“Despide a la gente, para que vayan a descansar y a buscar comida”

Domingo del Cuerpo y la Sangre de Cristo – Ciclo C (Lucas 9, 11b-17) – 23de junio de 2019

Alfredo Molano, columnista del semanario El Espectador, escribió una columna que debió inquietar las conciencias de los que nos consideramos cristianos y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad que peregrinamos en esta querida patria colombiana. Creo que no lo hizo. El artículo “Sopa de periódico” decía, entre otras cosas, lo siguiente: “Se podrá decir que es demagogia, se podrá decir que es fantasía, pero como lo vi con mis ojos, debo contarlo: Hay gente en Bogotá –no importa el número– que se alimenta con un extravagante menjurje llamado Sopa de Papel. O Sopa de Periódico. La receta es sencilla: se pone agua a hervir en un caldero y se le agrega un periódico picado; cuando se deslíe el papel y forme una especie de colada gris negruzca, se añade un cubito concentrado de caldo de res, de gallina o de pescado. Se rebulle constantemente hasta que la sopa adquiera consistencia. Se le agrega sal y un picadillo de cilantro. Se toma”.

”Yo sabía que muchas familias del estrato cero –el más numeroso y desconocido–y del uno, comen sólo una vez al día, y lo hacen con alimentos para perros y gatos (sic). Pero esta nueva e inédita modalidad de miseria y resistencia y, digamos de paciencia política, rebasa la imaginación más extremista. El hambre física es en Bogotá una realidad palpable. Frente a ella, ¿qué importancia tienen las cifras que elabora el gobierno para afianzar el régimen y velar la dolorosa condición de los pobres? Más aún, ¿qué trascendencia tiene el Día Sin Carro o el respeto a los pasos de cebra? Meritorias campañas, sin duda, pero irrelevantes frente a la condición del par de millones de menesterosos que habitan la capital”.

Una realidad como la que se describe aquí nos debe plantear preguntas muy serias el día en que celebramos el Corpus Christi. “Cuando ya comenzaba a hacerse tarde, se acercaron a Jesús los doce discípulos y le dijeron: –Despide a la gente, para que vayan a descansar y buscar comida por las aldeas y los campos cercanos, porque en este lugar no hay nada”. Como quien dice, cuando los discípulos vieron que llegaba la hora de comer y que esa multitud hambrienta podría arruinar su paseo, le pidieron al Señor despachara a la gente. Lo que tenemos nosotros no alcanza para tanta gente. Pero Jesús, desconcertando a sus seguidores, como lo hizo más de una vez, les dice: “–Denles ustedes de comer. Ellos contestaron: No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a menos que vayamos a comprar comida para toda esta gente. Pues eran unos cinco mil hombres”.

Jesús quería que sus discípulos compartieran lo poco que tenían con aquella multitud. Estaba seguro de que cinco panes y dos peces no eran suficientes para alimentar a tantos. Sin embargo, cuando se comparte lo que se tiene, se produce el milagro de la multiplicación. El Banco de alimentos que está funcionando con el liderazgo de la Arquidiócesis de Bogotá, lo mismo que otras campañas lideradas por la alcaldía de la ciudad, merecen toda nuestra solidaridad. Es una obligación moral respaldar iniciativas que buscan desaparecer el fantasma del hambre y no las que pretenden desaparecer a los hambrientos que buscan en las bolsas de basura su propia supervivencia. Y no deberíamos olvidar que si esto pasa en la capital, la situación en los rincones olvidados de nuestra geografía, debe ser más grave. Al celebrar el Corpus, deberíamos escuchar de nuevo las palabras de Jesús: “Denles ustedes de comer”, para que nadie más tenga que cenar sopa de periódico.

* Sacerdote jesuita, Delegado para la Misión. Conferencia de Provinciales Jesuitas de América Latina – Lima

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