No hay liturgia sin compromiso personal
Esta afirmación es casi una boutade. Claro que sí: no hay práctica de la liturgia sin una implicación consciente y responsable de las personas. Lo digo a propósito de un escrito de J.M. Castillo en el que se pregunta si son más importantes los ritos o las personas. También esta pregunta me parece una salida de tono. Porque es como comparar el catecismo con la tabla de multiplicar. Una comparación sin sentido.
Pero yo voy a romper una lanza a favor de la dimensión personal de la liturgia. Porque yo me cuento entre esos que, según Castillo, “se ponen nerviosos” cuanto se habla de introducir cambios en la liturgia, o “se aferran a la exacta observancia de los ritos”, o que andan locos por la impecable “exactitud en la observancia y en el cumplimiento de los ritos sagrados” y se sienten satisfechos de su comportamiento obediente como si su conducta de observancia ritual disciplinada fuera un “calmante espiritual para tranquilizar la conciencia”. Padre Castillo, a usted se le ha ido la mano y se ha pasado varios pueblos.
Porque yo no he visto a nadie que se ponga nervioso por los cambios litúrgicos, ni tenga miedo por las prescripciones litúrgicas. Ni me pasa por la cabeza, aunque Ud. se escude para decir esto en las “Gesammelte Werke” de Freud, que a nadie “los ritos le sirvan para defenderse del miedo”.
No creo, Padre Castillo, que el buen Juez, al final de los tiempos, me pregunte por si dije misa en latín o en otra lengua o si cumplí con exactitud las prescripciones litúrgicas. Ya sabemos que los interrogantes del juicio final van por otro camino, más comprometido con los hermanos, más sensible a las exigencias de la solidaridad y del amor al prójimo. Claro.
Lo importante no es cumplir las rúbricas del misal. Porque ya pasaron los tiempos de los maestros de ceremonias en las catedrales. No sé si usted se ha dado cuenta. Ahora, a los liturgistas, nos preocupan otras cosas. Nos preocupa que la gente, en las celebraciones, sea consciente de lo que hace, de que los signos sean expresivos de algo, de que la participación en la eucaristía urja al compromiso con los hermanos, a la conversión personal, al reparto solidario de los bienes, a la fraternidad entrañable con los más pobres. Hay que ir más allá de los ritos, sin menospreciarlos. Hay que apuntar a lo que hay detrás y más allá de los gestos rituales. En la eucaristía el banquete es muy importante; pero aún lo es más el encuentro con el Señor y con los hermanos. Porque los liturgistas seguimos reconociendo la importancia de las mediaciones sacramentales, sin exquisiteces ritualistas. Sabemos que a través de las grandes mediaciones sacramentales, como el baño bautismal o el banquete eucarístico, tiene lugar nuestro encuentro pascual con el Cristo de la resurrección que nos salva y nos libera.
Termino. Solo una liturgia practicada desde la lealtad personal, desde el conocimiento profundo y la responsabilidad consciente, desde el compromiso evangélico vivido desde la fe, libre de esclavitudes obsesivas por el cumplimiento de las normas; solo esta práctica de la liturgia tiene sentido y exige de nosotros un respeto, una atención y un cumplimiento sereno.
Pero yo voy a romper una lanza a favor de la dimensión personal de la liturgia. Porque yo me cuento entre esos que, según Castillo, “se ponen nerviosos” cuanto se habla de introducir cambios en la liturgia, o “se aferran a la exacta observancia de los ritos”, o que andan locos por la impecable “exactitud en la observancia y en el cumplimiento de los ritos sagrados” y se sienten satisfechos de su comportamiento obediente como si su conducta de observancia ritual disciplinada fuera un “calmante espiritual para tranquilizar la conciencia”. Padre Castillo, a usted se le ha ido la mano y se ha pasado varios pueblos.
Porque yo no he visto a nadie que se ponga nervioso por los cambios litúrgicos, ni tenga miedo por las prescripciones litúrgicas. Ni me pasa por la cabeza, aunque Ud. se escude para decir esto en las “Gesammelte Werke” de Freud, que a nadie “los ritos le sirvan para defenderse del miedo”.
No creo, Padre Castillo, que el buen Juez, al final de los tiempos, me pregunte por si dije misa en latín o en otra lengua o si cumplí con exactitud las prescripciones litúrgicas. Ya sabemos que los interrogantes del juicio final van por otro camino, más comprometido con los hermanos, más sensible a las exigencias de la solidaridad y del amor al prójimo. Claro.
Lo importante no es cumplir las rúbricas del misal. Porque ya pasaron los tiempos de los maestros de ceremonias en las catedrales. No sé si usted se ha dado cuenta. Ahora, a los liturgistas, nos preocupan otras cosas. Nos preocupa que la gente, en las celebraciones, sea consciente de lo que hace, de que los signos sean expresivos de algo, de que la participación en la eucaristía urja al compromiso con los hermanos, a la conversión personal, al reparto solidario de los bienes, a la fraternidad entrañable con los más pobres. Hay que ir más allá de los ritos, sin menospreciarlos. Hay que apuntar a lo que hay detrás y más allá de los gestos rituales. En la eucaristía el banquete es muy importante; pero aún lo es más el encuentro con el Señor y con los hermanos. Porque los liturgistas seguimos reconociendo la importancia de las mediaciones sacramentales, sin exquisiteces ritualistas. Sabemos que a través de las grandes mediaciones sacramentales, como el baño bautismal o el banquete eucarístico, tiene lugar nuestro encuentro pascual con el Cristo de la resurrección que nos salva y nos libera.
Termino. Solo una liturgia practicada desde la lealtad personal, desde el conocimiento profundo y la responsabilidad consciente, desde el compromiso evangélico vivido desde la fe, libre de esclavitudes obsesivas por el cumplimiento de las normas; solo esta práctica de la liturgia tiene sentido y exige de nosotros un respeto, una atención y un cumplimiento sereno.