Presidir es servir a la comunidad
Hay que quitarse de la cabeza la idea de que alguien es ordenado sacerdote para decir misa, sin más. Los textos de ordenación del nuevo Pontifical, avalados por los nuevos planteamientos históricos y teológicos, han puesto de manifiesto que quien es ordenado presbítero recibe, por la imposición de las manos del obispo y del presbiterio, la gracia del presbiterado por la que es incorporado al colegio presbiteral para asociarse al obispo y convertirse en colaborador suyo en todas las tareas que conlleva la responsabilidad pastoral de la iglesia local : el servicio de la palabra, la coordinación pastoral y la celebración de los misterios. Por su ministerio él representa a Cristo en medio de los suyos; él hace viva y eficaz su presencia dentro de la comunidad.
El pastor, que preside a la asamblea convocada para celebrar los misterios, debe ser consciente de que su ministerio debe ser vivido y ejercitado como un servicio a la comunidad reunida. Ese es el encargo recibido: ser servidor del pueblo de Dios. Para eso ha sido investido por la fuerza de la imposición de las manos. Él tiene el encargo de recibir y acoger al pueblo. El debe constituir a la asamblea con su saludo y su acogida. El debe abrir y cerrar la celebración. El debe moderar la oración y administrar el alimento de la palabra por la predicación. El debe animar con sus gestos y sus palabras, intentando crear un clima de oración y de intensa emoción espiritual. El debe propiciar la presencia activa, emocionada y profunda, de toda la asamblea en los misterios. El debe hacer patente, perceptible y experimentada, la presencia misteriosa del Señor en medio de los suyos. El debe pronunciar la acción de gracias, consciente de la fuerza de sus palabras de bendición y de la presencia activa y eficaz del Espíritu que actúa sobre los dones. El debe partir el pan en la eucaristía y distribuirlo entre los hermanos. El debe dar ejemplo y estimular a la asamblea a que su vida corresponda a la verdad y exigencia de los misterios celebrados.
Presidir. Presidir es un riesgo. Un riesgo difícil y una apuesta. Una apuesta cuyo resultado no depende, sin más, de estrategias sofisticadas o procedimientos fríamente calculados, sino de un volcarse incondicional y absoluto, poniendo uno en juego todas sus capacidades y recursos, pero consciente, al mismo tiempo, de que en última instancia es Dios quien actúa y quien mueve los hilos. Por otra parte, es cierto que la gracia del Espíritu, el carisma de presidir, es derramada sin duda en aquellos que han recibido el encargo del ministerio.