Elogio del caminar a Compostela -Cronicas bercianas - 30-IX-2018

Nunca mejor dicho -en la coyuntura de mis reflexiones de hoy- que “todos los caminos llevan a Roma”; o que todos llevan y ninguno es más que otro si, al final, todos acaban en el destino buscado.
Santiago de Compostela es, desde hace muchos siglos, un foco de irradiación espiritual, de proyecciones más que continentales: de religión ante todo, pero de cultura, solidaridad y cosmopolitismo también, y ahora –incluso- de deporte, turismo y economía. Desde que la estrella del apóstol se posara, como la vieja tradición enseña, sobre un punto del bosque Libredón –el “campus stellae” que da nombre a Compostela-, y sirve de base a la idea que une esa tierra con la presencia y memoria de Santiago en esta punta de España, el peregrinar a Compostela pasa a engrosar, con Roma y Jerusalén, el trío de las metas religioso-culturales más popular y significativo de la historia de Occidente.
Cuando Europa se puso en marcha hacia ese “campo de la estrella” (del s. IX data el fluir de las peregrinaciones a Santiago), ya comenzó a forjar el preclaro proyecto de la unidad de un destino común en lo universal. Ahora mismo, las riadas de peregrinos, que no cesan de poblar el Camino, pasan por ser, cada mañana y cada tarde, una de las marcas señeras tanto de la España cristiana como de la Europa unida.
Europa nace y se hace. Y un perfil notable de sus hechuras ya lo daba, en plena Edad Media, el Camino de Santiago. Queden a parte sus ampulosas, viejas y empedernidas rencillas familiares. ¿Dónde no las hay? Pero, a pesar de todo y mal que pese, Europa, si nace míticamente de la espuma del mar, se nutre, crece y toma, sobre todo, su punto de sazón y mdurez más específica del pensamiento y el derecho grecorromanos, por un lado, y de la espiritualidad cristiana, por otro. Y entre sus nutrientes y vitaminas de crecimiento –como la Historia enseña- ha de contarse sin duda ese imperecedero atractivo que es, del Báltico a Tarifa, el Camino de Santiago.
Nada extraño, pues, que los hitos y los mojones de este Camino se hayan ennoblecido tanto y cobrado tanto lustre que “haya tiros”, como suele decirse, y se emulen todos por ser “camino”, en cuanto estelas o jalones que son –todos ellos- de esta epopeya de “cristiandad” y “europeísmo”, capaz de llevar, ininterrumpidamente, savia y raíces a la vieja Europa desde la Edad Media.
Por eso mismo, cuando, ayer tarde, al párroco de mi pueblo, en su brillante y cuidada conferencia, ponía como título de una de sus partes “El Camino que pasa por San Miguel de las Dueñas”, no es que se inventara un recurso para cosechar el aplauso de un auditorio proclive, sino que –al razonar su tesis como lo hace- deja la duda fuera de lugar. Si verosímil ya lo era por las circunstancias del pueblo, por su convento y su enclave, las razones dadas, tomadas de documentos e historia comprobados, hacen pasar lo verosímil y lo probable a una certeza indubitada.

El “leit motiv” e idea central de la primera parte del discurso de don Celestino apunta a la “recuperación” del Camino de Santiago a su paso por San Miguel de las Dueñas; reivindicación justa de esta variante del Camino de Santiago por el Bierzo Alto.
Varias claves de conciencia y razonamiento esboza el conferenciante para justificar su aserto de que el Camino de Santiago ha pasado, y sigue pasando por tanto, por San Miguel de las Dueñas. Incluso, permite sospechar una confluencia de ramales del mismo, que se dan cita en su monasterio cisterciense. San Miguel habría sido, según ello, no solamente un hito señalado en el Camino, sino lugar de referencia de los caminantes, por la relevante significación espiritual-asistencial de su convento.
Asomemos a estas claves.

De una parte, no hay un solo Camino trazado, necesario y oblligado para todos, hacia Compostela; y aunque el llamado Camino francés –por su mayor popularidad y empaque-, haya sido el más renombrado y típico, hay otros. Porque no es el Camino quien se erige en paradigma del “peregrino”, sino que, como bien apuntaba don Celestino ayer, “caminos hay tantos como caminantes”, y cada cual, cada uno de ellos, hace “su” camino. Y lo hacen por igual, los que, desde París (una de las cunas de los caminantes a Santiago), por Clermont Ferrand o Limoges, Sant Jea de Pied de Port o Somport y Jaca, Roncesvalles, Puente la Reina, Nájera y Logroño pasan al Bierzo y Galicia, desde Astorga, por Foncebadón y la Ctruz de ferro, hasta Ponferrada y Villafranca del Bierzo, hasta encarar Galicia en O Cebreiro -hito trascendental del Camino francés- y llegarse, por Triacastela y Samos, hasta Sarria, Portomarín y demás hasta Labacolla y Santiago, como los que –desde Astorga- ganan el Bierzo por la ruta del puerto de Manzanal –la vía más directa de acceso, que usaron la carretera y el ferrocarril a la meseta y Madrid-, para, desde Bembibre, tomar el ramal de Congosto hacia Ponferrada o acceder -por los “barreos” de San Miguel- al “puente de hierro” -el “pons ferratus”- de la capital berciana; o los que, desde Manjarín y la Cruz de Ferro se descuelgan, desde otra ruta, la de Las Tejedas y Onamio, para embocar, pasando por el convento de San Miguel, la ruta general del Camino, a partir de Ponferrada.
Hay constancia, por otro lado, de llegadas habituales de peregrinos al convento de San Miguel para recibir ayuda. Es de sobra sabido que los conventos, en la Edad Media y hasta los tiempos actuales, eran centros de aacpgoda para caminantes y necesitados, y la hospedería –siempre abierta- del convento de San Miguel no podía ser ajena a tales menesteres de asistencia y alivio a necesitados, peregrinos y caminantes.
Y es, por otra parte, difícil de suponer que un convento tan floreciente como el cisterciense de San Miguel quedara al margen del flujo de las peregrinaciones, cuando tan a la mano de los caminantes quedaba; o que no tuviera un relieve destacado en una empresa tan eclesial y universal como fueron las peregrinaciones a Santiago, ya en la plena Edad Media.

Es decir, que, si a las constancias históricas, documentadas las más de ellas, se une la fuerza de las reseñadas verosimilitudes, la conclusión, tan lógica y puesta en razón, no puede ser otra que la de admitir que el Camino de Santiago tuvo, por San Miguel y su convento, una de sus variantes, y que reivindicarlo y hacer buena esta realidad es obra de justicia y buen criterio.

Y no es que, como al comienzo anotaba, por todos los caminos, hasta por los más retorcidos o extraños se pueda ir a Roma. No es eso. Es que este Camino, el que –desde Asgtorga- emboca El Bierzo por la ruta del puerto de Manzanal, es –racionalmente hablando- tan buena o más que la que cursa por la Maragatería y la Somoza para descolgarse desde Foncebadón y Manjarín hasta la cuenca berciana

Este otro pasaje de la conferencia de ayer en la iglesia del convento, de reivindicación y recuperación de este ramal del Camino de Santiago por San Miguel de las Dueñas, deja ya mis reflexiones a las puertas del convento y de las raíces del pueblo, a lo que otro día dedicaré unas reflexiones, no sin olvidar algo que, a mí como jurista, me priva e incita más: parar mientes en la jurisdiccoón de la abadesa del convento y las huellas que, del ejercicio de la misma, aún siguen marcadas en la fisonomía material del mismo, como son nombres de calles tan jurisdiccionales como la calle del Rollo, la de la Alhóndiga y la plaza de la picota. Para todo eso, amigos, habrá otro u otro días seguramente.

Y dejo por hoy las reflexiones, no sin dejar colgada en el aire, como un reto, una pregunta que, desde aquella tarde del 15 de agosto de 2015, me hago con frecuencia, tras mi conversación con aquel caminante a Santiago, que peregrinaba y, a la vez, confesaba ser, no sé muy bien si agnóstico o ateo. La pregunta es: ¿puede, con lógica y razón, un ateo hacer el Camino de Santiago y seguir llamándose ateo de verdad?. Aquel profesor –era profesor, me dijo- lo hacía.
Es posible que, un día, dé cuenta a los amigos aquella escena de contraste y debate, en presencia de dos testigos –Agustín y Mari-, de Villafranca del Bierzo, que me llevaron, aquella tarde de agosto, a conocer La Faba, en la subida de Vega de Valcarce a O Cebreiro, tras asistir a la romería en honor de la Virgen de Fombasallá, en plenos Ancares leoneses.
Es naturalmente otra historia, pero es posible que me decida alguna vez a recordarla y, de paso, dar mi punto de vista sobre la pregunta que hoy os dejo en el aire, a cuenta del Camino de Santiago, a su paso por San Miguel de las Dueñas.
Pero mañana, insisto, será otro día.

SANTIAGO PANIZO ORALLO
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