.

Casi con la misma edad de Sobotta, como niño prodigio, tras la guerra, Ratzinger  había hecho una carrera meteórica: Profesor de Teología en Bonn…, consultor del Vaticano II, profesor en Tubinga, donde acababa de impartir un curso famoso sobre el cristianismo, en el Semestre de verano (Sommersemester) del año 1967 (del 1 de abril al 30 de septiembre de ese año).Las anotaciones para ese curso formaban el texto base” del libro que estábamos leyendo: Introducción (Einführung) al Cristianismo.   Sobotta estaba orgulloso de Ratzinger, que era como él, de los niños de la guerra, y se había convertido en la promesa de la nueva teología católica alemana, un hombre ya famoso, con 41 años, a pesar de que le hubiera constado reaccionar ante los problemas de la crisis estudiantil dese año (mayo 68).

A pesar de toda la admiración que sentía por Ratzinger, Sobotta me ijo que, a su juicio, Ratzinger no iba a la raíz salvadora de la palabra, como esencia de la Trinidad y de la vida humana, Sobotta.Tiene que seguir aprendiendo, me decía; le  vendría bien pasar por Innsbruck, en vez de seguir en Tubinga (de hecho, Ratzinger se trasladó a Ratisbona, universidad de pueblo, más tranquila).

 Así me dijo: Mira, lee aquí donde Ratzinger dice: Esto significa que las «tres Personas» que hay en Dios son la realidad de la palabra y el amor en su más íntima dirección a los demás. Eso es cierto,pero eso hay que tomarlo en sentido radical, y no sé si Ratzinger lo hace. Si tú, Pikaza, te dedicas a la teología  (y enseñas Trinidad en Salamanca, como quieres) piensa en eso: Dios es Palabra, pero del todo... sólo Palabra de amor, palabra que ama, crea y acaricia, desde abajo, desde los más pobres, desde los excluidos, los eslavos, los judíos del este, loe gitanos… Y así me seguía diciendo Sobotta

 Ratzinger es inteligente, quizá el más inteligente de todos nosotros, los teólogo-niños de la guerra... pero no sé si es del todo consecuente. Me da la impresión de que pone un Dios más allá de la palabra, más allá de la política...Y eso es muy peligroso.  Es como buscar una "inmunidad" a Dios.

Ciertamente, Dios está más allá del monarquianismo del imperio romano, del monarquianismo de Hitler. Dios está más allá de un tipo de palabra-poder, pero no se trata de buscarle en algo en el fondo irracional, sino en la palabra-amor, que es el principio de todo.

Sobotta era un “gran tipo” (¡qué pena que muriera luego pronto!) era un sanador/salvador por la palabra. Yo era muy joven (27 años), no entendía muchas cosas, pero me gustaba cómo me hablaba, casi todos los días, de su vida, y de la teología de Ratzinger, a medida que iba reescribiendo con muchos colores el libro. Le daba horror un Dios que pudiera mandar desde arriba, sin razonar, sin escuchar...  Un Dios estilo Hitler, como nos hicieron cree a los alemanes adolescente es el infierno,, me dijo un día, porque de Hitler se puede salir, aunque sea por la muerte, de un Dios así no se puede salir....

Panzerfaust, la pesadilla nazi que aterraba a los tanques aliados en la Segunda  Guerra Mundial

Así me hablaba Sobotta, casi siempre estaba nervioso. En el fondo de su sonrisa escondía una inmensa melancolía y tristeza, un dolor constante,  dolor de guerra, por no poder asimilar lo que había pasado, en los años anteriores, y después en la división de tanques, cuando era sólo adolescente, guerra, acompañando la retirada, la gran derrota de Alemania… con millones de muertos  en todos los camino  por falta de palabra o, mejor dicho, por palabras falsas que nos engañaron a todos.

«Es algo que no podéis comprender, me decía. Fue una locura, que no he logrado asimilar… Me llevará toda la vida ir entendiendo lo que pasó, lo que he pasado… Nosotros, los de la guerra, necesitamos un “sacramento” distinto, un sacramento de sanación, que nos permita recuperar el sentido de la vida, pedir perdón y perdonar, todo a la vez… y vivir con ternura, esa ternura que parece que a veces tenéis, los que venís como tú de tierra más al sur...Por eso he escrito mi tesis sobre el poder salvador de la palabra». Tú (me decía) piensa en la palabra que es amor…. (y eso he querido hacer hasta el día de hoy (27.2.2023).

Yo le decía que quizá entendía… que el tema de la guerra estaba en la Biblia (yo acababa de hacer un trabajo sobre la guerra en el Apocalipsis, con A. Vanhoye, después Cardenal de la Iglesia). Le decía, además, que también yo era un hijo de la guerra española, estado desterrado de niño, con mi madre sancionada, por mujer de palabra (maestra...).

Él me respondía que era distinto. Que mi guerra no había sido mía, sino de mis padres… Que yo no había nacido, que no había estado, que no había tenido que escoger, pero que él.

Yo le tranquilizaba, diciéndole no tenía la culpa de nada, que había sido un adolescente obligado… Que todo había pasado. Me respondió que no era así. Que él, y otros muchos como él no habían sido nazis, pero que en el fondo sabían lo que estaba pasando, y de algún modo colaboraron con la  Gran Alemania de Hitler y se dejaron engañar.

No, no habían sido nazis, pero buscaban la Gran Alemania… y pensaban que en el fondo lo de los nazis podría ser un pequeño episodio… al servicio de la Gran Alemania, de un Dios Bueno, pero de imposición universal. 

Terminaron los nazis, pero el alma nazi seguía siendo corazón de muchos alemanes, divididos entonces (1968) entre comunistas soviets (los “mejores” del mundo) y capitalistas anglosajones (también los mejores del mundo…).

Terminarían los nazis, seguiría Alemania como el Gran Imperio, por encima del comunismo de Rusia y del capitalismo de los ingleses y americanos… Eso querían ser muchos, la gran Alemania futuro de la humanidad. Teníamos que habernos opuesto de alguna manera, y no lo hicimos… Nos obligaron, pero nos dejamos llevar y, de alguna manera, colaboramos

Así me seguía diciendo: Éramos unos engañados, fuimos manipulados, pero no inocentes. Algo nos impidió ver, sentir, sufrir con los mendigos, los judíos, los locos, los pobres de otros pueblos... es decir, con la gente de gente de Jesús, la gente de la Trinidad, los pobres, impuros, extranjeros y locos de Galilea en el siglo I.

Mira, Xabier, me siguió diciendo: No sé si entiendo bien este libro de Ratzinger, colega de guerra, compañero de derrota... Las distinciones que hace entre modalismo y monarquianismo me parece buenas... Pero yo quiero que quede claro que  la Trinidad es Palabra, diálogo universal, desde los más pequeños, no desde un imperio nazi, soviético o capitalista, diálogo en amor, no desde unos sabios profesores o políticos, sino desde los más pequeños, buscando juntos, escuchándose todos, dando la vida... Quizá Ratzinger quiere lo mismo, pero lo dice con otras palabras.

Da la impresión de que Ratzinger quiere una certeza más allá de las palabras, y una certeza de ese tipo puede ser dictatorial ¿Cómo consigues que no lo sea?  ¿Cómo consigues un Dios que no sea Gran Dictador, a lo grande pero bueno, como Hitler, como Stalin, como H. Ford…

A veces pienso que la Iglesia quiere también grandes razones triunfadoras, con un Dios emperador o Führer  bueno. No sé, debo estar loco, desde la guerra no duermo bien. Dios me perdone. Quizá estoy loco, no debo pensar demasiado. Cada vez tengo más miedo a un Dios que me dicte desde arriba sus órdenes.  No quiero a un Dios Señor, no quiero que mande, que dé ordenes, pues ya me han engañado bastante con órdenes y mandatos que parecían divinos. 

 Así me hablaba Sobotta. Sabía tratar a los adolescentes, les enseñaba a jugar, a dialogar, a pensar en libertad... No llegó muy adelante en su iglesia, a pesar de que era SJ y había escrito una gran tesis sobre el poder salvador de la Palabra que es Dios. No pudo ser profesor como quería, murió pronto.

Su mayor  deseo era trasmitir palabra a  los jóvenes de la parroquia, muchachos de quince a dieciocho años, monaguillos, cantores. Había que decirles algo distinto, a la luz del evangelio, en una tierra dividida en boques; allí mismo a dos pasos de Geesthacht, se podían ver las torres de vigilancia de los soviets; allí mismo, al otro lado (¡al nuestro!) estaban las bases militares (liberadoras, se decía) de los anglosajones.

Aquellas conversaciones con Sobotta han seguido iluminando mi vida... y mi forma de hacer teología. Los temas fundamentales de mi pensamiento siguen estado donde estaban el año 1968, vinculados al recuerdo de mi amigo F. Sobotta.

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