Francisco se examinó, con nota, tras superar una bronquitis días antes El Vaticano preparó una Semana Santa de perfil bajo para evitar la recaída de un Papa convaleciente
Tras salir del hospital el sábado anterior, Francisco preside todas las celebraciones y solo se ausenta, por el "intenso frío", de un polémico Via Crucis que desató las protestas del embajador ucraniano por incluir la reflexión de un joven ruso. Nicaragua, Ucrania, Tierra Santa y Siria, ejes de la bendición 'Urbi et Orbi' del Domingo de Resurrección
...y Bergoglio resucitó al tercer día. Y lo hizo justo antes de que comenzaran los actos de una Semana Santa, la décima de su pontificado, en la que se temió que el Papa no pudiera participar tras ser ingresado, el miércoles 29 de marzo, en el Policlínico Gemelli, desatando el pánico de buena parte del colegio cardenalicio. ¿Se moría Francisco? Nada de eso, pese a que la rumorología llegó a hablar de un infarto, de un cáncer y de complicaciones respiratorias que se quedaron (al menos, oficialmente) en una bronquitis. Tres días después, Bergoglio salió del hospital, después de bautizar a un niño y arropar a una madre que había perdido a su hijo pocas horas antes.
Con todo, la engrasada maquinaria de la Santa Sede activó un plan B, consistente en asignar a varios cardenales (Re, Sandri o De Donatis) los oficios más relevantes: Domingo de Ramos, Via Crucis y Domingo de Resurrección. Sin embargo, en una nueva muestra de que nadie le marca el paso, Bergoglio apareció el Domingo de Ramos en una abarrotada plaza de San Pedro para presidir la liturgia de Ramos, y el miércoles hizo lo propio en una no menos multitudinaria Audiencia General, el mismo día en que se estrenaba en Disney+ la esperada 'Amén: Francisco responde' dirigida por Jordi Évole.
Y es que Bergoglio, más allá de las noticias con más o menos fundamento, siempre tuvo claro que sus problemas de salud no iban a impedirle presidir los que, para los cristianos, son los días más importantes, en los que se conmemora la pasión y muerte (y resurrección) de Jesús. Con todo, aceptó muchas de las indicaciones de los servicios sanitarios vaticanos, al igual que lo hizo el miércoles anterior, cuando obedeció a su enfermero particular al sentir un pinchazo en el pecho y dejar que un ambulancia lo trasladara al Gemelli.
La Santa Sede programó una Semana Santa 'de perfil bajo' para tratar de lograr que Francisco pudiera participar en todos los actos y, a la vez, que pudiera continuar con su convalecencia con seguridad. Vigilado de cerca por su médico, Bergoglio aceptó unas liturgias más cortas de lo habitual, y alguna que otra restricción, como sucedió el Jueves Santo, cuando visitó la cárcel de menores de Casal del Marmo (la misma a la que acudió en su primera Semana Santa como Papa) y tuvo que aceptar que fueran los chicos (y chicas, dos, a las que también Francisco lavó los pies en representación de los doce apóstoles de la Última Cena) quienes se subieran a un pedestal para evitar que el Pontífice se arrodillase en el momento del Lavatorio.
Todo parecía estar controlado hasta que a primera hora de la tarde del Viernes Santo, un lacónico comunicado de la Sala Stampa anunciaba que Francisco no acudiría al Vía Crucis que se celebraría esa noche en el Coliseo a causa del "intenso frío" (que, al final, no fue tanto, como se pudo comprobar). Todas las alarmas regresaron a las redacciones de medio mundo, elucubrando sobre una posible recaída del Papa, hasta que, a las cinco en punto de la tarde, se le vio participar, como estaba previsto, en los Oficios de Viernes Santo, celebrados en el interior de la basílica de San Pedro y en los que, tradicionalmente, la homilía queda reservada al predicador de la Casa Pontificia, el cardenal Cantalamessa. En esta ocasión -rodilla obliga- no se arrodilló, como solía, en el suelo, en recuerdo de la muerte de Jesús.
Se ha visto a un Francisco con el rostro cansado, pero lejos, muy lejos, de los pronósticos más pesimistas. De hecho, tras su ausencia en el Vía Crucis (cuyos textos fueron preparados por el pontífice con experiencias de refugiados, víctimas de la guerra y las torturas, religiosas abusadas o niñas secuestradas por integristas islámicos, y que motivaron -al igual que sucediera el año pasado- una queja del embajador de Ucrania ante la Santa Sede, Andrey Yurash, ante la presencia de un joven ruso, compartiendo estación de penitencia con otro chico ucraniano), Jorge Bergoglio participó con normalidad en la que, sin duda, fue la ceremonia más larga (tres hora y media) y exigente de toda la Semana Santa romana: la Vigilia Pascual.
Este Domingo de Resurrección, Francisco participó con normalidad en la misa ante cincuenta mil fieles -no pronunció la homilía-, y se dio un baño de multitudes en el papamóvil antes de subir al balcón central de la Logia de San Pedro para impartir la tradicional bendición 'Urbi et Orbi' (a la ciudad y al mundo), en la que mostró su "preocupación por los ataques de estos últimos días" en Jerusalén, "que amenazan el deseado clima de confianza y respeto recíproco", y donde también condenó la situación de los católicos en Nicaragua "a quienes se les impide profesar libre y públicamente su fe" (Daniel Ortega ha prohibido las procesiones), sin olvidar la catastrófica situación en Siria, Turquía o Líbano.
Como no podía ser de otro modo, Francisco pidió al Resucitado "ayuda al amado pueblo ucraniano en el camino hacia la paz e infunde la luz pascual sobre el pueblo ruso", para confortar "a los heridos y a cuantos han perdido a sus seres queridos a causa de la guerra, y haz que los prisioneros puedan volver sanos y salvos con sus familias".
"Abre los corazones de toda la comunidad internacional para que se esfuerce por poner fin a esta guerra y a todos los conflictos que ensangrientan al mundo", clamó Bergoglio, quien habría pedido una 'tregua pascual' sobre la que Rusia no se ha dado por aludida. Esta semana, salvo sorpresas (que no hay que descartar tratándose de Francisco), el Papa tendrá unos días de relativo descanso, en los que a buen seguro los sanitarios vaticanos tratarán de apuntalar esa 'mala salud de hierro' que atesora el pontífice argentino a sus 86 años. De momento, y pese a los agoreros, ha pasado, con nota, el examen más exigente para un obispo de Roma: el de la Semana Santa.
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