Hay que salvar el domingo
El contenido de este libro fue objeto de una conferencia pronunciada en Salamanca en marzo del año 2000 en el marco de los «Martes de Santo Tomás» que organizan regularmente los dominicos de San Esteban. En aquel momento no me pareció importante redactar un texto para su publicación. Posteriormente, entrando en el nuevo milenio y pensando en la variedad de aventuras que la Iglesia se promete correr en esta nueva andadura, me pareció que quizás se podía echar un órdago, aquí también como en el mus, y hacer una apuesta estimulante en favor de esa institución, tan antigua como la Iglesia, que es el domingo.
La situación que se describe en el libro no es muy halagüeña y yo sería un incauto si me prometiera un futuro fácil para el domingo. Nuestra sociedad está sometida en estos últimos decenios a unos cambios sociológicos y estructurales difícilmente previsibles. La Iglesia, embarcada en su aventura histórica, navega contra viento y marea, sometida a embestidas incontrolables que la hacen derivar por derroteros imprevistos y la obligan a adaptaciones profundas si no quiere quedar apeada del tren de la historia. Expresada en un lenguaje más comedido y menos dramático, mi advertencia pretende alertar sobre el peligro que están corriendo muchas de nuestras instituciones, ancladas en el pasado, de quedar obsoletas, de dejarse sorprender y rebasar por los acontecimientos, de resignarse a languidecer y a sucumbir sin pena ni gloria. Una de esas instituciones es el domingo, la celebración del día del Señor.
Este libro quiere ser una invitación a la esperanza. Aquí se han intentado señalar algunos de los problemas que están poniendo en crisis la supervivencia del domingo. Problemas que afectan tanto a la forma de celebrar como a la posibilidad misma de reunirse en asamblea cada domingo. Los nuevos comportamientos determinados por la moda de manera vertiginosa en los últimos años respecto a la manera de pasar los fines de semana han impuesto desplazamientos importantes, escapadas al campo y a la montaña, y abandono de los grandes núcleos urbanos. Todas estas mutaciones en los hábitos culturales han desajustado de manera alarmante, como ya dije anteriormente, el desarrollo habitual de la vida de las familias y de los grupos, imponiendo nuevos usos y dando al traste con comportamientos inveterados que se habían mantenido de forma invariable entre nosotros. Ahora hay que cambiar de clave y hay que encontrar nuevos modos de estar y de vivir. Aquí se ha intentado abrir pistas y nuevos horizontes. No son recetas seguras que lo resuelven todo por arte de magia. Son aportaciones leales en pro de una causa que uno asume como propia. Se trata de ir ensayando soluciones, entre todos, para que estas instituciones eclesiales tan neurálgicas y centrales, como es la eucaristía dominical, puedan seguir manteniendo unos niveles de celebración adecuados, que permitan a la comunidades cristianas celebrar intensamente su fe y adentrarse sin obstáculos en la vivencia profunda del misterio de Cristo, muerto y resucitado, Señor de la Historia y primicia de una nueva creación.
Aunque lo que en este libro se ofrece no son recetas, sí que estoy seguro de haber brindado ideas y planteamientos capaces de hacer pensar y de suscitar reflexiones más sistemáticas y rigurosas que permitan, no volver la mirada hacia atrás, sino mirar hacia adelante. Porque la apuesta es por el futuro.