Bandeja de flashes vivos - Juego de colores -10-XII-2018

“Si fractus illabatur orbis, impavidum me ferient ruinae” (Horacio, Carminum lib. III, III, 7-8). Lo que, traducido, quiere decir que, aunque viera saltar al mundo hecho pedazos, los cascotes me dejarían impávido, es decir, inalterado, sin mover un músculo de la cara. Creo yo que el gran poeta de la Roma clásica, el gran pragmático del “carpe diem” o de la “aurea mediocritas”, enseña con este verso a vivir las situaciones-límite sin perder la compostura, sin aplaudir naturalmente, pero también sin angustiarse ni desesperarse.
Es cierto que la negritud y las sombras invitan al pesimismo y a la nostalgia, pero como el pesimismo mengua el humano vivir y la nostalgia parece poco amiga de la esperanza, reírse -a pesar de todo o aunque sea sonreír tan sólo- pudiera ser una respuesta o actitud sabia ante lo que pasa o nos pasa en este momento negro de la historia. En España mucho, pero fuera también.
El poeta latino –seguramente-, de haber vivido en los escenarios de hoy, habría reiterado su verso invitando a mantener la calma y la cabeza fría, a no perder la compostura, a no fiarse de las apariencias o el postureo, y –eso sí, para no caer en idiotas- a llamar a las cosas por su nombre sin abdicar un pelo de los valores que han tejido nuestra historia individual y colectiva. La de ayer sobre todo, porque la de hoy mueve más al augurio de Horacio que a frotarse las manos.

En forma de “flashes” dispongo este día mis reflexiones. Para –en un solo cuadro- hilvanar mejor las tres o cuatro puntadas que más me incitan esta mañana. Vamos a ello.

¡Arda Troya!.
En reflexiones de pasados días, presumía lo fuerte que hubo de ser la sensación de agobio causada por la llamativa irrupción de Vox en el escenario electoral andaluz. Tuvo que ser muy fuerte para que todos hayan dado la impresión de susto y se hayan puesto, unos de una forma y los otros de otra, a precaverse y tomar medidas; “paños calientes” quizás mejor para seguir entreteniendo al personal sin hacer nada en serio, que será lo probable por los indicios que suben de la realidad de unos y de otros. Eso sí, no sin poner etiquetas de “ultras” tanto a los de Vox como a los cuatrocientos mil andaluces que los votaron.
Oígo hablar del miedo al “efecto Vox”. Que no sería de Vox propiamente, sino de “gente cabreada” y en busca de abrigo para huir de la intemperie como sea. Se afanan en el socorrido recurso de liquidar al mensajero como si las razones del “cabreo” estuvieran en Vox y no en sí mismos. Y se apresuran en dar la impresión de que se van a poner a gobernar en serio y de que las cosas van a cambiar de inmediato.
Oigo comentar también que en Cataluña se ha entrado en una situación-límite; que la osadía del “tal Torra”, evocando el caso “esloveno” y atizando con ello la mecha de un “procés” “a sangre y fuego”, ha tenido la fuerza de un revulsivo; que el oficial o cuasi-oficial encargo a los “mossos” de “hacer la vista gorda” ante las provocaciones de la violencia desatada y dejar hacer y dejar campar a sus anchas a estos “gudaris” del noreste tomando la calle como si fuera suya ha disparado las alarmas del gobierno que reacciona con envío de “cartas” conminatorias para enfriar la cosa y hacer, al menos, ver que el gobierno “gobierna” y no se sigue bajando los pantalones por pago de las deudas contraídas cuando la moción de censura.
Acabo de oír también que, siendo como es la seguridad pública el primer deber de un Estado al ser este valor la más efectiva salvaguarda de los esenciales valores democráticos, de libertad e igualdad, y tal como están las cosas, no bastan ya las cartas amorosas aunque aparentemente conminatorias, sino que otros instrumentos de mayor cuantía y eficacia se hacen imprescindibles; aunque eso –se dice a la vez- no entra por el momento en los planes del gobierno.
Y he oído además otras dos cosas. La primera que, como este gobierno ha sido, hasta el momento, un gobierno de gestos y postureo, lo sigue su ritmo con el “paño caliente” de las ”cartas” de ayer. Y hasta he oído decir que –siendo verdad que el “efecto Vox” está dando de lleno a unos y a otros en la línea de flotación de sus políticas de ficción- lo correcto sería enterarse bien –es decir, no por oídas o habladurías tan sólo- de cuáles son las líneas maestras de la política de Vox; comprobar si esas líneas permiten, o no, calificarlo de partido “ultra” o “extremista”, o si sólo se trata de “a-prioris” lanzados al aire para sacudirse a un enemigo que “hace pupa” y que puede hacerla todavía mayor en el futuro. No vaya a ser que lo de las etiquetas no sea más que cortina de humo para cubrir las propias carencias… Que pudiera ser!!!
Incluso, si esta última especie fuera la verdad y falsas por tanto las etiquetas, al ver cómo se prejuzga, se pastelea, se dogmatiza incluso, alguno no descarta el recurso de apoyar a Vox,, en réplica, o miedo quizás, a que las tibias reacciones de sólo unas cartas ante los desmanes, cada vez mayores y más audaces y provocativos, de la nueva “kale borroka” del noreste, se queden en sólo “agua de borrajas” y llegue lo peor.
Dicen –por lo demás- que el tal Sr. Torra Pla concluye hoy dos días de ayuno y rezos, pasados en el monasterio de Montserrat; en solidaridad con los golpistas de la huelga de hambre. Buena idea -me digo- la de ayunar y rezar; y más si tuvo tiempo de mirar a los ojos de la Moreneta y recitarle –si cantar no le sale- el “Rosa d’abril, morena de la serra, de Montserrat estel… ”; pedro sin saltarse –eso sí- la estrofa final que, tras ponderarle que “dels catalans siempre sereu Princesa”, y “dels espanyols Estrella d’Orient”, termina con el “sigueu pels bons pilar de fortalessa, pels pecadors e port de savament”. De todos modos, por elementales razones de lógica, ni creo en el ayuno ni en los rezos; ni creo –menos aún- que, después del odio que han rezumado los rastreros insultos dedicados no hace tanto a “los españoles”, se haya atrevido el redomado pícaro a mirar a los ojos de la Virgen para cantar, recitar o sólo musitar esa última estrofa del himno a la patrona de Cataluña. Además, en Montserrat y con las cosas del “procés” por medio, es prudente suspender el juicio y esperar.

Y como el “¡Arde Troya!” denota “resolución de llevar a cabo su gusto o propósito, sin reparar en lo que pueda sobrevenir” (cfr. J. M. Ieibarren, El porqué de los dichos, Madrid, 1962, pp. 124-125), a este “flash” de hoy lo pongo en guisa o modo de lo que ya apuntara Horacio en su premonitorio verso y de lo que pudiera seguirse de la peligrosa situación-límite que se da por cierta. En guisa y en perspectiva inmediata.

Narciso está de moda. Hace dos o tres días escuchaba la noticia. El narcisismo se ha vuelto plaga, una plaga mundial, tal vez por el efecto “globalización” o, quizás mejor, por el efecto “posverdad”. Estadísticamente se acaba de apuntar que el 30 % de los universitarios norteamericanos son narcisistas.
El sociólogo que en aquel momento glosaba la noticia la refería a un fenómeno fácilmente visible en la sociedad actual y post-moderna: la crecida en avalancha del individualismo, el receso en el amor y respeto al “otro” y el ostensible declive de los valores que propician la vida del hombre en sociedad. Np dudaba el dar al fenómeno en cuestión categoría de “lacra” social, promotor de feroces egocentrismos y netamente reductor de valores relacionales como la solidaridad o el altruismo, El “ego” está hoy por las nubes. Lo “mío” es lo que más priva. Y pensar o ponerse en el sitio o lugar del “otro” es poco menos que subdesarrollo.

Al intentar bucear hasta las raíces del fenómeno, a parte de contar con las filosofías deshumanizantes de los siglos XIX y XX –recuérdese el sartriano “l’enfer sont les autres” –el infierno son los otros (cfr. Huis clos)-, la sociología de hoy lo refiere directamente al apogeo de la edad virtual y lo considera producto-estrella de la tiranía o libertinaje de las “redes”. Volcados en ellas, hasta el más tonto –decía- se considera Cervantes o Napoleón.

Dicen los psiquiatras que el narcisismo es la patología de la suficiencia; la cual –en su natural proyección interpersonal- lleva a ver en el “otro” solamente un objeto.

Me atrevería a decir, en consecuencia, que la frustración inserta en el diseño del “super-hombre” formalizado por esas mismas filosofías, lleva de la mano a ese antojo –posiblemente no se quede en otra cosa- de un pensar colectivo de que “si Dios ha muerto, yo soy Dios”. Pensando y leyendo entre líneas, puede verse muy verosímil el estrecho maridaje.

Yo pienso que, si Narciso viene cabalgando a tanta velocidad y con tales bríos, se van a multiplicar los tiranos –y de qué manera!- en todos los escenarios o espacios de la convivencia humana, desde el familiar, el educativo, el cultural y artístico, el deportivo, hasta el religioso, y no digamos en el político; y me pregunto si no habrá razones para plantearse en serio si tiene futuro o corre peligro la democracia, como se pregunta Giovanni Sartori al cerrar La democrazia in trenta lezioni (Milano, 2008, p. 99). Como se puede vislumbrar, la pregunta no sería vana.

El setenta aniversario. El 10 de diciembre de 1948, las Naciones Unidas proclamaban, por 48 de los 58 Estados que las formaban entonces con ocho abstenciones y un voto en contra, la Declaración Universal de Derechos Humanos; que ha pasado a ser –desde esa fecha- el “instrumento constitucional del sistema mundial de protección de los Derechos Humanos y de todo el sistema internacional de defensa de la dignidad humana en su conjunto” (ver Diccionario Espasa - Derechos Humanos, de H. Valencia Villa, pp. 189-111, voz Declaración Universal de Derechos Humanos).
La solemne Declaración cierra el arco abierto el 23 de agosto de 1789 con la –propiamente- primera de las declaraciones formales de derechos humanos; la titulada Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, “decretados” por la Asamblea Nacional, en sesiones de los días 23 al 26 de dicho mes de agosto, y –como se anota en el texto- “aprobados por el Rey”.

Si los 7 “considerandos” del Preámbulo de la referida Declaración Universal aleccionan sobre la razón del ser radical y de la oportunidad circunstancial de la misma, la breve introducción a la operada en la primera etapa de la Revolución francesa resume los motivos de una proclamación que sin duda marca uno de los patrones de medida del inicio real la verdadera “modernidad” o “estado adulto” de la conciencia del hombre. No me privo de reproducirla porque, en su brevedad, ilustra sobre-manera.
“Los representantes del pueblo francés, constituidos en Asamblea Nacional, considerando que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de las desgracias públicas y de la corrupción de los gobernantes, han resuelto exponer, en una declaración solemne, los derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre, para que esta declaración esté presente constantemente en todos los miembros del cuerpo social y les recuerde sus derechos y sus deberes; para que los actos del poder legislativo y ejecutivo, al poder ser comparados en cualquier momento con la finalidad de toda institución pública, sean más respetados; para que las reclamaciones de los ciudadanos, fundadas en adelante en principios simples e indiscutibles, contribuya siempre al mantenimiento de la Constitución y el bienestar de todos.
En consecuencia, la Asamblea Nacional, reconoce y declara en presencia y bajo los auspicios del Ser Supremo, los siguientes Derechos del Hombre y del Ciudadano”.
Y se formulan los 17 artículos, desde el primero afirmando que “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos” hasta el último que proclama la propiedad como “un derecho inviolable y sagrado, del que nadie puede ser privado, excepto si la necesidad pública, legalmente establecida, lo exige claramente y con la condición de una justa y previa indemnización”.

Parece verdad –a mí al menos me lo parece- que “las luces” de la Ilustración que llevaron a la Revolución francesa y fueron promesa –por más de un siglo- de un estado progresivo de la felicidad soñada y de un progreso cumplido, así como de euforia y confianza plena en los fueros de la “razón”, se vieron declinar, al menos en cuanto a las euforias, en la medida en que las dos guerras mundiales del s. XX contribuyeron en firme a poner en duda la confianza en la sola razón como garantía eficaz de un mundo en justicia y en paz. Al cernirse, con ello, sobre la humanidad entera las sombras del s. XX –así les llama J.-F. Revel en el título de su libro Fin du siècle des ombres-, y ver o comprobar el riesgo que para el futuro del hombre representaban los totalitarismos del tal siglo –engendros que fueron sin duda de la poderosa “sinrazón”-, un aura de preocupación solemne movió, al terminarse la segunda de las dos grandes guerras, a las propias Naciones Unidas a levantar los Derechos Humanos como bandera y barrera preventiva -una de las más poderosas posiblemente- ante los “monstruos” que la “razón” -la “diosa razón” como se dijo-, dejada a su aire, es capaz de engendrar.
Así nació -hace hoy 70 años- esta gran proclama de valor universal que se levanta como gran reserva ética frente a los desmanes del imperativo jurídico del “esto es justo” si se manda y porque se manda; sin el recurso a un pilar superior de sustentación y apoyo.

Creo en verdad que si algo en estos tiempos merece celebrarse a fondo es el día de los Derechos Humanos.
Estoy plenamente convencido de que los Derechos Humanos nacen con el hombre y que urgen y obligan hasta cuando nadie los proclama, e incluso cuando por alguien o por muchos son violados..
Como estoy convencido de que los Derechos Humanos son, por eso mismo, derechos de Dios porque –hecho “a imagen y semejanza de Dios- no es que el hombre sea Dios, pero si es Dios primer garante de la dignidad del hombre y, por tanto, de sus derechos básicos. Y, al aire de A. Machado diciendo por boca de Juan de Mairena que “por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre”, quiero realzar que proclamar, respetar y cumplir o hacer que se cumplan los Derechos Humanos es elegir el color verde de la esperanza como bandera de humanidad.

Este mismo día de los Derechos Humanos –en Roma y en alocución al Congreso que sobre esta Declaración Universal se celebra en la Universidad Gregoriana- el papa Francisco urge su plena y activa vigencia y pide que su protección y defensa estén o se pongan en el centro mismo de las preocupaciones de todo gobernante, sea de la Iglesia o del Estado, alto, bajo o medio. Es empresa y deber de todos, hasta de la gente de a pie.

Estos tres “flashes vivos” me llevan a la reflexión final.
El “ArdeTroya”, el “Narciso está de moda” y ese gran acierto de la proclamación de los Derechos del Hombre a una escala universal componen un juego de colores; dibujan un sol y sombra que bien parece un facsímil ocasional del “claroscuro” que es la vida humana. Y como los claroscuros del pintor elevan la virtud del cuadro, también estos juegos de colores –en sus distintos colores, del verde, el azul o el amarillo al gris o el negro- imponen responsabilizarse en serio con todo o ante todo lo que pasa o nos pasa, sea de luz o sea de sombra. Porque la vida es tener que habérselas con problemas; hasta con dramas en ocasiones.

SANTIAGO PANIZO ORALLO
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