Mi primer día de la JMJ. Un baño de alegría desbordante
(JCR)
Recién llegado de una semana de vacaciones con mi familia y con el recuerdo del mes y medio pasado en el Congo aún muy fresco, termino el día después de haber acompañado a un
grupo de 98 peregrinos de Uganda a los que, por razones que me resultan incomprensibles, los responsables de organización de la JMJ han alojado en un colegio de Villar del Olmo, un remotísimo pueblo de la provincia de Madrid desde donde hoy han tenido que desplazarse a una parroquia de Leganés.
Entre las muchas preguntas a las que he tenido que responder hoy, sin duda la que me ha resultado más incómoda es la que se refería a la manifestación contra la visita del Papa. Querían saber por qué la organizaban y qué tenían en contra de Benedicto XVI. El problema es que quienes han organizado este evento que ha terminado como el rosario de la aurora no parecen haberse dado cuenta de un detalle fundamental: que la cuestión no es que venga el Papa a Madrid, sino que han venido ya alrededor de medio millón de personas de fuera de España, más los muchísimos más venidos del resto del país.
A los que hemos vivido en África nos ha llegado siempre muy dentro la hospitalidad que los africanos prodigan con sus visitantes. Se tira la casa por la ventana para agradarles en todo, hacer que sientan a gusto y dejar muy claro que el anfitrión está muy a gusto de que hayan venido. Personalmente, me parece muy normal que haya gente en España que no esté de acuerdo con tan o cual pronunciamiento del Papa o con determinados aspectos de la política del gobierno sobre sus relaciones con la Iglesia Católica. Lo que me parece que roza ya los malos modos e incluso el odio es oponerse a un acto que si dice mucho a más de un millón de personas venidos de muchos lugares del mundo y que tienen perfecto derecho a expresar su fe con alegría. Me da también mucha pena que el movimiento 15-M, que despertó mis simpatías y mi entusiasmo durante sus inicios, haya tomado una deriva tan insensata y miope durante las últimas semanas, como si el enemigo a combatir fuera una Iglesia que -pese a algunos- hace más que nadie por ayudar a los últimos y a las víctimas de la crisis económica.
Volví a casa a eso de las ocho de la tarde y tras escuchar una soberana bronca de mi mujer –ugandesa, por más señas- por haberme pasado el día sin ella volví a salir en compañía de ella y de mi cuñada para sumergirnos en un nuevo baño de humanidad, esta vez por el parque del Retiro. Me encanta el ambiente de alegría desbordante que inunda Madrid en cada uno de sus rincones. Se cruzan grupos de peregrinos de muchos países que saludan, charlan, se intercambian banderas y siguen caminando para encontrarse con otros con los que repetirán el mismo ritual. En la Plaza de Oriente, una coral francesa entonan cantos “gospel” seguidos por una multitud que baila al son de la contagiosa música rítmica. En el Retiro me acerco a ver a un grupo de rock eslovaco que canta temas religiosos en inglés coreados por una multitud de muchos países.
Nunca he visto un ambiente así en mi ciudad. Me siento orgulloso de que seamos capaces de dar la bienvenida a tanta gente y de hacer que se sientan bien. Los próximos días serán aún mejor,. Lo siento si a algunos descontentos no les gustan los visitantes de fuera. Ellos se lo pierden. Pero por lo menos que no amarguen la vida a los demás.
Recién llegado de una semana de vacaciones con mi familia y con el recuerdo del mes y medio pasado en el Congo aún muy fresco, termino el día después de haber acompañado a un
Entre las muchas preguntas a las que he tenido que responder hoy, sin duda la que me ha resultado más incómoda es la que se refería a la manifestación contra la visita del Papa. Querían saber por qué la organizaban y qué tenían en contra de Benedicto XVI. El problema es que quienes han organizado este evento que ha terminado como el rosario de la aurora no parecen haberse dado cuenta de un detalle fundamental: que la cuestión no es que venga el Papa a Madrid, sino que han venido ya alrededor de medio millón de personas de fuera de España, más los muchísimos más venidos del resto del país.
A los que hemos vivido en África nos ha llegado siempre muy dentro la hospitalidad que los africanos prodigan con sus visitantes. Se tira la casa por la ventana para agradarles en todo, hacer que sientan a gusto y dejar muy claro que el anfitrión está muy a gusto de que hayan venido. Personalmente, me parece muy normal que haya gente en España que no esté de acuerdo con tan o cual pronunciamiento del Papa o con determinados aspectos de la política del gobierno sobre sus relaciones con la Iglesia Católica. Lo que me parece que roza ya los malos modos e incluso el odio es oponerse a un acto que si dice mucho a más de un millón de personas venidos de muchos lugares del mundo y que tienen perfecto derecho a expresar su fe con alegría. Me da también mucha pena que el movimiento 15-M, que despertó mis simpatías y mi entusiasmo durante sus inicios, haya tomado una deriva tan insensata y miope durante las últimas semanas, como si el enemigo a combatir fuera una Iglesia que -pese a algunos- hace más que nadie por ayudar a los últimos y a las víctimas de la crisis económica.
Volví a casa a eso de las ocho de la tarde y tras escuchar una soberana bronca de mi mujer –ugandesa, por más señas- por haberme pasado el día sin ella volví a salir en compañía de ella y de mi cuñada para sumergirnos en un nuevo baño de humanidad, esta vez por el parque del Retiro. Me encanta el ambiente de alegría desbordante que inunda Madrid en cada uno de sus rincones. Se cruzan grupos de peregrinos de muchos países que saludan, charlan, se intercambian banderas y siguen caminando para encontrarse con otros con los que repetirán el mismo ritual. En la Plaza de Oriente, una coral francesa entonan cantos “gospel” seguidos por una multitud que baila al son de la contagiosa música rítmica. En el Retiro me acerco a ver a un grupo de rock eslovaco que canta temas religiosos en inglés coreados por una multitud de muchos países.
Nunca he visto un ambiente así en mi ciudad. Me siento orgulloso de que seamos capaces de dar la bienvenida a tanta gente y de hacer que se sientan bien. Los próximos días serán aún mejor,. Lo siento si a algunos descontentos no les gustan los visitantes de fuera. Ellos se lo pierden. Pero por lo menos que no amarguen la vida a los demás.