Doxología al final de la anáfora
Habría que valorar este final vibrante de la anáfora en su justa medida. Es como el colofón final, en el que se resumen y condensan las ideas principales y los sentimientos de bendición y acción de gracias que han ido aflorando a lo largo de la plegaria. Es la explosión final, coronada con el “amen” de toda la asamblea.
Quizás sería bueno aterrizar a la realidad práctica y dar respuesta a algunas cuestiones concretas que se plantean a propósito de esta doxología final. Un primer punto se refiere a la práctica, bastante extendida en nuestras iglesias, de entonar juntos, toda la asamblea, la gran alabanza doxológica, glorificando al Padre por su Hijo Jesús en el Espíritu Santo. De entrada, me parece juicioso decir que el tema no reviste gran importancia. Con todo, si tuviera yo que mojarme y declarar lo que pienso optaría, al menos en este caso, por la solución clásica, la que se ha observado siempre. Puesto que la doxología forma parte de la anáfora, y puede revestir formatos diferentes, me parece más adecuado que sea el presbítero, quien ha proclamado toda la acción de gracias, el que la concluya cantando –eso sí- la gran alabanza final. En este caso la asamblea refrenda esa alabanza final con un “amen” vigoroso y solemne.
En algunos sitios ya lo hacen. Me refiero a la costumbre de cantar el “amen” final de modo vigoroso y vibrante. Debe ser un “amen” repetido, insistente, in crescendo, capaz de expresar el gozo profundo, explosivo, de toda la asamblea. En ese momento la comunidad de fieles se siente íntimamente unida, identificada con las palabras del presbítero que la preside. Han sido unas palabras dichas en nombre de toda la comunidad del Pueblo de Dios. Con ese “amen” la asamblea pone el broche final a la gran plegaria de acción de gracias.
Ahora bien, habría que idear unas melodías sencillas, cargadas de lirismo y de inspiración artística. Habría que evitar –vuelvo a repetirlo- las consabidas melodías pseudogregorianas, que saben a rancio y a sacristía. No faltan modelos, entre nosotros y en otras latitudes, de gran calidad musical, fáciles de aprender y que toda la asamblea canta con todas sus fuerzas. Es un reto lanzado a los músicos para que nos brinden melodías adecuadas para que los sacerdotes puedan entonar, sin grandes complicaciones, la doxología final y el pueblo pueda responder con un “amen” gozoso y vibrante.