La juventud africana que estuvo presente en la JMJ de Madrid
(JCR)
Los jóvenes africanos llegados para la recientemente concluida Jornada Mundial de la Juventud apenas han llegado a los 6.000. Apenas una gota en el océano del millón y medio de personas que estuvieron presentes en los últimos actos de este evento, y un
porcentaje poco representativo incluso si consideramos sólo el medio millón de peregrinos llegados de fuera de España (mayoritariamente de países europeos, Estados Unidos y Brasil). Uno de los mayores gozos que he tenido durante los últimos días ha sido encontrarme con algunos de ellos.
El grupo más mayoritario -unos mil- vino de Sudáfrica, país donde los católicos apenas representan el 5% de la población pero donde se ve que los jóvenes tienen más posibilidades económicas. Hubo también cerca de 500 congoleños. Había el doble apuntados hace meses, pero debido a las difíciles condiciones para conseguir el visado (que incluían presencia física en la embajada de Kinshasa para solicitar este documento) muchos se dieron de baja, sobre todo los que vivían a más de mil kilómetros de la capital. Por lo demás, tuve encuentros más o menos largos o fugaces con grupos de otros países africanos y siempre les pregunté cuántos habían venido: de Malawi 49, de Senegal 25, de Madagascar 23, de Uganda 98, de Kenia unos 50 y de Chad treinta y tantos.
La organización de la JMJ tuvo el detalle de cobrar a los jóvenes que se inscribieron tarifas de distinta cuantía según el índice de desarrollo del país, y cada uno de los africanos pagó alrededor de 120 euros, que es una cifra modesta para un joven europeo pero bastante elevada para un africano. Al final, uno de los problemas de las delegaciones de países africanos es que a menudo –aunque no sea de forma exclusiva- no han venido los jóvenes africanos más activos en sus parroquias o movimientos, sino los que tenían más posibilidades económicas, y eso se notaba en la forma cómo funcionaban algunos de los grupos con los que traté. Había, no obstante, bastantes jóvenes africanos muy comprometidos con lo que podríamos llamar la transformación social (como puso de manifiesto Roselyne, la joven keniana que preguntó una de las cinco cuestiones al Papa en la vigilia de Cuatro Vientos), pero faltaban los jóvenes africanos que viven en situaciones límites de pobreza o violencia extremas. Me llamó también bastante la atención que, por ejemplo, en el grupo de Uganda había un número desproporcionado de sacerdotes (que tienen más posibilidades de conseguir dinero para pagarse el viaje), lo que causó tensiones no pequeñas con los jóvenes, que veían que se les quitaba el liderazgo de unas jornadas que eran suyas. Estuve, por ejemplo, con grupos de países asiáticos, y saltaba a la vista que entre ellos el liderazgo estaba más en manos de los laicos.
Los jóvenes católicos africanos no tienen problemas muy distintos a los de sus colegas de otras partes del mundo (tentaciones de construir una vida al margen de Dios, dificultad de testimoniar su fe en una sociedad cada vez más laicista, acoso de las sectas etc), pero sí hay situaciones y rasgos más específicos de la juventud de este continente. En primer lugar, en los países africanos la mitad de la población suele tener menos de 16 ó 17 años, por lo que al hablar de los jóvenes nos estamos refiriendo a la mayor parte de los africanos. Esto se nota también, cómo no, en la Iglesia. Vas a una parroquia a misa cualquier domingo y, aunque hay excepciones, te encuentras el lugar no sólo abarrotado de jóvenes, sino incluso con muchos de los fieles siguiendo la eucaristía desde fuera porque no caben dentro. En sociedades en los que hay pocos servicios sociales y menos de ocio, parroquias e instituciones católicas suelen ser a menudo los únicos lugares donde jóvenes pueden encontrar todo tipo de actividades: deportes, cine, sanidad, bibliotecas, cursillos, talleres de debate y formación, y hasta locales de baile. Y no son sólo los jóvenes católicos los que llenan las parroquias, sino también los que no han sido bautizados pero son simpatizantes del cristianismo o llegan allí en compañía de sus amigos que son miembros activos de la Iglesia.
En África, los jóvenes sufren innumerables frustraciones, como ocurre con los jóvenes de otras partes del mundo, pero quizás incluso más. Porque en los medios de comunicación a los que hoy tienen más acceso que hace varias décadas se les pone delante un mundo de abundancia, sueños y modas al que no tienen acceso porque en muchos casos ni siquiera pueden acabar la escuela primaria o encontrar un empleo medio decente. Esto explica que muchos de ellos terminen emigrando de sus países, y no sólo a Europa, sino también –y mucho más a menudo- a otros países africanos vecinos.
Por lo demás, como ocurre con la gran mayoría de los jóvenes católicos de cualquier otro país del mundo, los africanos de la generación más joven tienen muy poco que ver con la imagen de jóvenes mojigatos y ultraconservadores que muchos se empeñan en presentar como estereotipo de la juventud católica de nuestro tiempo. Los que conozco en África y los que me encontré en Madrid durante los últimos días vibran con los últimos ritmos de rap y de “hip hop”, están familiarizados con internet y las redes sociales (aunque aún bastante menos que otros jóvenes de países más ricos), no son esclavos de sus tradiciones (que incluso muchos de ellos han perdido), se preocupan de su aspecto externo y de aparecer atractivos, ríen, gastan bromas, bailan y saben divertirse de forma sana con una energía que parece no tener límites, son inconformistas tanto con la sociedad como con la misma Iglesia, y el hecho de que salten, griten y aplaudan delante del Papa o que mostraran muchos interés por seguir las catequesis de estos días no quiere decir que acepten a ciegas todo lo que se les propone en la Iglesia y hacen gala de bastante espíritu crítico. Entre ellos hay estudiantes universitarios y jóvenes que un día tuvieron que abandonar sus estudios y sobreviven como pueden con trabajos de apenas cien dólares al mes o incluso menos, hay trabajadores sociales, activistas políticos y de derechos humanos, pequeños empresarios, profesionales y trabajadores no cualificados. Muchos de ellos no tienen mas remedio que ser cabezas de familias en las que los adultos han muerto de forma prematura debido a la pandemia del SIDA o a guerras. Esta es la juventud católica africana de hoy. A muchos de los que ya no somos jóvenes nos encanta trabajar con ellos.
Los jóvenes africanos llegados para la recientemente concluida Jornada Mundial de la Juventud apenas han llegado a los 6.000. Apenas una gota en el océano del millón y medio de personas que estuvieron presentes en los últimos actos de este evento, y un
El grupo más mayoritario -unos mil- vino de Sudáfrica, país donde los católicos apenas representan el 5% de la población pero donde se ve que los jóvenes tienen más posibilidades económicas. Hubo también cerca de 500 congoleños. Había el doble apuntados hace meses, pero debido a las difíciles condiciones para conseguir el visado (que incluían presencia física en la embajada de Kinshasa para solicitar este documento) muchos se dieron de baja, sobre todo los que vivían a más de mil kilómetros de la capital. Por lo demás, tuve encuentros más o menos largos o fugaces con grupos de otros países africanos y siempre les pregunté cuántos habían venido: de Malawi 49, de Senegal 25, de Madagascar 23, de Uganda 98, de Kenia unos 50 y de Chad treinta y tantos.
La organización de la JMJ tuvo el detalle de cobrar a los jóvenes que se inscribieron tarifas de distinta cuantía según el índice de desarrollo del país, y cada uno de los africanos pagó alrededor de 120 euros, que es una cifra modesta para un joven europeo pero bastante elevada para un africano. Al final, uno de los problemas de las delegaciones de países africanos es que a menudo –aunque no sea de forma exclusiva- no han venido los jóvenes africanos más activos en sus parroquias o movimientos, sino los que tenían más posibilidades económicas, y eso se notaba en la forma cómo funcionaban algunos de los grupos con los que traté. Había, no obstante, bastantes jóvenes africanos muy comprometidos con lo que podríamos llamar la transformación social (como puso de manifiesto Roselyne, la joven keniana que preguntó una de las cinco cuestiones al Papa en la vigilia de Cuatro Vientos), pero faltaban los jóvenes africanos que viven en situaciones límites de pobreza o violencia extremas. Me llamó también bastante la atención que, por ejemplo, en el grupo de Uganda había un número desproporcionado de sacerdotes (que tienen más posibilidades de conseguir dinero para pagarse el viaje), lo que causó tensiones no pequeñas con los jóvenes, que veían que se les quitaba el liderazgo de unas jornadas que eran suyas. Estuve, por ejemplo, con grupos de países asiáticos, y saltaba a la vista que entre ellos el liderazgo estaba más en manos de los laicos.
Los jóvenes católicos africanos no tienen problemas muy distintos a los de sus colegas de otras partes del mundo (tentaciones de construir una vida al margen de Dios, dificultad de testimoniar su fe en una sociedad cada vez más laicista, acoso de las sectas etc), pero sí hay situaciones y rasgos más específicos de la juventud de este continente. En primer lugar, en los países africanos la mitad de la población suele tener menos de 16 ó 17 años, por lo que al hablar de los jóvenes nos estamos refiriendo a la mayor parte de los africanos. Esto se nota también, cómo no, en la Iglesia. Vas a una parroquia a misa cualquier domingo y, aunque hay excepciones, te encuentras el lugar no sólo abarrotado de jóvenes, sino incluso con muchos de los fieles siguiendo la eucaristía desde fuera porque no caben dentro. En sociedades en los que hay pocos servicios sociales y menos de ocio, parroquias e instituciones católicas suelen ser a menudo los únicos lugares donde jóvenes pueden encontrar todo tipo de actividades: deportes, cine, sanidad, bibliotecas, cursillos, talleres de debate y formación, y hasta locales de baile. Y no son sólo los jóvenes católicos los que llenan las parroquias, sino también los que no han sido bautizados pero son simpatizantes del cristianismo o llegan allí en compañía de sus amigos que son miembros activos de la Iglesia.
En África, los jóvenes sufren innumerables frustraciones, como ocurre con los jóvenes de otras partes del mundo, pero quizás incluso más. Porque en los medios de comunicación a los que hoy tienen más acceso que hace varias décadas se les pone delante un mundo de abundancia, sueños y modas al que no tienen acceso porque en muchos casos ni siquiera pueden acabar la escuela primaria o encontrar un empleo medio decente. Esto explica que muchos de ellos terminen emigrando de sus países, y no sólo a Europa, sino también –y mucho más a menudo- a otros países africanos vecinos.
Por lo demás, como ocurre con la gran mayoría de los jóvenes católicos de cualquier otro país del mundo, los africanos de la generación más joven tienen muy poco que ver con la imagen de jóvenes mojigatos y ultraconservadores que muchos se empeñan en presentar como estereotipo de la juventud católica de nuestro tiempo. Los que conozco en África y los que me encontré en Madrid durante los últimos días vibran con los últimos ritmos de rap y de “hip hop”, están familiarizados con internet y las redes sociales (aunque aún bastante menos que otros jóvenes de países más ricos), no son esclavos de sus tradiciones (que incluso muchos de ellos han perdido), se preocupan de su aspecto externo y de aparecer atractivos, ríen, gastan bromas, bailan y saben divertirse de forma sana con una energía que parece no tener límites, son inconformistas tanto con la sociedad como con la misma Iglesia, y el hecho de que salten, griten y aplaudan delante del Papa o que mostraran muchos interés por seguir las catequesis de estos días no quiere decir que acepten a ciegas todo lo que se les propone en la Iglesia y hacen gala de bastante espíritu crítico. Entre ellos hay estudiantes universitarios y jóvenes que un día tuvieron que abandonar sus estudios y sobreviven como pueden con trabajos de apenas cien dólares al mes o incluso menos, hay trabajadores sociales, activistas políticos y de derechos humanos, pequeños empresarios, profesionales y trabajadores no cualificados. Muchos de ellos no tienen mas remedio que ser cabezas de familias en las que los adultos han muerto de forma prematura debido a la pandemia del SIDA o a guerras. Esta es la juventud católica africana de hoy. A muchos de los que ya no somos jóvenes nos encanta trabajar con ellos.