Durante cuarenta días
En primer lugar voy a trae a escena unas palabras de Tertuliano, a quien ya he tenido ocasión de citar al hablar de la cincuentena. El texto que cito ahora está tomado de su tratado De baptismo, un escrito del siglo II. Habla de los cincuenta días que siguen a la pascua y que él llama pentecostés. En este fragmento indica qué es lo que celebramos durante esos cincuenta días: «Es éste [laetisimum spatium] el tiempo en que el Señor resucitado se manifestó frecuentemente entre sus discípulos, el tiempo en que fue comunicada la gracia del Espíritu Santo y que hizo percibir la esperanza de la vuelta del Señor. Fue entonces, después de su ascensión al cielo, cuando los ángeles dijeron a los apóstoles que él volvería del mismo modo que había subido a los cielos, también en pentecostés. Cuando Jeremías dice: “Yo los reuniré de los confines de la tierra en un día de fiesta”, se refiere al día de pascua y al período de pentecostés, el cual, propiamente hablando, es un día de fiesta».
No soy amigo de citar textos largos; pero, en este caso la ocasión lo merece. Lo comento: los cincuenta días son como un solo día de fiesta; no hay fiestas fragmentadas. Durante esos días se celebra la glorificación del Señor resucitado, no como un conjunto de fiestas aisladas, sino como un acontecimiento unitario. La glorificación del Señor culminará cuando vuelva al final de los tiempos, para reunir a todos los pueblos en un día de fiesta. Tertuliano habla de la resurrección, de las apariciones, de la ascensión y de la emisión del Espíritu, pero no menciona los cuarenta días.
Las iglesias primitivas no han tomado en consideración el reparto cronológico de Lucas para organizar la cincuentena pascual. Incluso se produce una ruptura de ese esquema introduciendo la fiesta de la ascensión en el día cincuenta. Así lo asegura Eusebio de Cesarea a principios del siglo IV: «Este número de [cincuenta días], que va más allá de las siete semanas, establece como sello en el único día que resta después de las mismas la fiesta solemnísima de la ascensión de Cristo». Está claro. Este ciclo se cierra con la fiesta de la ascensión, que se constituye así en el «sello» que clausura la cincuentena.
Hay que esperar a la segunda mitad del siglo IV para que la cincuentena celebre la fiesta de la ascensión a los cuarenta días: «La solemnidad que hoy celebramos no es una pequeña fiesta. En este día, en efecto, que es el día cuarenta después de la resurrección, […] nuestro Señor y Salvador, a la vista de sus discípulos allí presentes, subió a los cielos con su propio cuerpo» (Cromacio de Aquilea). En esta época ya se ha cerrado el esquema de las celebraciones pascuales que siguen al domingo de pascua, con la fiesta de la ascensión a los cuarenta días y la venida del Espíritu Santo el día cincuenta. De esta forma se abandona el esquema de Juan y se consuma el acoplamiento de la tradición litúrgica al esquema de Lucas.
Estos hechos nos permiten verter alguna consideración. Ha ocurrido aquí como en casos análogos. Ya lo comenté al hablar de la semana santa; también en ese caso, de unos días de ayuno y de espera como preparación a la noche de pascua, se pasó a una estructura fragmentada de los acontecimientos para configurar la semana santa. De una visión mistérica, sacramental y unitaria, se pasó a una concepción historicista, dramatizante y fragmentada del misterio pascual. Aquí ha ocurrido algo semejante; de una visión unitaria y teológica del misterio de la glorificación del Señor y de la experiencia pascual de los discípulos, plasmada en el carácter festivo y unitario de la cincuentena, se ha pasado a una fragmentación de los acontecimientos acoplándose al esquema de Lucas. Del criterio teológico se ha pasado a un criterio historicista y dramatizante. Por encima de la experiencia pascual de los discípulos, impactados por la presencia misteriosa del Crucificado-Resucitado, se ha pasado a una escenografía de los hechos, ajustada seguramente a criterios pedagógicos de catequesis y de predicación.