"Un hombre que me quiera, me sea fiel y no me pegue..."
(AE)
En esta frase se resumen los deseos básicos de un número enorme de mujeres africanas. La tarea de encontrar un compañero o compañera y compartir un proyecto de vida
es muy ardua para los ciudadanos de a pie. La institución matrimonial, (ya sea tradicional o religiosa) se encuentra en África con múltiples obstáculos.
Aunque de cara a la galería se sea muy occidental y muy progresista en lo que a derechos de las mujeres respecta, aquí la sociedad - mejor dicho los hombres de la misma - siente una admiración soterrada por la poligamia. El tener varias mujeres es también reflejo de un estatus de riqueza ya que hoy día en las ciudades ya no se tiene a 5 o 6 en cabañas contiguas y con una división clara de tareas (siendo la primera esposa la mandamás y la “señora” del harén) sino que en el África urbana se mantienen diferentes cónyuges en diferentes ámbitos domésticos, por tanto son varias casas, varias descendencias y varios presupuestos familiares los que hay que sostener. Toda una hazaña desde el punto de vista financiero.
La primera mujer - en general - ansía ser y quedarse como la primera y la única, pero después, con el paso del tiempo y el tedio que sigue a los primeros tiempos de entusiasmo y pasión, poco a poco se rinden a la evidencia de que su marido no se va a estar con los brazos cruzados e intentará poner en evidencia sus encantos con quien se ponga adelante. Encuestas extraoficiales hablan de más de 2/3 de los hombres que, por lo menos, si no tienen una segunda esposa, tienen por lo menos una mujer, una amante o una jovencita dispuesta a ser el reposo de guerrero a cambio de un apoyo en sus estudios o un empujoncito en su precaria economía.
Ante estas situaciones, las esposas “engañadas” tienen pocos recursos legales o sociales a los que acudir y por tanto aguantan lo que les echen y ponen al mal tiempo buena cara, incluso durante años, haciendo el papel de la mujer perfecta y complaciente. Saben que las leyes no les favorecen y que, aunque prueben la infidelidad del marido, será muy difícil el conseguir de manera legal que éste pague una pensión a los hijos, si es que se ha producido separación o incluso divorcio. Con la rampante corrupción judicial, el juez se decanta por el cónyuge que aporte el sobre más grande... y normalmente es el marido el que por su historial profesional ha podido acaparar más riqueza y tiene por tanto la sartén por el mango y al magistrado cogido por salva sea la parte.
Incluso, recuerdo un caso cercano a mí de un marido vivalavirgen, faldero y calavera como pocos. La sufrida mujer se hartó de saberse engañada y de vivir una vida fingida en la que la gente le restregara con cuántas chicas esculturales se estaba viendo el pollo y, haciendo acopio de la dignidad que le quedaba (un paso algo raro aquí donde las esposas aguantan lo que no está escrito), tomó su hijo y sus bártulos y se fue a vivir con su hermana. Como el marido tenía dinero – mucho más dinero que ella que se fue casi con una mano atrás y otra adelante – no le fue por tanto difícil contratar a unos cuantos policías que literalmente “asaltaran” a la mujer a la salida de un centro comercial con órdenes falsas de arresto y le arrebataran el niño. Así se las gastan aquí.
Por estas causas y algunas más, no es raro que cuando se les hable de matrimonio o de felicidad conyugal, muchas mujeres no puedan evitar lanzar un suspiro de resignación (si están ya casadas) o de justificada incertidumbre (si no lo están) porque saben que la cosa va a ser una lotería y conocen demasiado bien la cruda realidad de muchas otras mujeres que, a pesar de ser atractivas, cariñosas, e incluso exitosas en su vida profesional, tienen que vérselas con un marido de bragueta inquieta y mano fácil que no está dispuesto a pasar por el aro de la monogamia y siente la imperiosa necesidad de demostrar que está todavía de buen ver y puede tener alrededor su corte de admiradoras (remuneradas o no).
Esta es la situación de miles de mujeres y su triste destino. Alguien dijo que si la mujer africana se retirara de la vida pública y laboral, África se hundiría. No me cabe la menor duda. Ellas son los mejores ejemplos de resistencia y de heroísmo que he visto en mi vida.
En esta frase se resumen los deseos básicos de un número enorme de mujeres africanas. La tarea de encontrar un compañero o compañera y compartir un proyecto de vida
Aunque de cara a la galería se sea muy occidental y muy progresista en lo que a derechos de las mujeres respecta, aquí la sociedad - mejor dicho los hombres de la misma - siente una admiración soterrada por la poligamia. El tener varias mujeres es también reflejo de un estatus de riqueza ya que hoy día en las ciudades ya no se tiene a 5 o 6 en cabañas contiguas y con una división clara de tareas (siendo la primera esposa la mandamás y la “señora” del harén) sino que en el África urbana se mantienen diferentes cónyuges en diferentes ámbitos domésticos, por tanto son varias casas, varias descendencias y varios presupuestos familiares los que hay que sostener. Toda una hazaña desde el punto de vista financiero.
La primera mujer - en general - ansía ser y quedarse como la primera y la única, pero después, con el paso del tiempo y el tedio que sigue a los primeros tiempos de entusiasmo y pasión, poco a poco se rinden a la evidencia de que su marido no se va a estar con los brazos cruzados e intentará poner en evidencia sus encantos con quien se ponga adelante. Encuestas extraoficiales hablan de más de 2/3 de los hombres que, por lo menos, si no tienen una segunda esposa, tienen por lo menos una mujer, una amante o una jovencita dispuesta a ser el reposo de guerrero a cambio de un apoyo en sus estudios o un empujoncito en su precaria economía.
Ante estas situaciones, las esposas “engañadas” tienen pocos recursos legales o sociales a los que acudir y por tanto aguantan lo que les echen y ponen al mal tiempo buena cara, incluso durante años, haciendo el papel de la mujer perfecta y complaciente. Saben que las leyes no les favorecen y que, aunque prueben la infidelidad del marido, será muy difícil el conseguir de manera legal que éste pague una pensión a los hijos, si es que se ha producido separación o incluso divorcio. Con la rampante corrupción judicial, el juez se decanta por el cónyuge que aporte el sobre más grande... y normalmente es el marido el que por su historial profesional ha podido acaparar más riqueza y tiene por tanto la sartén por el mango y al magistrado cogido por salva sea la parte.
Incluso, recuerdo un caso cercano a mí de un marido vivalavirgen, faldero y calavera como pocos. La sufrida mujer se hartó de saberse engañada y de vivir una vida fingida en la que la gente le restregara con cuántas chicas esculturales se estaba viendo el pollo y, haciendo acopio de la dignidad que le quedaba (un paso algo raro aquí donde las esposas aguantan lo que no está escrito), tomó su hijo y sus bártulos y se fue a vivir con su hermana. Como el marido tenía dinero – mucho más dinero que ella que se fue casi con una mano atrás y otra adelante – no le fue por tanto difícil contratar a unos cuantos policías que literalmente “asaltaran” a la mujer a la salida de un centro comercial con órdenes falsas de arresto y le arrebataran el niño. Así se las gastan aquí.
Por estas causas y algunas más, no es raro que cuando se les hable de matrimonio o de felicidad conyugal, muchas mujeres no puedan evitar lanzar un suspiro de resignación (si están ya casadas) o de justificada incertidumbre (si no lo están) porque saben que la cosa va a ser una lotería y conocen demasiado bien la cruda realidad de muchas otras mujeres que, a pesar de ser atractivas, cariñosas, e incluso exitosas en su vida profesional, tienen que vérselas con un marido de bragueta inquieta y mano fácil que no está dispuesto a pasar por el aro de la monogamia y siente la imperiosa necesidad de demostrar que está todavía de buen ver y puede tener alrededor su corte de admiradoras (remuneradas o no).
Esta es la situación de miles de mujeres y su triste destino. Alguien dijo que si la mujer africana se retirara de la vida pública y laboral, África se hundiría. No me cabe la menor duda. Ellas son los mejores ejemplos de resistencia y de heroísmo que he visto en mi vida.