Glosas con acentos de asombro 23-X-2018

Suelen decir algunos que, si en algo fuera infinito el hombre, lo sería en estupidez.
Aunque yo crea que los hombres –por el hecho de serlo- no son ilimitados en nada y hasta esa idea tan prometeica del “superhombre” me parezca más una superchería intelectual que un logro efectivo, he de reconocer –a las pruebas me remito- que la estirpe de los “estúpidos” pervive y crece más y más sobre la tierra cada día que pasa; de modo tal que, si volaran, habría más horas de niebla que de sol.
He de anotar para comenzar –en honor a los que no saben latín- que, al decir “estúpido”, me acojo a la etimología de la palabra, según la cual “ser estúpido” significa “causar asombro”, estupor, pasmo, incredulidad, o invitar a maravillarse piadosamente por lo que dicen, hacen o desbarran algunas personas, especialmente si esas personas debieran no caer en estas “miserias”, y más si, al decir, hacer o desbarrar así, se les puede presumir en la firme convicción de que los demás -los que les oyen o asisten a sus peregrinas monsergas estupefacientes- han de ser tontos o subnormales.
Lo digo por dos hechos, recientes, de estos días pasados.

Hace pocas fechas, la ex-ministra Isabel López Tejerina se dejó decir, tomando base al parecer de un Informe estadístico solvente, que los niños de 10 años en Andalucía saben lo mismo que los de 8 en Castilla y León. E inmediatamente lo que era sólo un dato estadístico pasó a convertirse en alegato políticamente incorrecto.
Se le ha dicho de todo, hasta de insultar y agredir al entero pueblo andaluz, a la entera autonomía, a los inocentes niños andaluces. La propia presidenta de la Comunidad tomó el bastón de mando para responder –“ex catedra”- al insulto proferido por la antigua ministra. Y lo más sorprendente de todo: incluso la gente de su propio partido trató de desmarcarse de la pretendida “ofensa” y casi todos –periodistas, tertulianos, medios- comentaron (aún lo siguen haciendo algunos) la torpeza de tal declaración, máxime cuando están convocadas elecciones en esa comunidad. Se han dado también posturas razonables; aunque las menos.

Hasta el más lerdo puede ver el truco.
Si es verdad –como asevera el Informe- que los niños de Andalucía saben menos que los de otras comunidades con la misma edad, una lógica tan elemental como razonable daría para suponer y concluir razonablemente que la culpa puede no estar ni en los niños ni en Andalucía (seguro que no lo está), sino en quienes –los socialistas en este concreto caso- llevan más de 30 años gestionando la educación en esa comunidad con tan magros resultados.
¿Por qué será –se podría preguntar cualquiera que piense un poco- esa morbosa afición de muchos políticos a no hacer autocrítica y empezar por mirarse a sí mismos antes de apuntar con el dedo a los otros? ¿No será porque –como enseñaba Ortega en El Espectador- “la política es el reino de la mentira” y “ganar” lo justifica todo?.
Pensemos un poco y daremos con el truco, lo mismo del que censura que de los que se acomplejan. Ni Maquiavelo llegó a tanto.

Lo otro es de ayer mismo. Proviene de la Sra. ministra de Hacienda. Ante la perspectiva cierta del aumento de los impuestos que se está gestando para cuadrar los presupuestos, y con miras, seguramente, a edulcorarla y hacer más jabonosas las tragaderas, se sale con la ocurrencia -diríase que sublime- de pedir a las empresas que se doten de “inteligencia emocional” (sic) para superar la crisis a que parecen abocadas con la proyectada política económica, de más gasto, de más déficit y más impuestos; como queriéndoles decir que, de este modo, con tan milagroso remedio, ni las crisis tan crisis, ni las recesiones vendrán ya con la misma prontitud y asiduidad de los hongos después de llover.
Pero, como quien lo dice a las “empresas” lo dice a todos (¿quién se va a creer que las empresa se van a cargar con el “mochuelo” sin repercutirlo?), a todos parece invitar a que nos demos un baño de “inteligencia emocional”, no sólo para mirar con mejores ojos el “palo” impositivo, sino para convencernos de que lo que nos pretenden sacar del bolsillo es para nuestra felicidad y ventura y no es el “sableo” que se ve venir por obra y gracia de un estatalismo populista tan obtuso como digno de mejor suerte; que es –no lo dude nadie- el invento que, amorosamente, están concibiendo en este momento los que ostentan el poder y los que en realidad gobiernan; juntos, como “extraños” compañeros de cama, en remedo de Fraga en similar coyuntura.

Ante el reto, cualquiera puede preguntarse si la Sra. Ministra habrá hecho un “master” sobre las ideas de Daniel Goleman y –piadosamente también- busca redimir de imposibles metafísicos; o dar tal vez una pista de lo que –en el terreno de las empresas o, en general, en el de unas relaciones más armoniosas de unos con otros- representa ese nuevo tipo de inteligencia, menos racional, pero más liberal con las trapisondas del prójimo. O si nos pedirá, por decreto quizás, un mayor control de los impulsos, de las emociones y sentimientos, para que la votemos con los ojos de la razón cerrados y los del bolsillo abiertos de par en par a las improvisaciones o los evanescentes gestos. Aunque se pueda vislumbrar, “chi lo sá”…
Esta misma mañana oía subrayar el consejo de la Sra. minisitra con este displicente y, a mi ver, no tan desacertado comentario: “Ya no saben qué hacer para llamarnos idiotas”.

Ante estas y otras “lindezas” gubernamentales, me voy un rato a releer La estupidez, de André Glucksmann. Aunque fue en su día fuera de los de Mayo del 68, se volvió pronto de las barricadas y los pavés del Barrio latino para encarar la realidad tal como es y dejarse de ensoñaciones, gestos, bla-bla-bla y demás cantos de sirena con que los políticos, a veces, tratan de llamarnos tontos con finura y sin usar esta palabra, dando la impresión de que saben la tira de lo que se traen entre manos. Siempre, claro, para la gloria y razón del “pueblo”. La estupidez, como se dice en ese libro, va en aumento al ser fruto de modernidad posmoderna, está 0en todas partes y no importa que se trate de izquierdas o derechas y da derecho –quizá no tardando entre en las listas oficiales de los derechos humanos- a precaverse contra ella y, en lo que se pueda, contrarrestarla (cfr. La estupidez. Ideologías del posmodernismo, trad. esp., Barcelona, 1987).

Y ahora que mentamos el “pueblo”, no olvidemos a uno de nuestros clásicos, el jocoso pero bien plantado don Francisco de Quevedo y Villegas.
En el cap. XXXV de La hora de todos y la fortuna con seso, trae a escena al Gran Señor de los Turcos, con su buen y democrático deseo de saber por boca de sus súbditos –no ciudadanos, claro- las “novedades” que cada uno guste darle sobre el buen arte de gobernar. Y el morisco primero y el renegado después debatieron sobre si la pluma o la espada, el saber o el imponer eran los mejores medios para este arte. Tras oírlos a todos, el Gran Señor da su veredicto final de este modo: “Yo elijo ser llamado bárbaro vencedor y renuncio a que me llamen docto vencido; saber vencer ha de ser el saber nuestro; que pueblo idiota es seguridad del tirano”.
Ante el dictamen, los forofos de Maquiavelo –algunos de ellos sin haberlo digerido ni bien ni mal- ¿no tienen nada que decir ante este alegato de nuestro clásico y d0ejar de ver en el pragmático florentino el primer alarde de modernidad en el arte del poder y del gobierno? ¿No deberían leer algo más y divagar menos? Que la necedad o ignorancia del “pueblo” –para seguridad de los tiranos- pueda darse también en democracias o modos de gobernar que se tienen por tales ¿no puede atisbarse en ese libro de Glucksmann?. Léanlo y lo verán ustedes mismos.

Por todo ello, espabila, pueblo soberano, para que nadie te tome el pelo si tú no quieres; porque si lo quieres o permites que te lo tomen, lo del dicho aquel del “fraile mostén”: “tú lo quisiste tú te lo ten”.

Perdonen, de todos modos, que no me levante para pedir disculpas –tan al uso ahora- si, en el modo, me hubiera pasado un pelo. No quisiera que se perdiera el fondo por un mal modo, como enseña Baltasar Gracián en El oráculo manual (nro. 14, La realidad y el modo). Porque, si en eso está el pedir disculpas, no recusaré pedirlas.

SANTIAGO PANIZO ORALLO
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