Halloween y Todos los Santos 1/2 -XI - 2018

“Las cosas buenas que por el mundo acontecen obtienen en España sólo un pálido reflejo. En cambio, las malas repercuten con increíble eficacia y obtienen entre nosotros mayor intensidad que en parte alguna” (J. Ortega y Gasset, Democracia morbosa, Obras, Ed. Alianza Edit, Madrid, 1988, vol. II, p. 135)


Con esta idea tan poco discutible si nos miramos a fondo comienza Ortega este espléndido relato sobre la democracia y sus morbos, que no son pocos. Hoy he vuelto a leerlo y a repensarlo, y no tanto para saborearlo de nuevo, que ya es una razón, como para no pecar de arbitrario al aplicarlo como lo voy a hacer.
A Ortega, como a Machado, Unamuno, Marañón o Marías, le dolía España si por España se entienden “los españoles” que la componemos y, con nuestras obras, tantas veces la deslegitimamos.
Ortega –en este ensayo- se duele del “plebeyismo” y de la zafiedad o descortesía, de que –ya entonces- se hacía gala; y pide, para que sea posible una democracia real y normal, que haya demócratas y no hombres-masa o invertebrados en las filas de esta sociedad, para el noble empeño de ser ”pueblo” y no “plebe” conformista, o “chusma” y “rebaño”.
Taxativamente, nuestro pensador, afirma y da por hecho que las posturas plebeyas y el “plebeyismo”, que va anexo a ciertas concepciones y vivencias democráticas, “tiranizan en España”; y que, siento ésta una de las peores tiranías de un pueblo, es menester “levantarse” contra ella, contra “esa perversión de todo lo bajo y ruin”, que –al amparo de la “noble idea” de la democracia, “se ha deslizado en la ciencia política” (cfr. Ortega y Gasset, Democracia morbosa, cita anterior, pag. 135).

Pero yo no me he propuesto reflexionar este día sobre el concepto de democracia ni sobre lo que Ortega entendía por democracia verdadera y lo que, para él es morbo de la democracia. Bien harían –creo yo- algunos políticos nuestros, que actualmente gallean alardeando de demócratas sin serlo ni quererlo ser, un repaso, aunque fuera somero, de esta lección que Ortega da en este ensayo; por si se les pegase algo y miran más al “pueblo” y menos a sus “negocios” –políticos, entiendo. El titulo de mis reflexiones es “Halloween y Todos los Santos”, y al mismo me he de dedicar ahora.

Por cierto -ey es un inciso-, acabo de oír esta misma mañana un apunte de no creer, pero que suelto para preludiar también mis reflexiones. He oído decir que, según investigadores catalanes, el Halloween no nació en el s. XIX, en el mundo anglosajón, para de allí pasar a la cultura posmoderna de Occidente. Que su origen es catalán. Y me decía al oírlo que, como nada nuevo hay bajo el sol, cualquier día de estos pudiéramos oír tal vez que Jesús de Nazareth no nació en Belén, sino en Badalona o Sitges. “Cosas veredes”, como ya se decía en los tiempos del Cid y no digamos en los de don Quijote…

El caso es que, en pocos años, nos hemos hecho cofrades de la “Noche de brujas” y del “terror”, en que consiste la idea de Halloween: una exaltación del miedo para curar las penas; una evocación de lo terrorífico para sentirse inmunes; y lo hemos aposentado entre nosotros como seña de identidad, para sustituir a algo que, como el culto a la santidad innominada y el culto a los difuntos –en recuerdo, evocación y rezos-, por ser antecesores de nuestro “yo” personal y colectivo, sólo se avienen a perder los que a su propia historia le llaman cuento.
Y con eso, que es puro “marketing” y comercio, ya nos creemos “progres”, y, con eso, tal vez curados de mitos, supersticiones y ataduras sentimentales; a punto de caramelo para ser nominados al Nóbel de un “progresismo” que es predicado como “la nueva religión del hombre”; pero que es algo bien distinto del progreso, como puede advertir cualquiera que tenga idea de lo que contribuyen los “ismos” a deteriorar y banalizar el sentido real y verdadero de las palabras. A Ortega, por cierto, que no era ni “meapilas” ni tonto, jugar a “progresista” le parecía estupidez y lo detestaba.
El caso es, insisto, que tenemos “Halloween” para rato y estamos a rebosar de satisfacción y gozo. Dejamos lo nuestro; adoramos a una calabaza hueca y con luces rojas o naranja para llenar el hueco y nos vemos “realizados” y acodados a los más listos de la tierra. Puede que lo seamos –los más listos-, pero no lo vamos a ser porque nos emocionemos ante una calabaza o estremecernos de positivas vibraciones al paso de una momia de vampiro o la escoba entre las piernas volátiles de una b00ruja.

Como lo que hay en el fondo de todo eso es una “sustitución” de Dios y sus cosas por estas sutilezas comerciales,; y se sabe –otro día hablaré de ello- que –cuando se sustituye una cosa por otra y se hace con saña o rencor- al recambio se le da –por cálculo y tal vez por ventajismo- la misma categoría y valor de lo suplantado, nos hemos pasado a divinizar también las caretas y disfraces terroríficos de Holliwood por los ejemplos de los santos y por el recuerdo y rezo por los que, más de cerca, nos han precedido en la vida.

Quisiera –a pesar del encanto casi sobrenatural que se va cundiendo, cada vez más, a rebufo de la “pela” y otras cosas, a ese ritual sustitutorio de lo “nuestro”, noble y digno- glosar un poco esta doble conmemoración cristiana, la que languidece a la sombra de un sedicente “progreso”, pero que, bien mirado, no es sino un “plebeyismo” del mismo jaez que el adosado por Ortega a la democracia morbosa y que resulta ser una insufrible tiranía. Quiero glosar un poco el sentido de esta fiesta de tantos como es la de “todos los santos” y también –ahora que se habla tanto de la “memoria histórica”- ese acto de justicia que es el recuerdo amoroso, constructivo y emulador de nuestros seres queridos.

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Los santos primero.
Y comienzo por una referencia a lo que acabo de anotar como idea sugerida desde una radio, por la avispada observación de un contertulio. A juzgar por los relatos de algunos “medios” y reporteros, parece como si la Iglesia –toda ella- fuera basura, barro podrido y corrupción… Hay un caso de pederastia y todo en la Iglesia es pederastia. Hay un caso de delito o quebranto de una ley para que la Iglesia misma y sus hombres sean tachados de violadores de todas las leyes….
E cierto (nunca mejor dicho que un día como el de hoy) que no todo en la Iglesia es “santo”; pero no todo, ni mucho menos, es en la Iglesia sucio, bochornoso o infame…. Esa tarea de “simplificar” y “generalizar”, como se hace casi siempre con la Iglesia y que, como el propio Ortega manifestara más de una vez, es -no solamente un atentado a la inteligencia- sino una vía de falsificación.
Se puede simplificar para resumir; incluso para volver más asequible una verdad. pero no para generalizar y cargar a todos con lo que hace alguno. Se sabe de sobra por quien no sea opaco de mente que estas simplificaciones son mayúsculos falseamientos, por gratuitas, interesadas y, sobre todo, por injustas y malvadas.
La Iglesia de Cristo –eternamente perseguida y hoy más que nunca puesta en la picota a nada que se tercie- tiene santos; de los de altar, por supuesto; pero muchos más de los otros, de todos esos que, sin ser declarados santos por nadie y hasta sin tener –como suele decirse- madera de santos -¿quién tiene “madera de santo” en medio del mal?-, a golpes de lucha, tesón, esfuerzo y sobre todo amor y esperanza en Dios- se han ganado –aunque nadie se la ponga formalmente- corona de santidad. Esa santidad que tiene su “carta magna” –que es una de las cartas magnas del cristianismo- en ese directorio cristiano de las Bienaventuranzas. Esas que -hoy precisamente- pone la iglesia ante los ojos de los “suyos”, de sus fieles: los pobres; los que lloran; los sufridores de todas clases; los que son perseguidos por causa de la justicia o de la verdad o del amor; los que buscan la paz y no la reyerta; los que, aunque tal vez no puedan olvidar, perdonan y tienen misericordia…
Hay, claro está, santos laicos; los que han hecho algo, desde sus azoteas de racionalidad, eticidad, ciencia o técnica para que el mundo y la sociedad sean mejores. Si un Luther King, un Gandhi o un Mandela pueden llamarse “santos laicos”; si hasta un cualquiera que tenga como un deber sagrado respetar los derechos humanos y no “saltarse a la torera” la dignidad de nadie, merece aureola cívica de santidad… ¿no ha de s er un honor santo –dentro de la Iglesia de Cristo- poder celebrar en el día de la santidad común la fidelidad al Evangelio?

Y en cuanto al honor debido a los difuntos…. Este día suelo leer ese poema de A. Machado que se titula “En la muerte de un amigo”.
Tierra le rieron una tarde horrible / del mes de julio bajo el sol ardiente / A un paso de la abierta sepultura / había rosas de podridos pétalos/ entre geranios de áspera fragancia / y roja flor. El cielo / puro y azul. Corría / un aire fuerte y seco / De los gruesos cordeles suspendido, / pesadamente, descender hicieron / el ataúd al fondo de la fosa / losados sepultureros… / Y, al reposar, resonó con recio golpe / solemne, en el silencio… / Que un golpe de ataúd en tierra es algo perfectamente serio!”
“Algo perfectamente serio” y tan humano como la vida misma. ¿No da para pensar, y mucho, este verso del gran poeta de “soledades” y avizor siempre para buscar o sorprender en el hombre las cosas que le trascienden? ¿Vale, ante eso, la “chirigotera” escenografía de Halloween?
Al llegar a este verso me he parado para preguntarme qué quiso decir con este verso de tan cruda factura un poeta-pensador como lo fue don Antonio Machado; que no era católico confeso, pero que incesantemente buscaba el Absoluto que seguramente no veía en nadie más que en Dios. Si, como yo pienso, buscar el Absoluto es buscar a Dios, es como ponerlo a la mano de las propias inquietudes humanas, el poeta no pensaba seguramente ni en Halloween ni en calabazas vacías para encarase con algo tan serio y profundo como ha de ser el final de la vida.

Están bien –me digo yo- los crisantemos y las flores sobre las tumbas; pero mejor están y más a humano saben los recuerdos y sobre todo los deseos y los rezos. Y para el que no sepa o no quiera rezar, estar hoy a la vera de una tumba o respirar hondo el recuerdo y memoria de los pasados amigos y familiares es algo –a mover- mejor que adorar una calabaza hueca o aterrorizarse llevando o viendo unos disfraces que, en su fondo, son, en un 90 % “marketig” y economía, y el 10 % restante superstición y embeleco.
Eso que tanto se critica a los creyentes y que en verdad es criticable, la superstición, se ve destilar a chorros de la mitología de este “progresismo” ritual de ahora… ¿De quién fue la idea de que, cuando no se admite o adora a Dios, se adora cualquier cosa? No tiene mala pinta la misma.

Y cierro ya –porque me estoy alargando con exceso- con cita de las palabras con que Giovanni Papini ultima su introducción a su Sant’Agostino, una verdadera joya de lectura bravía para lectores inteligentes. Habla de san Agustín y de los santos.
Afirma con valentía que, al reescribir la vida, obra e ideas de san Agustín, no ha querido, por honradez sin duda, ocultar ni minimizar las faltas, pecados y defectos del santo. “A differenza di molti panegirista di buona volontà ma di poco senno, i quali si studiano di ridurre quasi a nulla la peccaminosità dei convertiti e dei santi, non pensando que propio nell’esser riusciti a salire del letamaio alle stelle consiste la loro gloria e si manifesta la potenza della Grazia. Più profunda fu la bassura e tanto maggiore è la luce dell’altura” (G. Papino, ob. cit., Firenze, 1930, p. 1).
Viene a decir Papini que la carrera de santo no es cosa de apocados, de idiotas, ni de creídos; sino de hombres y mujeres hechos y derechos; muy normales y muy enteros. Porque es carrera de obstáculos y, como dice el Evangelio, sólo los valientes y los audaces lo consiguen.

Y -ya- mi idea final no puede ser otra que esta. Hoy –día de los Santos, y mañana -día de los Difuntos-, son prevalentes en mi recuerdo y oración mi padre y mi madre. Gracias a ellos soy y gracias a ellos soy casi todo lo que he podido ser. Él, lavando el carbón de la mina casi toda su vida, y ella, trabajando y amando a diario, se lo merecen; y mucho.

SANTIAGO PANIZO ORALLO
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