"Tu final no es la ceniza de un infierno penitencial, sino el gozo de la Vida por encima de la muerte" No es miércoles de ceniza, sino de trans-formación para la Vida (meta-noia)
Desde la Baja Edad Media ha crecido en la Iglesia de Occidente una piedad penitencial más opresora que evangelizadora, representada por el día inicial de la cuaresma, entendida como preparación la Muerte de Jesús, que se celebrará el Viernes Santo
El signo principal de este día ha sido por siglos la “ceniza”, que no es tierra vital (de la que nacen las plantas), sino “escoria” de muerte, madera/materia quemada, que se arroja y abandona en “basureros” o infiernos.
Éste había sido un signo especial (no central) del Antiguo Testamento, leído desde un tipo de visión de Job: Los derrotados de la vida, los condenados a muerte, los expulsados de la sociedad, desnudos o vestido de saco o arpillera, se sentaban o arrojaban sobre un suelo de ceniza, cubrían de ceniza su frente y aullaban o lloraban pidiendo perdón y esperando la muerte.
Un miércoles de ceniza penitencial y de muerte
Así ha querido la Iglesia que celebramos año tras año la cuaresma, recibiendo en la frente la ceniza, mientras decía el sacerdote: Recuerda, hombre (memento homo…), que eres polvo y que al polvo has de volver… Del polvo venimos, al polvo tornamos. No hay otro camino.
Pero ese signo de la “ceniza” de muerte estaba introducido como un “cuña” en parte falsa, casi equivocada: Se nos ponía ceniza en la frente, pero se nos decía “eres tierra/polvo de la tierra” de la que hemos nacido, conforme a la Escritura (Gen 2). No nacemos de la ceniza, ni somos ceniza: Somos polvo/tierra amasado por el aliento húmero de Dios, polvo animado por su “espíritu” (aliento) de amor.
Se nos ponía ceniza de muerte en la frente… pero se nos decía que somos polvo/tierra de vida… Ciertamente, según el Génesis, Dios nos creó de la tierra (nos sembró en la tierra por su Espíritu), pero no para morir, sino para vivir… Sin duda podemos morir y matarnos (por guerra o por odio y pecado), pero no somos tierra para la muerte, sino para la resurrección.
Un miércoles de evangelio: ¡Conviértete y cree en la buena noticia de la vida!
Desde la reforma litúrgica, tras el Vaticano II, la palabra esencial de la Iglesia no es “recuerda que eres polvo/ceniza” y que al polvo/ceniza has de volver, sino “conviértete/transfórmate! y cree en el evangelio… es decir, empieza a vivir según la “buena noticia” de la vida.
Ciertamente, el signo de la ceniza/penitencia/muerte puede seguir…pero sólo como recordatorio de un “tiempo pasado”. La ceniza y la muerte está presente por doquier en la vida, sobre todo en este Guerra de Ucrania, y en las mil guerras-ucranias del mundo. Pero lo esencial del evangelio no es la ceniza de la muerte, sino la “con-versión” del evangelio.
La palabra de este día no es “arrepiéntete”, sino algo muy distinto: con-viértete (es la palabra de Mc 1, 14-15 y de la liturgia cuaresmal que hoy empieza. El arrepentimiento en sí no es malo (pero puede ser masoquista y destructor). Lo esencial es la con-versión (en griego meta-noia): cambiar de forma de pensar y de ser.
No quiero que me pongan ceniza, pido que me pongan “tierra” en la frente y me digan: recuerda que eres tierra, que de la tierra has nacido, por el Espíritu/Vida de Dios, y que con la tierra (y toda la humanidad) has de caminar hacia la vida.
Dios no me ha hecho ceniza de “infierno” (para el basurero o la escombrera de la muerte), sino tierra de vida. En la tierra me ha sembrado, no para morir volviéndome ceniza, sino para vivir y dar vida por encima de la muerte… No soy ceniza muerta, sino polvo/tierra de la que Dios se ha enamorado, como sabía Quevedo, el poeta.
Sin duda tengo que arrepentirme de muchas cosas, pero no para quedar en la ceniza del arrepentimiento masoquista, sino para “convertirme”, meta-noein, para pensar y vivir de otra manera, desde la vida de Dios, para la vida de todos los hombres.
Conclusión. Jesús no celebró el miércoles santo… Pero estuvo dispuesta a morir (y murió) para dar vida
Jesús no fue predicando penitencia, ni celebró ningún “miércoles de ceniza”, sino que empezó diciendo “cambiar y creed en el buena nueva Evangelio, que es Reino de Dios sobre la tierra” (Mc 1, 14-15). Jesús no fue poniendo ceniza en la frente de los hombres y enfermos, de los niños y mayores, sino quitando la ceniza que otros les habían impuesto, para que descubrieran que estaban limpias, para que surgiera en sus corazones la llama de un amor que crece y salta hasta la “vida eterna”
Habló de Dios, Padre/Madre de gracia, habló del reino para todos los hombres, en especial para los pobres. Su palabra no fue preparación de muerte sino terapia de vida, entrega mutua y esperanza. Más aún, en contra de lo que fueron y dijeron hombres como Juan Bautista, él no fue un profeta de conversión, sino mensajero de la gracia de vida.
– Se ha dicho a veces que la religión es "preparatio mortis": dispone a los humanos a morir, manteniendo y cultivando la memoria de su acabamiento, como muestra una piedad cristiana (¡recuerda que eres polvo y al polvo has de tornar!: Miércoles de Ceniza). El mismo existencialismo de mediados del siglo XX cultivó una altiva conciencia de libertad y angustia ante la muerte.
– En contra de eso, el mensaje de Jesús ha sido "preparatio vitae": como testigo del amor de Dios, maestro y filósofo del gozo, ha ofrecido su evangelio, buena nueva de liberación para los humanos, ensayo y principio de existencia gozosa, compartida, en esperanza de reino. No recuerda a los humanos el destino de su muerte sino la gracia de su vida como hijos de un Dios Padre/Madre.
Sólo el amor de ese Dios, manantial de nuevo nacimiento, ha sostenido a Jesús ante la muerte. No ha caminado hacia ella como humano ya cansado, deseoso de echarse sobre el suelo y perecer en sueño eterno. Jesús no fue un es enamorado de la tumba, mensajero de penitencia y ceniza, no fue profeta victimista de desgracias o desdichas, sino todo lo contrario, amigo de la vida, del amor del reino.
Por eso, su misma palabra radical de con-vertíos (cambiad de pensamiento, cambiar forma de actuar) ha de interpretarse como experiencia y servicio de vida: dejarse transformar por gracia. Sólo así, desde el más hondo misterio del Padre/Madre que le ha hecho portador de esperanza para todos, entendemos su actitud ante la muerte.
Sólo de esa forma se puede afirmar que Jesús integra la muerte en su proyecto de reino. No ha muerto para decir que estamos condenados a la muerte, sino para decirnos que estamos llamados a la vida, a la vida recibida, ofrecida, compartida, en amor, sobre la muerte. Como servidor y mensajero de Reino (no como augur de cenizas) ha vivido y ha muerto.
No quería morir sino vivir y compartir el reino, pero le han matado precisamente aquellos que no quieren la vida. Le han matado los que quieren vivir matando, porque piensan que al final sólo queda la muerte. Jesús en cambio ha muerto porque creía en la vida. No ha venido para decirte “recuerda que eres polvo y que al polvo has de volver”, sino “recuerda que eres viva de Dios encarnada en la tierra del mundo”. Vive, pues, para vivir y dar vida, pues tu final no es la ceniza de un infierno penitencial, sino el gozo de la Vida multiplicada en mil vidas de amor, por encima de la muerte.
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